Sof 3,14-18; Sal Is 12, 2-6;
Filip 4, 4-7; Lc 3,10-18
…nada de sonrisas
para anuncio de pasta de dientes, eso no vale, que nos salga de dentro, que se
vea que tenemos algo y ese algo es lo que queremos comunicar a todos.
Carlos G. Vallés,
s.j.
El
martes pasado, 8 de Diciembre, hemos visto al Papa Francisco abrir la Santa
Puerta, del Año Jubilar, en la Basílica de San Pedro. Con este signo se dio
inició al Año de Gracia que tiene por lema: “Misericordiosos como el Padre”. Y,
nos preguntamos ¿Cómo es el Padre? Vamos a buscar la respuesta en la Bula con
la que el Papa anunció su voluntad de consagrar el año 2016 a un jubileo
extraordinario consagrado a la eterna Misericordia del Padre. Dirijámonos al
numeral 9, donde leemos: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús
revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido
hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y
la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja
perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc
15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría,
sobre todo cuando perdona.” Queremos invitarlos a notar cómo establece aquí,
nuestro hermoso y amado Papa, un nexo entre dos factores que definen el polo de
la Misericordia Divina: Entre la alegría y el perdón. Aquí –nosotros
entendemos- Misericordia es, simultáneamente, alegría y perdón.
Eso
fue el martes pasado, y hoy, nos encontramos en Domingo de Gaudete donde,
haciendo un alto en el ritual penitencial nos regocijamos porque Jesús
está aquí no más. Y es que la natividad contiene en germen tres elementos
graduales: Muerte, Resurrección y Parusía (o sea Venida Gloriosa). La Natividad
es la forma más acabada del “ya, pero todavía no”, presencia e inmanencia. Esa
alegría del Padre está presente en toda la liturgia, desde el mismo introito
tomado de Filipenses (antífona de entrada): “Estén siempre alegres en el Señor;
se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca”. En la Primera Lectura se
lee: “Cante, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de
todo corazón, Jerusalén”; y así, sucesivamente. ¡Releámoslas, saboreémoslas!
«Pues
bien… ¡al grano! Había una vez un tipo raro llamado Juan, hijo de Zacarías e
Isabel, domiciliado en Ain-Karin, no lejos de Jerusalén. Dicen las lenguas del
pueblo que su nacimiento fue especial y que fue bautizado en el seno de su
madre con el Espíritu de Alegría.»[1] Tomemos la palabra
“Aleluya” que es una invitación a loar al Señor YHWH, la tenemos como la
palabra que traduce la mayor alegría en alabar a Dios. Por otra parte,
como uno de los sinónimos de la alegría nos topamos con la palabra júbilo
(pariente muy cercana de Jubileo) que está relacionado con la palabra Yobel que
es un cuerno de carnero que se usaba a manera de trompeta para anunciar el año
jubilar, (un año lleno de júbilo). Y, ¿en qué consiste el año jubilar? Para dar
una respuesta vayamos al capítulo 25 del Levítico, versos 1-16:
“El
Señor se dirigió a Moisés en el monte de Sinaí, y le dijo: Di a los israelitas
lo siguiente: Cuando ustedes hayan
entrado en la tierra que les voy a dar, la tierra deberá tener reposo en
honor del Señor. Podrán sembrar sus campos durante seis años. También durante
seis años podrán podar su viñedo y recoger sus frutos; pero el séptimo año será
de completo שַׁבָּת֖וֹן reposo
de la tierra en honor al Señor; no siembren ese año sus campos ni poden sus
viñedos. Tampoco corten el trigo que nazca por sí mismo después de la última
cosecha, ni recojan las uvas de su viñedo no podado; la tierra debe tener
reposo completo. Lo que la tierra produzca por sí misma durante su reposo alcanzará para que coman ustedes sus siervos y
sus siervas y los trabajadores y extranjeros que vivan con ustedes y sus
ganados y los animales feroces del país. Todo lo que la tierra produzca les
servirá de alimento.
Deben
contar siete semanas de años, es decir, siete años multiplicados por siete, lo
cual dará un total de cuarenta y nueve años y el día diez del mes séptimo, que
es el día del perdón harán sonar שׁוֹפָר [shofar] el cuerno de
carnero en todo el país. El año cincuenta lo declararán ustedes יוֹבֵל [yobel]
año santo (jubileo): será un año de liberación y en él anunciaran libertad para
todos los habitantes del país. Todo hombre volverá el seno de su familia y a la
posesión de sus tierras, a su propio clan (comunidad). El año cincuenta
será para ustedes año de liberación y en
él no deberán sembrar ni cortar el trigo
que nazca por sí mismo, ni podar los viñedos, ni recoger sus uvas, porque es un año santo y de
liberación para ustedes. Comerán sólo lo que la tierra produzca por sí misma.
En
este año de liberación todos ustedes volverán a tomar posesión de sus tierras.
