INVITACIÓN A SER CO-CORPOREOS
Mi 5,1-4; Sal 79, 2ac
y 3c. 15-16. 18-19; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-44
No
es, por ello, ninguna metáfora escribir que “todos nacimos en Belén”, que todos
“seguimos naciendo en Belén”. El don de Dios que fue la entrega de su Hijo es
el mayor regalo que jamás han hecho a la humanidad.
José
Luis Martín Descalzo
La
Basílica de la Natividad en Belén sólo tiene una puerta de entrada, y es tan
baja que no se puede pasar por ella más que inclinándose profundamente.
Raniero
Cantalamessa
Jesús es el Señor de la historia, no
es Dios aparecido por arte de birlibirloque, sino un Dios Misericordioso que
abre la puerta del Kairós para pasar de la dimensión de lo eterno a la
temporalidad; para “nacer” en unas coordenadas precisas, definidas,
determinadas. Pero esas coordenadas, espacio temporales, no son arbitrarias,
han sido cuidadosamente escogidas para “revelarnos” de Quien se trata, cómo se
da Su relación con nosotros, y cuál es Su propuesta.
Miqueas
precisa que se trata de Belén Efratá, localidad cuya mención nos manifiesta una
continuidad Davídica, conforme lo dice el profeta, “renuevo de una estirpe que
se remonta a antiguos tiempos”, (su origen es antiguo, de tiempo inmemorial).
No es una gran población, mucho menos una majestuosa ciudad, por el contrario
es “pequeña”. Y –pese a ello- Dios quiere, según lo manifiesta, por boca del
profeta, que de allí “salga el que ha de ser jefe de Israel”. ¿Cómo ejerce la
jefatura? Nos “apacentará en el nombre glorioso del Señor su Dios”. O sea, que
su jefatura consiste en “pastorearnos”, llevarnos a pacer (pascere = pastar), a nutrirnos con alimento, no sólo
material sino también espiritual. Y, cuando uno se encuentra “bien alimentado”,
está en calma, está tranquilo, lo cual acarrea una consecuencia: “Con Él vendrá
la paz”.
«
¿No debería ser, entonces, Navidad la gran fiesta de la humanidad? En Belén
hubo “un incremento del ser”, un crecimiento que ya nunca concluirá hasta el
fin de los tiempos. “Cuando Cristo apareció en brazos de su Madre, acababa de
revolucionar el mundo” ha escrito Teilhard.»[1] Se debe insistir, no sólo
que se trata de la cuna de David, sino –aún más- enfatizar su “pequeñez” que la
lleva hasta la insignificancia, lo que conduce a desdeñarla. Pero ahí
desciframos una poderosa clave del lenguaje de Dios, y es que Él
permanentemente se vale de lo pequeño para abajar la altanería de los
soberbios.
¿Qué
significa nacer? Toda la gestación es un proceso, que culmina con el
nacimiento, por medio del cual adquirimos un “cuerpo”. Dios nos “articula”, nos
junta, reúne las partes constitutivas de nuestro cuerpo. Nosotros, a medida que
nos familiarizamos con ese “instrumento” llegamos a una compenetración con él,
que lo identifica con la integridad de nuestra persona. Así, no somos una
dualidad cuerpo y alma, sino una unidad. «Si nuestro cuerpo está llamado a ser
espiritual, ¿no deberá ser su historia la de la alianza entre cuerpo y espíritu?
De hecho, lejos de oponerse al espíritu, el cuerpo es el lugar donde el
espíritu puede habitar.»[2] Si entregamos nuestro
cuerpo, nos estamos entregando enteramente puesto que es lo único que poseemos
y no podemos entregar su “materialidad” exceptuando su espiritualidad. Siendo
así, asimilamos el sentido de la alocución “entregó su espíritu” (Jn 19, 30),
porque al dar la vida no se da sólo el cuerpo. σῶμα δὲ κατηρτίσω
μοι· “Me formaste un
cuerpo” y ese cuerpo que Cristo recibió es la hostia sacrificial que sustituye las víctimas del
Antiguo Testamento; es la Oblación Perfecta de la Nueva Alianza.
