Esta conjunción entre
una novedad radical y una fidelidad igualmente radical… es el verdadero
contenido teológico al que apunta el pasaje.
Benedicto XVI
1. La
perícopa evangélica en sí
Vamos
a ocuparnos de Lc 2, 41-52: «Nos dice que sus padres iban todos los años en
peregrinación a Jerusalén para la Pascua. La familia de Jesús era piadosa,
observaba la ley.»[1]
«Ha
participado… en la “subida” a Jerusalén, la visita al templo, la peregrinación
anual que marcaba con el sello del pueblo de Dios a todo israelita adulto en la
fidelidad de su fe. Y
en la compañía de todos los elegidos. La primera salida de Nazaret para el
muchacho que se había criado en aquella remota aldea; la primera aventura lejos
del entorno de la infancia; el primer viaje a la capital en compañía de sus
amigos y de todas las personas mayores del pueblo, como excursión sagrada, como
liturgia a pie, como parábola social de un destino común en el templo venerado,
donde Dios es Padre.»[2]
«Israel
sigue siendo, por así decirlo, un pueblo de Dios en marcha, un pueblo que está
siempre en camino hacia Dios, y recibe su identidad y su unidad siempre
nuevamente del encuentro con Dios en el único templo. La Sagrada Familia se
inserta en esta gran comunidad en el camino hacia el templo y hacía Dios.»[3]
«Para
un muchacho despierto de doce años, que iba creciendo en “sabiduría”, en
experiencia, en conocimiento de sí mismo, en profundidad de su conciencia
divina y en entrega a su trayectoria humana, aquella escena, llena de luz y
color, de voces y alegría, de cánticos y preces, fue una sacudida existencial
que avivó los fondos de su personalidad en el escenario de la celebración
pascual.
………………………………………………………………………………………………………......
Al
referirnos a este episodio de la vida de Jesús, hablamos de “el Niño perdido y
hallado en el Templo”. Pero Jesús ya no era un niño para entonces; y mucho
menos “se perdió” en Jerusalén. Más bien habría que hablar del muchacho que “se
encontró” a sí mismo en aquella experiencia súbita e intensa de hallarse, por
primera vez en su vida consciente, en la Casa de su Padre.
Y
entonces hizo lo más natural del mundo en su nueva pero radical circunstancia:
se quedó en casa… Para María y para José, este fue un gesto duro e inesperado.
Ni siquiera sospecharon el golpe. Anduvieron todo un día de camino, los hombres
con los hombres, las mujeres con las mujeres, y los jóvenes con unos o con
otros, de modo que nadie los iba a echar de menos, creyendo que irían con el
otro grupo.»[4]
En
el capítulo 2 de San Lucas, más exactamente en el versículo 44a leemos νομίσαντες δὲ αὐτὸν εἶναι ἐν τῇ συνοδίᾳ “Pensando que iba en la caravana”.
Benedicto XVI glosa esta parte diciendo:
«Lucas llama a la comitiva synodía
–“comunidad en camino”-, el término técnico para la caravana.»[5]
«Hubo
desgarro al notar la falta del hijo, ansiedad en la rápida vuelta a Jerusalén,
angustia durante tres días de búsqueda agitada…»[6] Sobre este particular el
comentario del Papa nos dice: «… es preciso… dar la razón a René Laurentin
cuando nota aquí una callada referencia a los tres días entre la cruz y la resurrección…
Son jornadas de sufrimiento por la ausencia de Jesús, días sombríos cuya
gravedad se percibe en las palabras de la madre: “Hijo, ¿por qué nos has
tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)… En
aquellos momentos se hace sentir en María algo del dolor de la espada que
Simeón le había anunciado (cf. Lc 2, 35)»[7]
«“¿Por
qué nos has hecho esto?”. Dolor de padres ante la conducta del hijo, a quien
comienzan a no entender. Y comienzan a no entenderlo porque él ha comenzado a
entenderse a sí mismo y ha obrado en consecuencia.
……………………………………………………………………………………………………….......
Jesús
disfrutó aquellos tres días como no lo había hecho hasta ahora en su vida: en
aquellas pocas horas en el templo, “creció en sabiduría” mucho más de cuanto
había crecido durante años en Nazaret. Se encontró a sí mismo con la fuerza
sagrada de su origen divino y su nacimiento humano. El camino de vuelta a
Nazaret fue muy distinto del camino de ida a Jerusalén. El muchacho de doce
años había encontrado la Casa de su Padre. “¿No sabíais que aquí es donde debo
estar?”.»[8]
«”Ellos
no comprendieron lo que quería decir”, y “su madre conservaba todo esto en su
corazón” (Lc 2, 50-51). La palabra de Jesús es demasiado grande por el momento.
