lunes, 7 de octubre de 2024

Martes de la Vigésimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 


Gl 1, 13-24

Una de las estrategias más trilladas es la de investigar en el pasado del “enemigo”, sus puntos débiles, sus oscuridades, aquellos detalles donde se le puede clavar el diente y es más “pulpito”. Pues fueron estos los puntos que buscaron los judeocristianos (cristianos judaizantes) para atacar a la Comunidad que Pablo había adoctrinado, y fueron dos los “talones de Aquiles” que le encontraron:

1)    Pablo no era apóstol, en el sentido que no era miembro del “equipo de los Doce” que andaban con Jesús y que Él instituyó como base de su estructura eclesial.

2)    ¿De dónde sacaba Pablo que la Ley mosaica quedaba superada y ya no era válida para la comunidad cristiana?

 

En su respuesta, Pablo muestra su pasado y aprovecha su fama de judío recalcitrante para demostrar que conocía la Ley perfectamente y entendía con claridad qué era los que estaba cuestionando y removiendo como basamento de la fe. Les dice que él había trabajado ardientemente defendiendo las “tradiciones” que el fariseísmo con tanto denuedo promovía. Recordamos aquí que Paulo se llamaba antes שאול “Saulo”, que proviene del hebreo y significa “el que ha sido pedido al Señor”. Este cambio de nombre significa su cambio de “Dueño”, quiere decir que ahora le pertenece totalmente a Dios.

 

Un cambio de nombre es también un cambio de “Misión de Vida” reconoce que su existencia a pasado a tener un significado nuevo. Y luego señala, cómo fue llamado directamente por el Señor, que la había dado por tarea anunciarlo entre los gentiles.

 

Pasa luego a relatar cómo -tres años después de su conversión, en el camino a Damasco- fue a Jerusalén y se entrevistó con Cefas -con quien dialogó durante toda una quincena- y que había -en aquella ocasión- conocido personalmente a Santiago, pariente de Jesús y, quien asumió las riendas de la Comunidad Cristiana cuando Pedro tuvo que huir de Jerusalén.

 


No pretende otras credenciales, y reconoce que, para las comunidades de Judea, él era un completo desconocido.

 

Sin embargo, no dejaban de admirarse y de glorificar al Señor cuando sabían que antiguamente era un perseguidor y un asesino de cristianos y daban gracias a Dios por que se había convertido en un comprometido anunciador de la fe, que otrora, él perseguía.

 

«Liberación de una vida programada externamente por un minucioso código de reglas y leyes que conservaban al hombre en su actitud infantil ante la vida. Liberación a una vida adulta y consciente, gracias al uso responsable de la libertad. La vida del hombre no se puede determinar por la relación con un código de leyes sino por un compromiso personal e íntimo con Cristo, que está presente en lo profundo del ser (2,20). La libertad es conducida por el amor a sí mismo y a los demás, amor que se identifica con el compromiso activo con el crecimiento del otro (5, 6.13s)» (Storniolo; Martins Balancín).

 

Sal 139(138), 1b-3. 13-14ab. 14c-15

El viernes pasado tuvimos este mismo salmo, con algunos versículos diferentes, pero esencialmente es lo mismo con el mismo enfoque, sencillamente, en esta ocasión referido a la vocación de Pablo, así como el viernes anterior se refería al llamado de Job y su experiencia mística. Reproducimos aquí, lo que dijimos en ese momento:

 

Muchas veces y en muchos sentidos podríamos concebir nuestra persona como un “plano”, un “diseño” genial que el Ingeniero-muy-ingenioso le entrega al maestro de obra. Cada uno de nosotros es un maestro de obra que toma el “proyecto original” y lo va “implementando”, con mayor o menor fidelidad.

 

En estos proyectos se anidan maravillas, proyecciones fantásticas, admirables, dignas de su “Diseñador”. Por diversos motivos el “proyecto” se puede desvirtuar, puede sufrir desvíos lamentables, aun cuándo al Ingeniero lo movían, originalmente, las más Tiernas y Sabias previsiones.

 

Sin embargo, todos sumandos en la historia de la humanidad, somos tantos que nuestra desviación del modelo propuesto realmente no afecta la Idea esencial y el resultado total. De otra parte, cuando el maestro de obra es fiel con todas sus fuerzas al Proyecto Entregado, la “obra” puede convertirse en una tubería que provea significativos avances para la funcionalidad del “Plan General”. Cada obra “Individual” es apenas una parte en la Globalidad del Proyecto. Pero el Ingeniero tiene recursos para neutralizar las imperfecciones y maximizar el aprovechamiento de las tareas que se cumplen fielmente.

 

Lo que podemos tener por cierto es que el Gran-Ingeniero tiene un conocimiento detallado y minucioso de lo que ha Diseñado. Hasta el más mínimo pormenor. Y, su “Seguimiento” es tan Puntual que se puede afirmar que Él sabe “cuando me siento o me levanto… y todas mis sendas le son familiares”. Él nos conoce hasta en lo que nosotros mismos no logramos entender ni saber.

