Ἔχομεν
δὲ τὸν θησαυρὸν τοῦτον ἐν ὀστρακίνοις σκεύεσιν
Ese
tesoro lo llevamos en vasijas de barro
2Cor
4, 7
Fuimos creados a
partir del barro y no seríamos más que barro si Dios no hubiera colocado en
nosotros la Divinidad. Al crearnos nos ha hecho hijos suyos poniendo algo de
Sí-Mismo en sus criaturas. Y ese Tesoro que llevamos en nosotros y que nos hace
tan infinitamente importantes y valiosos es el Amor.
Amar a Dios, a
Quien no vemos, es –desde nuestra materialidad- un imposible; en realidad no
podemos amar a alguien que no-conocemos. Dios se nos ha manifestado pero el
conocimiento que de Él tenemos es indirecto, Él se ha explicado a nosotros a través
de parábolas donde lo vemos a través de “accidentes” materiales. Tomemos un
ejemplo: se revela en la Forma Consagrada, se reveló a Moisés como algo
material, como, como una Zarza que ardía sin consumirse; o, aún otro ejemplo,
se revelo a Elías en una brisa suave. Nuestra mente y nuestros “sensores” están
diseñados de tal manera que sólo nos es dado percibir lo material.
Pero entonces, ¿estamos
vetados y vedados de acceder a Dios? No, no es así. Sabemos que Dios nos sale
al paso, que Él se hace el encontradizo; para que pudiéramos “contactar” con
Él, se quedó en nuestros prójimos. La “chispa” de Dios que me habita puede
contactar con Dios, simplemente acercándonos amorosa, tierna, compasiva,
misericordiosamente a otros seres humanos, quienes son igualmente portadores de
la “chispa” del amor de Dios que los inhabita.
Cuando decimos
que Dios puso su tienda de campaña entre nosotros, no sólo significa que se
encarnó de María Santísima –por obra del Espíritu Santo- en la persona de
Jesús, sino, también, y más en general, que se ha quedado en nuestros hermanos,
en el que más nos molesta, en el que más nos maltrata y hiere, en el que más
dificultades nos siembra al paso; además de haberse quedado en la Sagrada
Eucaristía como fortaleza, como “vitamina” para ser capaces de seguirle
sonriendo precisamente al que nos incomodó.
Hay unos rostros
que nos revelan a Dios más directa y explícitamente: el pobre, los niños, el huérfano,
la viuda, el extranjero, los enfermos, los ancianos, los hambrientos, los necesitados,
todos los más débiles y frágiles, tienen más a flor de piel la “chispa” de Dios
comunicándose a nosotros. Ellos son mucho más prójimos en tanto tienen mayor
derecho a esperar de nosotros amor, ternura, cuidado compasión.
Este Domingo
Trigésimo del tiempo ordinario del ciclo A, es motivo de Acción de Gracias
porque Dios-Invisible no nos exigió amar lo etéreo, no nos pidió amar
fantasmas, no nos enclaustró en el templo para amar en “abstracto”, sino que se
corporizó, se materializó, adquirió rostro, y rostro sufriente; nos llamó al
templo a nutrirnos de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad para tener
la fuerza indispensable a la misión que nos encargó. Salir el mundo a proclamar
su Amor sin fin, sin condiciones.
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