Ex 17,8-13; Sal
121(120),1-2.3-4.5-6.7-8; 2Tim 3,14–4,2; Lc 18,1-8
La existencia de la
oración se apoya en la condición de que tiene pleno sentido dirigirse a Dios de
una forma parecida a como un hombre se dirige a otro hombre.
Juan Llopis
«La Roca
Un
hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación y
apareció Dios. El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una
gran roca frente a la cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas
sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos
años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra
con todas sus fuerzas... y esta no se movía. Todas las noches el hombre
regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en
vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado Satanás decidió entrar en el
juego trayendo pensamientos a su mente: has estado empujando esa roca por mucho
tiempo, y no se ha movido.
Le
dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era
imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron
su sentimiento de frustración y desilusión. Satanás le dijo: por qué esforzarte
todo el día en esta tarea imposible. Solo haz un mínimo esfuerzo y será
suficiente. El hombre pensó en poner en práctica esto pero antes decidió elevar
una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: "Señor, he trabajado
duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir
lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro.
¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? ".
El
Señor le respondió con compasión: Querido amigo, cuando te pedí que me
sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar contra la roca con
todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. Tu
tarea era empujar. Ahora vienes a mi sin fuerzas a decirme que has fracasado,
pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos están fuertes y
musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante
presión, tus piernas se han vuelto duras. A pesar de la adversidad has crecido
mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto,
no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para
ejercitar tu fe en mí. Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, yo moveré
la roca.
Algunas
veces, cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos de utilizar nuestro
intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios solo nos pide
obediencia y fe en Él. Debemos ejercitar nuestra fe, que mueve montañas, pero
conscientes que es Dios quien al final logra moverlas.
Cuando
todo parezca ir mal... solo ¡EMPUJA!
Cuando
estés agotado por el trabajo... solo ¡EMPUJA!
Cuando
la gente no se comporte de la manera que te parece que debería... solo ¡EMPUJA!
Cuando
no tienes más dinero para pagar tus cuentas... solo ¡EMPUJA!
Cuando
la gente simplemente no te comprende... solo ¡EMPUJA!
Cuando
te sientas agotado y sin fuerzas... solo ¡EMPUJA!
¡Los
verdaderos amigos son difíciles de encontrar, fáciles de querer e imposibles de
olvidar! En los momentos difíciles pide ayuda al Señor y eleva una oración a
Jesús para que ilumine tu mente y guie tus pasos. Entrega tus miedos al Señor y
pídele con una oración que Jesús te ayude a encontrar el camino que te conduzca
a Él.»[1]
Muchas
veces Jesús nos advirtió que debíamos permanecer vigilantes, esta vigilancia a
la que Él se refería es la de la oración. Debemos guarecernos bajo el manto de
la oración. La oración es no sólo un ejercicio piadoso sino una necesidad
constante de nuestra vida espiritual. Si queremos estar vivos nos es
indispensable orar; así como la vida física depende del oxígeno, la vida
espiritual respira oración. Sin oración el ser muere y el alma se marchita, se
seca.
Nuestro
cuerpo físico tiene necesidad de descanso y necesitamos dormir, interrumpir la
jornada física para reponer fuerzas. Pero Dios no se cansa, no necesita de
sueño, Dios no duerme, ni reposa, Dios está siempre en vela cuidando a su siervo fiel, Israel (Israel significa
“el que reinará con Dios”; o “soldado de Dios” soldado que en vez de “vigilar,
es cuidado, cuidado y protegido por su Dios).
Mientras
dormimos, Dios vela, como Padre–Protector que cuida sus “bebés”; o, como nos lo
mostró Jesús, como pastor que vela por su rebaño, inclusive por las “ovejas”
díscolas.
¡Levanta tus brazos y Dios
te mirará con Misericordia!
Yo te invoco porque Tú
me respondes, Dios mío; inclina tu oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las
niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme.
Antífona, Sal 16, 6.8
La
página bíblica que da motivo a la Primera Lectura del Domingo XXIX de tiempo
ordinario ilustra, a través de la persona de Moisés, al hombre que ¡EMPUJA!
