“El Señor que ya
llega, ya llega a regir el orbe: regirá el orbe con justicia y los pueblos con
fidelidad”.
Sal 96(95), 13.
Jesús
es el Hijo de Dios, eso lo sabemos, si
Él es el Hijo entonces es Dios mismo, Dios es el Dueño de todo, todo lo
creado le pertenece puesto que todo viene de sus manos de Padre. Y sin embargo,
el Hijo de Dueño-de-todo no tiene ni siquiera un denario; para poder ilustrar
su respuesta tiene que pedir uno prestado, para poder mostrar que tiene impreso
en cada una de sus caras. Nos parece que en este caso su riqueza se muestra
precisamente en su “no poseer ni siquiera la moneda que representaba la paga de
una jornada de trabajo”, no posee ni siquiera “la moneda del tributo”.
En
cambio, sus contradictores, los que quieren enredarlo con preguntas,
atrapándolo en sus propias palabras: ἐν λόγῳ. A Él que es el verbo de Dios, quieren atraparlo
en el verbo. La liturgia de este Domingo XXIX Ordinario (A) nos muestra que
YHWH es el Único Señor y que fuera de Él no hay otro; nos muestra que obra por
amor, que ama a su pueblo escogido y que obra –aunque por caminos
insospechados- en favor de su pueblo elegido, valiéndose hasta de los que no
son conscientes de servir a su Altísima Majestad, Nuestro Dios y Señor. Hasta los que no lo conocen
pueden ser vía para servir a sus designios.
Pero fariseos y Herodianos –que curiosa mezcla,
el agua y el aceite juntos para servir los intereses del Malo- ellos si tienen
a mano la “Moneda del Impuesto”, la presentan de inmediato; en tal caso, tener
la moneda es sinónimo de dependencia, de esclavitud, están en condiciones de
pagar tributo a un rey extranjero que los ha avasallado, que los guarda bajo sometimiento,
que les enajena la libertad. Pero pese a ello, andan con las fichas de su juego
entre el bolsillo. Jugando con las fichas del juego enemigo. Este detalle de la
moneda del tributo pone en evidencia su hipocresía. Esa aparente paradoja de
tener o no la moneda para pagar los impuestos al Imperio, desvela quienes están
con Dios y quienes dispuestos a traicionarlo, a venderlo, a hacerle el juego al
César que siempre se ha pretendido hijo de dios. Del otro lado, el verdadero
Hijo de Dios, que no tiene moneda para pagar el impuesto (pero que la puede
crear en las entrañas de un pez, para pagar el impuesto de Jesús y el de
Pedro), sabe qué imágenes tienen plasmadas y por lo tanto a qué juego
pertenecen tales fichas.
La riqueza de Jesús no estriba en el manejo de
monedas sino en su libertad. Esta libertad de Jesús está expresada por los
labios del adversario, es la libertad que:
·
Le permite ser siempre
sincero
·
Enseñar de verdad el
camino de Dios
·
No importarle el qué dirán
·
No vivir ni depender de
respetos humanos
·
No está esclavizado de las apariencias de los hombres.
Ahí dichas contundentemente las pautas de quien
es y cómo obra Jesús, para que sepamos quienes somos y como obramos sus
discípulos, cómo es la justicia cristiforme. Sólo moviéndonos en el espacio
ilimitado de la libertad que nos enseña Jesús seremos obreros del reino y
podremos aportar cada uno un ladrillo, cada cual su propio baldosín. En cambio,
el juego de las monedas, siempre nos encadenará a la ambición de tener otras y
ser esclavo de las efigies en ellas gravadas, sean escudos de armas, águilas
imperiales o serpientes venenosas.
Con razón el dilema de las monedas es el de cara o cruz.
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