MILITANCIA EN LA FE
Bar 5, 1-9; Sal 125,
1-6; Filip 1,4-6.8-11; Lc 3:1-6
Prácticamente
es lógico que al aguardar al Mesías el pueblo judío esperara a un Rey –Militar
poderoso. ¿Qué es una Parusía? En la cultura de aquella época, cuando se
aguardaba la llegada del Emperador, o de algún militar de renombre, con su
ejército, se preparaba su recibimiento con un acto cívico-militar, consistente
en el desfile, con gran “bombo y platillo”, recepción con banquete y toda clase
de honores y de pompa. Este acto de recepción era lo que se denominaba Parusía.
El término se recogió y en la cultura religiosa vino a significar la Segunda
Venida del Mesías. También para Él, con gran pompa y honores militares,
“revestido de poder y de gloría”, habría derroche y agasajo, vino y pétalos de
flores, corona de laurel y bandas “marciales”. Era la llegada del Dios
Guerrero, triunfador, que restablecería el brillo que David tuvo en su momento,
y seguramente más.
Dios,
suprema expresión de Libertad, no se deja atrapar en nuestras categorías y
prejuicios. Ese Guerrero-Poderosísimo, en vez de armadura, ¡llega envuelto y
blindado de… ternura! En vez de temible soldado, en vez de ser un Goliat que
hace temblar, trae todo el Poderío de su fragilidad: así como nos derretimos
ante un indefenso bebé, así el Mesías nos “vence”, no con la fuerza sino con la
debilidad. Subraya el Padre Alberto Múnera s.j.: «totalmente dependiente de su
Papá y de su Mamá, de San José y la Virgen María».[1]
Exactamente
como ahora se hace presente en un minúsculo trozo de Pan y unas cuantas gotas
de Vino; así renunció a toda soberbia humana y optó por la mayor sencillez. Así
despreció toda fuerza y toda muestra de poderío y recurrió al “poder” excelente
del Amor. Un poder que no somete, un poder que no aliena, un poder que
podríamos resumir, brevemente,
señalándolo como un “anti-poder”. Y, sin embargo, es Poder. Porque el Amor es
–si se nos permite- Poder-Poderoso. Sólo que no es poder violento, no es poder
coercitivo, aún cuando sonará tautológico, es poder Amoroso.
¿Cómo
es un poder amoroso? El que no nos gana por la fuerza ni por la imposición, nos
gana por la dulzura de la seducción. Apela a nuestra aceptación. Ya lo dijo
Jeremías, פִּתִּיתַ֤נִי יְהוָה֙ וָֽאֶפָּ֔ת “…me
sedujiste y yo, me dejé seducir”(Jer20, 7a) (en esta palabra וָֽאֶפָּ֔ת hay
un tinte de “engaño”, se seduce por medio de un engaño, hay algo “no esperado”,
“no previsto”, algo inesperado, inédito; hay algo detrás, oculto; convenció
pero sorprendió por ser algo inesperado). El pueblo judío esperaba una Gloria
fácil porque Dios la traería encerrada en su Poderío; en cambio, vino Jesús que
espera nuestra contribución al Proyecto del Reino. Y, ¿qué tenemos que aportar
nosotros? Sigamos a Jeremías en la continuación del versículo 7, en el capítulo
20: לִשְׂחֹוק֙ כָּל־ הַיֹּ֔ום כֻּלֹּ֖ה לֹעֵ֥ג לִֽי׃ “a todas horas soy motivo de risa,
todos se burlan de mí”. (Je 20, 7c). ¿Qué tiene que ver este volverse objeto de
burla con nuestro aporte a la causa del Reino? Se podría compendiar la
respuesta diciendo: “Ser capaces de hacer lo ridículo para que a través de lo
ridículo el Señor obre lo milagroso”.
