Dan 12,1-3; Sal 16(15),
5. 8. 9-10. 11; Heb 10, 11-14,18; Mc 13, 24-32
Cristo borra
definitivamente el verbo en pasado, para convertirse en la inaudita novedad del
presente y del futuro.
Enrico Masseroni
El
Evangelio de este Domingo, XXXIII Ordinario del ciclo B, será la última
perícopa de San Marcos que leamos porque el próximo Domingo –último del Año
Litúrgico- leeremos un trozo de San Juan 18, 33b-37. Todo parece indicar que
San Marcos tomó este fragmento de una tradición temprana del cristianismo y con
sumo cuidado y prolija reelaboración lo insertó en este lugar de su Evangelio.
Comparando con otros prolongados discursos que leemos en la Santa Biblia, suelen
preceder a la muerte, este está en el capítulo 13 de San Marcos y, a partir del
capítulo 14, le sucederá la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Se
trata de una página escatológica, ¿qué es esto de la escatología? Sabemos que
alude a los últimos tiempos, pero ¿qué es y qué era para nosotros los creyentes
y para los pioneros de nuestra fe, sea el caso, para Marcos, al escribir esas
líneas? No podemos entrar en la mente de San Marcos para decirlo a cabalidad,
pero lo cierto es que para nosotros los “último tiempos”, las “postrimerías”,
el “término de la historia” se refiere a una “edad”, a una “era” que inauguró
Jesús y que a partir de Él se viene desarrollando. Sí habla del futuro, pero no
de un futuro que empieza en algún momento del porvenir remoto, sino que se
inició ya y que –así como la parábola de la semilla plantada germina día y
noche y sin saber cómo brotará y se hará
grande, ira produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y
después los granos en las espigas. A veces, tal vez muchas, queremos desbaratar
la procesualidad de este “sin saber cómo” y exprimirla (hasta asfixiarla y
hacerla sacar la lengua), para obtener
un “manual de instrucciones precisas” que indique “cuando retirar la olla del
fuego, después de 20 minutos”. Ese no es el caso, Jesús, persona histórica,
avanza en el tiempo, el tiempo humano, hasta su muerte; pero allí, hay un
instante donde la historia se hace escatología y se da el gran salto, de la
historia y el testimonio temporal de quienes vivieron ese momento, dando paso a
una “ruptura epistemológica” –si se quiere decir así- y, hundiendo sus raíces
en la historia, da el salto al plano de la fe. Ese momento exacto, si lo
queréis saber, en el que empieza la escatología, es el instante mismo en que
Jesús se levanta y Resucita! Las primeras páginas de esta nueva “ciencia” la
relatan aquellos a quienes cupo la Gracia de verlo en su nuevo estado, el de
Glorificación, que, sin embargo, conservaba las Llagas en las Manos y en el
Costado. Sabemos que luego se ausentó de nuestros “sentidos”, pero volverá al
alcance de nuestra sensorialidad en otro instante al que denominamos Parusía,
cuando recuperaremos Su παρουσία Presencia.
La
escatología es, pues, un supremo esfuerzo para verbalizar algo que está más
allá de la palabra, algo que entrevemos entre signos premonitorios, algo que ni el propio Jesús pretendía saber o
explicar, algo así como un secreto entre el Padre y Él, pero de lo que estaba
absolutamente seguro y de lo que nos comunica la convicción. Una Cristo-certeza
podríamos decir. Un saber trascendente propio de la naturaleza divina.
En 1903 André Jolles escribió Einfachen Formen
(Formas simples), luego Martin Dibelius, cuyo Die Formgeschichte des Evangeliums (Historia
de las formas evangélicas) apareció en 1919, seguido por el estudio independiente
de Rudolf Bultmann que en 1921 escribió Die
Geschichte der Synoptischen Tradition (Historia de la tradición
sinóptica). De esta manera surgió la Crítica de las formas que puso en escena
la atención a las diversas maneras de comunicar conscientes de la diferencia
entre hablar directamente, hablarse por carta, escribir un cuento, un artículo
científico, el informe del inventario de una bodega o la lista de las compras
que me encargaron de la tienda, son distintas maneras de expresarse, distintos géneros.
Una de estas
formas es la apocalíptica que tiene –en la cultura judía- una larga
tradición y que daba plurales frutos hasta –aproximadamente el año 200 a.C.,
cuando la producción literaria se centró en el legalismo. Contra el imaginario
común que hace ver el profetismo como el género literario que se ocupa del
futuro, si examinamos y leemos los Libros de los Profetas notamos, enseguida,
que ellos se ocupaban de su momento histórico y de los asuntos de su tiempo, y
en cambio, si vamos en la dirección de
los escritos apocalípticos, vemos que en ellos si hay una atención particular
sobre lo que nos deparará el “final de los tiempos”. Otro elemento muy común en
la literatura apocalíptica es el catastrofismo, porque al tenor de estos mismos
escritos nos hallamos enfrentados a páginas donde los desastres naturales se
convierten en el recurso divino para darle vuelco a la historia e implantar el
Mundo Nuevo que le sucederá. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que estos
desastres tienen aquí –más especialmente- un valor sémico expresionista. Aquí,
por ejemplo, en esta perícopa del Evangelio se habla de oscurecimiento del sol,
de una luna que ya no alumbrará, de una caída de las estrellas del cielo como
simbología del derrocamiento de gobiernos, o puede figurar, de algún modo, el
juicio de Israel. En síntesis, podríamos decir que el género literario que le
corresponde a la escatología es la apocalíptica. Cabe aquí subrayar que apocalipsis
no significa “destrucción final” –como ha pasado a significar, con trasfondo
milenarista, en el habla común- sino única y simplemente “revelación”. La
revelación se lee tras la comprensión de toda la riqueza sígnica –que como
venimos diciendo- es propia de este género, y que, sin embargo, se interpone
bloqueándonos el paso a su interpretación, siendo así, un proceso de
decodificación se hace indispensable para su correcta exegesis.
