Is 5, 1-7; Sal 80 (79),
9-12. 16. 19-20; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43
Se trata de conocer
al Señor que seguimos “contemplativamente”, con todo nuestro ser,
particularmente con el corazón. Como un discípulo, no como un estudioso. Como
un seguidor y no como un investigador.
Segundo Galilea
Cómo acercarnos a la Sagrada Escritura
Tal
vez convendría decir una primera palabra sencilla y muy lógica para iniciar
nuestra aproximación a las lecturas de la liturgia de este Domingo, el XXVII del
tiempo ordinario del ciclo A. Está relacionada con el enfoque que tiene nuestra
lectura. Y es que indudablemente hay muchas formas de leer, podemos por
ejemplo, leer para informarnos, es decir para allegar información, es el caso
del historiador, que lee para juntar las
piezas y así hilvanar una visión del pasado, un poco –con todo respeto hacia
los amantes del modelismo- como el modelista que arma ya sea un tren, un avión
o un barco, figuras que a veces agrupan cientos y cientos de piezas, y las pone
en su orden estructural para armar el “modelo” . ¡Así no leemos nosotros la Sagrada Escritura!
Nuestra
lectura de la Biblia es mucho más una comunicación epistolar con un Amigo. Nos
interesa saber de Él, conocerlo, pero sobre todo acrecentar nuestra amistad,
y claro, también queremos saber si podemos hacer algo por ese Amigo, de pronto
conocer sus gustos para poderle ofrecer algo, un regalo –por ejemplo- o, si ese
amigo tiene un Proyecto en el que nosotros le podemos colaborar, de alguna
manera, si quizás tiene Él un Jardín, un Huerto o una Viña en la cual podemos
dar una mano, y ayudarle a velar por sus cultivos.
“Los
amigos de mis amigos, son mis amigos también”, este adagio popular da que
pensar frente a la amistad con Dios. Y es que con grande frecuencia pensamos
que el tema del amor de Dios es un tema individualista perdiendo de vista que
no podemos construir una relación fuertemente fundamentada, a menos que
logremos aceptar a las personas que el otro (en este caso; el “Otro”) tiene
como amigos. En su ofrecimiento de amistad, Dios no nos ha ocultado quienes son
sus favoritos, entre los cuales tenemos a los pobres, los enfermos, los
despreciados, los huérfanos, las viudas, los niños, las mujeres, los extranjeros,
los adultos mayores; para sólo citar una parte de la lista, teniendo cuidado en
citar los principales. ¿Aceptamos a los amigos de Dios prodigándoles la amistad
como si fueran Él mismo? Aquí regresa ese texto medular del Evangelio según San
Mateo, en el capítulo 25: «Vengan, ustedes benditos de mi Padre; hereden el
reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y
me diste de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedaste, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel
y viniste a verme».
Entonces
los justos le contestarán:
«Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo
te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Y
el rey les dirá:
«Les
aseguro que cada vez que lo hiciste ὅσον ἐποιήσατε ἑνὶ τούτων τῶν ἀδελφῶν μου τῶν ἐλαχίστων, con uno de éstos mis humildes (más pequeños,
ínfimos, los tenidos por menos) hermanos, conmigo lo hiciste».
Y
entonces dirá a los de su izquierda: «Apártense de mí, malditos; id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me diste
de comer, tuve sed y no me diste de beber, fui forastero y no me hospedaste,
estuve desnudo y no me vestiste, enfermo y en la cárcel y no me visitaste».
Entonces,
también éstos contestarán:
«Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la
cárcel y no te asistimos?»
Y
él replicará: «Les aseguro que cada vez que no lo hiciste con uno de éstos, los
humildes, tampoco lo hiciste conmigo». Mt 25, 34b-45
Para
decirlo con unas palabras ingenuas, la Sagrada Escritura se constituye en una “Cartilla”,
en un “Manual” de la amistad con Dios y con sus amigos. No hay lugar para
leerla de otra manera, con otro tipo de espiritualidad, por muy espiritual que
suene. Son las dos caras de la misma moneda: ¡Amar a Dios y al prójimo!
