lunes, 28 de octubre de 2024

Martes de la Trigésima Semana del tiempo Ordinario


 

Ef 5, 21-33

El error de Pablo fue haber aplicado sobre la relación de Cristo-Iglesia, las relaciones sociales de la gran familia de aquel tiempo.

José Bortolini

 

La segunda parte de la Carta a los Efesios nos brinda pautas para vivir a la manera cristiana -tomando como contexto- la realidad social del momento. Ahora -en la penúltima parte de la Carta, enfoca el tema de la familia cristiana (5,21-6,9). En primer término, va a tratar la relación de los esposos (5, 21-33).

 

Su eje es la ὑποτασσόμενοι [hipotasomenoi] “sumisión”, “sometido”, “sujeto a obediencia”, y como la propone San Pablo, ha de ser un someterse reciproco; y esto no es porque sí, o porque un cierto esquema lo proponga, sino porque Jesús los recubre con su Manto amoroso. La sumisión se da en este relacionarse tripartito, porque no se relacionan directamente, sino que su amor está pautado desde la perspectiva de Cristo, que es quien conduce su vínculo.

 

El primer molde que se les muestra es, cómo están dadas las relaciones entre Dios y la Comunidad eclesial, esta última le está sometida a Dios, porque Dios es el Esposo y, Él es la Cabeza de esa dupla. Jesús se ha puesto como Salvador y esa donación le ha valido ser erigido Cabeza de la pareja. Si la Iglesia le rinde sumisión a su Salvador-y-Redentor, así mismo la mujer ha de estarle sometida enteramente a su esposo, que ejerce una suerte de “capitanía”.

 

Como la mujer es verdaderamente “carne de la carne de su esposo”, los hombres deben amar tiernamente a sus esposas porque al amarlas, no están amando a algún otro, sino a sí mismos. Se han entregado como rescate para hacerlas perfectas, sin defecto ni mácula alguna, sino que con su amor las “santifican”.

 

Entonces San Pablo, toma la siguiente referencia comprobadora, amar a la esposa es amarse a sí mismo, porque nadie a detestado a su propia carne. (Y ella es carne de nuestra carne). Por el contrario, toda persona se abriga a sí misma y se nutre, así mismo debemos proceder con nuestra pareja, cumpliendo la lógica del autocuidado.

 

La consecuencia lógica es que, al formar pareja, se abandona la familia de origen y se funda un nuevo hogar. Se deja tanto al padre como a la madre, y la pareja se vuelve “una sola carne” se funden y su individualismo se fusiona en una soldadura sacramental.


 

Esta reciproca donación no es de sencilla comprensión. La fuerza de su vínculo radica en ser imagen y reflejo de la realidad de Cristo y la Iglesia, -como dijimos, el molde y patrón referencial que fundamenta el lazo de la unión: El hombre ha de amar y la mujer debe φοβῆται [fobetai] “respetar”, “temer”, “tenerle miedo”; lo que define el carácter de este ligamen que es el conyugal.

 

«No obstante, hoy la Iglesia no desprecia nada de todo lo bueno que el Espíritu Santo nos regaló a lo largo de los siglos, sabiendo que siempre será posible reconocer un significado más claro y pleno a ciertos detalles de la devoción, o comprender y desplegar nuevos aspectos de la misma». (DILEXIT NOS, Papa Francisco #109)

 

En cualquier caso, la reciprocidad es la clave interpretativa de esta perícopa que no señala hacia una simetría dispar; sino hacia un devolver con equivalencia, los cuidados y cariños que circulan de aquí para allá.  

 

Sal 128(127), 1bc-2. 3. 4-5

Cada comida tiene también su liturgia, y quiero ajustarme a sus rubricas por la reverencia que le debo a mi cuerpo, objeto directo de la Creación de Dios.

Carlos González Vellés s.j.