 

Uno de los aspectos a tomarle en cuenta al “maestro de obra” es el minucioso análisis que hace del “Plano que recibe”. Y, no menos importante, la revisión cotidiana para corroborar que el “proceso” se esté llevando a cabo en conformidad con los Esperado. Aún más, y -pensamos que muy Grato a los Ojos del Diseñador-, la manera sencilla y humilde como se acerca al Ingeniero y le ruega la explicación de aquellos matices que él no alcanza a entender. A esas consultas que el “ejecutor” le hace al “Diseñador”, las llamamos Oración.

 

La oración es la ruta más eficaz para alcanzar la auto-identificación. Llegar a entenderse a sí mismo, saber “para donde va”, y proceder con fidelidad respecto al diseño, aún en lo que no alcance a dilucidar con claridad, convencido de la Perfección del Plano y de su diseñador.

 

“Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el vientre materno. Conoces hasta el fondo de mi alma, no desconoces mis huesos. Cuando en lo oculto me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus Ojos veían, todos mis miembros, y se inscribían en tu Libro; los formaste día a día, y ninguno se retrasó en su crecimiento. ¡Qué admirables encuentro tus designios! Dios mío, ¡que inmenso su conjunto!”

 

Aun cuando intentamos esconderte nuestros entuertos, la baja calidad de alguna materia prima, o el uso de piezas defectuosas, Tú Señor, todo lo observas.

 

Tus cuidados consagran Tus Dos Manos, para sostenerme seguro. ¡Me has plasmado portentosamente! Imploro que seas Tú Quien Dirija toda la Obra y que yo logre fidelidad respecto a tu Expectativa

 

Lc 10, 36-42

¿… hago tantas cosas (músicas, alabanzas, refacciones, ruidos), que me hacen imposible escuchar en el corazón la voz del Señor?

Pedro Jaramillo Rivas



Según el relato lucano, Marta era el ama de casa y María, seguramente una hermana menor, se preocupaba mucho menos de las labores domésticas, así mientras Marta se afanaba por preparar algo al visitante, para cumplir con los parámetros mínimos de la hospitalidad, María se quedaba a los pies del Señor, escuchándolo o simplemente “contemplándolo”.

 

Viene entonces la petición de Marta: lo que ella quiere es que el “varón” como suele suceder en las sociedades androcéntricas, llame la atención a la “mujer” que ha dejado sola a su homóloga, encargada de todo el “servicio”.

 

¿Qué es lo que le pide? Que le diga sencillamente que “le eche una mano”. Marta quiere que el Señor se quede hablando solo, porque quizás no logra entender que haya algo que “aprender” en la escucha, por parte de una mujer de lo que le habla un “hombre”.

 

Siempre se nos recalca que Jesús tuvo un enfoque completamente novedoso de la mujer, aquí María -intuitivamente- captó que, era más urgente “escuchar” que “cocinar”.

 

En continuidad con la primera Lectura, el Evangelio también nos habla de un cuestionamiento de las “tradiciones de los antepasados”, como las llamó Pablo en la Carta a los Gálatas. El cristianismo vino a aportar otro enfoque de las relaciones interpersonales, las relaciones con las mujeres y entre ellas, las relaciones con los esclavos, el ciego cumplimiento mecánico de preceptos y la vehemente observancia de muchas reglas, que -cuantas más mejor- creaban una sensación de disciplina, de observancia, de respeto a Dios. Lo que no sería falso si el propio Dios -por boca de los profetas- no les hubiera enseñado que lo que le gustaba era otra cosa, que en términos generales Dios llamó: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

 


Cocinar y atender la mesa era algo importante y si se quiere vital, pero había algo más, de mayor valía, que debía colocarse por delante, que ya habría tiempo para comer, y beber y reposar.

 

En mucho nos puede ayudar si entendemos que antes del activismo está la escucha. Habría que resaltar que el propio judaísmo ponía en la base de su fe la consigna del Shema: “Escucha Israel”. Ante todo, dejar que Dios nos hable y nos diga, y nos enseñe, y nos dirija, y nos señale un derrotero.

 

Muchas veces creemos -de muy buena fe- que lo urgente es decir muchas y muchas plegarias, y tener una generosa colección de ellas, propias para cada caso y ocasión. Pero en verdad que María no tenía ninguna de estas cartillitas, simplemente se sentaba y lo oía. Si estamos enamorados de Jesús, abramos los Evangelios y quedémonos absortos oyéndolo.

 

Jesús nos añade una enseñanza más: para poderlo oír y degustar su Palabra, tenemos que vaciarnos de inquietudes y preocupaciones. Mientras le abramos espacio a ese tipo de desvelos, estaremos incapacitados para “escoger la mejor parte”. ¿Cuántas cosas banales nos propone el mundo que nos esclavizan y no podemos sacarlas de nuestra agenda? Compromisos ineludibles que no nos dejan sacar tiempo para estar a sus pies, gozando de su Amor.

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