Debemos
decir que leer la Biblia no es el todo, (recordemos que también el diablo se la
sabe de memoria, como pudimos constatar en el episodio de las Tentaciones), la
revelación es mucho más que memorizar textos. Tomemos el caso de quienes visitan
la Biblia como quien visita un arsenal para adquirir una dotación de municiones.
¿De qué nos vale decir que son “municiones santas”? ¡Munición es munición,
todas las municiones conllevan un potencial de muerte! Y de vuelta, traemos las
cananas repletas de citas para disparar en ráfaga, y nos anexamos el rótulo: “Preparados
para el combate”. ¿Cómo se puede dar un combate de “amor”? Las dos ideas se
excluyen.
¿Quiénes somos la viña?
כִּ֣י כֶ֜רֶם
יְהוָ֤ה צְבָאֹות֙ בֵּ֣ית יִשְׂרָאֵ֔ל
Sí, la viña del Señor omnipotente es
el pueblo de Israel…
En
la Primera Lectura, inicia el profeta Isaías diciendo que quiere cantar una
canción sobre la viña de Su Amado. Eso ya nos sitúa plenamente. La designación
de Dios –expresada por boca del profeta, recordando que el profeta no dice los
suyo sino que es la Voz de Dios que habla para su pueblo, y que el profeta está
“iluminado” por el Espíritu Santo para no desvirtuar el mensaje que se le
entrega. Ya en este primer verso entendemos que Dios es Amor. Que el dueño de
la viña es un Amado, que con Él nos relacionamos en términos de Amor. ¡Qué
punto de despegue! Sólo partiendo de ese arranque podremos penetrar la perícopa
de Isaías.
Empieza
la parábola que compara el “todo” que Dios nos ha entregado con una viña. Una
viña requiere mucho cuidado, quien planta una viña sabe que puede no obtener
frutos el primer año, que la “inversión” puede ser muy alta, que se requieren
innumerables fatigas para que “cargue”. El texto nos señala algunas:
a) Cavar
b) Quitar las
piedras (descantarla, escarbarla)
c) Seleccionar las
cepas
d) Plantar
e) Construir una
atalaya, una torre, desde la que se divisen los peligros que la puedan amenazar:
ciervos, conejos, roedores, mapaches, jabalíes…
f) Excavar un lagar,
donde se pisará la uva.
Como
se puede notar en esta enumeración, es un cultivo que requiere mucho cuidado,
tiempo y esfuerzo, estar vigilante, cuidar del regadío, atenderla con suma
solicitud. Así ha sido Dios con su Viña. Y Él mismo la plantó, no uso de
empleados, no se la encargó a jornaleros, Él se encargó de todo, porque ningún “agricultor”
ama tanto su cultivo como Aquel que lo ha sembrado con sus propias manos, y la
ha regado con su propio sudor. Atención a la pregunta que nos dirige YHWH: מַה־לַּעֲשֹׂ֥ות
עֹוד֙ לְכַרְמִ֔י וְלֹ֥א עָשִׂ֖יתִי בֹּ֑ו¿Qué más se puede hacer por una viña que no lo haya hecho Yo? Pregunta
típica del que ama y se ha desvivido por el destinatario de su amor.
Pero
aquí sobreviene la decepción expresada: debería haber cosechado uvas, pero lo
que da son agrazones, es decir, purgante o tóxico. ¡Qué desconsuelo! Tanto afán
para nada. ¿Qué se habrá de hacer con una viña tan desilusionante? Algún agricultor
querrá empezar de nuevo, desde cero: quitar la cerca, derribar el muro de
protección, quitar los arbustos que permiten sostener las plantas tiernas,
dejar que la pisoteen, hasta que quede reducida a cardos y abrojos, (si se le
quita la lluvia) será seca, sin agua, será como un desierto, sólo desolación.
Se
concluye la perícopa resumiendo la decepción del Señor:
a) Esperaba respeto
por la ley, y ¿qué ha obtenido?, ¡sangre derramada!
b) Esperaba
justicia, y a cambio, sólo se cosechan gritos de dolor.