Al
decir lo anterior pienso en dos anécdotas bíblicas: David bailando desnudo (2Sa
6, 1-22) y, Jesús entrando en Jerusalén, montado en un pollino (Mt 21, 1-5). Capacidad
de hacer lo ridículo…, de abajarse, de dimensionar nuestras vanidades demasiado
humanas frente a la Grandeza de Dios, Poder Misericordioso. «…una locura
cotidiana en un mundo, que tal vez no comprende ni el cristianismo, ni los
valores que el cristianismo requiere: el amor, la justicia, la paz, el último
puesto… La huida del mundo es la huida de la mundanalidad, no de los seres
humanos, con los cuales hay que ser plenamente solidarios.»[2]
No
queremos extendernos innecesariamente pero es importante enfatizar que no se
trata del “uno”, no se trata, del “mí”, tampoco del “yo”. Se trata del
“nosotros”, de esa dimensión donde florece la “fraternidad”, allí donde es
posible la conciencia de ser hijos del mismo Padre, donde el “otro” nos duele,
nos interesa. Donde somos sensibles y donde el dolor de cada “semejante” nos
duele en las entrañas como dolor propio. En fin, sentirnos co-corporeos en el
Cuerpo místico de Cristo.
2
“Una voz grita:
Preparen al Señor un camino en el
desierto,
tracen para nuestro Dios
una calzada recta en la región
estéril.
Rellenen todas las cañadas,
allanen los ceros y las colinas,
conviertan la región quebrada y
montañosa
en llanura completamente lisa.”
Is 40, 3-4
Esta
estrofa, tomada del Profeta Isaías, es el pivote de las Lecturas de este
Domingo II de Adviento del ciclo C. Lo
encontramos en la Primera Lectura tomada de Baruc y en el evangelio Lucano. Así
que, si en el Domingo I la consigna era “permanecer vigilantes”, la consigna de
este Domingo es la acción. Es el Domingo
de la “militancia”. Ser militante es ser activo, obediente y disciplinado.
Releamos al profeta y prestemos especial atención a la consigna. פַּנּ֖וּ דֶּ֣רֶךְ יְהוָ֑ה “Preparen
al Señor un camino”. Hay un verbo regente, es el
que implica “militancia”, nos llama al actuar, no a mirar, no sólo a observar,
sino además, a poner manos a la obra, es el verbo . פַּנּ֖וּ . El verbo פָּנָה se
puede traducir como “convertir”, volver”, “hacer pasar”, “preparar”. Esta
última acepción es la que se ha tomado en el texto bíblico para traducir el
sentido. Luego, hay una “militancia” que se asume en una acción trasformativa,
“prepararle” el camino al Señor.
¿En
qué consiste ese “preparar”? ¿Qué quiere decir el texto al invitarnos a “trazar
una calzada recta”? ¿Cómo entender lo de rellenar las cañadas y lo de allanar
los cerros y las colinas? ¿Tenemos acaso que convertirnos en ingenieros civiles
y dedicarnos a corregir las caminos, las autopistas, las carreteras?
El
texto de Baruc nos da una rica indicación, rica si la sabemos captar (porque la
sabiduría popular ya lo dice: “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”).
“Envuélvete en el manto de la justicia de Dios”. Lo entendemos así: Preparar el
camino del Señor es “vestirse el manto de la justicia divina”, es ser un
“justiciero” (no tiene nada que ver con tomarse la justicia por propia mano),
sino “ser justo”, construir el reino con justicia.
