“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad
para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un
Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.”
1 Cor 1,22-24
Nm 21,4-9
Este Libro en hebreo se llama Bemidbar (en el
desierto); para nosotros se llama Números porque se hace referencia a dos
censos, el primero en el capítulo 1 y el segundo, en el cap. 26. Es el cuarto
Libro de la Torah (Pentateuco), los Israelitas, liderados por Moisés, acaban de
cumplir un año de estar a los pies del Monte Sinaí; se habla allí de los
preparativos para salir del Sinaí con una explicación con pormenores -en el
cap. 9-, sobre la celebración de la Pascua.
Pasan al desierto de Paran, los caps. 11-14,
se refieren a la prologada estadía -30 años- de los israelitas en el oasis de
Cadés-Barnea, y luego su marcha por el desierto de Zin, su paso por la llanura
de Moab (cap. 22-32) que se prolongó por once meses; en los capítulos 33-36 se
relatan los preliminares al cruce del Jordán. La figura intercesora de Moisés
se destaca y se muestra con reiteración (11,2. 12,13: 14,13-19. 21,7). La
perícopa de hoy muestra esta última situación: En el trance entre el desierto
de Paran y su travesía por la llanura de Moab, se da el episodio y la
intercesión mosaica -la última que hemos referenciado- y que podríamos
considerar en 5 momentos:
1)
Saliendo del Monte Hor y
camino al Mar Rojo, evitando pasar por el país de Edón, “el pueblo se cansó de
caminar y habló contra Dios y contra Moisés. (Nm 21, 4-5a). Según ellos el Maná
tenía un sabor nauseabundo porque era como un esponjado desabrido.
2)
El Señor envía -como
castigo por su maledicencia- “serpientes שָׂרָף [saraph]
abrasadoras” que mordían y mataban a muchos israelitas.
3)
El pueblo se arrepiente,
reconociendo que han sido ingratos e insidiosos.
4)
Moisés intervine en favor
del pueblo, hablándole al Señor.
5)
El Señor ordena hacer una
“serpiente de bronce” que, al mirarla, curaba a los que habían sido mordidos.
Los investigadores dicen que la picadura de aquellas culebras, produce un ardor semejante a la angustia que produce la insolación al ser sometido al sol abrazador, quemante como infierno. Otros han propuesto traducir la expresión como “venenosa”, en vez de “abrasadora”. La palabra שָׂרָף [saraph] se relaciona directamente con la palabra Serafín, es más, es su étimo.
Sal 102(101), 2-3. 16-18. 19-21.
Este es otro salmo de súplica. Como es natural, uno oye
súplica y piensa simplemente en “ruego”, en “oración de petición”. Pero no, estos
salmos tienen relación con las Alianzas (aun cuando no haya documento de
respaldo, ni negociación previa, y sea más bien un pacto ad-hoc), es la
solicitud de que el aliado tome cartas en defensa y dé cumplimiento a lo que
fue la razón del Pacto: El reconocimiento del poderío -militar, por ejemplo- o
sea, reclamo de defenderlos como resultado de tener tal pacto de por medio.
Este salmo de súplica, la Iglesia lo eligió (junto con
otros seis), para que tuviera una función “penitencial”. El salmo es elevado
por alguien que se siente definitivamente abatido. El salmista le ruega a Dios,
ya desde la primera estrofa de la perícopa que se lee en la liturgia, que lo
asista, que sea notoria su Presencia, cuando clame a Él “el día de la
desgracia”.
En la segunda estrofa implora confiado que Sion sea
reconstruida y augura que aquel día las naciones temerán el Santo Nombre, al
oírlo, y dé respuesta a los indefensos que se apoyarán en Él.
Pide que este augurio quede por escrito, como prueba y testimonio de que Dios escuchará a los cautivos que piden entre gemidos y evitará que sean llevados al cadalso los condenados.
Aun cuando en la perícopa sólo aparece una vez el nombre de Sion, en el Salmo
integro esta localidad está nombrada por tres veces. Más como lugar espiritual
que como dato geográfico, cualquier lugar donde esté el creyente fiel, será
Sion reconstruida para, desde allí, elevar las alabanzas y cantar la Gloria del
Señor.