Le suplicamos que le de vida a la viña
El
Salmo es otra súplica. Clama a Dios para que restituya a la Viña su esplendor,
para escapar de la muerte merecida y expresada en la sentencia que divulgó por
medio del profeta Isaías; para que Dios no le retire sus cuidados eleva el
Salmo, para que siga amándola con todo su corazón: אֱלֹהִ֥ים הֲשִׁיבֵ֑נוּ
וְהָאֵ֥ר פָּ֝נֶ֗יךָ וְנִוָּשֵֽׁעָה׃ ¡Haz que volvamos a ser lo que fuimos!
Sal 80(79), 3(4)b, míranos con buenos ojos y estaremos a salvo. Este estribillo
se repite por tres veces a lo largo del salmo.
La
súplica va más allá. Pide a Dios que se ponga de su parte y contra los enemigos.
Así que en el verso 16 pide que destruya con el furor divino a quienes cortan y
queman la viña.
Para
concluir la perícopa de este Domingo leemos los versos conclusivos del salmo,
prometiendo que si nos da su ayuda nunca nos apartaremos de Él y sólo a Él invocaremos
en nuestras plegarias.
Nunca abatidos sino siempre alegres en Jesús
Desde
el XXV hasta el XXVIII (el próximo) Domingo ordinario hemos venido leyendo en
la Segunda Lectura perícopas tomadas de la carta a los Filipenses.
Para
empezar, en esta oportunidad, nos recomienda: ¡No se aflijan por nada! Y esta
es una directriz hermosísima. En el contexto de este mundo, donde el adversario
nos inocula el desaliento y el pesimismo, donde no hay una sola “noticia”
alentadora, el malo viene y nos siembre su fárrago de desolación. Quien duda
que el maligno hace su obra por medio de la desesperación, que él es feliz robándonos
la paz, que nuestra vulnerabilidad se acrecienta cuando nos hace mella la desconfianza
y la desilusión. Parece que todo y todos se empecinan en una campaña de
abatimiento y desamparo. ¡claro que nos coge postrados cuando logra
convencernos que estamos solos, que Dios se ha ido o que se ha dormido! Esas
son sus sucias estrategias. Pero nosotros, no debemos afligirnos por nada. Sé
que es fácil decirlo aun cuando sea duro aplicarlo, pero esa es nuestra
consigna: ¡No afligirnos por nada! Y, ¿qué vamos a lograr con eso? Dios nos
dará su paz, y esa paz es una paz “protectiva” (vamos a inventar esa palabra
para usarla en este caso), es una paz que cuida nuestros corazones y nuestros
pensamientos ἐν (este “en” significa
apoyado en la dimensión de) Cristo Jesús. (Flp 4, 7)
En
la segunda parte, verso 8, nos indica lo que debe ocupar nuestros pensamientos,
sigamos la enumeración de San Pablo:
a) Todo lo ἀληθῆ verdadero
b) Lo que es σεμνά
digno de respeto
c) Lo δίκαια recto
d) Lo ἁγνά
puro
e) Lo ἁγνά
agradable, lo amable
f) Lo que tiene εὔφημα buena fama
g) En toda clase ἀρετὴ de virtudes
h) En todo lo que ἔπαινος merece alabanza
Eso
debe llenar nuestro pensamiento, todo lo que es distinto debe ser erradicado de
la mente. Debe procurar todo lo noble y puro, todo lo virtuoso, no nos exige
perfección pero si el esfuerzo por superarnos y evitar la tentación de la
depresión, del desánimo. Siempre arriba y adelante apuntando nuestra mirada
hacia Jesucristo, nuestro Salvador.
La parábola de los viñadores asesinos
Lo bonito de la
parábola es esto,: ella suministra un espejo para que las personas se vean en
él , reconozcan y digan lo que ellas mismas merecen.
Ivo Storniolo
La viña es cultivada
en vista de aquel fruto que alegra a Dios y al hombre: es el amor a los
hermanos, del cual tienen hambre tanto el Hijo como el Padre.
