Hech
10, 25-26.34-35.44-48; Sal 98(97), 1. 2-3ab. 3cd-4; 1Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
Sólo cuando existe el deber de amar, sólo entonces el amor
está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado
en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier
desesperación.
Søren Kierkegaard
Vivimos enfocando mal, desde diversas perspectivas
no reveladas (o sea, rechazando el Evangelio, aun cuando decimos aceptarlo).
Nos empecinamos en entender a nuestro modo y –consecuencia de los errores
adámicos- siempre caemos en alguna ideología y las ideologías no son otra cosa
que paganismos. Si tan sólo fuéramos capaces de equilibrarnos en un justo medio,
en el centro del Cristocentrismo. Hay que luchar contra las dos tendencias
extremas: Creer que podemos arreglar el mundo de espaldas a Dios o pensar que
Dios, en Jesús, fracasó.
¡Quizás debiéramos iniciar por esto
último! No es que Jesús haya fracasado, lo que pasa es que el “permanece”, su
manera natural de ser es la “permanencia” y Él nos ganó esa perdurabilidad con
su Victoria sobre el mal y la muerte. Pero nosotros hablamos de Resurrección
con un lenguaje frio, triste, hueco. Festejamos la Resurrección pero no vivimos
con la consciencia de compartir los frutos de la Resurrección, no vivimos en
coherencia de resucitados. En general, nuestra perspectiva es la de vida-muerte
y no la de vida-Pascua-Vida (observemos que esta segunda Vida está escrita con
mayúscula, para significar la Vida en Plenitud). Y este sí que es un gran
cambio de perspectiva. Cuando vivimos con el temor de la muerte, el miedo nos
gana, y entonces queremos apelar a las soluciones rápidas, las soluciones
mortales, las de la cultura de la muerte: las armas, las bombas, los ejércitos,
el sojuzgamiento, el robo, el enriquecimiento rápido así sea ilícito. Detrás de
todas estas soluciones “inmediatistas” esta nuestra desconfianza frente a la Resurrección,
está nuestro convencimiento que esto no dura mucho, que “la vida es un abrir y
cerrar de ojos”. Si ven que del segundo extremismo brota automáticamente el
primero. Si somos incapaces de reconocer la Victoria del Resucitado, entonces
todo lo queremos hacer a nuestra torpe manera, la manera de los cortos plazos,
de las soluciones para mañana mismo. Se incluyen disparates como matar a todo
el que discrepe, a todo contradictor, acallar cualquier oposición, silenciar
toda divergencia. Afán de imponencia y afán de uniformidad, tiranías y
despotismos para que la cuestión funciones ya, sin dilaciones, porque “para
mañana es tarde”.
En cambio vemos a los Santos y a los
mártires, ellos no viven sumidos en la cultura de la muerte sino en la
seguridad de la “Vida Perdurable”, dan la vida como si nada porque ya tienen
entre sus manos la seguridad de la Vida. Hoy, VI Domingo de Pascua, cuando
avanzamos raudamente hacía la Ascensión del Señor y Pentecostés, nos
encontramos por segundo Domingo consecutivo la “consigna de la permanencia”:
-Permanezcan en mi amor
-Si cumplen mis mandamientos permanecen
en mi amor (ojo, no en cualquier clase de amor, sino en el Amor Suyo).
-Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y
permanezco en Su Amor.
-Yo-Soy quien los ha elegido y los he
destinado para vayan y den fruto y su fruto permanezca.
Si nosotros podemos introyectar esta
conciencia de no-ser-pasajeros, si podemos confiar plena y ciegamente en ser
herederos y coparticipes de la Gracia de la Resurrección, entonces podremos ver
las cosas con otra Luz, la Luz de Jesucristo. (Dicho sea de paso, curar nuestra
ceguera requiere que Jesús haga barro con Tierra-adámica nos embarre los ojos;
y no nos curaremos de inmediato, tendremos que vivir un tiempo de “éxodo” en
que aún caminaremos y veremos a la gente como árboles, que no caminan, que están
ahí, enclavados en su quietismo, sin avanzar, sin “moverse”, como cosas, más
que como personas.
Nosotros somos “sus amigos” no porque el
ande calle arriba y calle abajo con nosotros (que si anda, porque nunca nos
abandona y hasta nos lleva en sus brazos cuando nos sentimos débiles, heridos o
vencidos; pero el próximo Domingo va a Ascender, no para abandonarnos sino para
forzarnos a la autonomía, porque Él no es un Mesías para recostados, sino un
Mesías para los que se levantan, toman su cruz y lo siguen), sino que Él es
nuestro Amigo porque no ha escatimado trasmitirnos ningún detalle de todo lo
que su Padre amorosamente le ha heredado. Todo, todo nos lo ha compartido. Todo
lo que recibió lo ha dado, no ha tenido ni una pizca de egoísmo, no se queda
con nada, ni su túnica, ni una gotita de su sangre, todo lo consuma, todo lo
dona, todo lo participa. Es el Hermano que no acapara nada para Sí, lo da todo
y es feliz dándolo a sus hermanos. Dando la propia vida, no sólo en la cruz,
sino entregando todo su tiempo, sus fuerzas, sus capacidades para servir al que
lo necesita. Porque μείζονα ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν
ψυχὴν αὐτοῦ θῇ ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ. “Nadie tiene amor
más grande por sus amigos que el que da la vida por ellos”. Aquí la palabra que
traducimos por “da” es la palabra θῇ, del verbo τίθημι que es darla, ponerla, dedicarla,
consagrarla. Como se suele decir en el argot popular “se saca el bocado que
ya ha mordido para darlo”; no sufre de avaricias, ni de premuras, su Paciencia
dura por siempre, y no faltará a su Palabra jamás.
¡Él nos ha ganado y nos ha aventajado de
tal manera que ya nadie podrá adelantársele! «El Señor tomó la iniciativa, la
ha primereado en el amor (cf. 1Jn 4, 10); y por eso, ella sabe adelantarse,
tomar la iniciativa sin miedo, salir a buscar a los lejanos y llegar a los
cruces de los caminos para invitar a los excluidos.»[1] En
la Segunda Lectura se nos enseña que “El amor consiste en esto, no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su
Hijo”. Así que la raíz profunda del amor está en que él nos haya “primereado”. Y
nadie, por mucho que lo intente podrá primerear otra vez; Él ya ganó siendo
primero en el Amor, y nosotros podemos estar jubilosos del Primero, Él es la Primicia,
la Primera Espiga y el Primer Pan.
Esto es lo que nos enseña la Primera
Lectura, llevar el Evangelio más allá de las fronteras más férreas, de las
exclusiones más marginalizantes. En aquel entonces era traspasar las fronteras
exclusivistas del judaísmo, las de un Dios judío sólo para judíos, y los
rigores de la circuncisión, para llegar a los paganos. Y, aprendamos bien, Quien
vencerá nuestras miopías será el Espíritu Santo. Y cada vez que comulgamos,
cada vez que comulguemos, estaremos poniendo el “Primereante” en el Trono de
nuestro propio corazón. Ven Rey de reyes Señor de Señores a primerear en el
Trono que tenemos en nuestro pecho para Ti.
En el verso 12 y luego, otra vez en el
17, Jesús es muy explícito, (no podía serlo más) “Como el Padre me ama, así los
amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi
amor.” “Esto es lo que les mando, que se amen los unos a los otros”.
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