La mesa es símbolo de la fraternidad. Tanto si es con la familia, los hermanos, la mesa familiar, los compañeros, los amigo; sentarse a la mesa eleva las relaciones a otro plano. Con el simple hecho de comer juntos, ya las relaciones se han “sacralizado”. No nos debe extrañar que -intuitivamente- cuando hay algo qué celebrar, de inmediato nos viene a la mente que lo mejor para certificar la celebración es sentarnos a manteles.

 

El salmo señala que también la mesa es capaz de hacernos ver como se da el fruto de nuestro esfuerzo. Nuestros esfuerzos se materializan en los manjares que ponemos en la mesa. ¡Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien!

 

Ver a nuestros seres queridos en torno a la mesa es como mirar una hacienda o un sembradío, miramos a los amados y los vemos como frondosas plantas frutecidas, como higueras cargadas, como viñas jugosas: son renuevos de olivo, aceitunas tupidas.

 

El ser humano que es fiel al Señor recoge con abundancia la prodigalidad que caracteriza al Señor: Abba siempre se expresa en abundancia y exuberancia.

 

Haciendo consciencia de todo esto, le suplicamos al Cielo que se manifieste como prosperidad y que desde el Templo derrabe la Luz de su Mirada sobre nosotros representada en abundante derroche.

 

Todo el salmo es una bienaventuranza: Bienaventurado quien se pone en Manos de Dios, porque Sus Benditas Manos son provisorias.

 

Sólo un paso más y la mesa será Mensa Domini, donde el Mismo Señor se ofrece en Sacrificio. Y Él será, entonces, el pan que nos dejará escalar la Escala de Jacob.

 

Lc 13, 18-21

La semilla es una fuerza vital invisible, pero irresistible, que germina según su naturaleza y al morir desarrolla precisamente toda su potencialidad de vida.

Silvano Fausti

Hemos aprendido a despreciar lo pequeño, lo sencillo, lo mínimo. En cambio, se nos ha adiestrado tesoneramente para que admiremos lo grande, lo estrepitoso, lo monumental, lo exagerado, la grandeza.

 


Hoy Jesús nos lleva a dos talleres muy prácticos: la minúscula pepita de mostaza y la medida de levadura.

 

Hemos vivido la experiencia de la enorme dificultad de los talleristas para asimilar que de una semillita de mostaza se puede llegar a tener un arbusto sólido y firme, donde hasta las aves, si lo quieren, pueden tejer sus nidos. También hay un asombro pasmoso cuando a una masa se le pone o no levadura. El contraste nos deja atónitos. La levadura es “eficaz”. El Reino seguirá siendo utópico hasta que Dios decida poner la levadura indispensable… ¡quizás ya está leudando!

 

Una vez se han vivido este par de talleres, nos queda claro que el Señor puede sembrar su Reinado de Misericordia con personas frágiles, endebles, sencillas, pecadoras. Y, para mayor asombro, tenemos que decir que, en esta labor de edificación del Reino, los poderosos fallan: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja” (Cfr.Mt 19, 23)

 

Los “pequeños” tienen los ojos privilegiados para ver las cosas más rasas, las más humildes (son especialistas en nanotecnologías).

 

De aquí hay que sacar una poderosa lección: poderosa e inolvidable. Porque esperamos que el proyecto de Dios lo implemente un titán, un robot gigante y complejo, un ejército multitudinario o una maquinaria babélica. ¡Aténganse y no corran!

 

Vamos a dar un ejemplo de quienes podrán llegar a tomar a responsabilidad de tan hermoso Proyecto, como es la Edificación del Reino: ¡Un grupito de bebés de una guardería!

 


Es sólo un ejemplo, no sabemos a quién tendrá a bien el Señor encomendarle la tarea. Pero podemos hacernos a una idea, en vez de estar esperando un gigante robótico cinematográfico.

 

En medio de la semilla de mostaza y la manotada de levadura que se mezcla con la masa, está el grano de trigo, que es la tercera parábola a tener en cuenta cuando buscamos hacia dónde mirar y buscar a los artesanos del Reino: “Les aseguro que, si un grano de trigo no cae en tierra y muere, queda sólo. Pero si muere, producirá mucho fruto”. (Jn 12, 24)

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