Esta
palabra justicia es muy peligrosa, cada cual querrá entenderla a su manera;
para prevenir semejante atrocidad, recurramos a San Pablo. Leamos en la
perícopa de Filipenses correspondiente a esta fecha el versículo 9 y luego,
hilvanémoslo con el 11. ἵνα ἡ ἀγάπη ὑμῶν ἔτι
μᾶλλον καὶ μᾶλλον περισσεύῃ “que el amor crezca en
ustedes”. Entonces, entendamos bien, “envolverse
en el manto de la justicia” significa que el amor ἀγάπη (agape) crezca, día a día, haciéndose cada día mayor. Se dirá
que esta conexión es reforzada, que San Pablo en Filipenses está hablando de
otra cosa. ¡Pues no!. Veamos, y por eso es que proponemos el hilván con el
verso 11a: πεπληρωμένοι καρπὸν δικαιοσύνης:
“llenos de los frutos de la justicia”. La oración de San Pablo pidiendo que
crezcamos en Amor de día en día es para que “carguemos frutos abundantes de δικαιοσύνης
justicia”, y la palabra que se usa empalma con la característica de los
“justos”, la santidad que Dios quiere, que Dios pide al ser humano que se
quiera fiel a los designios del Señor, es esa “justicia”, es “rectitud”,
“honestidad”, virtudes comprometidas con el “hermano”, que no es jamás
indiferencia, en cambio, es siempre acogida, entrañas conmovidas; en fin, como
lo dice San Pablo, de manera tan exacta, ἀγάπη
Amor creciente.
Veamos
ahora, sobre un mapa general, dónde hay cerros por allanar y cañadas por rellenar.
Tomemos un ejemplo en el mapa de Colombia, con un diagnóstico de 1994, que
sigue siendo igual de válido, 18 años después:
«Entonces aparecen “bajo el mismo cielo dos naciones, sobre
la misma tierra dos pueblos: Una Colombia es así porque la otra es como es. La
Colombia moderna, industrializada, la forma una minoría opulenta, viajada, bien
vestida, hace dieta para no engordar, controla los nacimientos, pasa vacaciones
en el exterior, habita casas suntuosas, trabaja en oficinas cuyo diseño y
confort envidiaría un suizo, sus índices económicos florecen. Al lado mora la
otra Colombia, arcaica, rústica, oscura. La forma la mayoría pobre, restringida
en sus posibilidades, mal vestida, mal comida, flaca; denuncia el hambre su
físico desgarbado, su cara mustia, el brillo angustiado de sus ojos inquietos,
los altos índices de natalidad por medio de los cuales se defiende
misteriosamente la especie de la extinción al reproducirse tumultuariamente,
vive en ranchos, toma agua sucia, toda su apariencia denuncia violentamente los
estragos que hace la miseria en sus organismos. Grupo marginado, presenta
bajísimos índices sociales y vitales.
Ese dramático telón de fondo ofrece lugar para quienes
separan lo que Dios ha unido y declaran que los comportamientos económicos nada
tienen que ver con la evangelización, con la fe, con la Iglesia, con el
seguimiento de Jesús.
…………………………………………………………………………………
Jamás la evangelización auténtica podrá ser económicamente
neutra. Mucho menos sierva de sistemas económicos de muerte que, hoy como ayer,
quisieran justificarse en amañadas interpretaciones de la Buena Nueva de
nuestra liberación en Cristo.»[3]
3
El
Domingo pasado, Primero de Adviento, discerníamos tres venidas del Señor: Una,
la primera, en Belén; la segunda: la Parusía, al “Fin de los tiempos”; y una
cotidiana, en la que viene “mal vestido, mal comido, flaco; denuncia el hambre su
físico desgarbado, su cara mustia, el brillo angustiado de sus ojos inquietos”;
Adviento es todos los días, no sólo estas cuatro semanas, Jesús está viniendo
siempre; viene a ver si lo acogemos, si lo recibimos, si hemos superado nuestra
indiferencia, nuestra indolencia, nuestros egoísmos; a ver si estamos listos a
recibirlo en Gloria. ¿Cuántas veces habrá pasado a nuestro lado y nosotros ni
siquiera lo hemos volteado a mirar? ¿Cuántas veces habrá llamado a nuestra
puerta?
Hay
pues, muchos cerros a allanar y muchas cañadas que deben rellenarse para que el
Camino del Señor sea parejo, para que Él marche por una Senda digna de Su Pie,
con derroche de
acogida y agasajo. Vinos de solera, pétalos de flores, corona de laurel y –en vez
de bandas guerreras- villancicos.
Entonces mostrará el Señor su Gloria,
y todos los hombres juntos la verán.
El Señor mismo lo ha dicho.
Is 40, 5
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