Incluso la fe de María es una fe “en camino”, una fe que se encuentra a menudo
en la oscuridad, y debe madurar atravesando la oscuridad»
2. Obediencia
o rebeldía
¿Cómo
sería vivir con Jesús, tenerlo permanentemente en casa? Si así como nos lo ha
dicho el Papa, la fe de María era una fe en camino, ¿quizá podía –por momentos-
caer en la inconsciencia de olvidar quien era su Hijo? Muchas veces nos sucede
que al estar continuamente cerca del Señor, por ejemplo con su Presencia
Eucarística, hay momentos en que no caemos en la cuenta que Él está allí,
totalmente presente en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Estando allí, cerca
de nosotros, e inclusive en nuestro propio corazón, al Comulgar, nuestro
corazón –inundado de indiferencia- no alcanza a percibir, no logra captar, Su
Majestuosa Presencia, Su Divino Amor. En ese momento, perdemos a Jesús, de la
misma manera que María y José lo perdieron en Jerusalén al partir sin darse
cuenta que se iban de regreso a Nazaret abandonando su Preciado Tesoro: el
Mesías Encarnado.
Este
es un grave riesgo, es el peligro de cotidianizar a Jesús en nuestra
existencia. Peligro no solo para los clérigos, para los Ministros Ordenados,
sino peligro para todos nosotros, porque cualquiera puede caer en esa ceguera
espiritual que le impide verlo allí donde Él está a nuestro lado. Así como la
cercanía a los árboles nos impide ver el bosque, así la Presencia de Dios en
nuestra vida puede caer en lo rutinario, en lo diario, en la monotonía; y
puede, dejar de hablarnos, puede enmudecer, hacerse imperceptible.
¿Cuánta
atención espiritual –o debo decir mejor “tensión espiritual”- hemos de poner
para prevenir esta catástrofe. Y es fácil caer en ella: Pensar que si no viene
en el Grupo de las mujeres, vendrá en el Grupo de los hombres o viceversa. El
hecho a constatar es que podemos “perder” a Jesús, que podemos vivir de
espaldas a nuestra fe, como ocurre con no poca frecuencia, inclusive,
fraccionando la existencia esquizofrénicamente, de tal manera que todo lo que
el discipulado pide, queda relegado como un discurso del que se puede dar razón
pero del que nuestra vida no participa con su testimonio existencial.
Ahora
bien, al analizar esta situación cabe pensar ¿A Jesús le eran indiferentes sus
padres y –con sólo doce años- se estaba “volando” de la casa? ¿Era Jesús un
mucharejo rebelde queriendo deshacerse de toda autoridad paterna? He aquí la
respuesta que nos da Benedicto XVI: «La libertad de Jesús no es la libertad del
liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese mismo motivo es también la libertad
de quienes son verdaderamente piadosos. Como Hijo, Jesús trae una nueva
libertad, pero no la de alguien que no tiene compromiso alguno, sino la
libertad de quien está totalmente unido a la voluntad del Padre… Esta
conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical que
proviene del ser Hijo, aparece precisamente también en el breve pasaje sobre
Jesús a los doce años; más aún, diría que es el verdadero contenido teológico
al que apunta el pasaje.»[9]
Se
podría, simplemente, entender como descuido, ¡qué padres tan despreocupados,
tan irresponsables!, ¿Cómo es posible que hayan dejado descuidado y desatendido
a un niño de tan sólo doce años? «Según nuestra imagen quizá demasiado cicatera
de la Sagrada Familia, esto puede resultar sorprendente. Pero nos muestra de
manera muy hermosa que en la Sagrada Familia la libertad y la obediencia
estaban muy bien armonizadas una con otra. Se dejaba decidir libremente al niño
de doce años el que fuera con los de su edad y sus amigos y estuviera en su
compañía durante el camino. Por la noche, sin embargo, le esperaban sus padres.»[10]
Tratemos
de entender, pues, la conducta de Jesús. «La persona se define en sus
decisiones. Mi identidad se revela en las opciones que tomo… La suma de esas
opciones, serias o ligeras, trascendentes o leves, rápidas o dilatadas, es la
que va determinando, sumando a sumando, el resultado total de mi personalidad.
