Jer 20,10-13; Sal 68,8-10.14.17.33-35;
Rom 5,12-15; Mt 10,26-33
Yo creo que si
tenemos la luz y el coraje necesarios para responder que Dios ha permitido las
pruebas para formarnos como ministros de la consolación, para hacernos capaces
de dar palabras de consuelo, entonces habremos descubierto de verdad el
dinamismo del misterio de Dios.
Card. Carlo María
Martini
¿Dónde
nos quedamos el Domingo Pasado? Era la Fiesta del Corpus Christi, la fiesta del
Amor que se quedó, sí, ¡nos quedamos en la Acción de Gracias! Este Domingo en
que retomamos el Tiempo Ordinario –en el sentido de volver al Evangelio de San
Mateo, ya que estamos en el Ciclo A- en esta Liturgia vamos a proclamar el
Salmo 69(68) que está estructurado en tres partes: La Lamentación, La Oración y
La Acción de Gracias. De esta manera retomamos el tema de la acción de gracias.
Celebraremos, esta vez, la Fiesta del Discipulado, más aún, del Envío.
Regodeémonos saboreándolo:
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de
gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y
pezuñas.
Miradlo los humildes y alegraos,
Buscad al Señor, y revivirá vuestro
corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
No desprecia a sus cautivos.
Este
Salmo pertenece al género de las súplicas, donde el Salmista es consciente de
encontrarse sorteando un gran peligro, en este caso la situación es
verdaderamente peliaguda: Se sufre persecución por Dios, por estar de la parte
del Señor-Dios es que se ve amenazado, lo odia una multitud, porque a él “lo
devora el celo del Templo” de Elohim (אֱלֹהִ֑ים); este es el mismo versículo que rememoran los
discípulos cuando ven arder la ira en Jesús – al ver profanado el Templo de
Jerusalén- por los mercaderes y cambistas en Jn 2, 17.
Tropezamos aquí, sin embargo, con el enorme
contraste entre el Primer Testamento y el Segundo. En aquel, el salmista invoca
la ira de Dios para que cobre venganza contra estos que son “más duros que los
huesos” y que “lo atacan injustamente”; en la Segunda Alianza, no hay rencor
por parte de Jesús, Jesús es el Sacramento del Padre cuyo Misericordioso Rostro
es el de Dios-Perdonador. Dios no se defiende de sus perseguidores con la
retaliación, Él sufre Paciente como nos lo muestra en su Hijo, que va como manso
cordero al matadero.
Pasemos al Evangelio y examinemos su
estructura: Estamos, en esta parte del capítulo 10, en el discurso apostólico,
el discurso del “envío” donde Jesús los manda a predicar, los asocia a su
misión, pero es Él mismo quien parte y se encarga. Se nos presenta una
“cebollita”. ¿Cuál es el corazón de esa cebollita? Los versos 24-25 que se
refieren a la “equivalencia” entre maestro y discípulos, ninguno está por
encima, si al Maestro-Amo lo han perseguido, no distinta será la suerte de los
Discípulos-Siervos; Amo y siervos serán en la misión co-corporeos. La meta de
los discípulos consiste en correr la suerte y alcanzar la meta del maestro,
seguirlo sin perderle pisada. Cuando esto suceda “¡todo estará cumplido!”. Es
la meta de la cristificación, ser como Él, correr con su mismo destino, (en
otra parte comentamos que no todos están llamados a ser mártires derramando su
sangre, y que muchos son mártires incruentos en el sentido que lo pone Orígenes:
"Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con
hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo
derecho: mártir".
Tratemos de retomar el tema de la “cebollita”.
La capa más exterior está formada por arriba, por los versos 9,35-10,5, que son
los versos donde llama y nombra a sus apóstoles, les da instrucciones y los
envía; y por debajo, por el verso 11,1 donde, es Jesús quien al terminar este
“comisionar” a los suyos, parte a “enseñar y anunciar el mensaje en los pueblos
de aquella región”.
Debajo de esta capa, viene la segunda capa, que
tiene por arriba los versos 10, 5-15 donde se les instruye para ir a sembrar
paz, advirtiéndoles que sólo algunos la recibirán; por abajo encontramos esa enigmática
consigna en torno a la paz que sembramos: “No piensen que he venido a traer la
paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada”. La misma que probaran San
Pedro y San Pablo. Son los versos 10, 34-42. Todo el final del capítulo 10.
Pasemos, por último, a la tercera capa, la que
envuelve el corazón. Es la que se refiere a nuestro tema de hoy: Las
“persecuciones”. Por arriba está conformada esta capa por los versos 10, 16-23:
Él nos envía “como ovejas entre lobos, en ese contexto, estamos llamados a ser
(φρόνιμος) cautos (prudencia-inteligente) como serpientes
y (ἀκέραιοι) cándidos (sencillos) como palomas”; y, por
abajo está la perícopa que leemos hoy, los versículos 26-33 del capítulo 10:
«El Anuncio y la práctica de la justicia ponen al descubierto todos los fraudes
y los disfraces, mostrando la debilidad de aquellos que se consideran
poderosos, al explotar y oprimir al pueblo. Cuando se revelen sus engaños,
quedaran furiosos y pasaran a la
violencia.
