Lev 19, 1-2.17-18; Sal
102,1-2.3-4.8 y 10. 12-13; 1Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48
«Las dos tablas del
decálogo se revisan con el corazón nuevo del Hijo… sois sal de la tierra y luz
del mundo precisamente porque vivís con los otros como hermanos, que conocen al Padre común»
Silvano Fausti
«Con
el Sermón de la Montaña delante, estamos en presencia de la Carta Magna del
Reino mesiánico.»[1]
Insistimos que no es solamente un Sermón de la Montaña, sino el ascenso a una.
Por eso, nos hallamos ante una “ascesis”. Jesús –ya lo dijimos- nos lleva hacia
el pico, y, allí, ¿qué nos encontramos? ¡Una propuesta de perfección!: «… el
Reino es la justicia de Dios, mucho más exigente que la justicia que practican
los seres humanos. Sólo la perfección de la justicia puede traer libertad y
vida para todos.»[2]
Hay
un aspecto del mayor relieve, San Mateo al entregarnos este relato en su
Evangelio establece un abierto y contundente parangón entre Moisés y Jesús;
ellos son los grandes legisladores, que comunican entregando al hombre la Ley
que el Mismo Dios promulga: «Así como Moisés, desde el Sinaí, había dado a su
pueblo el gran código para encaminarse hacia Dios, así también Cristo desde
otro monte proclama otra ley, pero una ley más perfecta. En el sermón de la
montaña, Cristo establece los preceptos que rigen las principales situaciones
del hombre. Mateo nos presenta, con su compilación de varios aspectos de la
doctrina de Cristo el espíritu que anima a los que quieren entrar en el reino
de Dios, el perfeccionamiento de las leyes y prácticas del judaísmo…».[3]
Jesús
examina seis “mandamientos” enunciados por la vía negativa:
También
sabéis que se dijo a los antiguos”. Los presenta con la fórmula: “Habéis oído
que se dijo…”, o, de manera similar: “Sabéis que se dijo…”; “También se dijo…”,
nuevamente, por dos veces, “Sabéis que se dijo…”. De estos seis se vieron
cuatro el Domingo anterior; el VI Domingo Ordinario (A); este Domingo VII
Domingo Ordinario (A), trabajaremos los dos finales.
1) No mataras
2) No cometerás adulterio
3) Todo el que repudia a su mujer, que le
dé el acta de divorcio.
4) No juraras en falso
5) Ojo por ojo y diente por diente.
6) Amaras a tu prójimo y odiaras a tu
enemigo.
Esta
es la Ley formulada de manera imperfecta; Jesús nos introducirá en la Ley
Perfecta con la fórmula “Pero yo os digo”. «Verdaderamente el sermón nos coloca
ante bellísimos y también arduos ideales que quizá nunca alcanzaremos. Pero son
posibles, y son a la vez un estímulo para posteriores esfuerzos y una ocasión
de examinar lo ya alcanzado. A pesar de todo, la presencia de Dios nos preserva
del desaliento.»[4]
«La
ley no es nueva, sino antigua. Pero el modo de cumplirla es nuevo: ninguno
nunca la ha propuesto ni observado de este modo, que es el del Hijo. En efecto,
el principio de su justicia es el amor al Padre.»[5] «En la Antigua Alianza el
tono es más bien negativo y amenazador: “No harás esto y aquello. Mientras que
en la Nueva Alianza es positivo y alentador: Bienaventurado el que hace esto y
esto… Cristo se preocupó por reanimar la ley,… yendo hasta el fondo mismo,
hasta la esencia; y la esencia es el amor a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a uno mismo».[6]
Este
amor a uno mismo que está en la esencia genética del amor al prójimo, nos
conduce hacia una nueva relación que moldea las relaciones interpersonales poniéndolas siempre a todas en clave de
fraternidad. Por el amor al prójimo no puede brotar de la nada, por algún
espécimen de “generación espontanea”. Por el contrario, el amor al prójimo
tiene un precedente germinal en el auto-amor: Debemos y necesitamos
visualizarnos y hacer consciencia de “ser templos”, “Templos vivos”.
El
tema del culto aparece aquí vibrante en toda su maravillosa diafanidad. O mejor,
en toda su prodigiosa teofanidad! El culto no consiste en edificios magníficos
(que también son honor y Gloria al Señor), sino en un corazón orante, humilde y
contrito por su condición de pecador, que lucha por vivir coherentemente mplo. la
Voluntad del Señor. El culto es conciencia cabal de ser Templos del Espíritu
Santo, y conservarnos “puros” para –pese a sólo ser vasijas de barro- alcanzar
la sacralidad de Templo. La trascendencia del Templo radica en ser un espacio
puesto aparte y especialmente propicio para comunicarnos con Dios. Nuestro
corporeidad hace de nosotros una construcción de “barro” en la ue Dios habla y
el hombre escucha. Así nos lo explica la 1Cor 3, 17c: “porque el tiempo de Dios
es santo”. Esa santidad se nos reclama perentoriamente porque de otra manera
uno se autodestruye como Templo y se hace reo de destrucción.
Pero
¿cómo nos hacemos templo, y más aun, cómo llegamos de vasijas de barro a ser
Templos del Espíritu Santo? Esto es porque –como ya lo hemos enfatizado- somos
hijos en el Hijo. Allí, en ese mismo instante, se da la “transformación”
dejamos de ser para llegar a ser; y, por pura gratuidad, por pura Gracia. En el
texto del Evangelio de San Mateo que constituye la Liturgia de la Palabra de
este Domingo, está presente la palabra “Padre”, por dos veces, para indicar y
explicitar la relación entre Dios y nosotros.
Nuestra
condición de hijos de Dios nos vocaciona a una manera especial de relacionarnos
con el “prójimo”. Somos –cuando llegamos a la esencia misma de nuestro ser-
portadores de un Amor que recibimos por Gracia; hemos sido graciosamente
consagrados Templos en el Amor del Padre. Y, por lo tanto, llamados a guardar
coherencia velando por nuestra relación de hermanos; «Quien no considera al
otro como hermano, ha sacrificado la propia vida como hijo y la arroja al
basurero.»[7]
No
consiste en que cada uno por separado sea Templo. En la perícopa de la 1ª Carta
a los Corintios dice que “ustedes son
el templo de Dios… ustedes son ese
templo”. No pasemos por encima de este “dato”. Esa “santidad” de templo, esa
perfección mandada en la nueva ley viene a nosotros como “comunidad” y vive en
la fraternidad que sepamos entretejer con todos los “hermanos”.
[1] Moratiel
Villa, Félix J. LA BIBLIA EL LIBRO DE LOS LIBROS. LA PALABRA DE DIOS AL ALCANCE
DE TODOS. Ediciones 29. Collección inicio. Barcelona-España 2000. p. 118.
[2]
Storniolo, Ivo. CÒMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. San
Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1999. p.63
[3] Fannon,
Patrick. LOS CUATRO EVANGELIOS. BREVE INTRODUCCIÓN A SU ESTRUCTURA Y MENSAJE.
Ed. Herder. Barcelona-España. 1970. pp. 89-90
[4] Ibid.
[5] Fausti,
Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia. 2011. p. 83.
[6] Moratiel
Villa, Félix J. Op. Cit. pp. 129-130
[7] Fausti,
Silvano. Op. Cit. p. 85
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