Is
49, 3. 5-6;
Sal 39, 2. 4ab. 7-8a. Sb-9. 10; 1Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
El siervo
es Jesús, pero es también el pueblo, este pueblo sufriente, que imita a
Jesucristo resistiendo contra el dolor.
Carlos
Mesters
¿Cómo ha venido la liturgia? En primer
término hemos celebrado la Epifanía, y con ella la universalidad del mensaje
salvífico de Nuestro Señor Jesucristo. A continuación, dejando atrás el tiempo
de Navidad y para entrar de lleno en el Tiempo Ordinario del ciclo A, hemos celebrado
el Bautismo de Jesús. Para este II Domingo Ordinario, vamos a “repasar” estos
dos factores, articulándolos.
La Primera Lectura nos viene del
Deuteroisaías, se dio en el contexto del destierro, cuando el pueblo estaba
desesperanzado, muchos habían claudicado y se habían entregado a los opresores,
traicionando su fe se plegaron a las deidades babilónicas cayendo en el más
abyecto politeísmo. Lo que nos brinda la historia consiste en que esta desazón
no brotó de la noche a la mañana, sino que fue preparada durante un largo
periodo en el cual los líderes corruptos
entre los que se contaban falsos profetas, miembros de la casta sacerdotal y
hasta el propio rey abrieron paso a estas ideas «la fe en Dios quedó abatida,
el pueblo perdió la confianza en sí mismo, olvidó las cosas grandes de su
propio pasado, quedó sin memoria, perdido en medio de la historia…¿Cuál fue la
idea errada sobre Dios que desequilibró la vida del pueblo?. Fue la idea de un
Dios cuyo favor y protección pueden ser comprados por medio de promesas, ritos
y sacrificios; un Dios que la gente sólo usa mientras sea útil y fácil. Una
idea así es como un comején: va comiendo la fe por dentro. A la hora de la
desgracia, lo que queda de ella en la cabeza del pueblo, es la imagen muerta y
distorsionada de un Dios distante que se aparta del pueblo…»[1] Lo que nos propone el
Deuteroisaías es la misión de liderar la recomposición y el retorno, no de la comunidad
Israelita, sino “luz de las naciones… hasta el confín de la tierra”. «En la
nueva situación en la que estaba el pueblo, allá en el cautiverio, el “Proyecto
de Dios” ya no podía ser sólo para el pueblo de Israel. Tenía que alcanzar
necesariamente a los otros pueblos.»[2]
¿Está dirigido este llamado a un gran
personaje histórico? O, ¿está dirigido el llamado al pueblo? Observemos cómo
inicia la perícopa para poder responder este cuestionamiento: “Tú eres mi
siervo, Israel…”
La Segunda Lectura, nos viene de la
Primera a los Corintios. La situación de Corinto no era menos grave, menos
crítica que la de los israelitas en el exilio. Corinto era la cepa de la vida
disoluta, la sexualidad desordenada y del politeísmo desenfrenado; con su
templo principal consagrado a Afrodita, donde se practicaba la “prostitución
sagrada” con un sinfín de mujeres dedicadas a este quehacer. «Los cristianos de
Corinto eran pocos. Tal vez no pasaban de cien personas, y no tenían ni una
misma raza, ni un mismo origen…desde el punto de vista social, la mayoría de ellos estaban marginados: esclavos,
mujeres, gente sin acceso al “saber” intelectual; como dice la misma Carta,
gente considerada loca, débil, despreciable, vil y sin ningún valor (cf. 1,
27-28)… la comunidad de Corinto se vio luego rodeada de tensiones y conflictos.
Fue ciertamente la comunidad que más problemas le trajo a Pablo»[3]
En este caso, ¿A quién se refiera la
Carta? ¿A quién está dirigida? ¿Se trata de un mensaje a un cierto personaje
histórico? Vayamos directamente a la perícopa: “… escribimos a la Iglesia de
Dios en Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús, a los santos que Él llamó y
a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor
de ellos y nuestro”. ¡Una vez más, resalta el universalismo abarcador del
enunciado!
Hay en el Evangelio una triple mención
del bautismo, a la vez que una contrastación entre el bautismo que prodiga Juan
el que dará el “Cordero de Dios”: 1) “he salido a bautizar”, 2) … “el que me
envió a bautizar con agua”, 3) “Ese es
el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Este “Cordero de Dios” recibe una
designación clarificadora al cierre de la perícopa donde Juan lo testifica
“Hijo de Dios”. El bautismo –cuya importancia y trascendentalidad en nuestra
vida de fe estamos lejos de asumir- no solamente nos incorpora a la Iglesia,
haciéndonos miembros de la Comunidad, sino que además nos in-corpora al Cuerpo
Místico de Cristo, nos cristifica, nos hace co-corporeos con Jesús. «El
bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso
en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su
bautismo. Así se llega a ser cristiano.»[4]
Tratemos de examinar un poco más esta
designación como “Cordero de Dios”: Joachim «Jeremias llama también la atención
sobre el hecho de que la palabra hebrea talj’ significa tanto “cordero” como “mozo”,
“siervo” (ThWNT I 343). Así, las palabras del Bautista pueden haber hecho
referencia ante todo al siervo de Dios que, con sus penitencias vicarias,
“carga” con los pecados del mundo; pero en ellas también se le podría reconocer
como verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del
mundo»[5].
«Mucha gente se pregunta: ¿quién es el
siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es Jesucristo? ¿Es alguno de los profetas? ¿Somos
nosotros?... al hacer los canticos, la preocupación mayor de Isaías Junior…
era… presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en
la figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios.»[6]
El llamado está activo hoy para nosotros,
somos comunidad creyente, Iglesia de Dios, miembros del Cuerpo Místico. La
Universalidad de la convocación nos incluye. En medio de la crisis de
increencia la fe nos llama a asumir nuestro triple compromiso bautismal:
Sacerdotes, Profetas y Reyes. «El evangelio de Juan nos quiere decir que está
por realizarse un nuevo éxodo y un nuevo paso de la esclavitud a la tierra de
la libertad y de la vida. En el pasado, el pueblo había atravesado el Jordán y
había entrado en la Tierra Prometida guido por Josué; ahora, con su práctica de
vida, Jesús guiará al pueblo, conduciéndolo a la vida en plenitud.»[7]
[1] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CANTICOS
DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino”
Quito-Ecuador 2ª ed. 1993 p. 39
[2] Ídem
[3] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS.
SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá-Colombia. 1996. pp. 13-14
[4] Benedicto XVI. JESUS DE NAZARET. 1ª Parte. Ed. Planeta.
Bogotá-Colombia 2007 p. 46
[5] Idem. p. 44.
[6] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p.13
[7] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE VIDA.
Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002. p. 25
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