Mis decisiones labran, golpe a golpe, el perfil de mi alma, y lo revelan al
labrarlo… La primera información que tenemos acerca de una decisión tomada por
Jesús es su conducta, con sólo doce años, en el templo de Jerusalén… Primera
Pascua de su vida joven, que culminará en la última Pascua de su sacrificio
final*… En la sinagoga de Nazaret había oído los sábados la
explicación de las profecías, había vivido en la recitación de los salmos el
anuncio de la redención cercana, había dejado resonar en todo su ser las
urgentes plegarias de su pueblo por la venida esperada del Mesías… Pero los
rabinos de Nazaret eran gente sencilla y de saber limitado, mientras que ahora
en Jerusalén, se le brindaba la ocasión única de escuchar, en su propia cátedra
del templo sagrado, a las autoridades, supremas en la interpretación de las
escrituras… Por eso se puso a escuchar a los doctores de la ley y a hacerles
preguntas. No eran preguntas de niño sabio para poner en apuros a los maestros ante
los oyentes. No. Eran preguntas de adolescente interesado… y sentía surgir en
las intimidades de su ser acerca de su propia misión, su vida, su relación con
su Padre y su compromiso de establecer el Reino de Dios en la tierra. Escuchaba
y preguntaba porque quería saber…»[11]
En
Lucas 2, 49 se lee: καὶ εἶπεν πρὸς αὐτοὺς· τί ὅτι ἐζητεῖτε με; οὐκ ᾖδειτε
ὅτι ἐν τοῖς τοῦ πατρός μου δεῖ εἶναι με; “Él replicó: ¿Por qué me
buscaban? ¿No saben que yo δεῖ tengo
que estar en la casa de mi Padre?” La palabra clave en la explicación de la decisión
que tomó Jesús de quedarse en el templo de Jerusalén es el verbo ‘δεῖ’ que significa lo adecuado, lo que se debe, lo
natural, lo propio, lo necesario, lo inevitable; en este caso se traduce –nos parece
muy adecuado, y que refleja de manera óptima el sentido que tiene en la frase
que registra San Lucas- por “tengo que”.
«La palabra griega deí usada aquí por
Lucas retorna siempre en los Evangelios allí donde se presenta lo que se
establece la voluntad de Dios, a la cual está sometido Jesús. Él “debe” sufrir
mucho, ser rechazado, sufrir la ejecución y resucitar, como dice a sus
discípulos después de la profesión de Pedro (cf. Mc 8, 31). Este “debe” vale
también en este momento inicial. Él debe
estar con el Padre, y así resulta claro que lo que puede parecer desobediencia
o una libertad desconsiderada respecto a los padres, es en realidad
precisamente una expresión de su obediencia filial. Él no está en el templo por
rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma
obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección.»[12]
3. La
familia y su función
La
vida de Jesús, cada aspecto, cada detalle son sorprendentes, ¿por qué eligió la
cruz para morir?, ¿por qué eligió un pesebre a manera de cuna?, ¿por qué quiso
tener una familia sí habría podido nacer en un hogar uni-parental, o aparecer
en una cesta depositada en cualquier puerta, o –simplemente- haberse aparecido
ya adulto sin pasar por ese referente tan, pero tan humano, que es la familia?
Dice
el Padre Gustavo Baena que «la vida familiar es todavía un vientre en que se
sumerge a la persona hasta que se acaba de construir»[13] En el numeral 48 de la
Gaudium et Spes el ser de la familia, según el designio divino está constituido
como «íntima comunidad de vida y amor»[14] de lo cual parte Juan
Pablo II para afirmar que: «la esencia y el cometido de la familia son definidos
en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de
custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real
del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su
esposa.»[15]
Al
continuar desarrollando esta idea, da, Juan Pablo II: «cuatro cometidos
generales de la familia
1) formación de una comunidad de personas;
2) servicio a la vida;
3) participación en el desarrollo de la
sociedad;
4) participación en la vida y misión de
la Iglesia»[16]
Su
santidad Benedicto XVI de una manera muy sintética resume señalando las tareas
fundamentales de la familia: «que consiste inseparablemente en la formación de
la persona y la trasmisión de la fe»[17]
«El
Hijo de Dios se hace presente en la sencillez de una familia humana. El
nacimiento de Jesús engrandece al género humano y en especial a la familia. Este
hogar, donde nace la vida, está enriquecido por las virtudes de un hombre y una
mujer, que desde la fe en la promesa, reciben con alegría y esperanza al
anunciado por los profetas. Esta pequeña familia recibe en su seno el gran
misterio de Dios presente en la persona del Niño, y se convierte en el primer
lugar de la solidaridad con el hombre. Así señala el Señor el compromiso de
cada familia, de todas las familias de la humanidad: ser el lugar de acogida
permanente del Hijo de Dios y el espacio de la solidaridad con todos los seres humanos.
