sábado, 16 de mayo de 2015

ENTRONIZACIÓN DEL REY


Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3.6-7.8-9; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20

La “ascensión” no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.
Benedicto XVI

Siempre que viajamos al extranjero regresamos admirados o –por lo menos sorprendidos- por algún aspecto contrastante de su realidad, sus costumbres, sus edificaciones, su comportamiento sexual, la manera de llevar un noviazgo, los alimentos que consumen o las recetas que preparan, sus atuendos, sus hábitos de higiene personal, y así podríamos continuar la lista de los posibles aspectos que nos embelesan.

Para el pueblo de Israel la experiencia de haber sido llevados en cautiverio a Babilonia fue desconcertante. Tantas cosas discordantes o –por lo menos- diferentes. Para aquellas sociedades donde los dioses y el culto que se les brindaba diferían tanto, hubo imágenes sobre-impactantes, desconcertantes, increíbles.

Nunca se pudo borrar de su memoria que sus dioses debían contender anualmente para demostrar su superioridad y tenían que enfrentar al dragón que personificaba la maldad y derrotarlo para demostrar que eran dignos de recibir culto por otro año consecutivo. Su victoria en el rito que mimaba el combate, era celebrada con una procesión, con ribetes de desfile, marcha triunfal como la de los militares vencedores.


Llegados a este punto quisiéramos (desde esa perspectiva) examinar el salmo 47(46) que lleva por título “Dios es el Rey de toda la tierra”:

1(2) Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; 2(3) porque el Señor, el Altísimo, es terrible, es el gran Rey de toda la tierra. 3(4) destrozó pueblos y naciones y los sometió bajo nuestro yugo, y a las naciones bajo nuestros pies; 4(5) él escogió para nosotros una herencia, que es orgullo de Jacob, a quien amó.

5(6) Dios el Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas.
6(7) ¡Canten, canten un poema a nuestro Dios, porque Él es el Rey de toda la tierra: 7(8) el Señor es el Rey delas naciones, cántenle un hermoso himno.

8(9) El Señor reina sobre las naciones, Dios está sentado en su trono sagrado. 9(10a) Los nobles de los pueblos se unen al pueblo del Dios de Abraham, 10(10b) pues del Señor son los poderosos de la tierra, y Él está por encima de todo.


En estos desfiles se pasa revista a los “ejércitos” (el Señor es el Dios de los Ejércitos); a esto corresponde en la liturgia las letanías. Son en ellas donde el Señor “pasa revista” a sus huestes:

-Santa María,
-Santa Madre de Dios,
-Santa Virgen de las vírgenes,
-San Miguel,
-San Gabriel,
-San Rafael,
-Todos los santos ángeles y arcángeles,
-Todos los santos coros de los espíritus bienaventurados
-San Juan Bautista,
-San José,
-Todos los santos patriarcas y profetas,
-San Pedro,
-San Pablo,
-San Andrés,
-San Juan,
-Santo Tomás,
-Santiago,
-San Felipe,
-San Bartolomé,
-San Mateo,
-San Simón,
-San Tadeo,
-San Matías,
-San Bernabé,
-San Lucas,
-San Marcos,
-Todos los Santos apóstoles y evangelistas,
-Todos los Santos discípulos del Señor,
-Todos los Santos inocentes,
-San Esteban,
-San Lorenzo,
-San Vicente,
-San Fabián y San Sebastián,
-San Juan y San Pablo,
-San Cosme y San Damián,
-San Gervasio y San Protasio,
-Todos los santos mártires,
-San Silvestre,
-San Gregorio,
-San Ambrosio,
-San Agustín,
-San Jerónimo,
-San Martín,
-San Nicolás,
-Todos los santos obispos y confesores,
-Todos los santos doctores,
-San Antonio,
-San Benito,
-San Bernardo,
-Santo Domingo,
-San Francisco,
-Todos los santos sacerdotes y levitas,
-Todos los santos monjes y ermitaños,
-Santa María Magdalena,
-Santa Agueda,
-Santa Lucía,
-Santa Inés,
-Santa Cecilia,
-Santa Catalina,
-Santa Anastasia,


Esta marcha-desfile va del punto de victoria hasta el “Palacio Real”; este “ascenso” (porque la plaza fuerte del “Soberano” por lo general estaba construido en un lugar prominente, para llegar allí había que subir), así que el desfile va acompañado de gritos, de aplausos, de trompetas (Banda de Guerra); y el sequito procesionante acompañaba en su “ascenso” al rey que iba hacia el Palacio donde estaba ubicado el Trono Real. Quien estaba sentado en el trono era por antonomasia el Rey, nadie más podía sentarse en él.


Jesús –que ha derrotado el mal, de una vez para siempre- asciende hacia su Trono; es bajo ese enfoque que debemos leer la Ascensión. Pero el Palacio de Jesús está en el Cielo, por eso su Ascensión tiene esa dirección, va a sentarse a la derecha de Dios Padre, y recordemos que «Estar “sentado a la derecha de Dios” significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio»[1]. Nuestra re-lectura no conduce a ver un ausentarse de Dios-Hijo que se va y nos abandona, sino un reconocimiento de su Realeza-Divina.


Para profundizar nuestra comprensión de este evento teológico tenemos que resaltar que su Presencia como Resucitado física percibible fue la oportunidad de probarnos y hacernos entender que Él está vivo cfr. (Hch. 1, 3b).

Este Rey, que va camino a su Trono, aprovecha la ocasión para dar a sus “súbditos” instrucciones. Y es una ocasión fundamental, porque lo que les manda es “Su Voluntad”, lo que les está confiando es la “misión” del que se haga su Discípulo.


Por qué es tan importante reconocer que la Ascensión no es una “partida”. Porque tenemos que reconocer que la afirmación de Jesús va en otra dirección, el Evangelio declara que Κυρίου συνεργοῦντος “el Señor actuaba con ellos”.

El Señor Asciende, o sea “es entronizado”, pero no se va, infunde a sus Discípulos su sinergia para que ellos se Cristifiquen y obren con sus manos, con su esfuerzo, con su “testimonio” la continuidad de lo que Él, Jesús, vino a construir en la tierra: El reinado de Dios (para que sea “así en la tierra como en el Cielo”).

Está Misión-del-Discipulado está excelentemente expresada en las palabras de la Carta a los Efesios que leemos hoy como Segunda Lectura: οἰκοδομὴν τοῦ σώματος τοῦ Χριστοῦ “…desempeñando debidamente la tarea construyan el cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12b). Esto nos compete a todos los “seguidores” sea el carisma que sea el que hayamos recibido: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores o maestros, o cualquier otro.

Reconozcamos en Él a nuestro Rey y apliquémonos a ser fieles a la misión desempeñando debidamente la tarea encomendada. Ninguno como persona será Jesucristo, pero entre todos los  miembros de la comunidad creyente construiremos el Cuerpo Místico de Cristo.





[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET II PARTE. Ed. Planeta. Santafé de Bogotá-Colombia 2011. p. 328

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