«Como ejemplo típico de oración y de intercesión cito el episodio en que Moisés
alza las manos en el combate contra Amalec. “Mientras Moisés tenía alzadas las
manos prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Se le
cansaron las manos a Moisés” [realmente es fatigoso el servicio de la oración]
entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre
ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al
otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. (Ex 17, 11-12). Es
bellísima esta imagen de Moisés que reza hasta el atardecer: es la imagen de
los grandes intercesores de la Iglesia, la imagen en la que se inspiran las
almas contemplativas que interceden por la humanidad.»[2]
Recordamos
vivamente cuando Adán rinde cuentas a Dios por su pecado no vacila en echarle
la culpa a su pareja, a quien Dios le había dado por compañera “idónea”; Moisés
obra de manera totalmente opuesta, se pone del lado de su pueblo, intercede por
él, lo defiende “a capa y espada”; toma partido por ellos y no los traiciona ni
los abandona. Sostiene sus brazos más allá de sus fuerzas y no se niega a
sentarse en la piedra y a dejarse “manipular” los brazos en favor de los suyos. «… cuando el pueblo
llegó al fondo del abismo, bailando en torno al becerro de oro, Moisés halló
todavía el modo de defenderlo: “¿Es culpa suya o tuya, Señor? Israel ha vivido
tan largo tiempo en el exilio entre los adoradores de ídolos que ha sido
envenenado por ellos. ¿es culpa suya si no consigue olvidarlo fácilmente?...
Vemos así como Moisés se identifica de verdad con su pueblo»[3]. Lo cual nos enfoca en una
forma particular de oración, la oración de intercesión, cuando no oramos por
nosotros mismos, o sólo por nosotros mismos, sino que oramos por otros,
abogamos por ellos, presentamos nuestros ruegos, nuestras súplicas, por sus
necesidades, por sus afanes, por sus dolencias, por su salud, por su salvación.
A este respecto el cardenal Martini nos enseñó una caracterización que
diferenciaba la oración evangélica de la apostólica. Nos decía que «La oración
evangélica esta por lo general en singular: “Señor, ten piedad de mí pecador”,
el “Padre Nuestro” está en plural, presupone la conciencia de un “nosotros”, de
un pueblo, de una corresponsabilidad, de una solidaridad que nos une los unos a
los otros.»[4]
Siempre nos sentimos obligados a poner un reflector sobre este “nosotros” que
es la conciencia de no ser “islas” sino células del Cuerpo Místico de Cristo,
miembros de ese Todo, hermanos, hijos del mismo Padre.
Volverá en la Parusía,
buscando fe.
La fe supera la idea de
un Dios utilizable y la práctica de un uso mágico de la oración, pues el Dios
de fe es el fundamento y la profundidad de todo ser, que no admite aproximación
que no sea a través de una donación y de una aceptación libres y gratuitas.
Juan Llopis
En
el Evangelio, parece que Jesús súbitamente cambia de tema, alguien diría que
viene hablando de la constancia en la oración, con la parábola del Juez impío y
la viuda, y, de repente, le da por hablarnos de la fe y del futuro de la fe en
la tierra, es la pregunta de si la fe sobrevivirá en un mundo de impiedad, en
una sociedad sin entrañas, con corazón de piedra. Pero no hay tal salto ni tal
cambio de temática. Jesús todo el tiempo está hablando de la fe porque la
oración simplemente es una acción que se desprende de la fe. Si creemos que
Dios existe, que está con nosotros, que nos acompaña ¿cómo podríamos no
dirigirnos a Él? ¿cómo podríamos dejar de dialogar con Él? Si uno está vivo
respira, le palpita el corazón; si la fe está viva, ora, se abre al
Trascendente, se comunica con Él, ora.
Un
dialogo verdadero no son sólo palabras que fluyen de aquí para allá, sino son
además cosas que hacemos, decisiones que tomamos en consecuencia con lo
hablado, acciones que vuelven realidad lo conversado, lo pactado, lo convenido.
Por tanto, la oración conduce a cambiar la vida y la actitud frente a la vida.
Cambiamos no sólo en lo que hacemos sino en la manera como enfocamos todo lo
que hacemos: la oración conlleva conversión. «Rezaremos tanto mejor cuanto más
profundamente esté enraizada en nuestra alma la orientación hacia Dios. Cuanto
más sea ésta fundamento de nuestra existencia, más seremos hombres de paz.