Nos parece convincente cuando se nos presenta
la apocalíptica como un género que surgió de la necesidad de comunicar el
mensaje en un contexto de persecución a sangre y hierro, momentos de crisis
extrema, pero donde los signos eran comunes y claros para sus destinatarios, como
parte del lenguaje que para ellos era vigente. La dificultad se presenta para
nosotros que, siglos después, hemos –por así decirlo- perdido las claves
decodificadoras imprescindibles.
En la Biblia encontramos páginas de este género
en Isaías, Zacarías, Joel, Ezequiel, Daniel (del cual la Primera Lectura nos
trae una muestra) y en las dos Cartas a los Tesalonicenses. Ahora estamos
examinando el apocalipsis marqueano que tiene sus equivalentes en Lucas y
Mateo, donde el rol central corresponde a la idea “aquel tiempo”, “tiempo
difícil”, de la “gran angustia”. Además, subyace, aunque sea en forma tácita,
la promesa: “no me abandonaras en la región de los muertos, ni tu siervo
conocerá la corrupción”.
En la frase “No me abandonarás”, ¿aquí el sujeto es quién? ¿A
quién está dirigido el Salmo16 (15)? Este Salmo pertenece al grupo de los
Salmos que se han dado en llamar “Salmos del Huésped de YHWH”, valga decir, del
protegido de Dios, también se les llama “Salmos del Emmanuel”, o sea que los
destinatarios del salmo, los que no serán abandonados son esos “favoritos” de
Dios a los que Dios acompaña y protege, “siempre está presente, a su lado”, es
“Dios-con-nosotros”. Si uno se pone a estudiar este grupo de salmos encuentra
que los salmistas pasan por momentos de “crisis extrema”, inclusive parecería
que llegan hasta el punto limítrofe, como si ya estuvieran al borde de apostatar.
Pero como ellos van con el Emmanuel, esa crisis los lleva a salir fortalecidos
y a ser capaces de afrontar lo que venga, se convierten en momentos de crisol
para la fe, donde el ácido de la prueba es totalmente neutralizado por el
consuelo de Dios: “Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no
vacilaré”.
Este apoyo firme que nos entrega Dios recibe un
nombre clave, y esta palabra es la palabra nuclear para acceder a las Lecturas
de este Domingo, se trata de la Esperanza. Hemos hablado de “salto
epistemológico” porque «La esperanza es un instrumento cognoscitivo con una mirada
de largo alcance, de grande agudeza y lucidez. Ni siquiera nuestro corazón
puede comprender, con todos sus sueños, aspiraciones y deseos, ese bien sin
límites que Dios nos prepara, que es el objeto de nuestra esperanza: algo que
está más allá de toda expectativa y de cualquier deseo, aunque los colma y los
llena de un modo indescriptible… la esperanza cristiana tiene… como objeto suyo
propio: mirar hacia Jesucristo y su regreso.»[1] «Nuestra
esperanza se basa en Dios mismo en la actitud eminentemente personal de la
promesa, cuyo sentido intimo es una invitación personal a la confianza: “tú
puedes fiarte de Mí»[2]
«La escatología cristiana no es la descripción
de un universo futuro. Sólo afirma una verdadera y autentica comunión de Dios
con los hombres y de los hombres entre sí. En este sentido es personalista… En
este horizonte personalista deben situarse los otros elementos escatológicos:
resurrección corporal y universo nuevo…hablar de universo nuevo… Quizá sea sólo
una imagen para indicar que el hombre ya no tendrá más con el mundo exterior
esta relación ambigua que tiene ahora cuando no vive en total comunión con el prójimo
y con Dios.»[3] «La esperanza… tiene
también un valor mundano, en el sentido de que influye fuertemente en la
construcción del mundo. Si no tuviera una correspondencia en la historia, no
sería esperanza de hombres... se convierte en estímulo y modelo para trabajar
en la construcción de un mundo humano que tenga, en cuanto posible, las
características de este término hacia el cual tiende el cristiano. ¿Cuáles son
estas características?… justicia, libertad, fraternidad, paz, derechos humanos
y, por tanto, lucha contra la marginación, el hambre, la desocupación, y todas
las realidades que desfiguran la imagen ideal de la ciudad de los hombres, que
se construye a imitación de su término perfecto que es el Reino de Dios.»[4]
«El universo nuevo no existirá más que para los
hombres que emplearon la trasformación y la dominación de este mundo como medio
para mejorar la ciudad de los hombres y aumentar las posibilidades de orientarse hacia Dios… todo cristianismo
que no mantenga la exigencia y la acción en pro de la instauración de un mundo
más humano, está traicionando su propia esencia.»[5]
[1] Martini,
Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia
2003 p..59
[2] Alfaro,
Juan S.I. PERSONA Y GRACIA en SELECCIOMES DE TEOLOGÍA Facultad de teología San
Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963. p.5
[3] Duquoc,
Christian. O.P. ESCATOLOGÍA Y MÍSTICA DEL PROGRESO. en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad
de teología San Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963.
P. 223-224
[4]
Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA.
Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá, D.C.–Colombia. 1995 p. 551.
[5] Duquoc, Christian. O.P. Op. Cit. p.-224
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