viernes, 24 de octubre de 2014

NO SON DOS MANDAMIENTOS, ES UNO SÓLO



Ἔχομεν δὲ τὸν θησαυρὸν τοῦτον ἐν ὀστρακίνοις σκεύεσιν
Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro
2Cor 4, 7

Fuimos creados a partir del barro y no seríamos más que barro si Dios no hubiera colocado en nosotros la Divinidad. Al crearnos nos ha hecho hijos suyos poniendo algo de Sí-Mismo en sus criaturas. Y ese Tesoro que llevamos en nosotros y que nos hace tan infinitamente importantes y valiosos es el Amor.

Amar a Dios, a Quien no vemos, es –desde nuestra materialidad- un imposible; en realidad no podemos amar a alguien que no-conocemos. Dios se nos ha manifestado pero el conocimiento que de Él tenemos es indirecto, Él se ha explicado a nosotros a través de parábolas donde lo vemos a través de “accidentes” materiales. Tomemos un ejemplo: se revela en la Forma Consagrada, se reveló a Moisés como algo material, como, como una Zarza que ardía sin consumirse; o, aún otro ejemplo, se revelo a Elías en una brisa suave. Nuestra mente y nuestros “sensores” están diseñados de tal manera que sólo nos es dado percibir lo material.

Pero entonces, ¿estamos vetados y vedados de acceder a Dios? No, no es así. Sabemos que Dios nos sale al paso, que Él se hace el encontradizo; para que pudiéramos “contactar” con Él, se quedó en nuestros prójimos. La “chispa” de Dios que me habita puede contactar con Dios, simplemente acercándonos amorosa, tierna, compasiva, misericordiosamente a otros seres humanos, quienes son igualmente portadores de la “chispa” del amor de Dios que los inhabita.


Cuando decimos que Dios puso su tienda de campaña entre nosotros, no sólo significa que se encarnó de María Santísima –por obra del Espíritu Santo- en la persona de Jesús, sino, también, y más en general, que se ha quedado en nuestros hermanos, en el que más nos molesta, en el que más nos maltrata y hiere, en el que más dificultades nos siembra al paso; además de haberse quedado en la Sagrada Eucaristía como fortaleza, como “vitamina” para ser capaces de seguirle sonriendo precisamente al que nos incomodó.

Hay unos rostros que nos revelan a Dios más directa y explícitamente: el pobre, los niños, el huérfano, la viuda, el extranjero, los enfermos, los ancianos, los hambrientos, los necesitados, todos los más débiles y frágiles, tienen más a flor de piel la “chispa” de Dios comunicándose a nosotros. Ellos son mucho más prójimos en tanto tienen mayor derecho a esperar de nosotros amor, ternura, cuidado compasión.

Este Domingo Trigésimo del tiempo ordinario del ciclo A, es motivo de Acción de Gracias porque Dios-Invisible no nos exigió amar lo etéreo, no nos pidió amar fantasmas, no nos enclaustró en el templo para amar en “abstracto”, sino que se corporizó, se materializó, adquirió rostro, y rostro sufriente; nos llamó al templo a nutrirnos de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad para tener la fuerza indispensable a la misión que nos encargó. Salir el mundo a proclamar su Amor sin fin, sin condiciones.



Pero, para cumplirlo, amémonos –antes que todo- en primera persona. Recordando que Dios nos creó porque nos Ama, que se entregó, por Amor, y se sigue entregando en ese trocito circular de pan que transustancia, para venir a vivir en nuestro corazón y transustanciar nuestras propias personas en Tabernáculos-Vivos que pueblan la tierra en pleno siglo XXI y por todos los Siglos de los Siglos proclamando que Dios es Amor, no amor abstracto sino Amor-Concreto.

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