Ven
Espíritu Divino, manda tu Luz desde el cielo.
Padre
amoroso del pobre…
Entra
hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquécenos.
Mira
el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro,…
De
la secuencia de Pentecostés
Lo que
verdaderamente urge
“La Iglesia está atravesando una época de caos y de crisis.
Lo cual no es necesariamente algo malo. La crisis es una oportunidad para
crecer, y el caos precede a la creación… con tal de que (y esta es una
importantísima condición) el Espíritu de Dios aletee sobre ella… precisamente
en unos momentos en los que la Iglesia se halla en crisis y el mundo
experimenta una apremiante necesidad de paz, de desarrollo y de justicia… la
casa está ardiendo y se requieren todos los brazos posibles para ayudar a
apagar el fuego… Es verdad que la casa está ardiendo. Pero, desdichadamente,
muchos de nosotros (tal vez demasiados) no nos sentimos motivados para tratar
de apagar el fuego y preferimos ocuparnos de nuestro pequeño mundo y de
nuestras pequeñas vidas. Demasiados de nosotros estamos excesivamente ciegos
para ver el fuego, porque sólo vemos lo que nos conviene. Y, aun suponiendo que
tuviéramos la suficiente motivación y la suficiente vista, muchos de nosotros
carecemos de la suficiente energía para combatir el fuego sin desmayar;
carecemos de la suficiente sabiduría y capacidad de reflexión para dar con los
mejores y más eficaces medios que nos permitan apagar el fuego…. De lo que hoy
tiene la Iglesia mayor necesidad no es de una legislación, de una nueva
teología, de unas nuevas estructuras ni de una nueva liturgia: todo esto, sin
el espíritu Santo, es como un cadáver sin alma. Lo que necesitamos urgentemente
es que alguien nos arranque nuestro corazón de piedra y nos dé un corazón de
carne; necesitamos que alguien nos infunda nuevo entusiasmo e inspiración,
nuevo valor y vigor espiritual. Necesitamos perseverar en nuestra tarea sin
desánimo ni cinismo de ninguna especie, con una nueva fe en el futuro y en los
hombres por los que trabajamos. En otras palabras: necesitamos una nueva
efusión del Espíritu Santo… el Espíritu Santo no desciende sobre los edificios,
sino sobre los hombres; es a los hombres a los que unge, no sus proyectos; es
en el alma y en el corazón de los hombres donde habita, no en las modernas
máquinas.”[1]
Todo esto es muy importante y debemos analizarlo punto por
punto. No podemos ignorar la urgencia de la Iglesia en este momento histórico
de hoy (sin embargo, cada momento histórico de la Iglesia ha sido de incendio
urgente, hoy no es menor la urgencia, tal vez sea si sea mayor), no podemos pasar por alto
la poca motivación que nos mueve –muchas veces, la mayor parte de ellas- a la
indiferencia o al quietismo, ese mismo que Martin Niemöller denunció en el
sermón que había preparado para una Semana Santa:
Cuando los nazis
vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era
comunista,
Cuando encarcelaron a
los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era
socialdemócrata,
Cuando vinieron a
buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era
sindicalista,
Cuando vinieron a
llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era
judío,
Cuando vinieron a
buscarme,
no había nadie más
que pudiera protestar.
y cuando no es la falta de motivación, es la falta de
energía, o nuestra pobre sabiduría que –en su cortedad- no nos responde por el
cómo combatir ese fuego; entonces, como nos aclara Anthony de Mello, nos
acuclillamos en el rinconcito de “nuestras pequeñas vidas”.
Aún hay otro expediente para echarle mano, podemos esperar o
clamar para que los “jerarcas“ se hagan cargo, que sean ellos los que emitan -no
se- las bulas, los decretos obispales y papales, que celebran sus concilios, y
nos iluminen con sus Encíclicas mismas que nunca leemos, pero que son un
magnifico pretexto para dejar que el fuego siga su curso. Unos clamaran por la
introducción de reformas en el “desarrollo” de la Eucaristía que tendría que
ser, según muchos, más larga, y según el otro 50%, mucho más corta; para
algunos todas con incienso y para otros todas sin ese humo asfixiante. En
realidad todo cuanto se necesita se reduce sólo a eso: a efusión del Espíritu
Santo, claro está, acompañada de la correspondiente docilidad.
Anthony de Mello recordaba, de diversas maneras y en diversos
tonos, el peligro del activismo, cuando caemos en las actividades febriles que
–quizás apacigüen nuestra conciencia pero que se ejecutan de espaldas a la
gracia, la que nos da el Espíritu Santo.
Y bueno, hoy es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, si
lo pedimos, si clamamos que se nos dé –nos recuerda también Tony que en Lc 11,
1-13, nos ha sido prometido por quien tiene verdadera autoridad para prometer;
basta que lo pidamos: «Hay cosas que sólo podemos pedir a Dios con la condición
“si es tu Voluntad…” Pero en este punto no existe tal condición. El darnos el
Espíritu es voluntad clarísima de Dios, su promesa inequívoca.»[2].
