2R 4,
8-11. 14-16a; Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19; Ro 6,3-4.8-11; Mt 10,37-42
Los
cristianos deben pues encontrarse siempre del “otro lado” del mundo, aquel
elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino
humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la verdad; no impostores,
sino honestos.
Papa
Francisco
Siempre interesa a la mejor comprensión de la Palabra de Dios,
atender a los aspectos estructurales, cómo está organizado el Mensaje, como
están entretejidos los diversos estambres; todo esto que parece alambicado, no
es –para nada- un afán por volver complejo lo que Dios en su bondad nos entrega
con suma sencillez, sino una responsable preocupación por captar las profundas
resonancias que transmite esa Bondad-Generosa. Se vuelve indispensable
acercarse, siempre a “pie enjuto”, porque la Tierra que se pisa es Tierra
Sagrada. Urge, pues, un esmero por contextualizar, por profundizar, por
alcanzar una más cabal inteligencia de tan magnífico don.
En el Evangelio de San Mateo, el que leemos este año del ciclo
A, en el capítulo 10º, revela a Jesús que nos brinda ser partícipes de su
misión. Él se busca unos “colaboradores” que serán oficiosos continuadores de
su acción, en esa medida, se harán miembros del Cuerpo Místico y se volverán
co-corporeos con Él. Allí aprendemos que «los discípulos deben esperarse
dolores y persecuciones, siguiendo la suerte de su Maestro (10, 16-25); pero no
deben tener miedo: el Espíritu hablará en ellos (10, 19-20) y el Padre los
custodiará (10, 24-31); ellos sólo tienen que preocuparse por ser fieles
pública y valientemente a las exigencias radicales del Evangelio y a la cruz de
Jesús (10, 32-39).»[1]
El Evangelio del 12º Domingo Ordinario dijimos que se extraía de
una “cebollita”, y dijimos también que su segunda capa se
formaba, por arriba, con los versos 10, 5-15 con las instrucciones para ir a
sembrar paz, advirtiéndoles que sólo algunos la recibirían; y, por la parte de
abajo, dijimos que se encontraba esa enigmática consigna en torno a la paz que
sembramos: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra. No vine a
traer paz sino espada”. Mencionamos que esta parte de abajo, de la segunda capa,
la formaban los versículos finales del
capítulo 10, 34-42. No especificamos más. Pero, la perícopa de este Domingo 13º
Ordinario está tomada de esta segunda capa, y eso nos precisa entrar en mayor
detalle.
Efectivamente, esta segunda capa en su parte inferior
podría dividirse en dos subcapas: 10, 34-37 y 10, 38-42, ese sí, el final del
capítulo. La primera sub-capa –lo dijimos entonces- habla de la paz cristiana,
que tiene una faceta de lucha, una faceta combativa, que apela a la espada, y
Jesús no se amedranta para reconocerla. Esta es una característica fuerte del
mensaje cristiano, no oculta su realidad profunda, no se queda en
melifluos contentillos. «Cuando, en el
Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras
de éxito fácil; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino
de Dios implica siempre una oposición. Y usa incluso una expresión extrema: “Serán
odiados –odiados– por todos a causa de mi Nombre” Mt 10,22. Los cristianos
aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta
realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un
clima de hostilidad.»[2] ¡Sí!,
nosotros amamos la paz, somos sembradores y constructores de paz, pero la
espada se nos atravesará en el camino, se refiere a la violencia que nos hagan,
jamás la que nosotros blandamos, «… la violencia jamás. Para derrotar al mal,
no se puede compartir los métodos del mal»[3], que
nuestras manos son manos exclusivamente portadoras de la caridad, que es nuestra
real norma de vida. Entonces, ¿qué quiere decir esta “espada”? «La espada que
Jesús usará no será la que extrae Pedro (Mt 26, 51s), sino la confianza en la
Palabra del Padre; es la espada de doble filo (Sal 149, 6).»[4]
A continuación se referirá a lo – aún- más
doloroso, que nuestra propia familia se volverá contra nosotros, simplemente
porque les causa repulsión vernos fieles y firmes mantenernos en la fe. Si somos coherentes con
el Camino de Jesús, nuestra parentela estará en la lista de nuestros
adversarios, y se enlistaran entre nuestros enemigos, serán de los que nos
persigan. Desde aquí toma la palabra nuestra perícopa de esta fecha.