¿Qué hacer? Confiar en el Padre. Dios tiene
conocimiento de todo, inclusive de la muerte de las avecillas. Pero el
discípulo vale más que una avecilla. No debemos tener miedo a los injustos, que
sólo pueden acabar con nuestro cuerpo, pero no con nuestra conciencia y
nuestras convicciones. El único temor lo debemos tener a Dios, porque de Él
viene la vida, y sólo Él puede destruirla. También mataron el cuerpo de Jesús,
pero Él está vivo hasta hoy, y hasta hoy continua actuando, de una manera
multiplicada…»[1]
Nos es duro y difícil asimilar este status de
víctimas y no digerimos el misterio que encierra; pero, es una ruta de dulzura,
proceso que ablanda nuestro corazón, aprendizaje de la ternura y la suavidad.
En ese camino reconocemos y captamos las claves de la consolación. Nos
apacigua, y nos gana para llegar a ser cautos y cándidos. Podremos presentarnos
ante Dios con sencillez y mansedumbre. Así se dulcifica nuestro corazón para
hacer de él tibio nido del Espíritu Santo.
En este proceso se pulen las aristas de las
prepotencias, la confianza en las dictaduras, la falsa convicción que dimana de
las hegemonías. Se reconoce la flacidez engañosa de la fuerza y la violencia.
«Me da pena ver a personas sin fe o que han dejado dormir su fe y esperanza, y
que en la pruebas buscan refugiarse en el alcohol, en la droga, en el sexo, en
la evasión en tantas cosas que crean más prueba, me llevan a la perdida de la
esperanza y que rebajan al ser humano a profundidades o situaciones de pecado
que destruyen… En esta sociedad de hoy la gente sufre. Es la sociedad de que
cada cual se las arregle, la sociedad de entretenerse, evadirse, enmascarar el
dolor y pasarla bien.»[2].
«La vida sin prueba, sin sufrimiento es una
utopía… Si tengo fe, si vivo mi vida en Cristo, en el Espíritu, experimentaré
que la prueba tiene una respuesta. Esos momentos duros son espacios para la “compasión”,
para la ternura y la dulzura de Dios… Aún en medio del sufrimiento el Espíritu
Santo me consuela, me anima, me estimula, me motiva y me empuja hacia adelante.
Dentro de mí hay una fuente de esperanza que me hace saber que lo imposible se
hace posible. Esto llena mi alma de consuelo. Es el momento de experimentar que
el sufrimiento vivido con la fuerza y dulzura del Espíritu, del Consolador,
engendra dentro de mí una paz profunda, una paz que aún en el dolor no se
pierde. Es como una armonía interior, como una calma y serenidad profundas que
me llevan a no tener miedo a sufrir, sino a gozarme en la prueba… Desde mi fe
puedo ser “consolador”, con el Espíritu Santo, de los que me rodean. Si tengo
una vida interior, una vida en el Espíritu, mi palabra, mis gestos, mi cariño y
mi cercanía irradiaran en el probado consuelo, paz, confianza y bienestar.»[3]
«Dios quiere hacer de nosotros instrumentos
elegidos de consolación de su pueblo, de una ciudad desolada, nos quiere
ministros de una nueva alianza mucho más
de cuanto lo deseamos nosotros; y para realizar su Voluntad no nos escatima
oscuridad y sufrimientos, para que la Palabra pueda ser pura, incisiva, convincente»[4].
«El estribillo “no temáis” (cf. “no andéis
preocupados”: 6, 25, 27, 28, 31. 34bis!). Significa ante todo que nosotros
somos efectivamente presa del miedo. Este es el punto de partida que hay que
reconocer. Pero no debe ser el punto de llegada. De lo contrario, se renuncia
desde el comienzo a todo camino. El miedo lleva a hacer lo que se teme, sólo la
confianza lleva a hacer lo que se desea.»[5]
[1] Storniolo,
Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo.
Santafé de Bogotá- Colombia. 1999. pp. 94-95
[2]
Mazariegos, Emilio L. ESTALLIDOS DE GOZO Y ALEGRÍA. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 2003. p. 211
[3]
Ibid. pp. 210-211
[4]
Martini Crnal. Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA. MEDITAR CON LOS PROTAGONISTAS
DE LA BIBLIA GUIADOS POR UN EXPERTO. Ed. Planeta. Santafé de Bogotá-Colombia
1999 p. 305
[5]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá
Colombia. 2da re-imp.2011. p. 214
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