Éx 16,2-4.12-15; Sal
77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54; Ef 4,17.20-24; Jn 6,24-35
La gente busca a
Jesús,… Su búsqueda obtiene resultados distintos, de acuerdo con el espíritu
que la motiva: puede llegar a quedarse con Él y abrazarlo, o por el contrario,
puede conducir a capturarlo y traicionarlo.
Faustino Salvi
Hay
una continuidad en las enseñanzas de la Iglesia,
al
elegir las Lecturas no se va de aquí para allá
desorientadamente;
la
Iglesia ejerce su Magistratura,
elije
las Lecturas con un norte y un rumbo
que
nos permitan acercarnos al Divino Maestro
en
discipulado.
El
verdadero estilo de Rey, no rey mundano sino Rey-Celestial.
Un
reinado basado en la entrega, en la donación, en el servicio, en el perdón y el
amor.
Un
reinado que nos acrece, nos ensalza, nos participa todo lo de Él,
para
recuperar lo que un malhadado error nos perdió,
para
deshacer el engaño de la serpiente y abandonar las torpes idolatrías
que
el Maligno-abundante-en-artimañas desparrama doquiera
para
nuestra perdición.
Jesús
vino para rescatarnos la imagen y semejanza
según
la que fuimos creados.
¡Él
pagó el rescate!
Jesús
vino a elevarnos,
de
nuestro egoísmo y limitación,
de
nuestra ceguera y nuestras ambiciones,
de
nuestras avaricias y nuestras idolatrías esclavizantes.
Jesús
vino y se hizo uno de nosotros
para
que nosotros pudiéramos alzarnos a la categoría de hijos.
Vino
a sublimar nuestro “barro” y a dignificarlo como barro-trascendente,
barro
capaz-de-fe.
En
fin, digámoslo breve pero contundentemente,
vino
a participarnos su Realeza,
porque
sólo así podemos ser capaces-de-Dios.
Si
Él se hubiera ocupado de ser Rey,
de
simplemente llenarnos la pancita,
nosotros
seríamos más esclavos, más idolatras,
cada
día habríamos vivido añorando las cebollas
y
las ollas de carne que comíamos en Egipto.
Cada
día seríamos más fetichistas,
más alienados,
menos libres.
Sí
Él hubiera resuelto todos nuestros afanes alimenticios y de techo y vestuario
por
arte y golpe de la varita mágica,
no
pasaría de ser un mago de feria,
un
Jesucristo Superstar,
héroe farandulero.
Y
nosotros, en vez de ser sus hermanos,
seríamos
cada día más estiércol.
La
economía de salvación no se centra en el hambre inmediata,
la
salvación es un proyecto más integral,
más
holístico –si se quiere-,
va
más allá de las soluciones que llamaremos “parciales”;
el
ser humano requiere soluciones que lo dignifiquen,
que
vayan más alto y más al fondo que el pan limosnero.
(Queremos
insistir que este afán, también es válido,
también
hay que contestarlo,
no es menos importante,
pero
no es algo que no se habría podido resolver sin que Dios se encarnara.
Para
aquel que no tiene ni un mendrugo, esa es la primera urgencia,
pero
para muchos que tenemos resueltas estas necesidades,
hay
apremios más acuciosos).
No
queremos de ninguna manera desviar la mirada del pobre
a
quien Jesús mismo nos enseñó a mirar y a tender con opción preferencial.
No
podemos ignorar al que pasa hambre física,
pero
tampoco el Rey de Reyes ignorará al que está saciado de alimento
pero
sufre otras ansias.
Se
trata –no lo olvidemos- de poner la realeza de Dios en su justa dimensión
para
captar por qué rehusaba Jesús el reconocimiento como rey
y
por qué su reinado es de otra especie.
Vemos,
de inmediato, que al hambre física Dios puede contestar con codornices,
o
puede dejar al retirarse la capa de rocío,
algo
muy fino que alimenta,
como
semillas de cilantro, amarillentas
y
que sustenta muy bien aun cuando no sepamos
ni
cómo se llama y preguntemos: “¿Y esto que es?”
(recordamos
aquí que en lengua hebrea
¿Qué
es? Suena como “man-hu”[man-á]).
Habría
bastado Moisés.
Dios
podría nutrirnos sin pasar por el pesebre,
el
destierro a Egipto,
su
vida en Nazaret y Galilea,
sus
milagros y sus parábolas,
su
pasión y su crucifixión,
y
su entierro y resurrección.
Digamos
que todos aquellos problemas “económicos”
se
pueden resolver sin Jesús.
En
el caso de Jesús,
el
tema de su reinado,
que
no es el reinado de una sola persona,
sino
el de la Trinidad,
se
tiene que entender que no se trata de coronarlo Rey
puesto
que ya lo es.
Tampoco
se trata de concederle la Divinidad
porque
Él la detenta por los siglos de los siglos.
Se
trata de poder, digámoslo así,
“acceder”
a su realeza.
Su
realeza es lo que resulta desconcertante:
Acabamos
de verlo alejarse,
evadirse.
Esquiva
su “entronización”:
“Jesús,
conociendo que pensaban venir para llevárselo
y
proclamarlo rey,
se retiró de nuevo al monte, él solo.” (Jn 6, 15).
“Esta
gente” quiere proclamarlo rey
porque
les ha saciado un hambre, la física;
preguntémonos
si ¿esa podría ser la meta de Dios?,
el
montaje de un restaurante popular que otorgue comida gratis.
¿Sería
semejante proyecto un “plan Salvífico”?
Cierto
que algunas personas requieren urgentemente este pan,
cierto
que este milagro puede socorrer a algunos que están muriendo de hambre,
y
no son pocos.
Seguramente
pensando en ellos Jesús señaló:
“Denles
ustedes de comer” Mc 6, 37a.
Para
esos que están en la inanición,
el
pan material es una urgencia impostergable;
pero,
esa es sólo una faceta de la gran tarea salvífica.
Cuando
nos reta a darles “nosotros mismo” de comer
nos
señala una tarea que no es la salvífica,
no
es esa estrictamente hablando la labor divina
sino
la competencia humana.
Cuándo
Dios nos nutre directamente de su Mano
lo
que muestra –sin lugar a dudas- es su sensibilidad,
su
solidaridad con nuestra especie,
que
contiene el magma mismo del Hombre-Nuevo,
las
células del Cuerpo Místico.
El
mismo Moisés señaló que el Maná era alimento dado por Dios,
pero,
luego se empezó disimuladamente a atribuírselo a Moisés.
El
propio Jesús tiene que corregir este yerro;
También
hoy, hay que enfatizar, es siempre Dios quien provee.
Y
el
Reinado de Jesús es el servicio,
no
pretendamos cargarlo con nuestros caprichosos
“manuales
de funciones”.
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