Éx
17, 8-13; Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8; 2Tim 3, 14 - 4,2; Lc 18, 1-8
¿Será
duro afirmar que el que no ora en serio es un cristiano que vive a broma el
cristianismo?
Emilio
L. Mazariegos
Yo,
en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan
contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo
provisional…
Papa Francisco
Se trata de redescubrir los valores magníficos
que Dios propone al hombre. Que no son valores demodé, aun cuando así quiere el
Malo mostrárnoslos. ¿Por qué tendríamos que estar a la moda en asuntos
axiológicos? Hay bastante y suficiente lógica en querer vestir o calzar a la
moda, pero no hay ninguna razón válida para querer refutar los valores que Dios
nos ha propuesto, están allí, en la Sagrada Escritura, y, parecería que Dios
mismo está “afanado” en mostrarnos su vigencia, puesto que los retoma una y
otra vez, especialmente a través del magisterio de su Iglesia.
Venimos de comentar dos valores –que nosotros
hemos calificado de “divinos” para recordar que no son fruto de una propuesta
humana, sino que hunden su raíz en un sustrato Trascendente, que
–definitivamente- hace de ellos valores teologales. Eran ellos la gratuidad y
la gratitud. Hoy día se nos propone un tercer valor teologal: la oración. Pongamos
como gran portal de nuestra reflexión, un pensamiento expuesto por Benedicto
XVI «Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la
respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de
las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la
vida»[1].
Además, en el blog anterior hablábamos de la “dialéctica de simetría” -toda cara
tiene su sello- y el simétrico de la oración es la respuesta, pero no puede ser
cualquier clase de respuesta sino una que haga “justicia”. Es lo que nos trae
el Evangelio de este Domingo XXIX Ordinario del ciclo C. «La viuda… En su boca
la oración es un grito desesperadamente confiado y obstinado ante el juez:
“Hazme justicia contra mi adversario” (Lc 8,3). Aparece evidente la fuerza del
verbo “hacer justica” como respuesta del juez al grito desarmante de la mujer.
El hacer justicia aparece varias veces en la breve parábola (Lc 18, 3.5.7.8)
haciendo eco a la relación “oración” y “momento escatológico” como tiempo de la
justicia, y del juicio último sobre la historia.»[2]
El
Padre Fidel Oñoro, por allá en el año 2006, lideró un equipo que preparó para
la Conferencia Episcopal de Colombia un subsidio sobre el discipulado desde la
oración en el Evangelio de San Lucas, donde se señala, en torno a “La
perseverancia en la oración: parábola del juez inicuo y la viuda importuna”
que:
«El
hilo conductor de la enseñanza es “La justicia de Dios”. Notemos cómo se va
repitiendo la expresión “hacer justicia”:
·
Dice una viuda al juez: “¡Hazme
justicia!” (18.3)
·
Reflexiona el juez: “Voy
a hacer justica” (18, 5)
·
Pregunta Jesús: “¿Dios no
hará justicia? (18, 7)
·
Responde Él mismo: “Hará
justicia pronto” (18,8)»
Tendemos a dudar de la Justicia Divina, tendemos
a visualizar a Dios como un Dios “dormido” (recordemos la anécdota de los
discípulos mientras Jesús dormía en medio de la tormenta), como a un Dios que
ya se metió entre las cobijas, cuyos hijos ya están acostados y cuya puerta ya
está atrancada y Él no está para nada, en disposición de levantarse y
destrancar (Cfr. Lc 11, 5-13). Todas estas visiones pecan de “desplazamiento”,
de mover la responsabilidad de nosotros mismos, hacia el “otro”.
Observemos que la Viuda no parte de la fe, sino de
la desconfianza: ¡Hazme justicia! Podría haber empezado por ¡Señor, sé que eres
justo y a ti clamo! ¿A quién representa la viuda? Sabemos que Jesús es el
Novio, y su pueblo es la Novia. Cuando nos han matado a Jesús en la cruz,
¡nosotros somos la viuda, mientras Él regresa! (Allí yace el filo escatológico
de la parábola). Y, por eso pedimos a gritos ¡Maraná Tha!
Pero, πλὴν ὁ Υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου ἐλθὼν ἆρα εὑρήσει τὴν
πίστιν ἐπὶ τῆς γῆς; será que, cuando el Señor vuelva ¿encontrará fe
en la tierra? (Lc 18,8b) Ahí está y entra a actuar la perseverancia del orante
(es decir, del discípulo), porque la oración no es Dios quien la requiere, Él
está pronto a respondernos; somos nosotros, los que tenemos que ablandarnos el
corazón.
¿Cómo así que “ablandarnos el corazón”? ¡Pues
claro! Arrancarnos el corazón de piedra y ¡Convertirnos! Reemplazándolo con un
corazón de carne. Es decir, no un corazón que busca cosas con la oración, un
corazón idolatra, aferrado al tener, al poder, al aparecer (o mejor, al
aparentar); sino un corazón centrado en el Centro, en los valores reales, los
del Reino. Por eso es preciso ser perseverantes con la oración, porque ella nos
va amasando el corazón, como al “barro-fino” en Manos del Alfarero, hasta que
el barro se ablanda y se hace dócil.
«También Santa Teresa de Ávila,… desde pequeña
decía a sus padres: “Quiero ver a Dios”. Después descubrió el camino de la
oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les
pregunto: ¿rezan? ¿Saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el
Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el
mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez.
Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy
rezando ante el Sagrario, “yo le miro y Él me
mira”»[3]
Nos gustaría
hacer algunas breves consideraciones sobre las otras Lecturas. De la Primera
Lectura quisiéramos contemplar un detalle –a nuestro modo de ver-
importantísimo: Oramos con todo el cuerpo. Moisés oraba alzando los brazos y esa acción
era esencial a su oración. Así nosotros, no es gratuito que juntemos las palmas
de las manos, o que nos arrodillemos, o nos pongamos de pie. No somos
cuerpo y espíritu, somos cuerpo-espíritu. No perdamos eso de vista jamás.
El Salmo no considera a Dios como Pastor, o como
Médico-Sanador, ni como Padre-Creador; no, en esta oportunidad tenemos la
presentación de Dios como “Guardián”, no es el Guardián de una casa, o de una
persona, es el Guardián de todo un Pueblo, de Israel, recordemos el significado
de este nombre, “el que reina con Dios”, este nombre que Dios dio a Jacob (fue
protegido/sostenido por Dios), se hizo extensivo a todo un pueblo, el pueblo
escogido de Dios. Ahora bien, la
descendencia e incorporación a este pueblo escogido en Jesucristo nos hace coherederos
con Jesús de la triple dignidad de reyes, profetas y sacerdotes. Por el
sacerdocio -del que todos los bautizados participamos- todos los fieles cada
vez que nos dirigimos a Dios y le presentamos nuestras preocupaciones,
ilusiones, inquietudes, dificultades,
alegrías, necesidades y las del mundo entero; cuando oramos con un
sentir y un espíritu universal y no nos centramos en nosotros mismos; valga
decir, cuando experimentamos un descentramiento que subsume al egoísmo y se
hace fraternal y solidario allende el individualismo y nos centramos en nuestro
Centro-Real, estamos orando con la Voz del Hijo.
Demos una ojeada a la Segunda lectura que nos
aproxima a otro eje oracional: La Sagrada Escritura, pues todo en ella
·
Es útil para enseñar
·
No sólo para enseñar,
también para reprender
·
Para corregir
·
Para educar en la virtud
·
Para convencer
·
También para exhortar
Luego, lo que San Pablo nos dice al escribirle a
Timoteo, es que la Sagrada Escritura cuando fue “revelada” lo fue con el
propósito claro de ayudarle al hombre a ser perfecto y de que se preparara para
estar dispuesto a obrar con santidad. La Epístola va más lejos, nos pide que no
nos quedemos acaparando lo aprendido sino que lo diseminemos: “que anuncies la
Palabra, que insistas a tiempo y a destiempo” porque para la Palabra no hay
tiempos de repliegue y retirada, de silencio y ocultamiento, porque la Palabra
es siempre “viva y eficaz” (Cfr. Hb 4, 12). Respecto de la oración y del
anuncio de la Palabra la consigna es empujar siempre y empujar con todas
nuestras fuerzas.
Hay una hermosa parábola sobre la oración que nos
gusta traer a cuento asociándola con nuestro tema: La perseverancia en la
oración. Se titula “La roca”:
«Un hombre dormía en su cabaña, cuando de repente
una luz iluminó su habitación y apareció Dios. Le dijo que tenía un trabajo
para él y le mostró una gran roca frente a su cabaña. Le explicó que debía
empujarla con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió. Por
muchos años, día a día, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre
empujaba la roca con todas sus fuerzas, pero ésta no se movía. Todas las noches
el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos
eran en vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado, Satanás (el
Adversario) decidió entrar en el juego trayendo pensamientos negativos a su
mente: “Has estado empujando esa roca por mucho tiempo y no se ha movido”. Le
dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era
imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron
su sentimiento de frustración y desilusión. Satanás le volvió a decir: ¿Por qué
esforzarse todo el día en esa tarea imposible? Sólo haz un mínimo esfuerzo y
será suficiente. El hombre pensó en poner en práctica esto, pero antes decidió
elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: “Señor, he trabajado
duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir
lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro
¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? El Señor le respondió con ternura: “Querido
hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era
empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que
esperaba que la movieras. “Tu tarea era empujar”. Ahora vienes a mí sin fuerzas
a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus
brazos y espalda están más fuertes, tus manos callosas por la constante
presión, tus piernas se han vuelto duras. Pero a pesar de las adversidades has
crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna
vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era empujar y confiar en mí.
Eso lo has conseguido. Ahora, querido hijo, “Yo moveré la Roca”.
Algunas veces cuando escuchamos a Dios, tratamos
de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad
sólo nos pide que confiemos en Él.
Cuando todo parezca ir mal ¡Sólo Empuja! Cuando
estés agotado por el trabajo ¡Sólo Empuja! Cuando la gente no se comporta de la
manera que debería ¡Sólo Empuja! Cuando los demás simplemente no te comprenden
¡Sólo Empuja! Cuando te sientas cansado y sin fuerzas ¡Sólo Empuja!
Debemos ejercitar nuestra Fe que mueve montañas,
pero estar conscientes de que es Dios, quien al final logra moverlas». Y como
decía Karl Rahner: «Debemos ser hombres de Dios y, para decirlo más
sencillamente, hombres de oración con el suficiente valor para arrojarnos en
ese misterio de silencio que se llama Dios sin recibir aparentemente otra
respuesta que la fuerza de seguir creyendo, esperando, amando y, por tanto,
orando»[4].
[2]
Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed.
San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998. pp. 98-99
[3] Papa Francisco. BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN,
PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS, Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial
de la Juventud VATICANO, 17 Feb. 2015
[4]
Citado por Juan del Carmelo, RELACIONARSE CON DIOS. APROVECHAR LA OPORTUNIDAD.
Ed. DAGASOLA 2008 p. 227
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