Silvano Fausti
Estamos
atravesando esa zona del Evangelio de San Mateo que procura mostrarnos que la
Comunidad cristiana es una comunidad inclusiva, que no se apuntala sobre
racismos y discriminaciones, que no exige una cultura específica o la pertenencia
a una pueblo determinado. Ese es el contexto de la perícopa del Evangelio,
donde además, Jesús le está hablando a los Jefes de los sacerdotes y a los
ancianos de lo9s judíos, es decir a las autoridades.
Quizás
pensemos que está dirigiéndose exclusivamente a los alcaldes y los presidentes,
y no es así. Ya hemos señalado como todos somos autoridad, quizás de un grupo
de trabajo, tal vez de un grupo de
sembradores, o posiblemente comandamos un piquete de obreros, quizás somos
líderes en la universidad, o con un equipo de investigadores, puede que nuestra
autoridad se extienda a los compañeros de clase, en otro aspecto, nuestra
autoridad puede ejercerse sobre nuestra familia, aun cuando compartamos esa autoridad
con nuestro cónyuge, ahora, será más amplia y de mayor compromiso si nuestra
autoridad se desenvuelve en la esfera de lo espiritual, en el grupo de oración
o en una pequeña comunidad de base. Todos nos miran, todos nos juzgan, ven el
ejemplo, eso es autoridad.
Así
que está dirigida a los políticos, pero también a los demás, a todos nosotros,
cualquiera sea nuestro oficio o nuestro rango en cualquier jerarquía. Todos
podemos ser llamados, todos estamos invitados. A todos se nos puede entregar la
viña en arriendo, y de hecho se nos ha entregado, ya somos sus responsables.
Ninguno de nosotros es el Dueño, el Único Dueño de la Viña es el Señor; y,
aunque fue Él quien la plantó, Él no la quiere para Él, Él la plantó para compartírnosla,
para dárnosla en administración, para que fuera “el lote de nuestra heredad”.
Pero
claro está que nos la da confiando en nuestra respuesta, en nuestro sentido de
responsabilidad. Él espera que le demos los “frutos a tiempo”.
Y,
¿cuáles son esos frutos? Justicia, solidaridad, fraternidad. Velar por nuestros
hermanos, interesarnos en ellos, preocuparnos por ellos, hacer, como Dios con
su Viña… “todo lo que esté en sus manos”. No está como una tarea para la
salvación “mía” sino para la salvación nuestra.
Eso
¿qué significa? Amar, dar, no retener sino sabernos desprender, no temer,
confiar, así como Dios Padre que siempre crea, también nosotros debemos “crear”.
Crear sociedades más humanas, más comprensivas, más tolerantes. Trabajar
arduamente contra la indiferencia. Ayudarnos, colaborarnos, tenernos paciencia,
cultivar la generosidad, la amistad. Construir comunidad, ¿cómo? Construyendo unidad.
La
viña representaba a Israel, pero, así como lo expresa la parábola, fue
entregada a unos nuevos arrendatarios, distintos de aquellos que mataron al “propio
Hijo”. ¿Será esa nueva nación Santa la Iglesia?
Veamos
sobre ese asunto lo que dice un teólogo protestante: «Dios reúne un nuevo
pueblo y lo pone a su servicio. Pero esta reunión se lleva a cabo con un
criterio preciso: la fidelidad ética (el “reino de Dios” se le dará a un pueblo
que dé frutos”).
…Por
su endurecimiento culpable, Israel pierde la vocación que le destinaba a la
salvación; hace caduca su elección. Este es por lo menos el pensamiento de
Mateo, pero no el de Pablo (Rom 11, 29). La vocación que se le retira a Israel
se le confía ahora a un pueblo que se
reúne sobre la base de una tarea que realizar. La afiliación a este nuevo
pueblo no puede constatarse o demostrarse; tan sólo el juicio revelará quien es
el que ha dado fruto y por tanto, quien forma parte del nuevo pueblo… La
iglesia no es ni un nuevo Israel, ni el verdadero Israel. Recibe una vocación
que la determina por completo. Ella no es el pueblo del reino más que en la
medida en que permanece fiel a esta vocación, es decir, a la voluntad de
Dios. Y solamente el juicio dirá si la
iglesia, a lo largo de la historia, ha sido precisamente el pueblo que ha dado
fruto.»[1]
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