Por
eso hemos dicho que el nacimiento de Jesús contiene de forma embrionaria la
consecutividad salvífica de Nacimiento, Donación voluntaria, Muerte,
Resurrección, y Exaltación Triunfal (la Exaltación Victoriosa empieza con la Resurrección
y alcanzará su apogeo con la Parusía). Tengamos, aquí, en cuenta que la palabra
Belén proviene de “Bet Léḥem” que significa “casa de pan”, y el Cuerpo que ha
recibido Jesús, es –si se nos permite- algo así como una Panadería Universal. Por
eso, durante el rito consagratorio, el sacerdote hace suyas la palabras del
propio Jesús: “TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO…” reviviendo
el momento de la Última Cena cuando Jesús previendo la cercanía de su
glorificación se donó, constituyéndose en víctima propiciatoria.
Aún hay que decir más,
Κατηρτίσω es el verbo
formar, armar, confeccionar, juntar. Κατηρτίσω un
cuerpo es articular, reunir los miembros o partes constitutivas. Les proponemos
añadir a este significado de Κατηρτίσω, el otro significado de
σῶμα que se ha usado para significar “el cuerpo místico de Cristo”.
No sólo le dio su cuerpo individual-personal, sino que también le articuló un
pueblo, los diversos miembros de la comunidad de los que en Él han creído
durante todas las edades. «…
con la Encarnación, con la Venida de Cristo. Dios asumió el cuerpo, se reveló
en él… el movimiento humilde de Dios que se abaja hacia el cuerpo, para después
elevarlo hacia sí. Como Hijo recibió el cuerpo filial en la gratitud y en la
escucha del Padre y entregó este cuerpo por nosotros, para engendrar así el
cuerpo nuevo de la Iglesia.»[3]
Al comulgar salen del Copón los Axones y, los
comulgantes –sedientos de Dios- como dendritas se extienden enlazándose en
sinapsis. Esta no es una conexión provisional, es una comunicación que dura
todo cuanto dure el afecto del Comulgante, pese a lo cual, sus efectos sacramentales
obran –muy a pesar- del “olvido” o la “indiferencia” del comulgante. El mensaje
‘bioquímico’ (mensaje de Caridad y Misericordia) –en este caso- es “puro Espíritu”.
Nuestro artículo anterior trataba de retratar
el fenómeno de júbilo que nos embarga por la venida de Nuestro Señor, hecho
Niño. El Evangelio de este IV Domingo de Adviento, retoma ese jolgorio en el
corazón de María, de Santa Isabel y de san Juan bautista. «¿Cómo vivió María
esos nueve meses de embarazo de su Hijo? ¿No se hizo su ser una fiesta gozosa,
un rio caudaloso de aguas puras? Joven y madre, ella fue la mujer feliz y
dichosa porque creyó. Y comunica esa fiesta a su prima Isabel y el niño Juan en
su vientre, salta de júbilo. Isabel desborda de Espíritu Santo. Y María canta las
grandezas del Señor porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
haciendo en ella maravillas. El gozo íntimo, la alegría profunda, tienen un
espacio: el corazón humilde y limpio. Y el servicio que presta a su prima
Isabel es irradiación de esa fiesta interior de su corazón de madre y virgen.»[4]
Resonemos que Dios anunció desde el mismo
momento en que Adán y Eva pecaron un Redentor. Así que desde el principio ya
había trazado un plan salvífico. Los seres humanos no son “peones” del ajedrez
divino; son llamados al plan de Dios pero respetándoles el albedrio. Sin
embargo, como se suele decir en la cultura hebrea, la imposición del nombre es
un acto de tipo profético porque anticipa el ser de la persona, su misión, la
tarea central de su existencia.
