XIII Domingo del Tiempo Ordinario (C)
1 Re 19,
16b,19-21; Sal 16(15); Gal 5,1,13-18; Lc 9, 51-62
“Hay dos clases de
libertad: la falsa, en la que uno puede hacer lo que le plazca, y la verdadera,
en la que uno puede hacer lo que debe hacer”.
Charles Kingsley
La libertad es el poder
creativo, poder de inventar una vida, de descubrir los pasos de liberación de
la humanidad.
José Comblin
“Jesús
tomó la decisión de ir a Jerusalén” -empieza diciendo el Evangelio, como es
frecuente en nuestra manera de acercarnos a las Lecturas, tratamos de precisar acercándonos
a la versión griega, donde aparece el verbo στηρίζω [steridzo] que
significa afianzarse en una decisión, afirmarse en una idea, algo así como
cuando uno empieza a considerar cierta opción y, entre más lo piensa, más se
convence que es por ahí; es así como Jesús, al ver que empieza a acercarse “su
hora” tiene mayor claridad y se consolida que antes de su ἀναλήμψεως
Ascensión
(que es la palabra que aparece en el verso 51 del capítulo 9 del Evangelio
lucano: “Levantado”), debe ir a Jerusalén. Se trata de un ponerse en camino, es
como si hubiera concluido -por decirlo de alguna manera- una fase de su vida,
una fase de “escucha” y pasáramos a otra fase de caminar, junto con Él (fase
sinodal), de Galilea hacia Jerusalén, pasando por territorio samaritano, donde,
es rechazado y no se le aloja, precisamente porque τὸ πρόσωπον αὐτοῦ
ἦν πορευόμενον εἰς Ἱερουσαλήμ. “tenía intención de ir” a Jerusalén, (no dice precisamente
que tenía esa intención, sino que “mostraba trazas”, que eso era “lo que
comunicaba su aspecto”).
Santiago y Juan (como suelen proceder los “hijos del trueno”),
proponen descargar la ira Celestial contra aquella gente que le negaba hospitalidad.
Eso para Jesús lo único que merece es una severa reprensión, pero, la palabra ἐπιτιμάω
-que
encontramos en el verso 55- no se queda en la reprensión, sino que, además, re-direcciona,
indica no solamente por donde no, sino que añade, además, y señala “por dónde
sí”.
Mantenernos en la libertad de los hijos
de Dios
Uno
puede iniciar un camino, recorrer media cuadra, arrepentirse, volver a la
intersección y emprender otra ruta, de la cual también se arrepiente, y vuelve
y juega, y así, ad infinitum, todos los días, mañana tras mañana. Algo así como
iniciar mil carreras y no terminar ninguna. O, cambiarse una y otra vez de ropa
sin decidirse jamás a salir y regresando una y mil veces a la primera muda, sin
poder optar cual llevar ese día. Otros, quizás, con la idea de usar su
libertad, hacen y deshacen, se hacen daño y se lo causan a otros, dañan el
medio ambiente, destruyen las riquezas y bondades de la naturaleza, agreden a
sus semejantes y –al concluir la jornada- hacen gala de su “manejo de la
libertad”, se trata de la libertad anti-social. Ni siquiera la libertad
limitada por la libertad de mi prójimo alcanza a ser sano ideal para la
edificación del Reino. Hay que ir más lejos para poder disfrutar la libertad,
para vivir la felicidad -diríamos mejor, la bienaventuranza-, el esplendor de
la vida (que está conectado muy estrechamente con el resplandor de la verdad),
es preciso ir más allá del respeto de la línea limítrofe de una libertad
equitativa, con gestos de solidaridad, dialogo, escucha, fraternidad y búsqueda
del bien común, caridad, misericordia, que equiparen al más débil. La
construcción del reino implica aprender, aceptar y partir de un nuevo
paradigma: mi libertad comienza solamente cuando tú también puedes ejercer la
tuya, y nos equipara como hijos de Dios, hermanos en Cristo Jesús. Esta es la
manera de contrarrestar el hecho que siendo todos iguales, hay -por ahora- unos
“más iguales” que otros.
