jueves, 10 de octubre de 2024

Viernes de la Vigésimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario


 

Gl 3, 7-14

… la ley… no puede comunicar la vida porque los seres humanos no están en condiciones de observar todas sus prescripciones y, por ende, como transgresores caen bajo su sanción de muerte.

Rinaldo Fabris

¿En qué tierra fueron sembrados, para que pudieran nutrirse con la savia de la fe, y que esta se convirtiera en su linfa espiritual? ¿Cómo pudieron vincularse a la familia de la fe para que su sangre estuviera genéticamente emparentada con el linaje de Jesús nuestro Señor y Redentor? ¿Era, acaso, la pertenencia directa a las tribus de Israel la que les daba el título de Aliados -por alianza con el Señor? ¿quizás el injerto se dio andaregueando por el desierto juntos durante los 40 años? ¿o, quizás fue la recepción del Código Sinaítico lo que los autenticó cómo familia de Dios, su pueblo elegido? Pablo entra en este rastreo del ADN mitocondrial en procura de establecer qué es lo que realmente nos hace entrar en esta familia de fe. Así San Pablo se adentra en la cuestión de los haplogrupos, y a eso nos invita hoy.

 

Dios ha entrado en nuestra historia de nuevo, facilitándonos le Reconciliación, y haciéndonos oferta de renuevo de su Amistad hace más de cuarenta siglos, en los tiempos de Abrahán y Sara que fueron los primeros en re-conocer a Dios. Así que Dios entra en la historia con Abrahán, y hasta allí se remonta San Pablo para buscar la médula de la identidad de nuestra fe.

 

Sin duda alguna llamamos a Abrahán, Padre de la fe, porque fue él quien creyó contra toda esperanza y porque nunca dudó que Dios sí cumple lo que promete, aunque parezca imposible. ¡Creyó y esperó! (Rm 4,18-21). Ellos y su clan adoraron a Dios, mientras todos los demás pueblos continuaron siendo paganos que adoraban ídolos. Por eso hoy -hablando a los paganos, porque recordemos que en Galacia la aplastante mayoría lo eran, Pablo establece: “Hermanos: reconozcan que hijos de Abrahán son los de la fe” (Gl 3,7).

 

Y continua su muy científica investigación y nos reporta los resultados diciendo: “En efecto, la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la noticia de que ‘por ti serán benditas todas las naciones’.

 

Y esto tiene consecuencias asombrosas, y que uno, por lo general, no se molesta en reconocer, siendo que son de vital importancia para la vida espiritual: “los que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el fiel. En cambio, cuantos viven de las obras de la Ley están bajo maldición…” Llegando a esta esquina, es necesario detenerse un momento para tomar un segundo aire, antes de proceder a profundizar las consecuencias.

 

Pero, ¿por qué el que se atiene a la Ley está maldito? Eso no se entiende claro, ni se desprende automáticamente… Ah, es que para captar este detalle hay que conocer las Escrituras y llegar allí donde dice: “Maldito quien no se mantenga en todo lo escrito en el Libro de la Ley, cumpliéndolo” (Dt 27, 26). Uno lee esta cita y se explica porque los judíos son tan obsesivos en el cumplimiento de cada coma y cada tilde (teniendo en cuenta que el hebreo no tiene ni lo uno ni lo otro, y que esta es sólo una manera de hablar, y confiamos que se entienda).

 

Atenidos a esta incisiva manera de leer la Escritura, se debe llegar a que la Ley no es ningún salvavidas, ya que en otra parte la propia Escritura lo dice: “El Justo vivirá por la fe”. Pero la Ley lo que hace es desplazar el foco de atención hacia otro lado, hacia el legalismo que raya en el leguleyismo, diciendo: “Hay que cumplir los mandatos para tener vida por medio de ellos” (Sal 119(118), 93-117).

 

Ah, pero entonces ¿si se puede obtener la “vida” por vía de coherencia con ella, con la ley? Pero, nos damos cuenta que nadie puede guardar la Ley en todos sus puntos, o sea que, se nos cierra la puerta de acceso a la “Vida” con un grosero portazo en la nariz: ¡Nadie entra!

 

Prestemos atención a lo que nos dirá San Pablo en el capítulo final de esta Carta: “Los que quieren ser vistos en lo humano, esos os fuerzan a circuncidaros, con el fin de evitar la persecución por la cruz de Cristo. Pues ni siquiera esos mismos que se circuncidan cumplen la ley; sólo desean veros circuncidados para gloriarse en vuestra carne” (Gl 6, 12-13).

 

¿Qué fue lo que realizó Cristo con su sacrificio en el Altar-del-Calvario? ¡Nos rescató de la maldición de la Ley! ¿Y, cómo logró eso que está más allá del poder humano? El mismo se subió al Árbol Maldito de la Cruz, para cargar en su propia piel, y se echó a sus hombros toda la fuerza de la Maldición y con ello, todo el poder del pecado. Él, que es Dios, asumió toda la pecaminosidad y se abajó hasta estar “al nivel de los que pecan” y absorber sobre Sí el peso de la “Maldición del Madero” (Dt 21, 23).

 

«… las bendiciones son prometidas a “todos los pueblos” (naciones). No son propiedad de una sola persona, de un grupo o de una nación especifica. Por eso, no es el descendiente biológico quien se vuelve hijo de Abrahán, sino todo aquel que tiene fe.» (Joel Antonio Ferreira)

 

Mejor dicho, las promesas favorables a los paganos que Dios hizo a Abrahán, se realizan a cabalidad en el Redentor, cuando Él se hace “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

 

Sal 111(110), 1b-2. 3-4. 5-6

¿Qué significa que el Señor recuerda siempre su Alianza? Quiere decir que Él no es voluble, que su amor y su compromiso son inquebrantables, que cuando Él se decidió a amarnos fue una decisión de una vez por todas, Él, que es eterno, es Fiel a sus empeños, no nos va a fallar, su vínculo con nosotros es inalterable. Nos podemos confiar de sus promesas.

