Dn 3, 14-20. 91-92. 95
Tradicionalmente presentamos a Daniel como el “profeta Daniel”, en el hilo
de esa tradición hay que reconocer que cuando miramos la clasificación de los
Libros de la Sagrada Biblia y llegamos a Daniel, lo incluimos en esa lista.
Alerta, es importante reconocer que la especie de autobiografía que se presenta
allí, nos entrega hechos ya cumplidos (relatos post-factum), no anuncios de lo que Dios tiene previsto hacer en el co-texto de su
Plan Salvífico, en los capítulos de 7-12 encontramos visiones, definitivamente
de carácter Apocalíptico. Digno es de tomarse en cuenta que el estilo es
básicamente, y en general, Apocalíptico y que los judíos lo clasifican entre
los Ketubîm (escritos) y no entre los Nevi´im (proféticos).
Entre los deportados a Babilonia, estaban 4 jóvenes: Daniel, Ananías,
Misael y Azarías a quienes recordamos, usualmente, con los nombres Babilonios
que habían recibido: Baltsasar, Sidrac, Mesac y Abed-nego; ellos 4
pertenecientes al linaje de David. Ellos se muestran muy inteligentes y muy
hábiles lo que los conduce al rango de sirvientes directos de Nabucodonosor. Se
presenta la primera situación de disyuntiva, donde -ellos, presionados a comer
lo no-Kosher- prefieren correr el riesgo mortal antes que profanar su lealtad
al Señor; el Señor paga su fidelidad, librándolos y prodigiosamente el rey los
enaltece. En el capítulo 2 de este Libro, se relata que el rey tuvo un sueño
que nadie fue capaz de interpretar, a la colosal estatua en el sueño llega una
piedra volando y la derriba, reduciéndola a un montón de escombros. Aparece,
dada por Daniel -que se muestra como intérprete de sueños- la interpretación
Apocalíptica del futuro de Babilonia como potencia que -después de diversos
reinos e imperios de esplendor sembrados y abonados con sangre, quedarán
reducidos a una gigantesca pila de cacharros por el poder de Dios que sembrará
Justicia y Paz, contrastando con la violencia que había sido el sostén de todos
los reinos precedentes.
Así, llegamos al capítulo de donde sale la perícopa de hoy: El rey hizo erigir una estatua monumental y exigió su adoración, ante lo cual, los 4 jóvenes se negaron. Como respuesta son perseguidos y llevados al horno encendido 7 veces más fuerte que de costumbre y arrojaron en él a los amigos israelitas que fueron librados por YHWH del fuego y Nabucodonosor alabó a nuestro Dios que defendió a Sidrac, Mesac y Abdénago que el Ángel preservó de sufrir daño alguno. Los versos 91-100 de este capítulo celebran, pues, el reconocimiento por parte de Nabucodonosor de la Soberanía Divina del Dios de Israel.
Sal
Dn 3, 52a y c. 53a. 54a. 55a. 56a
El
Libro de Daniel -como ya se ha dicho en otra parte- es un libro en tres
lenguas. Inicia con una parte en hebreo, viene una parte en arameo 2,4b – 7,28 en
este bloque encontramos una inserción en griego 3, 24-90. El resto del Libro de
Daniel, se supone escrito entre los años 540 y el 530 a.C. Esta inserción -sólo
está en las Biblias griega y latina- se cree datan del año 164 a.C. durante la
persecución de Antíoco Epífanes (profanó el Segundo Templo de Jerusalén, un acto
que representó una afrenta directa a la fe y la identidad judías: Instaló un
altar a Zeus y realizó sacrificios impuros, incluyendo el de cerdos, animales, según
la ley judía, tenidos por inmundos. Se inserta en concordancia con el mismo
hilo conductor del Imperialismo Babilonio, puesto que también los griegos eran
politeístas, adoradores de estatuas y -donde el gobernante- exigía ser
reconocido Dios. Los griegos añadieron a su galería de divinidades, el culto al
cuerpo y su exaltación en las contiendas deportivas, los juegos Olímpicos de
los que tenemos noticias desde el 776 a.C.
Las estrofas son dísticos, de Alabanza. Ya la primera estrofa da el tono a toda la composición «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:/ a Ti, gloria y alabanza por los siglos. //» Este himno invita a toda la Creación a unirse en Alabanza, y nuestra alabanza -en este momento de la Cuaresma, tan próximos ya a la Semana Mayor- se magnifica porque toda la obra de la Creación, aquí cantada, tiende y señala hacía la Liberación que nos trae la Luz del Redentor. ¡Él -que es la Palabra-, ya existía al Principio, era Dios, … y, todo existió por medio de Ella, y sin Ella nada existió de cuanto existe, el mundo existió por su Luz! (cfr. Jn 1, 1-10). Así que “¡Obras todas del Señor, bendecid al Señor!”