Mirando los nombres en la perícopa lucana de
este Domingo encontramos a) Jesús El que preserva, El que ayuda, El Salvador; «El nombre
de Jesús contiene de manera escondida el tetragrama (JHWH) el nombre misterioso
del Horeb, ampliado hasta la afirmación: Dios salva. El nombre del Sinaí, que
había quedado como quien dice incompleto, es pronunciado hasta el fondo. El
Dios que es, es el Dios presente y salvador. La revelación del nombre de
Dios, iniciada en la zarza ardiente, es llevada a su cumplimiento en Jesús (Cf.
Jn 17, 26).»[5] b) María, Elegida, Amada de Dios; Tratemos de
explorar lo recóndito en el nombre de María: María significa la Nueva Mujer, el
modelo dado en la Nueva Alianza, la Elegida, porque tiene fe, la que vive
coherentemente el Evangelio, Mujer sensible, la que siempre cuida, vela, ve las
necesidades, acude a solventarlas, la que sirve. Y, eso es lo que nos señala la
perícopa Evangélica de este Domingo. Reiteremos: María significa Llena de
Gracia, Llena del Espíritu Santo, Mujer del “Si” -por lo tanto- dócil, abierta
y disponible a las mociones del Paráclito, “Sierva del Señor”, mujer servicial.
«"Por medio de María Dios se hizo carne; entró a formar parte de un
pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del
cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se
transforma en ideología, en racionalismo espiritualista". (Puebla #301)» Ella
también se hace Cuerpo Místico universalizando su maternidad: «… “dedicarse”
por toda la eternidad a ser madre de los hombres. María no se jubiló de la
maternidad. Sigue engendrando, engendrándonos. Ejerce de madre, tal vez porque
es lo único -¡lo único!- que sabe hacer. ¡y qué bien lo hace! ¿Por qué entonces
le pedimos que vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos cuando sabemos
que no tiene ojos sino para nosotros, madre, madre nuestra?»[6] c) Isabel que ama a Dios, Aquella que es
ayudada por Dios. d) Juan, el que es fiel a
Dios. Así el nombre alude al ser y el ser es la esencia y/o la naturaleza;
el ser es el fundamento último y la categoría
suprema de la realidad; también puede ser una realidad individual a la que
llamamos ente (cosa, física o no), cuando hablamos del ser nos estamos
refiriendo a su vida, o sea al ente (creado o no) y dotado de vida, a su
existencia, -también- a la causa de lo que se expresa.
Insistimos
en la acogida a la Voluntad Divina. El Plan Divino no nos fuerza ni nos
encadena en forma alguna. Nuestra libertad es inalienable. Y, sin embargo, Dios
escribe recto pese a encontrarse frecuentemente con renglones torcidos. Por
otra parte el modelo que nos ofrece la Virgen es el de ser dóciles, disponibles
abiertos a la propuesta Divina, adecuada al servicio que de uno se pudiera
esperar. Y eso nos lleva una vez más a la Segunda Lectura, donde leemos la
consigna: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad” y, en este caso es el
propio Jesucristo quien se ofrece obediente al Padre (cfr. Hb 10, 9b). ¿Qué
ofrece? Él no ofrece una parte suya, se ofrece en la Totalidad de su Ser. La
oblación de su Cuerpo, ¡su Cuerpo y su sangre! Nuestra Comunión.
[1]
Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed Planeta Barcelona-España. 1998
p. 90
[2]
Benedicto XVI. EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Ed. Librería
editrice vaticana. Romana Madrid-España 2012. p. 23.
[3]
Ibid, p. 26
[4]
Mazariegos, Emilio L. ESTALLIDOS DE GOZO Y ALEGRÍA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. p. 117.
[5] Benedicto
XVI, LA INFANCIA DE JESÚS Ed. Planeta Bogotá-Colombia 2012, p. 37
[6]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed Sígueme. S.A.
Salamanca-España. 2000 p. 210
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