Al ser consecuentes con esta declaración
tenemos que saber priorizar ¿quién está primero, nuestros lazos de sangre o
nuestra fidelidad a la Alianza? «Jesús puede no ser amado. Pero no puede ser
amado menos que otro: no sería el Señor, a quien hay que amar con todo el
corazón (Dt 6, 5s)»[5] Ahí se enraízan los versos
37-38: 37“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es
digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de
mí; 38El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.” «Cada
uno tiene “su” cruz, que puede ser sólo suya… Cuando llevamos nuestra cruz no
estamos solos. Él está delante, y lleva la parte más pesada, sobre la cual será
levantado. Nosotros en pos de Él, llevamos la parte liviana, que será clavada
en tierra y sobre ella bajará su sangre.»[6]
Leídos
estos dos versículos en continuidad parecen explicar cuál es la cruz: ser
capaces de mirar directo a los ojos el hecho de que los que más amamos sean
–muchas veces- los mayores detractores de la fe. Que tengamos que verlos en las
filas opositoras, a veces, agnósticos o, verdaderos Saulos de Tarso, con licencia
para matar cristianos. Esa es, sin duda, una cruz terrible, pero sólo es digno
del discipulado quien no la acorte, quien no le recorte pedazos para alivianarla.
«Los cristianos son pues hombres y mujeres “contracorriente”. Es normal: porque
el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de
egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No
por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que
es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las
indicaciones de Jesús.»[7]
«…
el Evangelio hace que salte por los aires el egoísmo. Si uno, con la gracia del
Señor, se decide a vivir el Evangelio –es decir, el anti-egoísmo-, forzosamente
encontrará dificultades. Dificultades consigo mismo y con los demás, y no sólo
por parte de los gobiernos y de los poderosos, sino también por parte de los
eclesiásticos. Y ni siquiera únicamente por parte de los hombres, sino también
por parte de las estructuras…»[8]
Aquellos
que a fuer de su egoísmo, no tienen reparos en acomodarla, le pondrán a la cruz
una almohadilla de terciopelo y harán con sus maderos un mueble blando y
ornamental, o, tal vez, busquen a quien legársela; habrá casos en que contraten
empleados por turnos, para que la sobrelleven, mientras ellos vacacionan. Esos
ya han perdido la vida: “39 El que vive su vida para sí, la perderá,
y el que sacrifique su vida por mí causa la encontrará.”
Este
versículo se refiere a que hay también otros, los coherentes, los que llevan su
fe hasta sus últimas consecuencias, hasta el martirio si se les pidiera. Claro
que no es porque inmolar la vida sea la meta que se nos propone; siempre
insistimos en que no todos tienen ese privilegio, están los llamados a derramar
su sangre por “probar”, pero lo cierto es que nosotros vivimos por el ideal de
hacerlo todo supremamente bien, pese a nuestras limitaciones, lo que queremos
es ofrecer la vida pero –muchas veces- simplemente en el martirio blanco, el
que el Papa Francisco llama el “martirio escondido”; vivir por el bien, dar
testimonio de vida: «Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar
sus propias ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio», nos
dice el Papa Francisco en su Audiencia del pasado miércoles 28 de junio. Por
eso, debemos tener muy en claro que es absurdo, hasta más allá de limite,
pretender –como lo manifestó el Papa- «…utilizar la palabra mártir para
referirse a los que cometen atentados suicidas… en su conducta no se halla esa
manifestación de amor a Dios y al prójimo que es propia del testigo de Cristo».
Volvamos
sobre el Evangelio de Mateo, al fragmento que estamos estudiando: Esta sub-capa
se puede parcelar en dos estratos: 10, 38-39 el primero; y, 10, 40-42, el
segundo; en este segundo estrato se habla de la recompensa que merecerán
quienes acojan a los “apóstoles”:
“40
El que los recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe a Aquel
que me ha enviado; el que recibe a un (προφήτην)
profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; 41 y el que recibe
a un (δικαίου)
justo porque es justo tendrá paga de justo.
42
Así mismo, el que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a
uno de estos (μικρῶν)
pequeños {pobrecillos}, sólo
porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”.
¿Por
qué serán tan magníficamente recompensados? Primero, porque un apóstol es un
“justo”, porque un apóstol es un “profeta”. Pero todavía hay una razón más
fuerte: Porque quien recibe a un (μαθητοῦ)
discípulo está recibiendo al mismísimo Jesús, y por transitividad, está
recibiendo a Dios-Padre, al propio Abba.
Queremos
concluir con las mismas palabras del Papa Francisco: «Que Dios nos done siempre
la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la esperanza cristiana sobre todo
en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día»[9].
[1]
Martini, Card. Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia 1995 p. 296
[2]
Papa Francisco. Audiencia Papal 28 de junio de 2017
[3]
Ibid
[4]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 2011 p. 220
[5]
Ibid p. 221.
[6]
Ibidem
[7] Papa
Francisco. Loc. Cit.
[8] Câmara, Dom Helder. EL
EVANGELIO CON DOM HELDER. Editorial Sal Terrae. Santander-España 2da ed. 1985
pp. 90-91.
[9]
Papa Francisco. Loc. Cit.
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