Hech 4, 32-35; Sal
117, 2-4. 16ab-18. 22-24; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31
“Y el Espíritu es el
que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.”
1Jn 5, 6b
Y cuando Tomás llega
a la comunidad, no cree. No es posible creer en el Resucitado sin la comunidad…
Emilio L. Mazariegos
“Todo lo hago nuevo”
Jn
20, 19-31
inicia declarando un
marco circunstancial de tiempo: Es “el primer día de la semana”, podríamos,
perfectamente leerlo como el Primer día de la Nueva creación.
En
el Principio, en el Primer Día, encontramos que todo era oscuridad (ya nos
hemos referido largamente al tema de la Oscuridad y al significado espiritual
que tiene dentro del Evangelio joánico), fue “entonces que Dios dijo ‘!Que haya
Luz!’ y hubo luz Cfr. Gn 1, 1-3. ¿Cómo era la oscuridad? ¿Cuál era el rostro de
esa oscuridad? En Jn 20, 19 se nos informa que, esta oscuridad en particular,
tenía el rostro del miedo, miedo de los perseguidores, que en este caso eran
los “judíos”: “con las puertas cerradas
por miedo a los judíos”.
Y,
entonces, Jesús que se presenta y puede entrar aun cuando las puertas estén
cerradas, se pone en medio de ellos, e inicia la obra de la nueva creación;
¡les da la Luz! ¿De qué Luz se trata? La
paz, esa paz que significa superar el temor, ya no tener miedo. No hay nada
que neutralice más al ser, que lo aliene más, que el miedo: el miedo nos hace
“inválidos”, el miedo nos “enmudece”, el miedo anula la opción de ser testigos,
el miedo nos silencia para llevar el anuncio del Evangelio. Miedo es lo que
usan todos los totalitarismos: Policías secretas, aparatos paramilitares,
delatores, propaganda de omnipotencia, conciencia policiva de vigilancia
constante; cualquier cosa que usted haga la estamos viendo, la estamos
vigilando y sabemos, inclusive, lo que usted está pensando, así que no piense,
no disienta, permanezca quieto, callado…
Por
eso la nueva creación la del Segundo Adán, arranca desde esa liberación, con un
Acto de des-acobardamiento, combatiendo nuestro miedo. Jesús infunde Valor, nos
da la Luz que permitirá que nos convirtamos en testigos valientes y decididos,
que no tememos al perseguidor porque no nos puede quitar “la vida”, porque
Jesús ha demostrado que no nos pueden robar la vida, porque Él es la Vida, es
la Resurrección; podemos dar la vida, porque Él nos la restituirá. Cfr. Jn 10,
17-18 Porque Jesús a nosotros nos hace una delegación exactamente análoga a la
delegación que el Padre le hizo a Él: “Así
como el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes” Jn 20, 21b.
Aquí
viene el gesto de Jesús que nos confirma que estamos narrando con Juan la
segunda Creación: Se trata del soplo de Jesús. En el versículo 22 Jesús sopla
sobre ellos el Espíritu Santo, conforme el Creador sopló en nosotros – a través
de nuestras narices- el aliento de vida.
Queremos
hacer paráfrasis y decir que quien no tiene vida es el acobardado que no
testimonia, ese carece del “Soplo”, del “Espíritu”, ese Espíritu soplado por
Jesús, es el aliento de la valentía, de la decisión de ser “testigos”. Así
Jesús, Señor y Dios nuestro, nos a re-creado. ¡Ha hecho todo nuevo! (Cfr. Ap
21, 5b.).
Meter la mano en el
costado
… Su experiencia
supone tener a otros con quienes celebrar tanta gracia y verdad.