¿Qué
hace posible que se obre este gran milagro en una humilde familia? La luz de la
fe. Creer en Dios y en su plan de salvación, acoger con toda confianza su
propuesta y disponerse para vivir en esa dimensión… Esta familia de Nazaret se
convierte en el espacio original para acoger, desde la fe más profunda, el
misterio del Verbo encarnado.»[18]
Al
concluir su exhortación apostólica dice Juan Pablo II: «…la Sagrada Familia de Nazaret.
Por misterioso designio de Dios, en ella vivó escondido largos años el hijo de
Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas… san
José, “hombre justo”, trabajador incansable, custodio integérrimo de los
tesoros a él confiados… la Virgen María… Madre de la “Iglesia doméstica”, y
gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser
verdaderamente una “pequeña Iglesia”… cada familia sepa dar generosamente su
aportación original para la venida de su Reino al mundo, “Reino de verdad y de
vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”»[19]
Esta
aportación se vuelve un imposible si no se cumple con lo que nos señala Benedicto
XVI: «Ciertamente, es precisamente la familia, formada por un hombre y una
mujer, la ayuda más grande que se puede ofrecer a los niños. Estos quieren ser amados por ambos, por una madre y por un padre que se aman, y necesitan habitar, crecer y
vivir junto a ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias
en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su
identidad. Es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles
crecer en una familia unida y estable.
Con
este fin, es necesario exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las
razones profundas y la sacralidad de su pacto conyugal y reforzarlo con la
Palabra de Dios y la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el
perdón mutuo. Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en
particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para
los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos,
su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas
exigencias de los menores.»[20]
En
síntesis, «Dios pone ante nosotros a la Sagrada Familia de Nazaret como el
modelo a seguir para todas las familias. La unidad familiar es la estructura
básica sobre la que está construida la sociedad humana. Una buena familia
cristiana es un poderoso testimonio del amor que Dios ha revelado para nosotros
en el ejemplo de Jesús y de su relación con su Madre María y con José.»[21]
El
Padre Jaime Restrepo** nos propone compromisos concretos para la familia en
este año de la fe:
·
En
este Año especial de la fe, la familia está llamada a vivir…en un ambiente muy
cristiano. Esto significa tener una disposición interior para fomentar la
cercanía, el respeto, la obediencia y el buen trato. Como María y José en
actitud de oración, de mucho amor a Dios y a los hermanos. Es muy importante el
ejercicio de la reconciliación entre los miembros de la familia para restaurar
las relaciones rotas, mediante el perdón sincero y la acogida fraterna.
·
La
familia… asume un gran desafío, ante la incredulidad y el vacío de Dios que hay
en muchos hogares de nuestra sociedad, la familia cristiana se convierte en el
lugar de acogida permanente del Hijo de Dios.
[1]
Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá
Colombia 2012 p. 125
[2]
González Vallés, Carlos. «CRECÍA EN SABIDURÍA…» Ed. Sal Terrae Santander-España pp.
11-12
[3] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit.
XVI. p. 126-127
[4]
González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 13-14
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto Op.
Cit. XVI. p. 127
[6]
González Vallés, Carlos. Loc. Cit.
[7] Joseph Ratzinger-Benedicto Op.
Cit. XVI. p. 128
[8] González
Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 14-16
[9] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
Op. Cit.. p. 126
[10] Ibid p. 127
* También Benedito XVI se refiere
a este aspecto pascual diciendo en la obra citada: “Así, desde la primera Pascua de Jesús se extiende un arco hasta su
última Pascua, la de la cruz.” Op. Cit. p. 128
[11] González
Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 11-15
[12] Joseph Ratzinger-Benedicto Op.
Cit. XVI. p. 129
[13]
Baena, Gustavo s.j. LA VIDA SACRAMENTAL Ciclo de Conferencias dictadas en el
Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998.
[14]
CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES ed. Paulinas 3ª ed. 1967 p. 69
[15]
Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 de Noviembre de 1981 p. 31
[16] Ibid.
[17]
Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial
Madrid – España 2012 p. 48
[18] Restrepo
S, Jaime Pbro.
NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE.
En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.
[19] Juan
Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 DE Noviembre de 1981 pp. 156-157
[20] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial
Madrid – España 2012 pp.94-95
[21]
Buckley, Michael Mnsr. ORACIONES PARA EL CATÓLIOCO DE HOY Ed. Martínez Roca Colombia
2002. pp. 20-21
**Restrepo S, Jaime Pbro. Loc
Cit