Si alguien vende o compra a otra persona algún terreno, no trate de
aprovecharse de ella, el que compra debe pagar según el tiempo transcurrido
desde el año de liberación, y el que vende debe cobrar según los años de
cosecha que aún falten: cuantos más años de cosecha falten, mayor será el
precio, si quedan pocos años, el precio será menor, pues lo que se vende es el
número de cosechas”.
Enumeremos
entonces los rasgos bíblicos de un año jubilar:
a) Es un año de liberación,
con libertad para todos los habitantes del país.
b) Quienes hubieran
caído en la esclavitud regresarían de ella al seno de la familia. ¿Les parece
poco motivo de alegría?
c) Recuperará los
derechos sobre sus tierras
d) La tierra también
descansará (gozará de su libertad), no se cultivará nada en ella.
e) La tierra no es
vendible, su único propietario es el Señor, nosotros lo que negociamos son “las
cosechas”.
Alegría
como para “saltar en una pata”.
Una
vez más queremos enfatizar, como se ve en esta continuidad escatológica –que
venimos refrendando desde el Año Viejo Litúrgico, en la festividad de Cristo
Rey y durante estos Domingos anteriores de Adviento- que enhebra perfectamente
con todo el Primer Testamento.[2] Se plantea una justicia a
construir, Jesús nos la propondrá en toda su extensión; pero no es algo
rotundamente nuevo y diferente, ya lo comentábamos en nuestro artículo
anterior, cuando nos pronunciábamos a favor de un diagnóstico de continuidad.
Hoy saboreamos la continuidad de la esperanza, de la alegría por un Dios que
práctica a todo lo ancho y profundo la Misericordia, Dios, Nuestro Señor, un
Dios que promete y cumple, Dios que está próximo, al alcance de la mano.
Hacemos
descollar unos -como rieles- que
empalman el Primer Testamento[3] con el Nuevo, Juan el
Bautista nos da estas pautas:
a) Compartir
b) Justicia
c) No ambición, sino
renuncia y austeridad[4].
Tomemos
las citas:
a) «El que tenga dos
túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga
lo mismo.»
b) «No exijáis más
de lo que os está fijado. «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias
falsas…»
c) «y contentaos con
vuestra paga.»
Pero
lo más sugestivo es la pregunta que sus escuchas le formulan: «Maestro, ¿qué
debemos hacer?»
Esta
pregunta nos dice, por lo menos, cuatro cosas: 1) La gente respeta la autoridad
de Juan el Bautista, lo tiene en alta estima y reconoce que su boca es boca de
profeta; 2) Si preguntan por lo que deben hacer es porque han alcanzado la
comprensión de que no están dando en el blanco (o sea, que están en pecado) por
eso la pregunta equivale a ¿cómo podemos salir de esta situación; 3) Pero
también se reconoce la necesidad de que Dios mismo inspire la “corrección”, uno
solo, por sus propios medios, no alcanzará esta “verdad espiritual” 4)
finalmente, lo esencial para cambiar: ¡Querer cambiar! ¡Querer salir de la
situación de falta! ¡Ansia de “conversión”!
Para
alcanzar esta “metanoia” queremos rescatar algunos puntos clave que nos da el
Papa Francisco en su Evangelii Gaudium:
a)
2. El gran
riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
b)
3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en
que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o,
al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada
día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no
es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor»…
Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca
nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría…
c)
6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma
sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas
las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la
certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
d)
7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas
y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea
posible la alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha
logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil
engendrar la alegría»
e)
«La vida se acrecienta dándola y se debilita en el
aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los
que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar
vida a los demás» Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace
más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización
personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se
alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es
en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener
permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce
y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre
lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces
con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores
tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del
Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo»
Queremos plantear una palabra conclusiva: «los
que hablan –y hacen bien- de (la justicia social) suelen olvidarse de que
repartir gozosamente el pan es la segunda parte fundamental de la justicia. Y que
predicar amargamente el necesario reparto de los bienes es olvidarse de
repartir lo fundamental. El gozo de amarse»[5].
[1]
Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTITOS. Ed. San Pablo. Bs As.-Argentina 2004
p. 49
[2]
«hay que preparar los caminos del Señor, hay que rectificar las sendas (Mt
3,3). Y ¿quién va a ser el escogido para esta gran misión próxima, inminente?
Juan el Bautista. Él va a ser el puente entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento». Miranda, José Miguel. O.C.D.
TEMAS BÍBLICOS. Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios. Bogotá-Colombia
1988. p. 80
[3] “Los
libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación,
que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos.” EVANGELII GAUDIUM #4
[4] A
este respecto los invitamos a mirar el #214 de la LAUDATO SI’ de S.S. Francisco
[5]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. CUADERNO DE APUNTES III 2da
ed. Ediciones Sígueme S.A. Salamanca 2000. p. 135
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