Emilio L. Mazariegos
«Tomás
ha sido un buen discípulo de Jesús, pero un poco lento para captar los altos
conceptos de Jesús (11,16; 14, 5). Aquí también exige pruebas palpables de que
Cristo realmente vive. Ejemplo de esa fe inadecuada, condenada en 4, 48: “Si no
ven señales y prodigios, no creen” (Cfr. 2, 23-25; 6, 26; 12, 18). Tomás en su
rol de desconfiado, de dudoso,
aparece sólo en este cuarto Evangelio. Pero, no sólo él dudaba. El representaría
a todos esos discípulos de los primeros años que “dudaban” (Mt 28, 17); tenían
“dudas en su corazón” (Lc 24,38); “no creyeron a quienes habían visto al
Resucitado” (Mc 16, 14)».[1] «Tomás, llamado el
Gemelo,… es “gemelo” de cada uno de nosotros, incrédulos como él, llamados a
llegar a ser “gemelos” de Jesús mediante la fe…Gemelo. Dídimo en griego,… es gemelo de nosotros: está en la
situación de todos nosotros, que no estábamos con los que han visto al Señor y
estamos llamados a la fe por el testimonio de ellos.»[2]
A
través de la historia de la Iglesia hemos alabado a Jesús Eucaristía
apropiándonosla y nuestro corazón ha
hecho eco de esta frase tan hermosa que quedó incorporada a la liturgia de la
Consagración Eucarística, con la cual reconocemos, con la voz de Santo Tomás,
ante la Forma Consagrada, la Presencia de Jesús-Cristo en su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad. «Con esta proclamación asombrosa de Tomás, se termina
este Evangelio. El Evangelio comenzó con “la Palabra estaba con Dios y era
Dios” (1,1). Ahora lo repite al final: “Mi Señor y mi Dios”. A los cristianos
de todos los tiempos que aceptan eso con fe, nos dice “Felices los que creen
sin haber visto” (20, 29)»[3]
Para
acercarnos a Jesús, quien, definitivamente, sabemos que no quiere estafarnos ni
someternos de ninguna manera, de Él podemos fiarnos y en el podemos confiar con
plenitud, sabiendo que siempre nos dará mucho más de lo que nos pudiera quitar.
Por otra parte, cuanto nos quitare, es porque antes Él mismo nos lo ha dado.
Por eso, ser cristiano significa aceptar la voluntad de Dios y el conocimiento
que Él mismo nos brinda, dándonos con generosidad “saberes”, a esa “experiencia
trascendente” que de otra forma nos sería inaccesible; y por eso a ese “saber”
lo denominamos “Revelación”.
Dios
Padre nos ha Revelado su Rostro dándonos a su Hijo y, Jesús mismo nos ha
declarado que Él es el Rostro Humanado del Padre (Cfr. Jn 14, 9b) Y en Jn 11,
25 nos revela “Yo soy la Resurrección. El que crea en mí, aunque muera vivirá”.
La
fe, por tanto, la hemos clasificado entre las virtudes teologales, es decir, no
brotan de nosotros mismos, sino que son don de Dios. Es Dios mismo quien nos la
da y Él mismo la sostiene y la fortifica. «… se llaman teologales o divinas: no
solamente porque se refieren a Dios, sino también porque es Dios quien las hace
posibles, quien nos ofrece la gracia de creer… tienen a Dios como objeto y
juntamente nos vienen de su benevolencia, son la vida divina en nosotros, la
respuesta que el Espíritu Santo suscita en nosotros frente a la Palabra de
Dios.»[4] Entonces, ¿no podemos
hacer nada para tenerla? Si, basta con pedirla intensamente al Espíritu Santo
para que Él, gustosamente nos la otorgue. Como diversas cosas en la vida,
¡basta quererlas, para tenerlas!
Mencionemos
tres cosas que podemos hacer a favor de la fe: a) Fortalecerla b) Ejercitarla.
Estas dos cosas son casi una y la misma: es una especie de dialéctica. Si la
ejercitas la fortaleces, si la fortaleces es porque la estas ejercitando.
Frente a lo que Dios nos ha revelado es necesaria una especie de terquedad: Sí
Dios lo ha dicho y nos lo ha comunicado, lo aceptamos y lo sostenemos a
rajatabla, digan lo que digan, pase lo que pase.
Y
c) para tener fe hay que instruirla. A la fe hay que formarla e informarla.
