Is 43,16-21; Sal 126 (125), 1–6; Fil 3, 8-14; Jn 8,1-11
… sólo quedaron dos: la afligida y el Misericordioso.
San Agustín
Tú, Señor, eres la
esperanza de Israel,
los que te abandonan
fracasan,
los que se apartan
serán escritos en el polvo,
porque abandonaron al Señor,
Manantial de Agua Viva.
Jr 17, 13
En
el Primer Testamento Dios nos da la Ley. Sin embargo, el Malo envilece la Ley
haciendo con ella que el Mal ocupe el Centro de la Tierra Prometida. En el Génesis
(2, 9) YHWH, el Señor, colocó en la mitad el Árbol de la Vida. Sepamos -de una
vez por todas- que Jesús será el Hortelano (Jn 20, 15c) que volverá las cosas a
su lugar -haciéndolo todo Nuevo- (Ap 21, 5) volverá el Árbol de la Vida a su
lugar central, sembrando en medio del Jardín del Edén el Árbol de la Cruz: “Me
mostró un rio de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de
Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del rio crece el
árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas
son medicinales para las naciones. No habrá allí nada maldito. En ella se
encontrará el Trono de Dios y del Cordero. Sus siervos lo adorarán y verán su Rostro
y llevarán en la frente su nombre. Allí no habrá noche. No les hará falta luz
de lámpara ni luz del sol, porque los ilumina el Señor Dios, y reinaran por los
siglos de los siglos.” (Ap 22, 1-5)
Cuando el hijo menor pide anticipadamente su herencia está cometiendo una especie de asesinato, puesto que reclamar la heredad era “desear” que el papá hubiera fallecido para hacerse dueño de sus bienes, administrarlos, hacer uso de ellos, llegando incluso a malversarlos, como efectivamente lo hizo, gastándolos en “malas mujeres”.
El
adulterio también es una suerte de “asesinato”, se espera que la persona esté
con su cónyuge hasta que “la muerte los separe” y, si esta persona está con
otro, es algo así como “matar moralmente” a su legítimo cónyuge; «… el
adulterio produce odios, celos, injusticia, pobreza, familias rotas, mujeres,
hombres e hijos abandonados. Por problemas como estos fue que el antiguo pueblo
de Israel condenó con máxima fuerza esta plaga: los dos serán condenados a
MUERTE. Así acabarán ustedes con el mal que haya en medio de ustedes” (Dt 22,
22. 24). La triste experiencia de siglos les hizo ver el daño que el adulterio
dejaba en las familias y la sociedad.»[1]
Qué
pensaría la mujer mientras los escribas y fariseos presentaban los cargos y
Jesús los escuchaba. Quizás en su fuero interno consideraría que no tenía
salvación, que su vida estaba tocando a su fin, que su pecado iba a ser
castigado y que –según lo que estaban diciendo allí- su sentencia había sido
proferida por Moisés siglos antes. Cuando aquellos hombres vociferaban
exigiendo “castigo”, lo hacía alardeando –con hipocresía- de su falsa
“inocencia”. Pero allí había más de una miseria, no era sólo la mujer la
culpable; el evangelista nos señala que el corazón de aquellos hombres estaba
manchado y también sus manos con la sangre de un inocente. Ellos iban buscando el
pretexto clave para poder matar a Jesús. Efectivamente, no sólo querían
derramar la sangre de aquella “pecadora”, sino que, además querían asesinar al
“Justo”. Sino, ¿por qué iban a plantearle el asunto a Jesús, si ya Moisés había
prescrito lo que se debía hacer en aquellos casos? Sí, se trataba de una
emboscada, lo llaman Διδάσκαλε “maestro” (casi suena irónico); si llegaba a decir que la apedrearan a
muerte, estaría poniéndose en contra de los romanos que les habían suprimido el
derecho a imponer penas de muerte –que según los romanos- sólo ellos podían
administrar; si llegaba a decir que no la lapidaran, estaría yendo contra la
“sagrada” ley mosaica. Pues de eso se trataba, de acorralarlo con sus “propias
palabras” y hallar el pretexto para “lapidarlo” a Él, para crucificarlo.
