Ef 5, 21-33
El error de Pablo fue
haber aplicado sobre la relación de Cristo-Iglesia, las relaciones sociales de
la gran familia de aquel tiempo.
José Bortolini
La
segunda parte de la Carta a los Efesios nos brinda pautas para vivir a la
manera cristiana -tomando como contexto- la realidad social del momento. Ahora
-en la penúltima parte de la Carta, enfoca el tema de la familia cristiana
(5,21-6,9). En primer término, va a tratar la relación de los esposos (5,
21-33).
Su
eje es la ὑποτασσόμενοι [hipotasomenoi] “sumisión”, “sometido”, “sujeto
a obediencia”,
y como la propone San Pablo, ha de ser un someterse reciproco; y esto no es
porque sí, o porque un cierto esquema lo proponga, sino porque Jesús los
recubre con su Manto amoroso. La sumisión se da en este relacionarse
tripartito, porque no se relacionan directamente, sino que su amor está pautado
desde la perspectiva de Cristo, que es quien conduce su vínculo.
El primer molde que se les muestra es, cómo están dadas las
relaciones entre Dios y la Comunidad eclesial, esta última le está sometida a
Dios, porque Dios es el Esposo y, Él es la Cabeza de esa dupla. Jesús se ha
puesto como Salvador y esa donación le ha valido ser erigido Cabeza de la
pareja. Si la Iglesia le rinde sumisión a su Salvador-y-Redentor, así mismo la
mujer ha de estarle sometida enteramente a su esposo, que ejerce una suerte de “capitanía”.
Como
la mujer es verdaderamente “carne de la carne de su esposo”, los hombres deben
amar tiernamente a sus esposas porque al amarlas, no están amando a algún otro,
sino a sí mismos. Se han entregado como rescate para hacerlas perfectas, sin
defecto ni mácula alguna, sino que con su amor las “santifican”.
Entonces
San Pablo, toma la siguiente referencia comprobadora, amar a la esposa es
amarse a sí mismo, porque nadie a detestado a su propia carne. (Y ella es carne
de nuestra carne). Por el contrario, toda persona se abriga a sí misma y se
nutre, así mismo debemos proceder con nuestra pareja, cumpliendo la lógica del
autocuidado.
La
consecuencia lógica es que, al formar pareja, se abandona la familia de origen
y se funda un nuevo hogar. Se deja tanto al padre como a la madre, y la pareja
se vuelve “una sola carne” se funden y su individualismo se fusiona en una
soldadura sacramental.
Esta
reciproca donación no es de sencilla comprensión. La fuerza de su vínculo radica
en ser imagen y reflejo de la realidad de Cristo y la Iglesia, -como dijimos,
el molde y patrón referencial que fundamenta el lazo de la unión: El hombre ha
de amar y la mujer debe φοβῆται [fobetai] “respetar”, “temer”, “tenerle miedo”; lo que
define el carácter de este ligamen que es el conyugal.
«No
obstante, hoy la Iglesia no desprecia nada de todo lo bueno que el Espíritu
Santo nos regaló a lo largo de los siglos, sabiendo que siempre será posible
reconocer un significado más claro y pleno a ciertos detalles de la devoción, o
comprender y desplegar nuevos aspectos de la misma». (DILEXIT NOS, Papa
Francisco #109)
En
cualquier caso, la reciprocidad es la clave interpretativa de esta perícopa que
no señala hacia una simetría dispar; sino hacia un devolver con equivalencia,
los cuidados y cariños que circulan de aquí para allá.
Sal
128(127), 1bc-2. 3. 4-5
Cada comida tiene
también su liturgia, y quiero ajustarme a sus rubricas por la reverencia que le
debo a mi cuerpo, objeto directo de la Creación de Dios.
Carlos González Vellés
s.j.
La
mesa es símbolo de la fraternidad. Tanto si es con la familia, los hermanos, la
mesa familiar, los compañeros, los amigo; sentarse a la mesa eleva las
relaciones a otro plano. Con el simple hecho de comer juntos, ya las relaciones
se han “sacralizado”. No nos debe extrañar que -intuitivamente- cuando hay algo
qué celebrar, de inmediato nos viene a la mente que lo mejor para certificar la
celebración es sentarnos a manteles.
