Gn 2,18-24; Sal 127; Hb
2,9-11; Mc 10,2-16
El reino de
Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y
defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y
cuidado, ahí está llegando el reino de Dios…
J. A.
Pagola
El
origen de nuestras coordenadas para este Domingo es, la segunda parte de la
Antífona de Entrada, y en particular, la última oración: Tú lo creaste todo: el
Cielo, la tierra y todo lo que existe bajo el cielo. Tú eres el Señor del Universo.
¿Qué
referente inicial tenemos para adentrarnos en el Evangelio que se nos propone
para este Domingo Vigésimo Séptimo Ordinario del ciclo B? ¡Nosotros tomaríamos
como punto de partida que Jesús acaba de anunciar su Pasión y Muerte por
segunda vez! (Mc 9, 31) y, ¿en qué contexto? Hemos afirmado que en esta etapa
del Evangelio de San Marcos la prioridad es enseñarles a sus discípulos:
1. A ser servidores
sencillos, “si uno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.”
2. Enfocarse en los
más débiles y desprotegidos, significados en la figura de “los niños”; recibir
a esos “niños” como si cada uno de ellos fuera la persona de Jesús.
3. Que el proyecto de
Dios no entraña mezquindades, acepciones o preferencias, que “sopla donde Él
quiere”, cómo lo vimos el Domingo pasado. Nadie puede proclamarse su dueño
exclusivo.
4. A esos
“desprotegidos” es muy peligroso “escandalizarlos”, ¿cómo podríamos ponerles
“piedra de tropiezo”? mostrándoles el mal ejemplo del egoísmo, de la avaricia,
de la ambición, de la soberbia, de la arrogante
autosuficiencia (es decir, lo contrario a la “pequeñez” del “niño”).
Nos
encontramos aquí como un sorpresivo injerto, ¿qué hace aquí el tema del
matrimonio-divorcio? ¿Ha habido un cambio temático? ¿Vamos a pasar a otro
asunto? Podría ser eso, podría tratarse de un salto diegético para proponer una
nueva temática. ¡No pensamos que sea así! Decimos que podría tratarse
efectivamente de brincar a otra cosa, el evangelista podría sentir completo el
tratamiento de la temática anterior para darse a enfocar otra línea de las
enseñanzas del Divino Maestro. Quienes así lo miran se apoyan particularmente
en el cambio de escenario, dado que la perícopa inicia señalando otro marco
espacial: “Una vez que partió de allí, se fue a los límites de Judea, al otro
lado del Jordán”. (Mc 10, 1a).
Pero
la percepción que tenemos es desemejante: «la referencia a Judea, que aparece
en primer plano, indica la decisión libre de Jesús de afrontar todas las
consecuencias de sus opciones y de su enseñanza hasta el sufrimiento de la
pasión y de la muerte en cruz»[1] Así,
según nuestro modo de ver la clave tónica se mantiene, sigue siendo la
enseñanza del discipulado, la “enumeración” de los rasgos del seguimiento. Aquí
vamos a considerar el seguimiento como “amor” porque si Dios es amor, ser
discípulo significa actuar en clave de amor y no de cualquier clase de amor
sino del amor infinito a la manera de Dios.
«La
humanidad ha considerado el matrimonio como algo que es divino desde el principio.
En cualquier latitud o en cualquier cultura, o en cualquier religión de la
antigüedad, ya pensaban que el matrimonio era una cosa de dioses, era sagrado…
Casi todas las religiones creen que Dios creador es una pareja creadora. Un
dios y una diosa producen la tierra y la humanidad.»[2]
Esta
perícopa del Evangelio de San Marcos nos conduce a la cima del compromiso
discipular, vamos a ascender al pináculo del discipulado entendiendo el
gigantesco compromiso que entraña: «¿Cuál es el amor fundante del matrimonio
cristiano?... El amor fundante del matrimonio cristiano es el amor de Dios revelado en Jesús… El amor que Dios revela en
Jesucristo consiste en que Dios muestra cómo ama, en Jesús, saliendo de sí
mismo en función del otro hasta morir. Humillándose hasta la cruz, ¡dándose!