Jesús se toma un tiempo, crea un ámbito de reflexión, mientras simula estar escribiendo en el empedrado, se agacha y traza unos signos con su dedo… (en ese momento estamos presenciando el Dedo de Dios que crea, que va a hacer “una Nueva Creación”, un Mundo Nuevo, una Tierra Nueva, según el poder del Amor, el poder del perdón, un mundo donde la Segunda Oportunidad, o la Tercera valen para ser Hombres y Mujeres Nuevos). Luego los reta, y en ese reto los conduce a mirarse en su propio espejo: ¿No son ustedes también pecadores? ¿Cómo pueden venir a posar de inocentes? Y, el hombre con quien ella pecaba, ¿por qué no lo han traído también? ¿Era, acaso él, menos culpable que lo pueda ser ella? Porque Jesús en ningún momento la exonera de su culpa, y ella tampoco –en ningún momento- alega inocencia.
¡No
olvidemos que en el mismo Evangelio de San Juan, Jesús dice que el Padre le ha
dado toda autoridad para juzgar! O sea que Él –el Hijo de Dios- si podía
juzgarla y sancionarla… Pero, por el contrario, Él que detenta toda la
autoridad porque se la ha dado su Padre, Οὐδὲ ἐγώ σε κατακρίνω ¡¡¡Él
TAMPOCO la condena!!! Ese Οὐδὲ “tampoco”
señala no sólo que Él no la condena, sino que Él, que si tiene las facultades,
tampoco condena, ¡nunca olvidemos que Él ha venido para rescatar y no para
condenar o κατακρίνω perder! Pero eso sí, no la alienta a seguir por ese camino
equivocado; ¡no!, la llama a la conversión, a cambiar de estilo
de vida, a andar por la senda que no tiene pecado; la concita a no hacerlo más,
a no repetir y re-pisar su huella de pecado: πορεύου καὶ μηκέτι ἁμάρτανε. “Ve y no vuelvas a pecar en los
sucesivo”. La sentencia es perentoriamente dulce, se te da la oportunidad pero
no para vivir en la desvergüenza, sino para darle dirección a tu vida por una
ruta pura, coherente, obediente a la Voluntad del Padre. De alguna manera en
esta frase se oye la Voz-Creadora de Dios que hace de ella una Nueva-Creación;
el Alfarero-Divino re-toma el barro-humano y re-hace el cántaro. Como dice en
el Libro de Isaías: “ahora que voy a hacer algo nuevo” (Is 43, 19).
«Son suficientes seis palabras
Para cambiar un criminal en hombre,
Para anular toda una vida de pecado.
Son suficientes seis palabras
Para trasformar un blasfemo en santo,
Para devolverle su virginidad a una
prostituta.
Di también para mí, Señor, esas seis
palabras
Y mi corazón de piedra
Volverá a ser corazón de carne.
……………………………………………….
Me arrodillaré delante de tu ministro
Para sentir y acoger estas seis palabras
tuyas:
“Vete, en lo sucesivo no peques más”.»[2]
Jesús sabe que “con eso querían ponerlo en dificultad para poder acusarlo”, pero Él no evade, iba del Monte de los Olivos al Templo, no se oculta, no juega a hacerse el escurridizo; Él está allí, para jugarse la vida por esos pecadores entre los cuales está la adultera (que nos representa a todos). Está allí, como que es Dios, en el atrio del Templo, para acoger a los pecadores (sale como el Padre en la Parábola de “los dos hijos”; y está allí para dar su vida por ellos. Jesús sabe que los maestros de la ley y los fariseos están hilvanando con estos hilos, la red de su “condena”, que están buscando astillas para fabricarle una cruz, Él sabe que ya está dando la vida, se da perfecta cuenta cuando lo presionan y siguen insistiendo con la pregunta… Seguramente es por esta razón que la liturgia ha escogido esta Lectura para el penúltimo Domingo de Cuaresma: ¡El próximo será el último de Cuaresma: Domingo de Ramos! Y entrará triunfal, cabalgando en su burrito.
Dios no se agota en sus prodigios y en sus dones, no escatima y no se hace el rogado con su Misericordia, no se queda con el paso del Mar Rojo, ni con el Diluvio, ni con ninguna proeza, todos los días tiene un milagro nuevo, un nuevo don, otro gesto de inconmensurable Misericordia, porque Él perdona siempre, porque Él –que es Fiel- nunca dejará de ser Misericordioso. Nos garantiza que al volver ya no lloraremos sino que regresaremos con los labios llenos de canticos y los brazos repletos con atados copiosos de trigo y generosos racimos para prensar el más exquisito vino; Pan de Resurrección, y Vino de Salvación. ¡Cuánta dulzura hay en el Sacramento de la Reconciliación! Cuán exquisita es la Cena de la Salvación, la Cena Eucarística, es tu Dedo poderoso que nos recrea como hombres Nuevos.
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