El
Domingo anterior resaltamos las conexiones del VI Domingo de Pascua con
Pentecostés, como un inicio de la toma de conciencia de la partida de Jesús
como sucedáneo inmediato-anterior a la entrega del Espíritu Santo; Jesús se va
pero no nos abandona, el Padre nos entrega el Paráclito que enseña e impide el
olvido de las enseñanzas de Jesús, guía y maestro de la Iglesia, garantía de
fidelidad, re-direccionador cuando las desviaciones sobrevienen. Pero -descuido
imperdonable- hemos descuidado la conexión más inmediata con la Ascensión.
Tratemos de reparar ese descuido regresando sobre el Jesús de Nazaret de
nuestro entrañable, hoy Papa–Emérito, Benedicto XVI: «… una interpretación
tomada de las homilías de Adviento de San Bernardo de Claraval, en la cual se
expresa una visión complementaria. En ella se lee: “Sabemos de una triple
venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida
intermedia (adventus medius)… En la primera venida, el Señor vino en carne y
debilidad, en esta segunda en espíritu y poder; y, en la última, en Gloria y
majestad. (In adventus Domini, serm. III, 4. V,1:PL 183,
45ª.5050C.D.). Para
confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan 14, 23: “El que me ama guardará
mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Se
habla explícitamente de una “venida” del Padre y del Hijo… En ella… el tiempo
intermedio no está vacío: en él está precisamente el adventus medius, la llegada
intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin
duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana… Las modalidades
de esta “venida intermedia” son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene
en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida
mediante palabras o acontecimientos. Pero hay también modalidades de dicha
venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras –Francisco y Domingo-
entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo
en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el
cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo parecido
podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan
de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier,… Su misterio, su figura,
aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su fuerza,
que transforma a los hombres y plasma la
historia.»[1]
Benedicto
XVI ha sabido expresar está nueva forma de estar de Jesús con nosotros. Lo
podríamos platear así: Jesús ilustra y aclara sus enseñanzas en el corazón y la
mente de sus discípulos. Establece como un período de “digestión” de su
Mensaje. De eso se tratan esos cuarenta días desde su muerte hasta su
Ascensión. Entonces, como nuestro paso por la Universidad no es un matricularse
para quedarse en ella toda la vida. Se trata de tener una etapa formativa, que
debe concluir en algún momento; y dicen los expertos que el período definido y
establecido en aquella cultura como tiempo formativo era precisamente ese:
cuarenta días. Pero ahora, no se trata como de un “dejar librados a su destino”
a sus discípulos. Irse significa haber acabado su “iniciación” –por decirlo de
alguna forma- pero Jesús no los abandona. Viene ahora otra forma de Presencia,
no la directa del Jesús-Resucitado, sino otra forma de presencia, más espiritual,
como su nombre así lo indica: El Espíritu Santo. Hemos dicho, el que nos enseña
y nos repasa todo cuanto Jesús nos enseñó.
Si
queremos continuar la analogía con la vida académica en la Universidad diríamos
–tal vez- que acabados los cursos presenciales en la “aulas”, sobreviene un
tiempo de “prácticas”, cuando se sigue aprendiendo, pero en el ejercicio de lo
recibido en las aulas, y en cuanto más se aplica y se usa el conocimiento,
mejor se entiende y más “profesionales” nos volvemos. ¿Significa que la presencia del “Alma Mater” en el
ex-alumno ha terminado? ¡Todos cuantos viven este paso de la fase formativa a
la fase profesional saben que no! Se recuerda con cariño la etapa
universitaria, y, en la práctica, regresan a la memoria las explicaciones de
los docentes, los ejemplos más clarificadores, se retoman, a veces, los apuntes
tomados en clase para aclarar alguna duda, para ver con mayor exactitud cómo es
que se resuelve “esto”. Algunos de
esos recuerdos de la vida académica permanecen siempre vivos en la memoria. Hay
“lecciones” vistas y aprendidas que se tornan “herramientas” del día a día
profesional. ¡lo adquirido en al alma mater permanece!
Cuando
Jesús vuelve al Padre no significa que toma un vuelo y se va a vivir en un país
extranjero y rompe toda comunicación y se “separa” definitivamente. No, quizás
podemos entender mejor si decimos que su amistad es de “chat” diario, de
video-encuentro cotidiano; de esos amigos que la distancia no puede nada, que
al “partir” están más presentes que nunca; y, todos sabemos que Jesús es el
epítome de la Amistad. Pues ahí está, ha pasado al Padre, o sea, está siempre a
nuestro lado de una forma nueva, nueva quiere decir, como antes pero más pleno.
Por eso Él mismo nos decía que nos convenía que Él se fuera para enviarnos el
Espíritu Santo.
Entonces,
¿el Espíritu Santo es simplemente la espiritualización de Jesús? No, ¡esa sería
teología equivocada! El Espíritu Santo es “Otra Persona” de la Santísima
Trinidad, es la Personificación del Amor del Padre por el Hijo y viceversa,
recíprocamente amados. ¿cómo decirlo? Aceptemos la figura literaria, digamos, AMANDOSE
A BORBOTONES. Como será ese derroche de Amor que nos alcanza a todos y alcanza
para todos. Porque el Amor, mientras más se parte y se comparte, más rinde y
más alcanza, hasta que sea “todo en todos”.