Las
lecturas de este Domingo de Pentecostés
El Cardenal Martini, fallecido el pasado 31 de agosto,
escribió en 1995 sobre esta liturgia: «El capítulo 2 de los Hechos de los
Apóstoles nos coloca en un clima de lo extraordinario… El capítulo 12 de la
Primera Carta a los Corintios, en cambio, está en un clima de ordinariedad. La
invocación “Jesús es el Señor” que nadie puede pronunciar sino bajo la acción
del Espíritu Santo[3], es la invocación más
ordinaria de la vida cristiana y todos tienen necesidad de ella para la
salvación… El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, unifica la relación
entre lo extraordinario y lo cotidiano. Los apóstoles son habilitados para cumplir,
gracias a las palabras de Jesús Resucitado, un servicio preciso: “A quienes les
perdonen los pecados les serán perdonados”… Sin embargo, este servicio
cotidiano que pertenece a la fragilidad ordinaria de la existencia humana y
eclesiástica, es extraordinario y sobrehumano y obtiene su eficacia del
espíritu del Resucitado; es una acción, un servicio, una gracia que presupone
la muerte de Jesús, por amor, es decir, el acontecimiento más extraordinario de
la redención.
Teniendo en cuenta este enlace de lo extraordinario y lo
cotidiano, podríamos definir así la acción del Espíritu Santo: es la
extraordinaria respiración cotidiana de la Iglesia.
Es, pues, una gracia necesaria y también imperceptible, como
la respiración que está presente en todas las operaciones más ocultas, más
sencillas del hombre, pero es también un don extraordinario, maravilloso que
vivifica y eleva la fatigada existencia cotidiana de los hombres y que impulsa
día por día el decadente peso comunitario»[4]
Espíritu
Santo alma del Cuerpo Místico
La palabra "corporación" se deriva de corpus, que
significa cuerpo, o un "grupo de personas", define una “persona
colectiva”. Una
corporación puede ser una iglesia, una empresa, un gremio, un sindicato, una universidad, una ONG, etc. Este concepto casi siempre lo usamos
para referirnos a un ente comercial: A las empresas se
les reconocen derechos y deberes como a las personas físicas (como a la "gente")
ante la ley, inclusive, pueden ser acusados y hacérseles responsables de
violaciones a los derechos humanos. Del mismo modo, pueden ejercer los derechos
humanos contra las personas y el Estado. Pues bien, no sólo los entes
comerciales son “corporaciones”; aun cuando muchas veces lo perdemos de vista,
la Iglesia es un “ente corporativo” y cada creyente, cada fiel, cada bautizado
goza/porta su corporatividad. Somos sujetos corporativos, como decir que cada
uno tiene un cuerpo, su propio cuerpo, pero entre todos, constituimos una
“corporación”, otro cuerpo, εἰς ἓν
σῶμα uno
que se escribe con mayúsculas: El Cuerpo Místico de Cristo: καὶ γὰρ ἐν ἑνὶ πνεύματι ἡμεῖς πάντες εἰς ἓν σῶμα ἐβαπτίσθημεν,
εἴτε Ἰουδαῖοι εἴτε Ἕλληνες εἴτε δοῦλοι εἴτε ἐλεύθεροι, καὶ πάντες ἓν πνεῦμα ἐποτίσθημεν. “Porque todos
nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a
beber del mismo Espíritu.” 1Co 12, 13.
En la parábola de τεῖχος
μέγα καὶ ὑψηλόν “la muralla ancha y elevada” (Ap 21, 12) podríamos figurarnos, como
cuando llegan los materiales para construir una casa, un edificio, un conjunto
residencia, la pila de ladrillos, no importa cuántos ladrillos sean, mientras
no estén ensamblados con mortero, no son “muralla”, son sólo una pila de
ladrillos, puedes derribarla con empujarla, claro con el riesgo que se te
vengan encima. Sin embargo, una vez argamasados, por los albañiles, y seco el
mortero, puedes “soplar y resoplar” como en la historia del “lobito” y el muro
resistirá. También, en la parábola biológica, un grupo de células conformadas
en un tejido, unidas por las ceramidas (en el caso de la piel) difiere
rotundamente, cualitativamente hablando, de las mismas células desorganizadas, desperdigadas,
sin articulación.
ἑκάστῳ
δὲ δίδοται ἡ φανέρωσις τοῦ πνεύματος πρὸς τὸ συμφέρον. “En cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común” 1Co 12, 7. La palabra συμφέρον encierra ese sentido de comunidad que se debe
destacar en los carismas, los diferentes servicios, los diferentes dones, los
diversos servicios con los que el Espíritu ad-orna a la persona, no son para
uso ego-ísta, no se donan para el beneficio o el lucro propio; se otorgan para
el bien comunal, para favorecer a los “otros ladrillos”, a las otras “células”.
No son auto-provechosos sino συμφέρον unificadores,
colectivos. Esto viene a empalmar con Mt 25, 40. 45.
Y, quizás lo más importante. Ese sentido de
fraternidad, de colectividad hermanada en la relación de ser “ladrillos” de la
misma “muralla”, no se queda allí encerrada en el “aposento alto” donde llegó
el Espíritu en forma de “Lenguas de Fuego” que hacían arder los corazones de
los "escuchas" en el Fuego del Amor de Dios. No, ¡este “ardor” los impulsa a
salir a anunciar, a proclamar! En el Evangelio, Jesús nos envía. No es un envío
cualquiera, es envío de la misma naturaleza que los Envíos de Dios-Padre: καθὼς ἀπέσταλκεν με ὁ πατήρ, καγὼ πέμπω ὑμᾶς. “Como
el Padre me ha enviado, así mismo los envío yo”(Jn 20,21b). ¡Esto es para tener
muy en cuenta: Se nos da el Espíritu Santo y se nos envía, las dos cosas!
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