Hch 2, 1-11; Sal
104(103), 1ab. 24ac.29-31.34; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
Si ves en alguna
ocasión a alguien que te parezca borracho, no pienses mal de él (por lo menos
de entrada), no vaya a ser que tenga “la embriaguez del Espíritu” y no te des
cuenta. Si alguna vez sentís en tu corazón un viento fuerte, déjate llevar por
él: a lo mejor es “el Viento” con v mayúscula.
Si eso te sucede, tu
corazón bailará y contará con júbilo indescriptible, y no encontraras palabras
para expresarlo… salvo “gemidos inefables”.»[1]
Festividad
de origen judío
Pentecostés
se inserta en una continuidad judeo-cristiana. Surge primero –como casi todas
estas festividades- como una celebración con carácter agrícola, era la fiesta
de las Semanas, el Shavuot, con ella se trataba de celebrar la cosecha,
cincuenta días (siete semanas) después del comienzo de la Pascua, de allí su
nombre griego Pentecostés.
También
es común a esas festividades judías su trasformación significativa, pues esta
fiesta pasó a celebrar la entrega de la Tablas de la Ley, escritas sobre piedra
por el dedo de Dios y dadas a Moisés en el Sinaí. Moisés reunió a su pueblo y
les confió la Voluntad de YHWH de entregarles la Tohrá y ellos se ofrecieron a
cumplirla, aún antes de que Él les manifestara de qué Ley se trataba, el pueblo
expresó aceptación a esta Ley, simple y sencillamente porque venía de las
Manos del Dios Liberador que con gran poder los había sacado de la esclavitud
en Egipto.
Esta
fiesta en la tradición rabínica se ha llamado “atzeret” que significa
“conclusión” aludiendo al cierre del período pascual.
¿Por
qué se solapan estas dos celebraciones (nos referimos a la entrega de la Tohrá
a Moisés y la Venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico? Los
profetas había anunciado la entrega de una Nueva Ley por parte de Dios, que ya
no estaría gravada en piedra sino sobre carne, en el corazón de los hombres;
esta parece ser la explicación. El Espíritu Santo viene a implantarnos esta Ley
en nuestro propio interior y es ni más ni menos que la Ley del Amor.
Así
para nosotros los cristianos, la festividad de Pentecostés tiene este grandioso
significado: ¡Hemos recibido la Nueva Ley! Y, siguiendo al pueblo escogido,
también nosotros la acogemos con todo el corazón, simple y sencillamente porque
es regalo del amado para los que Él tanto ama y que nosotros correspondemos con
nuestro pobre amor. Permítenos amar tu Ley y regálanos el don de guardarla, de
vivir enamorados de ella, de cumplirla gozosos porque ¿qué amante no quiere
hacer lo que complace a su Amado? ¡Que nuestra voluntad se plegue gozosa al
cumplimiento de tu Voluntad!
Cuando
San Lucas escribe los hechos de los Apóstoles configura el relato de
Pentecostés con todos los rasgos y signos propios de una teofanía, siguiendo
las pautas teofanícas del Sinaí: ruido del cielo (como rugido del viento),
lenguas de fuego, el Monte Sinaí estaba envuelto en fuego y humo,… (en el Sinaí
también sonaba más fuerte el Cuerno de Carnero, el Shofar…), véase Éxodo, caps.
19 y 20. “¿No es acaso, el Espíritu, viento que empuja y sacude, fuego que
purifica y quema?” Nos ha dicho Héctor Muñoz en su cuento “Cuando un día de
fiesta, sopló en Jerusalén un viento fuerte y ruidoso”.