Eso quiere decir que no se puede amar sin dolor. Amar no es un placer, es un
heroísmo total. Amar es darse hasta reventarse, es volverse uno polvo por el
otro, es salir de sí y no buscarse una millonésima… El amor fundante del matrimonio
es el amor de Dios y el amor de Dios es un amor misericordia. El amor de
misericordia es el amor típico de Dios que se agacha a servir. El otro día vi
un corto muy breve en un canal católico de la televisión: se iniciaba con una
pregunta. ¿cuál es la clave del éxito matrimonial? Y, venía la respuesta. ¡La
muerte!
En
un primer momento me quedé desconcertado, pero, eso sí, ganaron mi total
atención. Y, continuaba diciendo: el Secreto del Amor Conyugal es “morir a sí
mismo”: ¿Qué significa el amor como sacramento? Que uno de los dos es el
salvador o, mejor dicho, los dos. Uno de los dos es santificador, o los dos…
cada uno, de los dos, toma conciencia de que es Cristo para el otro. Por eso es
sacramento. Cada uno es Jesucristo
salvador para el otro. Eso quiere decir que si en algo un marido debe
salvar a la mujer es cuando se resbale, que si en algo debe salvar una mujer al
marido es cuando él se resbale y es cuando se desbarata el matrimonio. Qué tal
que Dios me dijera, “El día que peques, adiós”. Qué tal que dijéramos nosotros
que Cristo nos abandona cuando pecamos, si es cuando más lo necesitamos… El
matrimonio sacramento es una función
salvadora, como Cristo salvador. Por eso los sacramentos son signos de
Cristo salvador. Eso quiere decir que si el marido y la mujer son salvadores,
son como si fueran dos Cristos que se casan para salvarse…»[3]
Pero, ¿y ese trozo final, los cuatro versos del 13 al 16? ¿se trata –como se dice en el ámbito teatral, de
una morcilla? No, todo lo contrario, es una fórmula de “redondeo”; en 9, 36-37 se toma al niño como
paradigma de indefensión, aquí en 10, 13-16 se insiste en el rasgo y criterio fundamental para ser
discípulo y poder “entrar en el Reino”, se trata de confiar, de entregarse, de atenerse a la gratuidad,
aun cuando se carece de derechos (pudiendo haber cientos consignados en papel, pero atropellados
en la práctica), aun cuando se está supeditado a los “adultos” que se arrogan la propiedad, el dominio,
el mando y el acaparamiento de la “ley”. ¡Lo esencial, el “niño” confía en el Padre! ¡Nada de versículos
inyectados allí a falta de otro sitio! Al continuar señalando los criterios discipulares se debe insistir en
esa humildad usque ad finem, «Si uno quiere amar hay que humillarse. Si uno no se humilla no ama….
Vean un caso claro: ¿Qué significa el lavatorio de los pies de Jesús? Que si no es por el lado de los
pies, humillándose uno, no está amando. Amor que no es humilde no es verdadero.»[4] «La imagen de
los niños… introduce el tema del discípulo que sigue a Jesús por el camino de la humillación y del
sufrimiento… Jesús indica la actitud fundamental para poder ser sus discípulos y formar parte del reino
de Dios: estar exentos de presunciones, vanagloria y poder que llevarían a confiar en las propias
posibilidades y obras aún con respecto a Dios, y así es como se vuelven prácticamente no disponibles
a acoger su don con sencillez y alegría…»[5]
Los
fariseos quieren atrapar a Jesús en un cerco mosaico descuidando que la Palabra
nutricia es la que sale de la Boca de Dios, (a veces proferida o través de los
labios de Moisés); Moisés tomó en cuenta la “dureza del corazón” para
flexibilizar la Voluntad Divina; «Jesús invalida la Ley porque ella no
corresponde a la voluntad original del proyecto de Dios. En la adhesión amorosa
no existe lugar para leyes casuísticas.»[6]
¡No
se puede pasar de largo frente a la maravillosa ternura de Jesús! Tres acciones
-de esplendor poderosísimo- ejecuta Jesús en el final de esta perícopa: ἐναγκαλισάμενος abraza, τιθεὶς τὰς χεῖρας
pone su mano sobre ellos y κατευλόγει bendice a los niños. Mantengamos
presente que Jesús trasparenta al Padre, lo que hace Jesús, es lo que hace Dios
Padre con nosotros, así es que estos son los gestos de Papá-Dios para con cada
ser humano. Esa ternura paternal no es condicionada, no es de un efímero ahora,
Él es siempre así, sólo y puro Amor.