Seremos más capaces de soportar el dolor, de comprender a los demás, de
abrirnos a ellos.»[5]
Los
tiempos cambian el lenguaje y los recursos de Dios. San Pablo, el emisario de
Dios para Timoteo, (también en muchas cosas y casos para nosotros), plantea en
qué roca se sentará y qué (o mejor, Quien) le sostendrá los brazos: La Sagrada
Escritura. Tanto es el apoyo que le brindará que no tiene que hablar su propio
discurso, la Sagrada Escritura le dará la sabiduría; y, esa sabiduría, gracias
a “la fe que se deposita en Cristo Jesús”, es la sabiduría que salva –como dice
en la Segunda Epístola a Timoteo, la que “conduce a la salvación”.
«MEMORANDUM DE: DIOS PARA TI
Hoy,
YO DIOS, estaré manejando todos tus problemas. Por favor recuerda que no necesito
tu ayuda.
Si
te enfrentas a una situación que no puedes manejar, no intentes resolverla.
Te
pido amablemente que la coloques en la bandeja (AQSDPH) "Algo que sólo
Dios
puede
hacer". Me encargaré del asunto en Mi tiempo, no en el tuyo.
Una
vez que hayas depositado tu problema en dicha bandeja no te aferres más a
él
o pretendas retirarlo de allí. El aferrarte o retirar tu problema, solo hará
que
se retrase la solución del mismo.
Si
fuese una situación que tú consideres puedes manejar por ti mismo; te pido
no
obstante, que por favor lo consultes conmigo en oración, para que puedas
asegurarte
que tomarás la decisión adecuada. Debido a que yo no duermo nunca
ni
me adormezco jamás.
No
hay razón por la cual tengas que perder tu sueño en la madrugada a causa de
las
preocupaciones. Descansa en Mí.
Si
deseas contactarme, estoy a la distancia de una oración. Además considera lo
siguiente:
Sé feliz con lo que tienes. Si encuentras difícil el dormir por las
noches,
recuerda a las familias desamparadas que no tienen un lecho dónde
dormir.
Si
te encuentras atorado en el tráfico, no desesperes. Hay gente en este mundo
para
quienes tan solo manejar es un privilegio.
Quedo
de ti, tu amigo de siempre.... ¡Dios!»[6]
La
oración perseverante entraña una especie de paciencia, la paciencia ardua que
el Malo aprovecha para debilitarnos la fe, la paciencia necesaria para esperar “el
tiempo de Dios”, el momento idóneo para atender nuestras peticiones.
«Un
alma enamorada, de dialogo franco con Dios, tal vez le diría ‘Dios, que
paciencia hay que tener contigo’. Hay que tener paciencia y
-Aceptar
su invisibilidad
-Aceptar
sus silencios
-Aceptar
el no entender bien sus caminos, ni las condiciones para experimentarlo.
“Aun
antes de terminar la plegaria puede Dios mandar… una respuesta. Más podría
darse el caso de pasar por la prueba de esperar años, de agotarse, de
desilusionarse, y hasta de desaparecer. Entonces, cuando no hay nada ya que
esperar, suele venir Él mismo para resucitar…, para imprimirle una nueva
andadura con Él. Sólo entonces se entiende la espera, sólo entonces se entiende
que Él estaba presente ‘de otra manera’»[7].
[1]
Agudelo C, Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL
ESPÍRITU 3. Ed. Paulinas Bogotá- Colombia 2006 pp. 76-78
[2]
Martini Cardenal, Carlo María. VIVIR CON LA
BIBLIA. Ed Planeta Santafé de Bogotá Colombia 1998 pp. 152-153.
[3] Ibid.
[4] Martini
Crnal., Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá
– Colombia 1995 p. 469
[5]
Benedicto XVI, JESÚS DE NAZARET, I PARTE. Ed.
Planeta. Bogotá Colombia 2007 p. 163.
[6] Agudelo
C, Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas Bogotá-
Colombia 2006 pp. 99-100
[7] Archimandrita
Basilios, DEL EROS AL DESPOSORIO. LA VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS,
en “VIDA RELIGIOSA”, 66 (1989) 199.
Citado por Caballero, Nicolas cmf. PARA FORMAR ORANTES. LA ORACIÓN ESENCIA DE
UN PROYECTO FORMATIVO I. Ed. Publicaciones Claretianas Madrid – España 1994. P.
147
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