El
viento empuja –por ejemplo al barco, llevándolo hacía su destino, hacia su
puerto; que hermosa imagen para significar que el Espíritu Santo nos anima, nos
“motoriza”, con su fuerza nos impulsa; y, el fuego, no solamente purifica, sino
que, además, calienta (mientras el frio congela inmovilizando), tan es así que
es el fuego el que calienta en la locomotora el agua que le imprimirá fuerza de
avance, propulsión…
En
este punto se debe rescatar también el fuego que ardía en la zarza en la cual
se manifestó Dios a Moisés al llamarlo, se trataba de un fuego que “ardía sin
consumirse”, Ex 3, 1-6.9-12; y, acto seguido, conectemos con el episodio de los
dos de Emaús que “sentían arder su corazón cuando Jesús les explicaba las
Escrituras” (Lc 24, 32b). es este mismo fuego el fuego de las lenguas que se
posaron sobre cada uno de ellos, calentándoles el corazón y haciéndolos superar
todo miedo.
Aquí
la continuidad tiene también su “corte teológico”, la fe que antes estaba
reservada a un pueblo y una raza, en esta celebración se abre a “Partos, medos
y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de
Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor
de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes
(Hch. 2, 9-10a), esta muestra de diversidad es indicativo de la universalidad
de este Pentecostés, tema que ocupará el Libro de los Hechos, mostrándonos su
extensión a los paganos, viajando y rebasando fronteras, haciéndose
verdaderamente católica (universal).
Los
signos, son sólo signos; y la Grandeza de Dios siempre los trasciende. No hay
signo que abarque a Dios, pero estos signos son “índices”, apuntan hacia Él,
pero nosotros no podemos quedarnos ahí, es más, Jesús mismo nos llama: “Vengan
y vean” (Cfr. Jn 1, 39)
«¡Que no muera la paloma!
Zenkey
Shibayama, … que era abad del monasterio Nazenji en Kioto, cita varias veces en
sus obras la siguiente parábola con gran sentimiento por los sufrimientos de la
humanidad y compasión íntima por su dolor (Op. Cit. pp. 136-200).
Una delicada paloma se dio cuenta en una ocasión
de un fuego de montaña que hacía
arder muchas millas cuadradas de bosque.
La paloma quiso extinguir
aquella terrible conflagración,
pero no había nada que pudiera hacer un pequeño
y delicado pájaro. Dándose cuenta de que no podía
hacer nada para arreglar la situación,
el ave, empero no permaneció quieta.
Con una irreprimible compasión
empezó a volar desde el fuego hasta un lago
que había lejos, desde el que trasportaba
unas cuantas gotas de agua en su pico cada vez.
Antes de que pasase mucho tiempo,
las energías abandonaron a la paloma,
que cayó muerta al suelo
sin haber alcanzado ningún resultado tangible.
Con
mi mayor respeto al genial autor, pero yo no habría matado a la paloma. Yo la
habría dejado volar mientras pudiera en su misión compasiva hacia el bosque,
los animales, la naturaleza. Y la habría dejado descansar también entes de
agotarse, para seguir cuando recobrara fuerzas con sus vuelos bienhechores en
su tarea o en otra. No hace falta que muera. No hace falta que demos la vida
por todas las causas en el mundo que merecen sacrificio. Lo importante es que
trabajemos, que volemos, que llevemos agua en el pico, aunque sólo sea unas
gotas, para apagar incendios y calmar sedes y dar esperanza a quienes la han
perdido. Lo importante es ser paloma cuando no falten incendios.
La
enseñanza central de la parábola, que casi se pierde de vista con la pena por
la muerte de la paloma, es que hay que seguir haciendo todo lo que podamos
hacer “aunque no se alcance ningún resultado tangible”. Ya sabemos que no
podemos apagar el incendio. Pero no por eso debemos cruzarnos de brazos y dejar
que arda el bosque. Hemos de contribuir con
nuestra gota de agua. ¿Para qué, si no ha de servir para nada? Sí que sirve
de algo. Sirve para decir que hay alguien a quien le importa que se queme el
bosque, sirve para hablar cuando todos callan; sirve para crear opinión y
despertar conciencias; sirve para dar testimonio ante todos los que ven el
vuelo blanco de la paloma compasiva sobre el rojo resplandor de las llamas.