Habla
la Sagrada Escritura de un “subir”, de un “mirar para arriba” ¿cómo se puede
entender esto? Entonces, ¿Jesús si subió? La palabra misma ascensión indica
“para arriba”. Pero, como lo comentábamos el año pasado, “arriba” como cuando
decimos que una persona puesta en la jefatura está “arriba”, aun cuando está al
mismo nivel y en el mismo piso. Vieja costumbre de poner las figuras de
autoridad encima de tarimas, de “púlpitos”, etc. Vieja figura espacial que
concebía a la Divinidad en lo “Alto”. La idea nos ha penetrado
profundísimamente. Por ejemplo, los Asirios y los Babilonios hablaban del
Altísimo, y, nosotros adoptamos el “giro idiomático” y lo decimos sin ambages.
En nuestro Amor por Dios, YHWH está en lo más alto, y nada hay más alto que el
lugar de amor que tenemos para nuestro Dios. No es un “alto” o un “arriba”
espacial, eso es lo que hay que enfatizar. Y hoy en día, en la era de los
viajes espaciales, lo entendemos supremamente bien; nadie trataría de acercarse
a Dios con un viaje en cohete como pretendieron los constructores del Zigurat
que se relata en Génesis como “torre de Babel”, ellos podían querer acercarse a
Dios “subiendo” con una edificación, otros trataban ascendiendo a una montaña.
Jesús
ascendió al “lugar” que le permite estar siempre Presente; insistimos que no
“ascendió” hacia lo alto, sino –retomemos una vez más la forma de decirlo de
Benedicto XVI- «Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca
de nosotros»[2]
Hay
otro aspecto que no nos podemos cansar de resaltar: Jesús en Persona, sigue a
nuestro lado; de manera muy especial en su Presencia Eucarística, se hace
Presente durante la celebración en la Persona del Sacerdote quien preside en
Persona Christi, en el Altar, en la Palabra, en el Vino y el Pan, y en cada uno
de los allí presentes, de los fieles con-celebrantes. Pero, Además, como
leíamos arriba cuando recogíamos la cita de San Bernardo de Claraval, se hace
presente a través de ciertas personas que
Él nos envía y que son hitos de la Vida Eclesial, de la economía salvífica.
Jesús no cesa de hacerse presente en puntos “álgidos” de la historia por medio
de personas de carne y hueso, que no están allí para ser endiosadas (como
pretendieron hacer en Listra con Pablo y Bernabé), no son Jesuses, son
“personas históricas” que Dios designa para dinamizar la continuidad de su
Iglesia, para re-direccionarla, para ratificar que está con nosotros hasta al
final de los “tiempos”, para hacerla Santa a pesar de su fragilidad como
institución de humanos entre humanos, tan humanos, tan frágiles.
No
pueden cambiar la Iglesia a su arbitrio, no nos son enviados para, como niños
caprichosos o mal criados, ponerla patas-arriba. Tampoco las dona Nuestro
Señor, para que hagan una encuesta de opinión a ver qué es lo que la gente
quiere que sea la Iglesia e implementarla dándole gusto a todos. En la economía
salvífica es el Plan de Dios lo que prima, es la Voluntad Divina lo que rige.
No es una entidad demagógica para que se haga según las modas y las ideologías
al uso. La Iglesia y el Proyecto de Salvación no son ni conservadoras ni revolucionarias;
son ambas cosas, pero según la Partitura que ha escrito el Divino Compositor.
Ninguno de nosotros quiere tocar en otra orquesta diferente a la que siempre ha
querido tocar la Partitura Divina, aun cuando todos se vayan porque no les
gusta su Melodía. La Iglesia toca para complacer al Señor y no para satisfacer los vaivenes de
los gustos y caprichos de una u otra generación. En ese sentido la Iglesia
cambiará lento o rápido y sólo en la dirección que Dios quiere. Eso disgusta a
todo el que está imbuido de la cultura mediática de la “opinión” que considera
que todo debe hacerse según los resultados de las encuestas: ¿cuál jabón se
prefiere?, ¿qué marca de auto? ¿Cuáles son las zapatillas de moda? ¿Cuáles
espaguetis son los más vendidos? Entonces, ¡a comer de esos espaguetis! Este es
un tema comercial, es el “árbol” del mercado y la mercadotecnia; de la cultura
consumista y la manipulación de los gustos, las opiniones y las
ofertas-demandas.
Pero,
tratemos de entender; hay Un Árbol, que era el Único Árbol del Jardín del que
no debíamos comer: El árbol del Bien y del Mal. Sólo a Dios toca su cuidado, su
manipulación, su poda, su abono. Es el árbol de los valores imperecederos, como
su nombre lo señala, es el árbol del discernimiento de lo que es Bueno y de lo
que es inhumano porque es anti-humano y anti-divino. Los enemigos dirán que es
el monopolio de los valores por parte de la Iglesia; nosotros decimos que es la
Voluntad de Dios la única “autorizada” y la fe, ese don maravilloso y
sobrenatural, la que nos permite aceptarlo sin forcejear, con agrado, con
verdadero placer, con sincera obediencia porque al ser la Voluntad de Dios, es
la Voluntad del Padre y ¿qué Padre le dará a su hijo una serpiente cuando su
hijo le pide un pez, o una piedra cuando le pide un pan? (Cfr. Lc 11, 11) Puede
que si –porque entre los humanos todo se puede esperar, el Malo hace parrandas
y orgias en el corazón de algunos- pero de manos del Padre Eterno, jamás; de
sus Misericordiosas Manos sólo recibiremos Bondad. Sea nuestra oración, usando
categorías de la cultura consumista: ¡Señor, estamos felices de vivir sujetos
al monopolio de tus Valores, los
queremos, los aceptamos, y no otros!
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