Jn 8, 21-30
Contemplar la cruz cambia en nosotros el sentimiento de “abandono”, por la
certeza de “estar habitados” por un Dios que asume nuestro dolor. Jesús explica
la cruz, su elevación, como presencia de Dios: “El que me envió está conmigo y
no me ha dejado solo”.
Papa Francisco
Como se nota, venimos en una lectura continuada del capítulo 8 del
Evangelio según San Juan, que iniciamos el Domingo y se prolongará hasta el
jueves; aun cuando entre el miércoles y el jueves se insertará una breve
discontinuidad (los versículos 43-50, que tocan la cuestión del diablo como “mentiroso”,
no se leerán).
“Yo soy” es el Nombre que Dios le revela a Moisés como Nombre Suyo, al hablarle desde la Zarza Ardiente (Ex 3, 14); y en el verso siguiente la dice todavía más: "Este será mi nombre para siempre, y con este Nombre me invocarán de generación en generación." Cuando Jesús se dirige a los fariseos, mostrándoles sus señas de identidad, se les está dando reconocible, les está diciendo Quien Es, y sólo “un pueblo de dura cerviz” podía hacerse el desentendido e ignorar reconocerle.
El punto se agrava cuando Él los emplaza en el espejo de su propio pecado.
Prácticamente el discurso de esta perícopa les esclarece que, con su pecado, se
están cerrando la puerta y se están excluyendo de poder entrar en la Gloria
Salvífica. Él los previene que están empecinándose en permanecer en la
limitación de “lo de abajo”. Porque rehúsan adherirse a la naturaleza de
lo de “allá arriba”, se puede -sin grandes dificultades ver que Él ha
venido para compartirnos la opción de ser de los de “Arriba”, pero que nosotros
atrancamos el acceso Celestial, desconociéndolo a Él. O, para invertir el
planteamiento, pero conservando indemne el contenido del Mensaje, sólo
reconociéndolo podremos adquirir pase de acceso con Él que detenta todas las
credenciales de entrada, y que puede hacernos pasar y aceptarnos en sus
Instancias.
Hay una frase, una de toda la perícopa que la descifra en su totalidad:
«Cuando levanten en alto al hijo del Hombre, sabrán que “Yo soy”» (Jn 8, 28b). ὑψώσητε [upsosete] “exaltado”, “ensalzado”, “levantado en alto”.
Nosotros hemos llegado a vislumbrar, con el esfuerzo de muchos predicadores que
-en el curso de los siglos- han procurado esclarecérnoslo; sin embargo, no es
fácil que nosotros desistamos de ver como derrota la crucifixión y podamos
reconocer la Cruz como Trono y descifrar en todo esto que Jesús es Rey (Ungido
= Cristo = Mesías), pero de otra clase.
Y fijémonos que Jesús lo dijo con todas las letras en este
discurso: “El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo…”; Padre-e-Hijo,
dentro de todo este Santo-Sacrificio están siempre unidos y Jesús persiste en
su “obediencia”, hace y dice todo lo que ha oído al Padre y sólo lo que Él le
dice que haga o diga.
¡Ojo! Ahí está la Escritura: «El ladrón sólo viene a robar,
matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en
plenitud.» (Jn 10, 10). Permanezcamos vigilantes frente a aquellos que
reinterpretan a favor de su propio interés la Palabra de Dios. ¡Que nadie pretenda
conculcar la Voz o la Voluntad de Dios para adueñarse de Su Autoridad y
decirnos lo que debemos hacer y/o decir. Solamente Yo-Soy lo dice y enseña, y
sólo su Voz habrá de ser reconocida y atendida, así como sus ovejas reconocen
su voz y Le obedecen. (cfr. Jn 10, 25-28).
«En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga, la oración es alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros, en cambio, en nuestros Getsemaníes a menudo elegimos quedarnos solos en lugar de decir “Padre” y confiarnos a Él, como Jesús, confiarnos a su voluntad, que es nuestro verdadero bien. Pero cuando en la prueba nos encerramos en nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se trata».
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