Eclo 35, 12-14. 16-19A;
Sal 33, 2-3. 17-18. 19 y 23; 2Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14
… sin humildad, la
oración es del yo y no de Dios; la confianza es en sí mismo, y no en Él.
Silvano Fausti
Nada más pernicioso,
para la vida del espíritu, que el sentirse fácilmente a paz y salvo.
Enrico Masseroni
Hemos
reflexionado últimamente sobre –la que hemos dado en llamar una “dialéctica de
simetría”- podríamos considerarla como un “movimiento” que se da sobre el
eje-vertical, el que enlaza Cielo y tierra, a este eje lo hemos denominado “los
valores del Reino”. Podríamos pasar, ahora, a analizar otra dialéctica que está
sobre el eje horizontal, esta vez hablaremos de
una “dialéctica-paradojal”, y, es
el presente caso, somos conscientes de estarnos moviendo en el eje-oracional.
¿Por
qué eje oracional? Hay una manera de comunicarnos con el plano de la Divinidad,
y esa comunicación es la que llamamos “oración”, poder hablar con Él, y
hablarle de lo que nos interesa, del Amor. Creemos entender que al principio el
ser humano podía conversar con Dios de la manera más natural, y que Dios bajaba
en las tardes al Paraíso, “en la hora en que sopla el viento de la tarde” (cfr.
Gn 3, 8), y charlaban justo como pasa entre Amigos. Se ponen cita y se
encuentran para compartir y dialogar.
Qué
fue lo que perdimos con “la Caída”, precisamente ¡la facultad de verlo!
Nuestros ojos se -por decirlo de alguna manera- “enfermaron”, y cayeron en un
tipo de ceguera que les impide ver a Dios. No es que Dios esté en una esfera
recóndita a la que no podemos acceder, no es ese el caso; sino que nuestros
sentidos se volvieron incapaces de
percibirlo.
Algo
así como las radiaciones infrarrojas y las ultravioleta, que la vista no las
puede captar. Dios no está lejano, anda a nuestro lado, simplemente nuestros
sentidos son inútiles para poder contactar con Él. Pero no es cosa de la
longitud de onda, porque podríamos entonces concebir un “aparato” como tantos
aparatos que obran como prótesis y nos permitan contactar allende las fronteras
de nuestros sentidos. Más bien es un problema “dimensional”, porque escapa a la
fisicidad, está más allá de un salto, es un paso gigantesco de los físico a lo
espiritual.
A
veces, nos gusta decir para explicarlo mejor y hacerlo más digerible, que todo
nuestro sistema sensorial –con el que, actualmente, está dotado nuestro cuerpo-
se ha especializado en registrar fenómenos cuatri-dimensionales (alto ,largo,
ancho, tiempo); pero ¿qué, sí la divinidad está en una dimensión diferente, en
una dimensión superior, donde nuestro sistema perceptivo es incompetente?
Conocemos
la experiencia de muchos santos que, pese a estas ineptitudes viven
experiencias “especiales”, y les es dado entrar en contacto con esas
“dimensiones” superiores. De estas “excepciones” podemos sacar una primera
conclusión: ¡no hemos perdido la esperanza”, no estamos desauciados, !Dios no
ha cerrado definitivamente las compuertas!, sigue habiendo ventanales
transdimensionales por los que el ser humano sigue pudiendo contactar y
acercarse a Dios, que sigue bajando a tomar el viento fresco de los atardeceres
(y, no es porque Dios sufra de calores, sino es porque –como el Padre salía a
mirar todas las tardes si el hijo prodigo estaba de regreso- así también, Dios-Padre
baja frecuente y asiduo a ver cuál de nosotros ha decidido treparse al sicomoro
(alusión que hacemos hacia el Evangelio del Domingo próximo) a verLo pasar a
Él.
¿Cómo
se da esta dialéctica horizontal de la oracionalidad? Se da en la dialéctica
entre humillarse y ensalzarse. Humillarse es caer besando el humus
(viene del latín clásico y significaba el suelo, la tierra, de allí deriva la
palabra humillación), es tocar con nuestro rostro el suelo, es estar expuesto,
mostrarse débil, hacer que cualquiera pueda pasar por encima, permitir que si
alguien lo quiere, nos pisotee. En cambio, ensalzarse está relacionado con
arriba, normalmente se le traduce por “enaltecerse” que significa nada más ni
nada menos que ponerse en lo alto. Valga anotar que la palabra humano significa
precisamente que pertenece a la tierra.
