Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3.6-7.8-9; Ef 1, 17-23; Mc 16,
15-20
La “ascensión” no es
un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los
discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.
Benedicto XVI
Siempre
que viajamos al extranjero regresamos admirados o –por lo menos sorprendidos-
por algún aspecto contrastante de su realidad, sus costumbres, sus
edificaciones, su comportamiento sexual, la manera de llevar un noviazgo, los
alimentos que consumen o las recetas que preparan, sus atuendos, sus hábitos de
higiene personal, y así podríamos continuar la lista de los posibles aspectos
que nos embelesan.
Para
el pueblo de Israel la experiencia de haber sido llevados en cautiverio a
Babilonia fue desconcertante. Tantas cosas discordantes o –por lo menos-
diferentes. Para aquellas sociedades donde los dioses y el culto que se les
brindaba diferían tanto, hubo imágenes sobre-impactantes, desconcertantes,
increíbles.
Nunca
se pudo borrar de su memoria que sus dioses debían contender anualmente para
demostrar su superioridad y tenían que enfrentar al dragón que personificaba la
maldad y derrotarlo para demostrar que eran dignos de recibir culto por otro
año consecutivo. Su victoria en el rito que mimaba el combate, era celebrada
con una procesión, con ribetes de desfile, marcha triunfal como la de los militares
vencedores.
Llegados a
este punto quisiéramos (desde esa perspectiva) examinar el salmo 47(46) que
lleva por título “Dios es el Rey de toda la tierra”:
1(2)
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; 2(3) porque
el Señor, el Altísimo, es terrible, es el gran Rey de toda la tierra. 3(4) destrozó
pueblos y naciones y los sometió bajo nuestro yugo, y a las naciones bajo
nuestros pies; 4(5) él escogió para nosotros una herencia, que es orgullo de
Jacob, a quien amó.
5(6)
Dios el Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas.
6(7)
¡Canten, canten un poema a nuestro Dios, porque Él es el Rey de toda la tierra:
7(8) el Señor es el Rey delas naciones, cántenle un hermoso himno.
8(9)
El Señor reina sobre las naciones, Dios está sentado en su trono sagrado. 9(10a)
Los nobles de los pueblos se unen al pueblo del Dios de Abraham, 10(10b) pues del
Señor son los poderosos de la tierra, y Él está por encima de todo.
En
estos desfiles se pasa revista a los “ejércitos” (el Señor es el Dios de los Ejércitos);
a esto corresponde en la liturgia las letanías. Son en ellas donde el Señor
“pasa revista” a sus huestes:
-Santa
María,
-Santa
Madre de Dios,
-Santa
Virgen de las vírgenes,
-San
Miguel,
-San
Gabriel,
-San
Rafael,
-Todos
los santos ángeles y arcángeles,
-Todos
los santos coros de los espíritus bienaventurados
-San
Juan Bautista,
-San
José,
-Todos
los santos patriarcas y profetas,
-San
Pedro,
-San
Pablo,
-San
Andrés,
-San
Juan,
-Santo
Tomás,
-Santiago,
-San
Felipe,
-San
Bartolomé,
-San
Mateo,
-San
Simón,
-San
Tadeo,
-San
Matías,
-San
Bernabé,
-San
Lucas,
-San
Marcos,
-Todos
los Santos apóstoles y evangelistas,
-Todos
los Santos discípulos del Señor,
-Todos
los Santos inocentes,
-San
Esteban,
-San
Lorenzo,
-San
Vicente,
-San
Fabián y San Sebastián,
-San
Juan y San Pablo,
-San
Cosme y San Damián,
-San
Gervasio y San Protasio,
-Todos
los santos mártires,
-San
Silvestre,
-San
Gregorio,
-San
Ambrosio,
-San
Agustín,
-San
Jerónimo,
-San
Martín,
-San
Nicolás,
-Todos
los santos obispos y confesores,
-Todos
los santos doctores,
-San
Antonio,
-San
Benito,
-San
Bernardo,
-Santo
Domingo,
-San
Francisco,
-Todos
los santos sacerdotes y levitas,
-Todos
los santos monjes y ermitaños,
-Santa
María Magdalena,
-Santa
Agueda,
-Santa
Lucía,
-Santa
Inés,
-Santa
Cecilia,
-Santa
Catalina,
-Santa
Anastasia,
Esta
marcha-desfile va del punto de victoria hasta el “Palacio Real”; este “ascenso”
(porque la plaza fuerte del “Soberano” por lo general estaba construido en un
lugar prominente, para llegar allí había que subir), así que el desfile va
acompañado de gritos, de aplausos, de trompetas (Banda de Guerra); y el sequito
procesionante acompañaba en su “ascenso” al rey que iba hacia el Palacio donde
estaba ubicado el Trono Real. Quien estaba sentado en el trono era por
antonomasia el Rey, nadie más podía sentarse en él.
Jesús
–que ha derrotado el mal, de una vez para siempre- asciende hacia su Trono; es
bajo ese enfoque que debemos leer la Ascensión. Pero el Palacio de Jesús está
en el Cielo, por eso su Ascensión tiene esa dirección, va a sentarse a la
derecha de Dios Padre, y recordemos que «Estar “sentado a la derecha de Dios”
significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio»[1]. Nuestra re-lectura no
conduce a ver un ausentarse de Dios-Hijo que se va y nos abandona, sino un
reconocimiento de su Realeza-Divina.
Para
profundizar nuestra comprensión de este evento teológico tenemos que resaltar
que su Presencia como Resucitado física percibible fue la oportunidad de
probarnos y hacernos entender que Él está vivo cfr. (Hch. 1, 3b).
Este
Rey, que va camino a su Trono, aprovecha la ocasión para dar a sus “súbditos”
instrucciones. Y es una ocasión fundamental, porque lo que les manda es “Su
Voluntad”, lo que les está confiando es la “misión” del que se haga su
Discípulo.
Por
qué es tan importante reconocer que la Ascensión no es una “partida”. Porque
tenemos que reconocer que la afirmación de Jesús va en otra dirección, el
Evangelio declara que Κυρίου συνεργοῦντος “el Señor actuaba con ellos”.
El
Señor Asciende, o sea “es entronizado”, pero no se va, infunde a sus Discípulos
su sinergia para que ellos se Cristifiquen y obren con sus manos, con su
esfuerzo, con su “testimonio” la continuidad de lo que Él, Jesús, vino a
construir en la tierra: El reinado de Dios (para que sea “así en la tierra como
en el Cielo”).
Está
Misión-del-Discipulado está excelentemente expresada en las palabras de la
Carta a los Efesios que leemos hoy como Segunda Lectura: οἰκοδομὴν
τοῦ σώματος τοῦ Χριστοῦ
“…desempeñando debidamente la tarea construyan el cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12b).
Esto nos compete a todos los “seguidores” sea el carisma que sea el que hayamos
recibido: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores o maestros, o
cualquier otro.
Reconozcamos
en Él a nuestro Rey y apliquémonos a ser fieles a la misión desempeñando
debidamente la tarea encomendada. Ninguno como persona será Jesucristo, pero
entre todos los miembros de la comunidad
creyente construiremos el Cuerpo Místico de Cristo.
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