Evidentemente,
no basta con saber que tenemos libertad, es indispensable saber en qué
consiste. Porque para alguien que siempre ha sido pisoteado, su libertad es tan
mínima, tan ínfima, tan incomprensible que prácticamente no tiene libertad,
entonces, los límites de la libertad del más fuerte, han acaparado desde antes,
los espacios legítimos de la libertad del “oprimido”, del “anawin”. “Pues si
ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse” (Ga 5, 15)
Para que mejor conozcamos nuestra libertad queremos citar -así sea
fragmentariamente- del Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1731-1735.
1739-1742; sin embargo, los invitamos muy cordialmente a leerlos en toda su
extensión:
1731
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de
no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones
deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es
en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la
bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra
bienaventuranza.
1732
Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es
Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal,
y, por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar… La libertad
caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o
de reproche, de mérito o de demérito.
1733
En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más
libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia.
La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce
a la esclavitud del pecado (cf Rm 6, 17).
1734
La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que
estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la
ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.
1735
La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar
disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la
violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores
psíquicos o sociales…
1739
Libertad y pecado. La
libertad del hombre es finita y falible. De hecho, el hombre erró. Libremente
pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo
esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de
alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua
desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal
uso de la libertad.
1740
Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el
derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre “sujeto de
esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su
interés propio en el goce de los bienes terrenales” (Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 13). Por otra parte,
las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas
para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia,
desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la
vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de
pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra
su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus
semejantes y se rebela contra la verdad divina
1741
Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación
para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a
esclavitud. “Para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5,1). En Él
participamos de “la verdad que nos hace libres” (Jn 8,32). El Espíritu
Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, “donde está el Espíritu,
allí está la libertad” (2 Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la
“libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21).
1742
Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a
nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que
Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la
experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos
más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y
nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones
del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en
la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra
en la Iglesia y en el mundo.
Pautas útiles para la
construcción de un Manual del Reino
Así,
tomando por otro “tubo” de los vasos comunicantes, el de la “libertad”, una vez
más desembocamos en el concepto de Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia ampliada,
comunidad fraternal mundial, universal, que no disuelve a todos en un “uno”
abstracto como el que aparece en el verso 57 del Evangelio, sino que equipara a
cada uno como miembro, como órgano, con su identidad, con sus funciones, con su
“persona” en una macro-entidad de respeto mutuo, de mutua valoración, donde “Se
dice: ‘Uno es libre de hacer lo que quiera. Es cierto, pero no todo conviene.
Si, uno es libre de hacer lo que quiera, pero no todo edifica la comunidad. No
hay que buscar el bien de uno mismo, sino el bien de los demás.’” (1Co10,
23-24).
Hay
una generosidad, en Cristo y no podemos incurrir en un pensamiento
ego-céntrico, sino que debemos colocar a Jesús en el centro de nuestra
existencia de manera tal que cada acto y cada instante se hagan
Cristo-céntricos. Vayamos directamente a la Segunda Lectura de este Domingo
XIII Ordinario, (Ciclo C): “Su vocación hermanos, es la libertad. Pero cuiden
de no tomarla εἰς ἀφορμὴν
como pretexto (ocasión, oportunidad) para satisfacer σαρκί (su egoísmo, materialismo, cuerpo,
carne); antes bien, háganse δουλεύετε
servidores (esclavo, consagrado a) los unos de los otros por ἀγάπης amor.” (Ga 5, 13). Así que nuestro
egoísmo, nuestra “carnalidad” debe ser contrarrestada y contrapesada por
nuestra disposición al amoroso servicio de nuestro prójimo.
