Sab 11,23-12, 2; Sal
144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14; 2Tes 1, 11 - 2 , 2; Lc 19, 1-10
Dios es indulgente
con el hombre. No espera mucho de él; sólo una trepadita al árbol.
Arturo Paoli
Como busca la cierva corrientes
de agua,
así mi alma te busca a
ti, Dios mío
Sal 41,2
Subir
al árbol tiene consecuencias salvíficas. También Jesús ha subido al Árbol de la
Cruz para salvarnos, para rescatarnos de ser lo que era Zaqueo, ἀρχιτελώνης
[architelones]
(jefe de los cobradores de impuestos), cabeza de los publicanos, no un simple
publicano sino un “super-pecador” y, como si fuera poco, rico; a los ojos de
los judíos un “perdido”.
Al
treparse al árbol, Zaqueo se pone en ridículo, hay acciones que un “señorón” no
haría porque los demás “se gozarían” a su costa: y, para un tipo “con plata”,
un personaje solvente, realmente subirse al árbol, al sicomoro, lo vuelve
blanco de escarnio, un despreciable. Pese a todo, él se arriesga, movido por
una curiosidad muy suya, nombrada allí, en el Evangelio lucano con el verbo ζητέω
[zeteo] que designa el
deseo de buscar ir al fondo de un asunto, (este verbo es verbo-pivotal en
esta perícopa, ya que al final de ella, en el verso 10, Jesús declarará como
eje de su misión que Él ha venido a ζητῆσαι καὶ σῶσαι τὸ ἀπολωλός
“buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc
19, 10b). Lo que lo llevó a subirse al árbol fue movido por un anhelo “investigativo”,
se trata de ir a indagar, quién es ese tal Jesús. «No tenía una idea formada,
establecida, del Otro.»[1] Aquello que con mucha
frecuencia nos impide acercarnos al hermano es la intolerancia de esperar que
sea conforme yo me lo había querido imaginar, que sea según mis prejuicios.
Zaqueo sube al árbol porque está buscando a Dios, su Salvación. No bajo las
condiciones que él la quiera, sino según Dios en su benevolencia se la quiera regalar.
Nos
estamos moviendo, otra vez, en el plano de la misma dialéctica del Domingo
anterior: Arriba/abajo - subir/bajar, pero dentro de una comprensión
antitética. La comprensión normal nos propone el subir como objetivo
deseable, aquí, en cambio, la propuesta es la de bajar. A esta dinámica
de arriba hacia abajo (opuesta a la que el mundo nos propone) la llamaremos kénosis.
Esta kénosis (del verbo κενόω “vaciarse”, que se aplica a Jesús
en el v.7 de Flp.), está muy
detallada en Flp 2,8: Jesús, que estaba en el Cielo, se desacomodó y bajó,
se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de
cruz. Hay aquí un abajamiento, una humillación, Dios mismo se anonada, se
pone a ras del suelo para ser pisoteado. Abandona todo su poderío de ser-Dios.
Aquí conviene mirar la Primera Lectura, donde se nos recuerdacómo es Dios: “aun
cuando puedes todo” (Sab 11,23), aquí se nos pone de presente la Omnipotencia Divina:
“¿Y cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría
podido conservarse algo hasta ahora, si
tú no lo hubieras llamado a la existencia?”. Volvamos a la idea de Filipenses,
sin embargo, dejando de lado todo su Poderío, se anonada, se ofrece como
víctima propiciatoria (dialéctica de abandonar el Poderío y revestirse de
obediencia y humildad, también de esa humildad que acepta que el otro sea
diferente y vea el mundo desde otro ángulo, y no de acuerdo a lo que yo imagino).
En
esa misma tónica, Zaqueo (que significa inocente, puro) trepa al árbol, y Jesús
lo llama a “bajarse” (abajamiento), para que Él entre en su casa (no se piense
en una edificación sino en su morada interna, en su intimidad, en el terreno de
su fuero). Cuando Jesús inhabita a Zaqueo, este se vuelve blanco de los juicios
y de la maledicencia comunitaria: sobreviene las vejaciones, las murmuraciones,
los comentarios insidiosos: todo lo cual sólo persigue incomunicarlo,
marginarlo, hacer de él “chivo expiatorio”.
Este
abajamiento de Zaqueo no se frustra como producto de la difamación y la denigración;
él se abaja, se identifica con los que están abajo, ¡con los pobres! La mitad
de todas las prerrogativas de las que goza, las pone a su disposición. Aun va
más lejos, se compromete en una cruzada de reparación: sí a
alguien ha defraudado, se compromete a resarcirlo con el cuádruplo. Se trata de
un “proceso de paz”, en el sentido de armonizar con sus convivientes, con sus
detractores, con sus acusadores (el Malo recibe con frecuencia, en la Sagrada Escritura,
también el título de “Acusador” porque es el que quiere desgarrar de la
comunidad y excomulgar). Como reconstructor y reparador de las relaciones
humanas desbaratadas, Jesús lo acoge, lo reincorpora a la comunidad; para Él ya
no se trata de un pecador, ya no es un perdido, ahora es un “hijo de Abrahán”.
No
nos vayamos a afanar porque no pertenecemos a la raza abrahamica, ya que Jesús
puede sacar descendientes de Abraham hasta de las mismas piedras (Mt 3, 9).
Pero
para que sea posible esta amistad con Dios tuvo que “descender” de lo alto del
sicomoro, a flor de tierra, tuvo que rehuir su arrogancia y renunciar a su
jactancia de rico. Reconocemos esta misma dinámica personificada en San
Francisco, simbolizada en haberse deshecho de sus magníficos trajes de hijo de
rico; y -hoy por hoy- en Papa Francisco, que renunció (y el signo tiene gran
fuerza) a sus zapatos rojos de “pontífice” y sabemos que ha renunciado a muchos
otros privilegios con los que se pretendía realzar al Romano Pontífice para
mostrarnos esta humildad necesaria; muchos están horriblemente preocupados
porque temen perder -ellos también- tan decoroso calzado (recordemos que en el
Imperio Bizantino los zapatos rojos eran simbólicos de poder).
[1]
Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Ed. Siglo XXI Bs.As. –
Argentina 1973 p. 74.
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