Dios no se nos revela a cada uno personalmente, se ha ido revelando
paulatinamente a través de la historia a la Iglesia, a la que Él instituyó
precisamente como guardiana como depósito de la fe. Nosotros debemos acercarnos
a la Fuente para beber en ella y saciar nuestra sed; además, para poderla
comunicar, asumiendo nuestra misión de difusores. A esta misión nos llama el
propio Jesús que –ya lo hemos dicho en otra parte- no quiere que dejemos de
hacer lo que hemos elegido en nuestra vida como oficio, sino que transformemos
ese hacer en un hacer a la mayor gloria de Dios. Para esto llamó a pescadores,
a quienes redirigió su oficio, haciéndolos, ya no pescadores de peces, sino
pescadores de hombres (Cfr. Mt 4, 19).
A
algunos les cuesta más el seguimiento confiado y entonces Jesús, Infinitamente
Misericordioso, les da más, se les presenta en Persona, y los invita a meter el
dedo en sus llagas y la mano en su costado. Cfr. Jn 20, 27. ¡Sí! Esta oportunidad
que da Jesús es para que dejemos de ser incrédulos y seamos creyentes.
Ese
es el sentido de la perícopa del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según
San Juan que leemos hoy día: Jn 20, 19-30. Que abandonemos nuestra terquedad de
incrédulos, terquedad que es altanería mezclada con rebeldía; y, -en cambio- con
docilidad demos a torcer nuestro brazo a Dios, para reconocerlo “Señor y Dios
nuestro.”
Sin
embargo, y aquí está el quid del asunto, muchas veces, teniendo la fe,
encontramos cómodo negarla porque nuestro pecado nos acusa en la conciencia,
entonces es cuando desautorizamos a Dios y, en medio de nuestra rebelión,
decidimos negar cuanto Él nos ha manifestado en su Revelación. Es entonces
cuando pateamos a la Iglesia y, con ella a todos los que se mantienen fieles a
Jesús. «Cuando,… opto por obrar contra los mandamientos, preferiría que Dios no
existiera y por consiguiente estoy dispuesto a prestar fácilmente oído a las
objeciones acerca de la fe. No pocas objeciones derivan lamentablemente del
hecho que nuestra vida cristiana, nuestros comportamientos no son conformes con
el Evangelio. Entonces se requiere un camino de conversión que nos lleve a
pensar y obrar según la verdad y la existencia de Dios. Entonces el creer nos
resultará mucho más fácil.»[5]
Misa es una misión para
vivir
Podemos
aislar la Eucaristía en un vacío litúrgico: una hora escasa robada a nuestros
afanes y premuras, durante la cual cumplimos un ritual: ¡Ya fui a misa!.
Pero
hay más y ya lo hemos visto. Ya sabemos que la fe des-acobardada es una que da
testimonio, que no se puede callar, que va por todas partes gritando lo que
Jesús quiere. Es el compromiso de prestarle la garganta y la voz a Jesús para
que Él, en pleno siglo XXI, siga diciendo en todas partes y ante todos que ama
la justicia, que Él no es un pretexto para que se siga maltratando a los más
débiles. Que hay que construir una sociedad de otra manera, sin violencia, sin
explotación, sin injusticia. Que sí se puede levantar una sociedad donde la
cultura de la muerte estará definitivamente derrotada y la cultura de la vida
será triunfante y que ese será el Reino de Dios, y que su Reinado, entonces, no
tendrá fin.
La
Resurrección, para los bienaventurados que creen sin haber visto, significa
aceptar, aún en medio de la oscuridad más densa, que en el fondo, como al final
del túnel, hay un destello Resplandeciente, Cegador, Rutilante, Glorioso: ¡Es
Jesucristo, el Vencedor de la muerte. Jesús de la Misericordia, y,… Su Misericordia
es eterna!
[1] Sebert,
Augusto COMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafé
de Bogotá 1999. p.151-152
[2]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia 2008 pp. 620. 622.
[3]Sebert,
Augusto. Loc Cit.
[4] Martini,
Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá
Colombia 2003 p. 46
[5] Ibid
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