 

Es una oración comunitaria. Se convoca para este ruego a todos los que siguen con rectitud las pautas de la Revelación. No está orando el salmista solo, sino que se une a la Asamblea de los Justos. Son todos los que comulgan con el Proyecto del Reino que entrelazan sus ruegos para -en cadena de oración- garantizar que su Súplica se alce hasta el Trono del Omnipotente.

 

Uno mira la Creación y ve en toda ella que su Belleza nos habla de su Creador, el Poder Infinito del Artífice no está fuera del alcance de nuestros sentidos, y cuanto más nos esforzamos en entenderla, más grande y sorprendente es su armonía, sus ecuaciones, la lógica entrelazada de todos sus componentes, el prodigio de su reproducción, que está alojado en ella misma, la capacidad sanativa de sus criaturas, la recomposición de sus equilibrios. La música de sus esferas, valga decir la armonía de sus estrellas, galaxias, planetas, lunas, nebulosas, cometas, meteoros.

Y, como Padre Providentísimo Él nos nutre a todos, poniendo fuentes nutricias para las distintas especies que pueblan el Globo.

 

En medio de este sinfín de criaturas, como un eje está firme y sólida su Alianza, Pacto que tuvo a bien contraer con nosotros, que, sin mayores atributos de merecimiento, quiso tenernos en el hueco de Su Mano Protectora y Amorosa, quiso tener Alianza con nosotros para que, siendo su pueblo, actuáramos como verdaderos hijos, con corazón agradecido.

 

Lc 11, 15-.26

El que ha escapado del señorío de Satán, no por ello debe creerse inexpugnable y completamente seguro. El estado final de una persona que se ha convertido, si no persevera como tal, puede ser peor que el anterior a la conversión.

 



El dedo de Dios, así como nosotros -cuando queremos despachar a alguien- apuntamos en dirección a la puerta de salida con el índice, así Dios también expulsa con su dedo que no sólo señala una dirección, sino que cargado de “fuerza performativa”, le basta mostrar la ruta de salida para cumplir la expulsión. El dedo en la cultura semítica es simbólico de “factura”, pero, Dios ni siquiera necesita de toda la mano, a Él la basta el dedo. Nosotros también tenemos la figura literaria: “con una mano en la espalda y con un solo dedo”. La mano en la espalda comunica “muy relajado”, y “con un dedo” se simboliza el monopolio de la autoridad.

 

Dios gobierna Cielos y tierra con su dedo y creó todo con el poder de Sus Dedos aunado a la Voluntad Generativa de su Palabra. Cuando somete los poderes malignos lo hace como despreocupadamente, porque, para Él, no son verdaderos rivales; también los seres humanos podemos hacer que alguien se movilice con el simple gesto de un dedo, o que se suma en absoluto silencio si lo apoyamos sobre nuestros labios.

 

Cuando Jesús tomó el rollo de Isaías en la Sinagoga y leyó, en aquel rollo ya se profetizaba que el Poder Divino se haría patente entre nosotros y expulsaría los demonios. Dice allí que esa es una de sus Misiones: Expulsar los demonios. Cuando tal se cumple, quiere decir que el Señor ha inaugurado el Año de Gracia del Señor: ¡El Jubileo!

 

¿Han notado ustedes que una de las estrategias que el Perverso suele tomar en su abuso es la de despotricar contra el buen nombre de los Fieles? Aquella vez no fue la excepción. Había que procurar confundir a los concurrentes diciendo que Jesús recibía poder de “las fuerzas Inferiores” y gritaba con desespero, conectando sus más potentes parlantes, que El aliado de Jesús era Belcebú (En los cultos satánicos, se considera uno de los demonios principales que conforman la falsa trinidad demoníaca junto a Lucifer y Leviatán. Baal-Sebub, que significaba 'el señor de las moscas', y que originariamente era uno de los nombres del dios semítico Baal); para ellos, Dios-Bondad, no tenía poder, el poder provenía del dios-maldad.

 

Notemos que Jesús apela a la lógica (pero no a la falsa lógica, Jesús nunca apela a falacias), para señalarles que si eso fuera cierto, haría tiempo que el Malvado habría sido derrotado, porque un reino sumido en disensiones no dura ni la más corta brevedad. Si el Perverso ha podido sobrevivir es porque él y sus secuaces conspiran, es decir, planean para aparecer como muy “acordes” y de esa manera poder engañar.

 

Irónicamente Jesús los interroga: Si los expulso con el poder de Belcebú, ¿con qué poder obran ustedes y sus discípulos? ¿Si Jesús tenía ocupado el poder de los malos, se habían quedado desarmados los que acusaban a Jesús? Porque tampoco es que el poder de la maldad sea tan amplio para que cupieran dos pilotos en el mismo trono, aun ¡cuando el puerco es sucio!

 

Lo que si sucede es que, al arrojar a un demonio, si el exorcizado no se cuida de trabajar su “conversión”, el “Puerco” regresará, con una septena de sus compinches, a re-acomodarse allí donde antes vivía, porque le dará gusto encontrar la casa “limpia y deshabitada”, y “el muy cochino” ya se había amañado con ese “refugio”.

 

En ese caso ¿habría mejorado la situación del poseso liberado? ¡por el contrario! Estaría peor que antes.

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