Jn
8, 31-42
¿Reconocemos al Enviado?
Si ayer leímos la perícopa (Jn 8, 21-30) la
inmediatamente anterior a la que se lee hoy. Y no lo decimos anecdóticamente
sino porque esa dificultad de la que hablaba Juan ayer, persiste en la perícopa
de hoy, dónde nuevamente ellos no aciertan a entender que son esclavos, ellos no
sienten que sean esclavos de nada y, por lo tanto, están incapacitados para
desear la liberación. Si uno no reconoce su situación, está dormido y con la
mente tan oscurecida que está como narcotizado.
Hay -para los fariseos- una dificultad muy
grave y es que culturalmente se vivía la cultura de leer a la letra, y no
simbólicamente: ellos -históricamente hablando- en ese sentido, están a la raíz
del fundamentalismo. ¿Qué pasa cuando uno camina, suenan los grilletes y uno
piensa que es alguna falla acústica y que no tiene nada que ver con uno mismo,
sino que, le parece que, suenan lejísimos, incluso lejos en el tiempo, en algún
pasado remoto, pero no hoy?
«Si permanecen en mi Palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la
verdad, y la verdad los hará libres». A todas luces, hay un “concepto” que es
el eje de este enunciado: ἀλήθεια [aletheia] “Verdad”. Hay, un aspecto doble que atender: Jesús era un “judío”, de
cultura judía y, aquí, está dirigiéndose a judíos. La “verdad” de los griegos,
se refiere a los “hechos”, a “la realidad”; la “verdad” de los judíos -por otra
parte- significa otra cosa. En griego, la palabra λήθεια [letheia] significa
“velado”, “oculto”, en consecuencia, ἀλήθεια significa, no-velado, sin velo, descubierto, evidente, puesto a la luz.
En cambio, en hebreo, se tiene
la palabra אמת: [emet] está indisolublemente ligada con la “Justicia” y con la
“Misericordia”, se refiere a la “Justica de Dios”, se refiera a la concepción
de Dios, esta “concepción” es dinámica, apunta hacia el objetivo o propósito de
las cosas y los sucesos. Las cosas y las personas, tienen una “finalidad” y una
procesualidad “histórica” que es su verdad en el decurso del tiempo; es, por
tanto, un concepto eminentemente dinámico, dinámica que pertenece a Dios quien
la sustenta y la dispone. Sólo lo que pronuncia Dios es, contiene la esencia
total y la plenitud definitiva durante toda su duración.
El cambio de eje no es
gratuito. Protágoras 485.- 411 a. C., uno de los sofistas, propuso que “el
hombre es la medida de todas las cosas de las que son que son y de las que no
son que no son”. Este giro (pretendidamente) antropocéntrico, que nosotros
hemos llevado a su maximización, en el individualismo llevado a su mayor
potencia, genera un direccionamiento hacía el desalojo y el asesinato de Dios;
es, a partir de esta concepción que el ser humano desaloja la Divinidad de su
existencia y la desplaza fuera de su entera “realidad”. El hombre se esconde de
Dios y pretende no dejarse encontrar por Él, para poder manipular a su antojo
el árbol del Saber del bien y del mal. ¡El suicidio! Por eso “Su Palabra no χωρεῖ [chorei] “cala”, “no se le da cabida”, “no es admitida” “no se le da un
espacio en el corazón” nuestro” (Cfr. Jn 8, 37).
Algo muy interesante es que
ellos (los judíos a los que les está hablando) no son conscientes que son
“esclavos” del pecado, se las dan de muy libres: y eso también le pasa a
nuestra generación, cargamos las cadenas, las cadenas traquean cuando
caminamos, y, sin embargo, gritamos y silbamos, que “somos libres”. Con toda
razón Jesús indica que, en vez de ser hijos de Abrahán, somos hijos del Malo.
Aun da otro paso, Jesús muestra que Él es el ἀποστέλλω [apostelo] “Enviado”. ἐξῆλθον [exelthon] palabra que tiene un sentido aún más fuerte, significa que ha emanado de Aquel, que “ha brotado de su seno”, que se ha desprendido de su propia sustancia. (proviene del verbo ἐξέρχομαι [exerchomai] que es un verbo que se aplica cuando se va a decir de donde se proviene o hacia donde se encamina como destino final, como objetivo). “Finalmente les envió a su Hijo, pensando que respetarían a su Hijo. Pero los viñadores, al ver al Hijo comentaron: Es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia”. (Mt 21, 37s).
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