«Tenemos
cerca de cinco mil años de legislación humana donde toda la normatividad de la
familia es para proteger la prole. Menos desde hace cuarenta años para acá, en
donde interesa más el bienestar de la mamá y del papá que el de los hijos.
Dizque la realización del papá y de la mamá aunque tengan que perjudicar a los
hijos. ¡es un fenómeno rarísimo! La humanidad cambio el fin del matrimonio en
favor de la autorrealización de los esposos, aunque tengan que asesinar o
abandonar a sus hijos. Toda la legislación de diez mil años es al revés. Los
inventos de la modernidad, el arte de acabar con la gente para que el hombre
tenga más placer. ¡Qué locura! Les digo esto para que vean la insensatez. Hoy
en día hay que buscar otros seres humanos que se preocupan por los hijos que
los otros dejaron. El matrimonio era en función de los hijos. El matrimonio era
para producir humanidad.»[7]
Cristo-Iglesia
son matrimonio salvífico y es por eso que el II Concilio Vaticano puso su
énfasis en la realidad sacramental de la Iglesia como sacramento de Jesucristo.
También, con las Bodas del Cordero, la Iglesia que –así como Eva brotó del
costado de Adán- brotó en el Gólgota del costado del crucificado. Por esa
mística similitud -está consignado en la Carta a los Efesios- “La escritura
dice: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer
y serán los dos una sola carne. Éste es un gran misterio, y yo lo refiero a
Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, que cada uno ame a su esposa como a
sí mismo, y que la mujer, a su vez, respete a su marido.” (Ef 5, 31-33)
Y
la gente le llevó a Jesús unos niños, y nosotros, -siempre de muy buena fe
-tratamos de impedirlo. Siempre estamos tratando de “corregirle la plana a
Dios”, (en un tiempo la educación se apoyaba mucho en el método de poner a los
niños una “plana”, es decir una página de escritura, que luego su maestro
corregía, señalando lo que debería haber hecho y lo que no; a esta fase del
proceso se le denominaba “corregir la plana”); siempre creemos saber cómo
deberían ser las cosas para que el mundo, desde nuestra perspectiva, fuera
mejor; y, queremos enseñarle a Dios como debería hacer las cosas, haberlas
creado así y asá… y nos dedicamos a podar el Árbol del bien y del mal. En el
Evangelio de este Domingo, “eso disgustó a Jesús”, la palabra griega que
aparece allí es ἠγανάκτησεν [egamagtesen] que significa enojarse, pero no como para
pegar y castigar y repartir latigazos, sino llenándose de profunda tristeza,
como para echarse a llorar y anegarse en lágrimas. A nosotros nos gustaría
traducirlo por “contristar”, “eso contristó a Jesús”, pero retrocedamos un paso,
porque el diccionario nos propone para contristar el vocablo μελαγχολώ;
Y a decir verdad, no sabemos el suficiente griego para poder porfiar en nuestra
propuesta…
Nos
urge renunciar a “corregirle la plana a Dios”, y aceptar lo que Dios quiere, lo
que Él nos enseña y ha tenido la Bondad de revelarnos: Libra -Oh Señor- nuestra
conciencia de toda inquietud y concédenos lo que no nos atrevemos a pedir:
Humildemente suplicamos, Padre del Cielo -que lejos de hacerte llorar- te
permitamos enorgullecerte de tus hijos.
[1] Beck, T. Benedetti, U. et al. UNA
COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá –Colombia, 1ª
re-imp. 2009 p. 370
[2]
Baena; Gustavo. s.j. LA VIDA SACRAMENTAL. Col. Berchmans, Santiago de
Cali-Colombia 1998 pp. 88-89.
[3] Ibid, pp. 93-94.
[4] Ibid, p. 90
[5] Beck, T. Benedetti, U. et al.
Op. Cit. p. 381
[6] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL
EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá D.C.-Colombia 1ª
re-imp. 2002. p. 132.
[7]Baena;
Gustavo. s.j. Op. Cit. p. 87
No hay comentarios:
Publicar un comentario