La
perícopa evangélica juega con esta dialéctica: ταπεινωθήσεται/ ὑψωθήσεται a sí
mismo se engrandece/será humillado; el que se humilla será engrandecido.
De hecho ὑψῶν es el verbo exaltar en griego, exaltar
significa sacar de abajo para llevarlo arriba. Es una dialéctica paradojal en
dos sentidos:
a)
Abajar/exaltar están –según lo espacial- en un eje
vertical; pero según nuestra clasificación pertenecen al eje horizontal.
b)
Además, también es paradojal porque quien pretende
alcanzar lo de arriba cae directamente abajo; mientras que el que quiere ir
abajo, ese recibirá como premio el ir hacia arriba.
¿Por
qué lo ponemos en el eje horizontal? Porque no se refiere a lo que pasa entre
Dios y el hombre, sino a lo que pasa entre seres humanos. Cuando nos
presentamos a orar nos presentamos desde nuestra esfera relacional, no somos
individuos (con su flamante egoísmo a flor de piel), nos presentamos como “uno-del-pueblo”,
estamos ante Dios como “hermanos” de todos nuestros “prójimos”, como células de
los órganos del Cuerpo de Cristo. Dios no nos mira aislados en un nicho de
soledad, en un cenobio de soledad aislante, cuando oramos nunca somos
individuos, ante sus Divinos Ojos siempre somos comunidad. «La oración del que
no es humilde es una separación luciferina que aparta del Padre y de los
hermanos: es el mayor trastorno… El que se siente superior al otro mientras
hace oración siempre está lejos de Dios, que se hizo el más pequeño de todos.»[1]
Volvamos
sobre esa categoría que atrae las simpatías del Dios: El humilde: Examinemos un
aspecto del eje vertical que es paradojal. Lo tomamos de la Primera Lectura:
Dios es un Juez Justo (no como el juez “injusto” de la semana pasada que “ni
teme a Dios ni respetaba los hombres”. Lo paradojal estriba en que se espera
que un juez justo no tome partido sino que permanezca imparcial. Pese a ello,
el Juez Justo toma partido, inclina la balanza hacia un lado: toma partido por
el pobre, de manera manifiesta, el Señor asume una opción preferencial por el
desvalido. Se pone de parte del oprimido, se hace defensor de la viuda y asume
al huérfano como Padre que adopta, que apadrina.
El
Salmo añade que atiende al Justo, combatiendo las congojas que los cercan. El
Señor vela y “levanta” (otra vez el concepto arriba/abajo).
Todas
estas imágenes topológicas remiten a la idea de Cielo, arriba/ infiernos (ínferos),
abajo. Pero sólo son un apoyo mental para entender la diferencia de resultados,
las políticas divinas frente a la actuación humana. Para entender la analogía
arriba/abajo, no-justificado/justificado, se da como un recurso pedagógico para
distinguir, para comprender. ¡No tiene nada que ver con ubicación espacial! Si
volvemos a concentrarnos en el Evangelio nos encontramos con el publicano y el
fariseo: «En realidad el fariseo está concentrado solamente en sí mismo… Dios
es solamente una ocasión para hablar de sí mismo, y la autolatría, arrogante y
presuntuosa, se convierte en desprecio a los demás.»[2]
Antes
de postrarnos(abajarnos) para presentarnos a Dios en oración, tenemos que
posicionarnos frente a la unidad que es la vida y la oración, porque al orar
presentamos no solamente ese momento, sino que Dios -que está en la Eternidad-
nos mira desde el Eterno, viendo, junto con nuestra plegaria, nuestro modo de
asumir la fraternidad. La oración está enmarcada en el contexto de nuestro
estilo de vida, fraterna o no. ¿Seré como el hermano del hijo prodigo que lo
rechazo y lo juzga, incapaz de ver en él a mi hermano, refiriéndome a él como “ese
hijo tuyo”? Pues “ese hijo tuyo” gracias
a la Misericordia del Señor, ese será justificado(recibirá anillo, sandalias y
banquete), en cambio, yo no “bajaré” a casa justificado, pues he sido incapaz
de ser como mi Padre, Misericordioso al concederle el beneficio de percibirlo
con la compasiva mirada del perdón, de la acogida, de la projimidad de los que
también somos “caídos” pero que fuimos levantados por la gracia de su
Preciosísima Sangre.
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