sábado, 12 de diciembre de 2015

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO


Sof 3,14-18; Sal Is 12, 2-6; Filip 4, 4-7; Lc 3,10-18


…nada de sonrisas para anuncio de pasta de dientes, eso no vale, que nos salga de dentro, que se vea que tenemos algo y ese algo es lo que queremos comunicar a todos.

Carlos G. Vallés, s.j.

El martes pasado, 8 de Diciembre, hemos visto al Papa Francisco abrir la Santa Puerta, del Año Jubilar, en la Basílica de San Pedro. Con este signo se dio inició al Año de Gracia que tiene por lema: “Misericordiosos como el Padre”. Y, nos preguntamos ¿Cómo es el Padre? Vamos a buscar la respuesta en la Bula con la que el Papa anunció su voluntad de consagrar el año 2016 a un jubileo extraordinario consagrado a la eterna Misericordia del Padre. Dirijámonos al numeral 9, donde leemos: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona.” Queremos invitarlos a notar cómo establece aquí, nuestro hermoso y amado Papa, un nexo entre dos factores que definen el polo de la Misericordia Divina: Entre la alegría y el perdón. Aquí –nosotros entendemos- Misericordia es, simultáneamente, alegría y perdón.


Eso fue el martes pasado, y hoy, nos encontramos en Domingo de Gaudete donde, haciendo un alto en el ritual penitencial nos regocijamos porque Jesús está aquí no más. Y es que la natividad contiene en germen tres elementos graduales: Muerte, Resurrección y Parusía (o sea Venida Gloriosa). La Natividad es la forma más acabada del “ya, pero todavía no”, presencia e inmanencia. Esa alegría del Padre está presente en toda la liturgia, desde el mismo introito tomado de Filipenses (antífona de entrada): “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca”. En la Primera Lectura se lee: “Cante, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén”; y así, sucesivamente. ¡Releámoslas, saboreémoslas!

«Pues bien… ¡al grano! Había una vez un tipo raro llamado Juan, hijo de Zacarías e Isabel, domiciliado en Ain-Karin, no lejos de Jerusalén. Dicen las lenguas del pueblo que su nacimiento fue especial y que fue bautizado en el seno de su madre con el Espíritu de Alegría.»[1] Tomemos la palabra “Aleluya” que es una invitación a loar al Señor YHWH, la tenemos como la palabra que traduce la mayor alegría en alabar a Dios. Por otra parte, como uno de los sinónimos de la alegría nos topamos con la palabra júbilo (pariente muy cercana de Jubileo) que está relacionado con la palabra Yobel que es un cuerno de carnero que se usaba a manera de trompeta para anunciar el año jubilar, (un año lleno de júbilo). Y, ¿en qué consiste el año jubilar? Para dar una respuesta vayamos al capítulo 25 del Levítico, versos  1-16:


“El Señor se dirigió a Moisés en el monte de Sinaí, y le dijo: Di a los israelitas lo siguiente: Cuando ustedes hayan  entrado en la tierra que les voy a dar, la tierra deberá tener reposo en honor del Señor. Podrán sembrar sus campos durante seis años. También durante seis años podrán podar su viñedo y recoger sus frutos; pero el séptimo año será de completo שַׁבָּת֖וֹן reposo de la tierra en honor al Señor; no siembren ese año sus campos ni poden sus viñedos. Tampoco corten el trigo que nazca por sí mismo después de la última cosecha, ni recojan las uvas de su viñedo no podado; la tierra debe tener reposo completo. Lo que la tierra produzca por sí misma durante su reposo  alcanzará para que coman ustedes sus siervos y sus siervas y los trabajadores y extranjeros que vivan con ustedes y sus ganados y los animales feroces del país. Todo lo que la tierra produzca les servirá de alimento.

Deben contar siete semanas de años, es decir, siete años multiplicados por siete, lo cual dará un total de cuarenta y nueve años y el día diez del mes séptimo, que es el día del perdón harán sonar שׁוֹפָר [shofar] el cuerno de carnero en todo el país. El año cincuenta lo declararán ustedes יוֹבֵל [yobel] año santo (jubileo): será un año de liberación y en él anunciaran libertad para todos los habitantes del país. Todo hombre volverá el seno de su familia y a la posesión de sus tierras, a su propio clan (comunidad). El año cincuenta será  para ustedes año de liberación y en él no deberán sembrar ni  cortar el trigo que nazca por sí mismo, ni podar los viñedos, ni recoger  sus uvas, porque es un año santo y de liberación para ustedes. Comerán sólo lo que la tierra produzca por sí misma.

