La paz es un desafío
al prurito que hay en nosotros de ser más guapos y más fuertes, de sobresalir;
es un desafío a ese hormigueo de las manos y del corazón que quisiera acabar,
rápido e inmediatamente, con quien piensa distinto de nosotros.
Carlo María Martini
La globalización de
la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos
pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la
fraternidad.
Papa Francisco
Celebremos
a la Madre de Dios que en su discipulado supo hacerse maestra para nosotros en
la escucha-lectura orante de la Palabra; este hecho lo destaca San Lucas en la
frase central de la perícopa que leemos hoy en el Evangelio: “María, por su
parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.” (Lc 2, 19).
«María es el primer seguidor de Jesús. Y con él llega al rio, junto al hombre
vestido de piel de camello que grita conversión. Con él entra en las aguas y se
coloca como uno de tantos en fila. Con él siente estremecerse su cuerpo y su
espíritu al caer el agua sobre su ser. Con él se alegra su corazón en el gozo
del Espíritu y en la voz del Padre que le dice: “Hijo Amado”. Con él ha entrado
en el pueblo para ejercer su misión.
María
es el primer discípulo de Jesús. Con él sube al desierto. Con él repite las
noches de soledad en oración. Con él ayuna y pasa las horas en silencio ante el
Padre. Con él vive la prueba del desierto, de la tentación. Con él vence, donde
el pueblo fue vencido. Con él supera la tentación de las piedras y dice no al
poder social. Con él vence la tentación del templo y dice no al poder
religioso. Con él vence la tentación de los reinos y dice no al poder político.
Con él ha experimentado la fuerza de la Palabra de Dios guardada en el corazón.
Con él ha sentido su corazón sin poderes, pobre, dócil y abandonado en las
manos del Padre. Con él se ha sentido profeta en lo alto de la cruz. Con él se
ha sentido sacerdote en lo alto de la cruz. Con él se ha sentido rey en lo alto
de la cruz. A su lado se ha sentido madre del Mesías. La promesa se ha
realizado.
…………………………………………………………………………………………………………
María
ha vivido la experiencia de la muerte y Resurrección de su Hijo anticipadas…
Ella no es capaz de acostumbrarse a la casa vacía. Ella entra en el grupo de
Jesús… Ella ocupará el último lugar y sus manos estarán abiertas al servicio.
Ella será la buena tierra en que cae la Palabra y da ciento por uno. Ella
ayudará a hacer lectura de la Palabra que cae nueva y chocante en tantos corazones…
Ella será la madre de la escucha. La madre atenta a la Palabra. La madre donde
la Palabra encuentra el lugar preferido.»[1]
«Decir tu nombre, María,
es decir que el Reino viene
caminando con la historia.»[2]
El
hecho hermosísimo de tener consagrado el Primer Día del Año a María Santísima
Madre de Dios, no hace –de ninguna manera- que la Iglesia se olvide de la
comunidad humana y de sus deberes de construir fraternidad, para vivir en la
esfera inhumana de lo “celestial”. Y es que, así como no admitimos una dualidad
entre cuerpo y alma, tampoco lo terrenal existe escindido de lo celestial.
Evitemos a toda costa estos dualismos que pretenden ocultar la vida en el
“punto ciego” de nuestra visión.
Es
así como –al lado del culto a la Madre de Dios- celebramos en esta fecha la
Jornada Mundial por la paz en su 48ª edición. Desde 1968 cuando el Papa Paulo
VI celebró la Primera y nos convocó –con las siguientes palabras- a establecer
esta sana tradición: «Nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad para
exhortarlos a celebrar “El Día de la Paz” en todo el mundo, el primer día del
año civil, 1 de enero de 1968. Sería nuestro deseo que después, cada año, esta
celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del
calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la
Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la
historia futura.»[3]
Podríamos leer el listado de los lemas que cada año ha tenido esta jornada para
asir el desvelo que asiste a nuestra Iglesia por los afanes de la humanidad en
sus realidades terrenales que deben allanar el camino para la Construcción del
Reino. Citemos, a modo de ejemplo, los lemas de la Segunda y de esta
Cuadragésima Octava: “La promoción de los derechos del hombre, camino hacia la
paz” y “No esclavos,
sino hermanos”.
En su Mensaje para este 2015, el Papa Francisco desea y
ora «por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos de sufrimientos
causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los
devastadores efectos de los desastres naturales. Rezo de modo especial para
que, respondiendo a nuestra común vocación de colaborar con Dios y con todos
los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz en el mundo,
resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra
humanidad.»[4] Pero
no se engaña el Papa al identificar el foco originario de la guerra y descifrar
cuales son las bases verdadera de la paz: «… el flagelo cada vez más generalizado de la
explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión
y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la
justicia y la caridad. Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos
fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere
múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a
la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres «no esclavos,
sino hermanos».[5]
No podemos dejar de invitarlos a leer el texto completo
del Mensaje Papal puesto que en él nos señala las “múltiples formas de este
fenómeno abominable” entre las que caben la explotación de los emigrantes
“clandestinos”, tráfico de personas, comercio de órganos, mujeres vendidas o entregadas
en sucesión, empleo de las nuevas tecnologías para sonsacar jóvenes ingenuos y
llevarlos a la prostitución y –también- retención de los documentos para
prolongar los vínculos que -como cadenas- perpetúan estas nuevas esclavitudes.
A veces nos consideramos completamente impotentes ante
estas realidades, pero el Papa sabe que hay gestos sencillos que –a imagen de
los gestos que Jesús tuvo- son muchas veces tan o más liberadores que las
gestas grandiosas de las que gusta la politiquería: « Otros … optan por hacer algo
positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos
cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un
“buenos días” o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar
esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la
invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.»[6]
[1]
Mazariegos. Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá-Colombia 1997. pp. 93-95
[2]
Casaldáliga, Pedro. TODAVÍA ESTAS PALABRAS. Ed. Verbo Divino Estela
(Navarra)-España 1990. p. 79
[4] MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CELEBRACIÓN
DE LA XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 1o de enero de 2015
[5]
Ibid.
[6]
Ibid.