Al
iniciar el Año Nuevo Litúrgico, las lecturas de este Primer Domingo de
Adviento, ciclo C, nos proponen una primera actitud en el contexto del sentido
de preparación que anima el Adviento. ¿Cuál es el eje preparativo de esta
primer paso del ADVIENTO? Estar dispuestos, estar “despiertos”, en el sentido
ético-teológico de la palabra. Porque podemos prepararnos de muchas
maneras. ¿Será que esta preparación está
relacionada con llevar la ropa a la lavandería, o comprar una muda nueva, o
hacernos la manicura, o hacer las compras navideñas cuanto antes, tan pronto
recibamos la “prima”? ¿Tendrá que ver con los preparativos de la Cena de
Nochebuena, con los preparativos para rezar la novena, con vestir el Pesebre y
el árbol Navideños, con la decoración de nuestros hogares? Otra manera de
prepararnos consiste en disfrazarnos de Papá Noel o Mamá Noelia, para lo cual
es preciso apresurarnos a alquilar los correspondientes disfraces. Aún otro
estilo preparativo tiene que ver con la contratación del Pollo Relleno, o el
Pavo, o la preparación de los Tamales, la Natilla y los Buñuelos y con la
adquisición de las materias primas necesarias para su preparación, antes de que
todo empiece a escasear en el mercado como resultado de la demanda exhaustiva
de estos productos.
Todos
estos elementos folclóricos, entreverados de elementos comerciales, de las
Fiestas Navideñas, amenazan hacernos perder de vista lo esencial del Adviento y
la Navidad. ¿Qué es lo esencial? Evidentemente, el nacimiento de Jesús, nuestro
Dios, Hijo del padre Eterno que se humanó, conforme lo predicho por los
profetas (El profeta Jeremías, lo vaticinó, conforme lo leemos en la Primera
Lectura de hoy)) , y –como lo hemos repetido con gran frecuencia- se abajó, se
anonadó, descendió de los Cielos y, tomando Carne del Seno de su Santísima
Madre, la Siempre Virgen María, se hizo Hombre, exactamente como nosotros, en
todo sentido, menos en el pecado. Puso su Tienda entre nosotros, equiparándose
en todo, excepto en el pecado, puesto que Él, junto a su Santísima Madre, no
conocieron el pecado. Así vino Dios-Hombre por primera vez; nació en Belén, en
una pesebrera, porque no hubo lugar en la Casa para atender un parto en la
“habitación” común.
Pero,
Jesús habría pasado en aquel tiempo histórico, ¿vino –como un inspector o un
supervisor- visitó, observó, comentó, criticó y se fue? ¿Qué clase de Dios
Humanado ese ese? ¿Qué clase de Emmanuel -Dios con nosotros- sería Jesús? Pasó,
nos visitó y luego pasó a la historia. ¡No! Jesús nos ha anunciado una segunda
venida: La Parusía: Sería una Segunda Venida, triunfal, llena de poderío, ἐν ἁγιωσύνῃ ἔμπροσθεν τοῦ θεοῦ καὶ πατρὸς
ἡμῶν ἐν τῇ παρουσίᾳ τοῦ κυρίου ἡμῶν Ἰησοῦ μετὰ πάντων τῶν ἁγίων αὐτοῦ .en
compañía de todos sus santos (Cfr. 1Tes 3, 13c) de lo cual tenemos noticia en
la Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses, donde se nos habla de esa segunda venida.
Aún
es más duradera y permanente la Presencia de Jesús entre nosotros: Él está
siempre con nosotros. Se nos hace presente muchas veces a través de nuestro
prójimo, a través de la persona menos imaginable. Allí, cuando no estamos
pensando en Jesús, irrumpe Él, se acerca, camina a nuestro lado, o, espera
algo, a veces una palabra que levante el ánimo, una voz de aliento o de
consuelo, tal vez, una plegaria, un servicio, un gesto caritativo, fraternal, solidario.
Jesús se hace presente en un Sacerdote, en un religioso, en un laico… su
Misteriosa Compañía es constante. Siempre, siempre, camina a nuestro lado.
Sabemos,
además, que se hace presente de forma plena en el Sacramento Eucarístico. Así
que Jesús no es un Dios que vino, o un Dios que volverá. ¡Está aquí! Con sus
vestiduras y su presencia más humilde, en el harapiento, en Alguien de
apariencia normal o…en un mínimo bocado con apariencia de Pan.
«Adviento
es el tiempo de preparación de la Navidad, que forma una unidad dinámica con la
misma Navidad y la Epifanía, celebrando así la manifestación del Señor en
nuestra historia. La fiesta de Navidad se celebra no tanto como un aniversario
histórico entrañable, sino sobre todo como la presencia viva del misterio de
este nacimiento en Belén: el Dios-con-nosotros, ahora resucitado y glorioso,
sigue estando en medio de su pueblo y le comunica la gracia específica de su
nacimiento.»[1]
2
Sabemos que el Adviento es esta época. Sabemos que las cuatro
semanas previas a la Navidad reciben este nombre; pero, ¿de dónde proviene esta
expresión? El Santo Padre explica lo que es el Adviento «…el significado de esta
palabra, que puede traducirse como “presencia”, “llegada”, “venida”. En el
lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la
llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia.
Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su ocultación
para manifestarse con poder, o que es celebrada presente en el culto. Los
cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con
Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada
tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a
cuantos creen en Él, a cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica.
Con la palabra adventus se pretendía sustancialmente decir:
Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no
lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y
viene a visitarnos de múltiples maneras.».[2]
Un signo hermosísimo a una vez que litúrgicamente pedagógico es la
Corona de Adviento. Sus cuatro velas de colores: verde, morada, blanca y roja nos
van llevando de la mano y expresando el significado de cada Domingo de Adviento.
La verde la esperanza; la morada, la penitencia, la conversión; la blanca, la
alegría; y, finalmente, la roja, el amor de Dios por nosotros.
« Con la palabra adventus se pretendía sustancialmente decir:
Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no
lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y
viene a visitarnos de múltiples maneras. »[3]
3
«Dios
es un Dios de la vida, y lo que Él quiere es “que todos tengan vida y la tengan
en abundancia” (Jn 10,10). Pero, esta vida que culmina en su plenitud en una
situación de vida eterna, ya comienza aquí y ahora, en las situaciones
históricas de la convivencia social… todos aquellos que profesan su fe en una
vida eterna, son llamados y desafiados a obrar, para que su esperanza en la
vida futura repercuta ya en el presente. Su lucha contra todos los mecanismos que
causan muerte comprueba y manifiesta su fe en la vida eterna.. En nombre de su
fe en la vida eterna hay que denunciar las estructuras injustas, los mecanismos
de exclusión y los sistemas que generan muerte, en vez de vida. Y es en nombre
de su fe en la vida eterna como hay que obrar , para que los grandes valores de
la vida formulados en las revelaciones sobre el reino de Dios comiencen desde
ya a ser realizados. Esta fe, así, no se convierte en alienación que desvía la
atención de la vida y de la historia humana concreta…, se convierte en incentivo
para comenzar ya, aquí en la tierra, con la realización de aquellos valores que
Dios llevará a plenitud para nosotros en escala infinita en aquella manera de
ser, que llamamos VIDA ETERNA.»[4] Este es el significado de “estar
despierto”, de “permanecer vigilante”. No se trata de mantener simplemente los ojos
abiertos, se trata de pasar a la acción, hay que ir adelantando, ir dando las
puntadas que se pueden, empezar desde ya la práctica de la justicia, de la
solidaridad. Hay que empezar desde ya a vivir en función de la paz, y no a vivir
en función de la guerra so pretexto de que ella algún día nos traerá la paz,
esto es sólo propaganda de los que usufructúan del “negocio” de la guerra. «Seremos
capaces de volver a empezar cada día en el aprendizaje del amor fraterno, no
por la realización afectiva que nos aporta, sino por el servicio de Jesús que
vive en el hermano»[5]
Estar despierto y vigilante es trabajar por la cultura de la vida, creyendo en
ella. La cultura de la vida es capaz de ver en cada hermano el Rostro de Jesús,
muchas veces, el Rostro del Siervo Sufriente.
«El
teólogo de Munich Wolfhart Pannenberg ha acuñado un concepto técnico…: el “derecho
proléptico” de Jesús. En un intento de “suavizar” o de hacer mas inteligible la
expresión, Bruce Vawter la ha traducido como “retroactividad resurreccional”.
¡No se sabe cual es peor…! Pero la importancia del tema justifica el
neologismo. “Proléptico” proviene del
griego “pro” (“de antemano”) y “lambano” (“coger” o “tomar”). Es decir,
algo “tomado de antemano”, algo que va a venir después, que todavía no es
realidad, pero respecto de lo cual, y en la seguridad y la confianza de que ha
de venir, se pueden ya tomar medidas y adoptar actitudes.»[6] Así se debe vivir la fe,
con tal seguridad, con tal convencimiento, que uno sea capaz desde este mismo
instante de obrar contando con ello. La fe nos obliga a ser prolépticos con relación
al Reinado de Dios, “ya es, pero todavía no” y, sin embargo, como contamos que
será, debemos vivir con toda la coherencia como si ya se hubiera implantado a
plenitud y ya se hubiera llevado a realidad.
4
Quiero andar, Señor, en este Adviento
de gracia,
para ir corriendo a Tu encuentro
porque se y siento que en el mundo
no hay nadie fuera de ti
por quien valga la pena gastar mi
vida, para poder comparecer un día
delante de ti con el corazón en
fiesta.
Amén.[7]
[1]
Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo III- Ciclo C Ed. Comunicaciones sin fronteras Bogotá Colombia. p.
12
[3]
Ibid.
[4] Blank,
Renold. CREO EN LA VIDA ETERNA. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2010 p.52
[5]
Galilea, segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia. 1999 p. 18
[6]
Vallés, Carlos G. s.j. CRECÍA EN SABIDURÍA. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia 2001 p. 106
[7] Dini,
Averardo. Op. Cit. p. 13
No hay comentarios:
Publicar un comentario