En este año de liberación todos ustedes volverán a tomar posesión de sus tierras. Si alguien vende o compra a otra persona algún terreno, no trate de aprovecharse de ella, el que compra debe pagar según el tiempo transcurrido desde el año de liberación, y el que vende debe cobrar según los años de cosecha que aún falten: cuantos más años de cosecha falten, mayor será el precio, si quedan pocos años, el precio será menor, pues lo que se vende es el número de cosechas”.

Enumeremos entonces los rasgos bíblicos de un año jubilar:
a)    Es un año de liberación, con libertad para todos los habitantes del país.
b)    Quienes hubieran caído en la esclavitud regresarían de ella al seno de la familia. ¿Les parece poco motivo de alegría?
c)    Recuperará los derechos sobre sus tierras
d)    La tierra también descansará (gozará de su libertad), no se cultivará nada en ella.
e)    La tierra no es vendible, su único propietario es el Señor, nosotros lo que negociamos son “las cosechas”.


Alegría como para “saltar en una pata”.

Una vez más queremos enfatizar, como se ve en esta continuidad escatológica –que venimos refrendando desde el Año Viejo Litúrgico, en la festividad de Cristo Rey y durante estos Domingos anteriores de Adviento- que enhebra perfectamente con todo el Primer Testamento.[2] Se plantea una justicia a construir, Jesús nos la propondrá en toda su extensión; pero no es algo rotundamente nuevo y diferente, ya lo comentábamos en nuestro artículo anterior, cuando nos pronunciábamos a favor de un diagnóstico de continuidad. Hoy saboreamos la continuidad de la esperanza, de la alegría por un Dios que práctica a todo lo ancho y profundo la Misericordia, Dios, Nuestro Señor, un Dios que promete y cumple, Dios que está próximo, al alcance de la mano.

Hacemos descollar  unos -como rieles- que empalman el Primer Testamento[3] con el Nuevo, Juan el Bautista nos da estas pautas:
a)    Compartir
b)    Justicia
c)    No ambición, sino renuncia y austeridad[4].

Tomemos las citas:

a)    «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.»
b)    «No exijáis más de lo que os está fijado. «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas…»
c)    «y contentaos con vuestra paga.»

Pero lo más sugestivo es la pregunta que sus escuchas le formulan: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»


Esta pregunta nos dice, por lo menos, cuatro cosas: 1) La gente respeta la autoridad de Juan el Bautista, lo tiene en alta estima y reconoce que su boca es boca de profeta; 2) Si preguntan por lo que deben hacer es porque han alcanzado la comprensión de que no están dando en el blanco (o sea, que están en pecado) por eso la pregunta equivale a ¿cómo podemos salir de esta situación; 3) Pero también se reconoce la necesidad de que Dios mismo inspire la “corrección”, uno solo, por sus propios medios, no alcanzará esta “verdad espiritual” 4) finalmente, lo esencial para cambiar: ¡Querer cambiar! ¡Querer salir de la situación de falta! ¡Ansia de “conversión”!

Para alcanzar esta “metanoia” queremos rescatar algunos puntos clave que nos da el Papa Francisco en su Evangelii Gaudium: 

a)       2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
b)       3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor»… Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría…
c)       6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
d)       7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría»
e)       «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás» Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»


Queremos plantear una palabra conclusiva: «los que hablan –y hacen bien- de (la justicia social) suelen olvidarse de que repartir gozosamente el pan es la segunda parte fundamental de la justicia. Y que predicar amargamente el necesario reparto de los bienes es olvidarse de repartir lo fundamental. El gozo de amarse»[5].







[1] Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTITOS. Ed. San Pablo. Bs As.-Argentina 2004 p. 49
[2] «hay que preparar los caminos del Señor, hay que rectificar las sendas (Mt 3,3). Y ¿quién va a ser el escogido para esta gran misión próxima, inminente? Juan el Bautista. Él va a ser el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento». Miranda, José Miguel. O.C.D.  TEMAS BÍBLICOS. Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios. Bogotá-Colombia 1988. p. 80
[3] “Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos.” EVANGELII GAUDIUM #4
[4] A este respecto los invitamos a mirar el #214 de la LAUDATO SI’ de S.S. Francisco
[5] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. CUADERNO DE APUNTES III 2da ed. Ediciones Sígueme S.A. Salamanca 2000. p. 135

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