Y
sirve, más que nada, para desprendernos nosotros de esa necesidad compulsiva de
obtener “resultados tangibles” para creer que nuestro trabajo es válido y
nuestra vida merece la pena. Aprendamos a trabajar aunque no consigamos nada, a
testimoniar aunque nadie nos haga caso, a llevar agua aunque no apaguemos el incendio.
Aprendamos a cumplir con nuestro deber sin medir nuestra jornada por sus
resultados. No podemos apagar incendios. No podemos solucionar los problemas
del mundo. No podemos “conseguir” nada. Pero si podemos vivir, podemos volar,
podemos tener fe y mostrar confianza, podemos levantar la mirada y afirmar la
esperanza.
Por
eso no quiero que muera la paloma. Que siga viviendo para acudir a otros
incendios, para atraer otras miradas, para enseñar a otros corazones. Mientras
las palomas sigan cruzando la vida del hombre, habrá esperanza sobre la
tierra.»[2]
Volar o caminar, aunque sea a pasos muy cortos
Primero
Carlos G. Vallés ha modificado el relato de Zenkey Shibayama, ahora nosotros
querríamos adjuntar otra glosa, para ratificar que hay que volar para traer
unas cuantas gotitas en el pico, sin esperar “resultados tangibles”; esta vez
se trata de una idea de Carmen Pardo, religiosa de la Congregación Romana de
Santo Domingo, ella nos propone:
«…
quiero sugerir algunas pistas que nos sirvan de invitación al compromiso, a
ponernos en marcha y salir a la vida, empeñados en ser pregoneros de buenas
noticias:
…
Jesús como Voz y Palabra del Padre, traspasa el límite del desierto para ir a
Galilea y adentrarse en el espesor de la historia humana, allí donde las hijas
e hijos del Padre esperan recibir una Buena Noticia (Mc 1, 14-15).
…
otra voz profética de nuestra historia, la de Jon Sobrino, cifraba la esperanza
en un mensaje: “Es posible ser humanos”. Cada día las noticias nos hablan de
inhumanidad (masacres indiscriminadas, tortura, corrupción, violencia
ciudadana, abusos sexuales, tráfico de drogas…). Sin embargo, es preciso que
nuestra voz se alce y se haga eco de un proyecto humano. Necesitamos narrarnos
unos a otros historias de vida plena; de tantas mujeres, hombres y niños
empeñados en dar vida; de tantas personas voluntarias para prestar un servicio
y que saben vivir la gratuidad en pequeños gestos. Necesitamos creer que lo
humano tiene la última palabra.
-La
frontera de las macrorrealizaciones.
Hemos
de osar cruzar esta frontera para ser capaces de arriesgar en “las cosas
chiquitas” de las que habla Eduardo Galeano:
“Son cosas chiquitas
No acaban con la pobreza,
no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción
y de cambio,
no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizá desencadenan la alegría de
hacer,
y la traduzcan en actos.
Y, al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad y cambiarla,
aunque sea un poquito,
es la única manera de probar
que la realidad es transformable”.
………….
“Dios nos eligió
Para mostrarnos unos a otros el Amor
de Dios.
Somos el vocabulario de Dios;
palabras vivas
para dar voz a la bondad de Dios
con nuestra propia bondad;
para dar voz a la compasión, a la
ternura,
la solicitud y la fidelidad de Dios
con las nuestras propias” (Leo Rock,
sj.)
Y
reunirnos en grupos, en comunidades eclesiales de base, en comunidades
religiosas o de vecinos, para preguntarnos a través de qué signos concretos
podemos llegar a ser compasión y ternura de Dios para nuestros hermanos, para
preguntarnos y compartir cómo podemos dar voz a la bondad de Dios para nuestros
hermanos y hermanas aplastados por la inmigración, el hambre, el desempleo, el
alcohol, el sinsentido de la vida.».[3]
[3] Pardo, M Carmen op. PORTAVOZ DE BUENAS
NUEVAS PARA MI PUEBLO. Conferencia de Religiosos de Colombia. pp. 8-12
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