Hech 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal 97,
1. 2-3ab. 3cd-4; 1Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
“…soy
yo quien los ha escogido
y los he
destinado para que vayan
y den fruto
y su fruto
permanezca”
Jn 15, 16 b.
Esa relación ha nacido de la iniciativa
Divina,
ha sido Él quien ha puesto los Ojos en
nosotros,
ha sido Él quien ha salido y se ha quedado a
la vera del camino
esperando que nosotros pasáramos.
Humilde en su Divina Humildad característica,
nos ha dejado seguir de largo
sí, con nuestra impenitente arrogancia
Lo hemos querido ignorar.
Pero Él –que para nada es rencoroso-
ha seguido,
redoblando su paciencia,
aguardando
a que nosotros,
por
fin,
Lo quisiéramos
escuchar.
Recordamos que
–como lo enunciamos en el Credo-
“descendió a los infiernos
y, al Tercer Día
resucitó de entre los muertos”
descendió a los mundos inferiores:
«Levántate, obra de mis manos;
levántate, imagen mía, creado a mi semejanza.
Levántate, salgamos de aquí, porque tú en Mí,
y Yo en ti,
formamos una sola e indivisible persona.
Por ti,
Yo, tu Dios,
me he hecho tu hijo;
Por ti
Yo, tu Señor,
he revestido tu condición servil;
Por ti
Yo, que estoy en los
cielos,
he venido a la tierra
y he bajado al abismo;
Por ti me he hecho hombre,
semejante
a un inválido que tiene su cama entre los muertos;
por ti,
que fuiste expulsado
del huerto,
he sido entregado a los judíos en el
huerto,
y en el huerto he
sido crucificado.
Contempla los
salivazos de mi cara,
que he soportado para
devolverte tu primer aliento de vida;
contempla los golpes
de mis mejillas
que he soportado para
reformar,
de acuerdo con mi
imagen, tu imagen deformada;
contempla los azotes
en mis espaldas,
que he aceptado para
aliviarte del peso de los pecados
que habían sido
cargados sobre tu espalda;
contempla los clavos
que me han sujetado fuertemente al madero,
pues los he aceptado
por ti,
que maliciosamente extendiste una mano
al árbol prohibido.
Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi
costado,
por ti, que en el Paraíso dormiste, y de tu
costado diste origen a Eva.
Mi costado ha curado el dolor del tuyo.
Mi sueño te saca del sueño del abismo.
Mi lanza eliminó aquella espada que te
amenazaba en el Paraíso.
Levántate,
salgamos de aquí.
El enemigo te sacó del Paraíso;
yo te coloco, no ya en el Paraíso,
sino en el Trono Celeste»
Algunos argumentan que la religión católica
humilla al hombre.
Aquí nos hemos dado cuenta que lo levanta, a
niveles insospechados,
aquí tenemos a Dios que,
en Toda Su Majestad,
ruega por nuestra amistad.
Aquí tenemos a Jesús
que nos levanta,
que nos iguala,
que
subraya argumentos para elevar nuestra auto-estima,
que nos hace
concientes y nos responsabiliza de nuestra incomparable dignidad.
Ninguna religión y ningún ateismo,
nos dignifica como lo hace esta fe en un
Jesús
que se ha interesado tanto por nosotros
que nos ha venido a buscar,
sin importarle si nuestros caprichos
y
nuestra ceguera nos ha conducido a revolcarnos
entre
miasmas.
Así como un verdadero
papá no reúsa
ir al rescate de su
hijo en un antro,
así tampoco Dios,
el Mejor-de-los-padres,
el Padre Celestial,
nada escatimó por rescatarnos.
No nos fuerza,
pero insistente nos tiende su
Tierna-Mano-Misericordiosa.
Y nos llama,
no para que demos frutos de estación,
sino para que nuestros frutos sean
perdurables,
porque nuestros racimos –unidos a la vid-
cargan Uvas de Eternidad.
“De
modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre”
Jn 15, 16 c
No es que nuestra religión nos humille,
es que Dios no es un dios de cañones,
con múltiples coronas de oro,
una encima de la otra,
no es un dios de bochinche,
de aplausos enloquecidos y ensordecedores,
de reflectores y candilejas, de bombas
atómicas,
y capa de armiño.
El nuestro, es un Dios del Amor:
“Esto
es lo que les mando:
que se amen
los unos a los otros”.
Jn 15, 17
Recordémoslo claramente con las palabras de
San Pablo
en la
primera a los Corintios:
«Si yo hablara todas
las lenguas de los hombres
y de los ángeles,
y me faltara el amor,
no sería más que bronce que resuena
y campana que toca»
1Cor 13, 1
Pongamos todo en proporción,
sin amor verdadero,
una persona no es más que un
chéchere ruidoso.
En cambio, con amor, es un Ser-Celestial
(sólo poco menos que un Ángel).
«Podías
llamar a un conocido,
a uno
menos sucio que yo,
a uno
menos equivocado.
En
cambio, me quisiste exactamente a mí.
¡No sé
lo que encontraste en mí!
Ni te
lo pregunto,
pues sé
que no valgo nada.
Sin
embargo, me escogiste a mí,
último
entre los últimos,
para
hacer de mí tu obra maestra.
………………………………………
Ahora…de
hombre insignificante e inútil
he
pasado a ser célula viva de tu Cuerpo,
lleno
de misterio fascinante,
¿cómo
dejar de cantar tu alabanza?
¿cómo
dejar de adorarte presente
y
operante en mí?
Amén[1]
[1]
Dini, Averardo EL
EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo II – Ciclo B Comunicaciones Sin Fronteras
Bogotá- Quito pp. 42-43
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