El
salmo señala que también la mesa es capaz de hacernos ver como se da el fruto
de nuestro esfuerzo. Nuestros esfuerzos se materializan en los manjares que ponemos
en la mesa. ¡Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien!
Ver
a nuestros seres queridos en torno a la mesa es como mirar una hacienda o un sembradío,
miramos a los amados y los vemos como frondosas plantas frutecidas, como higueras
cargadas, como viñas jugosas: son renuevos de olivo, aceitunas tupidas.
El
ser humano que es fiel al Señor recoge con abundancia la prodigalidad que
caracteriza al Señor: Abba siempre se expresa en abundancia y exuberancia.
Haciendo
consciencia de todo esto, le suplicamos al Cielo que se manifieste como prosperidad
y que desde el Templo derrabe la Luz de su Mirada sobre nosotros representada
en abundante derroche.
Todo
el salmo es una bienaventuranza: Bienaventurado quien se pone en Manos de Dios,
porque Sus Benditas Manos son provisorias.
Sólo
un paso más y la mesa será Mensa Domini,
donde el Mismo Señor se ofrece en Sacrificio. Y Él será, entonces, el pan que
nos dejará escalar la Escala de Jacob.
Lc 13, 18-21
La semilla es una fuerza vital invisible, pero
irresistible, que germina según su naturaleza y al morir desarrolla
precisamente toda su potencialidad de vida.
Silvano Fausti
Hemos aprendido a despreciar lo pequeño,
lo sencillo, lo mínimo. En cambio, se nos ha adiestrado tesoneramente para que
admiremos lo grande, lo estrepitoso, lo monumental, lo exagerado, la grandeza.
Hoy Jesús nos lleva a dos talleres muy
prácticos: la minúscula pepita de mostaza y la medida de levadura.
Hemos vivido la experiencia de la enorme
dificultad de los talleristas para asimilar que de una semillita de mostaza se
puede llegar a tener un arbusto sólido y firme, donde hasta las aves, si lo
quieren, pueden tejer sus nidos. También hay un asombro pasmoso cuando a una
masa se le pone o no levadura. El contraste nos deja atónitos. La levadura es “eficaz”.
El Reino seguirá siendo utópico hasta que Dios decida poner la levadura
indispensable… ¡quizás ya está leudando!
Una vez se han vivido este par de
talleres, nos queda claro que el Señor puede sembrar su Reinado de Misericordia
con personas frágiles, endebles, sencillas, pecadoras. Y, para mayor asombro,
tenemos que decir que, en esta labor de edificación del Reino, los poderosos
fallan: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja” (Cfr.Mt 19,
23)
Los “pequeños” tienen los ojos
privilegiados para ver las cosas más rasas, las más humildes (son especialistas
en nanotecnologías).
De aquí hay que sacar una poderosa lección:
poderosa e inolvidable. Porque esperamos que el proyecto de Dios lo implemente
un titán, un robot gigante y complejo, un ejército multitudinario o una
maquinaria babélica. ¡Aténganse y no corran!
Vamos a dar un ejemplo de quienes podrán
llegar a tomar a responsabilidad de tan hermoso Proyecto, como es la
Edificación del Reino: ¡Un grupito de bebés de una guardería!
Es sólo un ejemplo, no sabemos a quién
tendrá a bien el Señor encomendarle la tarea. Pero podemos hacernos a una idea,
en vez de estar esperando un gigante robótico cinematográfico.
En medio de la semilla de mostaza y la manotada de levadura que se mezcla con la masa, está el grano de trigo, que es la tercera parábola a tener en cuenta cuando buscamos hacia dónde mirar y buscar a los artesanos del Reino: “Les aseguro que, si un grano de trigo no cae en tierra y muere, queda sólo. Pero si muere, producirá mucho fruto”. (Jn 12, 24)
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