2Mac 7,
1-2. 9-14; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15; 2Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38
…cada uno de nosotros
tiene en su interior un espíritu de vida. Y cuando la muerte llega, ese
espíritu de vida consigue eludirla.
Dom Helder Câmara
En
el meollo de la perícopa de la 2ª. Carta a los Tesalonicenses nos encontramos
dos elementos: la Palabra y, el acoso (la actitud agresiva y persecutoria) de
aquellos que no la aceptan, ni a lo que de ella deriva, la fe en su conjunto.
Si queremos entender la manera como la fe re-liga, tenemos que reconocer que,
conforme lo hemos venido argumentando, Dios nos sale al encuentro, pero a
nosotros -si estamos desatentos- nos puede pasar inadvertido. Venimos de
considerar lo relevante que resulta para nuestra fe pegarnos la subida al árbol
que se dio Zaqueó. Allí se produce esa sintonía, esa connivencia, esa empatía
entre aquel que se hace el Encontradizo, y, de la otra parte, el “interés” que
nosotros demostremos por “acoger” al que nos vocaciona. ¿Y Quién es el que nos
llama? Porque si no tenemos algunos rasgos que nos permitan reconocerlo, pasará
por debajo del árbol en el que estamos y ni cuenta nos habremos dado.
Tenemos
por los menos tres rasgos más notables que nos ayudan a identificarlo: Primero:
Dios es Amor, Dios es un Dios Misericordioso, Segundo: Dios es Providente y Tercero:
Dios no es oculto o esotérico, sino que es un Dios-que-Revela, es el Dios de la
Revelación. En el Evangelio de este Domingo –antepenúltimo del Año Litúrgico-
Jesús (al que con frecuencia aludimos como “Segunda Persona de la Trinidad”)
nos da a conocer un detalle que sólo Dios mismo puede saber, y nos lo comparte,
nos enseña que, dado que en la Resurrección ya no hay muerte, no es necesaria
la reproducción de la especie, y entonces, en ese Nuevo Estado, la gente no
toma esposo, ni esposa, “serán como ángeles”. Después de recibir esta
información, cuando ya ha sido revelada, nos parece una verdad como puño, pero
sin la revelación, nos es inaccesible, ni siquiera lo podríamos imaginar. Algo
que sólo Dios podía saber.
Lo
anterior nos conduce a otro rasgo, que ya el Domingo anterior quedó enunciado
cuando en el Libro de la Sabiduría leíamos que Dios es “Señor que ama la vida”.
Hoy se ratifica con enorme fuerza cuando se nos enseña que Dios “no es Dios de
muertos sino de vivos”; aún hay otro dato, a los Ojos de Dios, ¡Todos viven!
Este pude verse como el Quinto rasgo: ¡Dios es Dios de la Vida!
Nuestra
naturaleza es muy curiosa, muchas veces se nos da una “enseñanza” y, nosotros
nos arrojamos en brazos de la cerrazón y fabricamos cientos de miles de excusas,
muy razonadas, muy doctas, para no aceptarla. La capacidad –que es a la vez
docilidad- de aceptarla es otro don de Dios, es la virtud teologal de la
esperanza. Esa plasticidad espiritual que sabe aceptar la “herencia” de la fe,
la fuerza que habilita para guardarla, para respetarla; es además “humildad”
para salvaguardarnos de la altanera presunción del “yo sé más”. Es, además,
perseverancia, porque, primero que todo, va contra el correr del tiempo, “sigue”
fiel a la confianza depositada, a la aceptación de la creencia, se anida en la
palma de la Mano de Dios. No solamente contra el tiempo, sino también contra viento y marea: de eso nos da férreo testimonio
el relato que leemos en la Primera Lectura, tomada del Segundo Libro de los
Macabeos.
Hoy
día está en la Sagrada Escritura, pero antes de ser Escritura ya era Revelación.
Entonces, la Revelación no se limita a la Sagrada Escritura, Dios nos habla en
el día a día, en la realidad, en la historia; Dios nos habla a través de
personas, de nuestra familia, de vecinos. En aquel relato nos habla por medio
de siete hermanos y de su madre.
Ellos
fueron víctimas del acoso, de la actitud agresiva y persecutoria de los que no
aceptan la fe, ni lo que de ella deriva. Estos perseguidores siempre están por
allí, a veces más o menos agazapados, a veces se sienten poderosos y no vacilan
en tendernos emboscadas –como la de los
saduceos a Jesús, que se inventaron el cuentico bastante reforzado de los siete
hermanos que tomaron a la misma mujer en cumplimiento de la “Ley del Levirato”
para que Jesús quedara mal, o tuviera que confesar contra la Resurrección. La
vía fácil hubiera sido negar la resurrección, ponerse de la parte de los “acomodados”,
los “terratenientes”, los más pudientes, los de la casta sacerdotal; también
los siete hermanos hubieran podido violar la ley de Dios para conservar sus
vidas, pero por su fidelidad optaron por no quebrantarlas. ¡Siempre es difícil
llevar la contraria a los poderosos!; pero Jesús es fiel a la enseñanza de la Resurrección,
que tiene una razón en el Bondad de Dios-Creador, que no nos sacó de la
obscuridad para regresarnos a ella; y otra en su Justicia, que quedaría
truncada frente a los que aquí en la vida recibieron
bienes durante la vida y en cambio otros sólo males (cfr. Lc 16, 19-31).
Otro
rasgo de Dios –que se hace herencia para nosotros- es este: la Fidelidad.
Fidelidad viene del latín “fides” o sea lealtad. Recordemos que se le
dice fiel a la aguja de la balanza que señala el equilibrio de sus platillos;
esa imagen nos sirve para enlazar la fidelidad a la fe y su relación con la
justicia (la balanza significa la justicia, es su alegoría). Dios es Amor, Dios
ama y guarda la vida, Dios es Dios de vivos, Dios Resucita, Dios es Justo, su Justicia
es fidelidad a su Palabra, es Fidelidad a la Vida, Dios se revela en todo ello
como un Dios Justo, la Justicia de Dios no le impide su Fidelidad al
Amor-Perfecto; Dios nos revela todo esto, para donarnos la Esperanza que nos
fortalece, nos dirige el corazón para perseverar y resistir y nos dispone a
toda clase de obras buenas y de buenas palabras (2Tes 2, 16-3, 5). Todo esto y
más podemos colegir de las Lecturas de este Domingo.
Y
aún más. El Salmo 16 nos recuerda que
además, nos guarda bajo la sombra de “Sus Alas”. ¡Al despertar, después de la
muerte-aparente, el espíritu de vida que hemos heredado, nos permitirá
despertar y saciarnos de Su Vista!
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