Viene
aquí la frase –consigna del Manual para la Construcción del Reino: “Porque toda
la ley se resume en un solo λόγῳ
precepto: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5, 14). «… el espíritu es la
memoria de todo lo que Jesús hizo y enseñó (Cfr. Jn 14, 26). Por tanto, vida
según el Espíritu es vivir del modo como vivió Jesús, creando relaciones de
fraternidad, justicia y amor, a fin de que la vida de Dios se manifieste
plenamente. … la vida según el Espíritu y la vida según los instintos egoístas
son como dos árboles con frutos totalmente diferentes: el primero produce
frutos buenos; el segundo frutos malos».[1]
Quemar las amarras
En
la Primera Lectura, tomada del Primer Libro de los Reyes, encontramos que Dios
está preparando el relevo de sus huestes, ya que Jezabel había obligado a Elías
a huir y lo tenía amenazado de muerte. Como relevos designa a Hazael para Rey
de Siria, a Jehú como Rey de Israel y a Eliseo como sucesor del propio Elías
(1Re 19, 15d-16): Estamos en la escena en que Eliseo es vocacionado. Sin
embargo, cuando Elías cumpliendo el encargo de Yahvé llega donde Eliseo, este
pide plazo, como lo pide también el tercer “aspirante a discípulo de Jesús” en el
Evangelio de este Domingo. Se trata del asunto de las prioridades: el mundo de
la carne nos presenta tres lazos esclavizantes, tres alienaciones, tres
tentaciones -que sólo por casualidad son las mismas con las que el Tentador
trato de morder a Jesús: el tener, el poder y el aparecer, que nos conducen a
la idolatría arrastrándonos hacia “falsos dioses”. «Todo afecto por más que sea
sublime es secundario y derivado,… Nuestra voluntad, a causa del pecado, no es
indiferente y no tiene la prioridad que debe ser… La realidad humana, incluso
la más grande, no se debe absolutizar… El pecado nos ha hecho perder el rostro
del cual somos imagen e idolatrar la imagen reflejada… colocar a la creatura
antes del Creador, como si estuviera en competencia, es invertir la relación
vital hombre-Dios… En realidad el único deber es la obediencia al Padre,... La
llamada al reino supone que ningún afecto sea jamás prioritario ni sea jamás
absolutizado… Si no abandonas todo afecto prioritario con respecto a Dios y no
ordenado hacia Él, no eres libre y fallas en darle sentido a la vida»[2].
Hablemos
de vacunas, porque junto a estos tres eslabones de la cadena existen tres antídotos:
pobreza, castidad y obediencia los que agrupamos en el cartón de vacunas con el
nombre de “consejos evangélicos” porque con ellos se nos facilita poner de
primeras en la jerarquía de nuestras decisiones al Señor. No son “yugos”, son
dones por los que se opta para estar en mejor disposición de poner en el primer
lugar la Voluntad de Dios.
Elías
le permite a Eliseo irse a despedir, pero, acto seguido y sin solución de
continuidad Eliseo recapacita y entiende que el llamado no se hace para darle
largas, que cuando uno es llamado es para ya; o como dice la fórmula popular:
“Para antier es tarde”. El llamado que nos hace Dios debe ser acogido con
perfecta e inmediata disponibilidad: “¡Aquí estoy, háblame Señor que tu siervo
escucha!” o como en la respuesta de Santa María: “Yo soy la esclava del Señor,
hágase en mi según tu palabra”. Esta es la enseñanza que podemos sacar de la
Primera Lectura, juntándola al Evangelio: El Señor quiere ver nuestra entrega,
y disponibilidad, Él tiene urgencia de nuestros servicios, en su Plan Salvífico
tiene escritos un “ya” y un “ahora” que no admiten dilación. Así que conviene
que “matemos los bueyes” y “hagamos trisas el arado y con sus pedazos
encendamos una fogata” (cfr. 1Re 19, 21). Recordemos como se desmovilizaron por
ejemplo los dos de Emaús, se desgranaron del equipo y se volvieron a su pueblo
(Lc 24, 13-18); o San Pedro, que una vez muerto Jesús anuncia que volverá a ser
pescador: “Voy a pescar” (Jn 21, 3b); como cualquier desertor, avisa que vuelve
a lo de siempre, que abandona para volver a lo mismo, a lo conocido, a lo
seguro, a lo rutinario; y ¿dónde queda la misión?… debería haber quemado las
redes desde el principio y la barca; quemar las naves siempre significa que no hay vuelta atrás, conservarlas, así
sea en secreto, quiere decir que, en el fondo, siempre estamos pensando en la
deserción, en la vuelta al pasado. “Mirar hacia atrás” siempre síntomatiza que
no estamos preparados para entrar a construir el Reino de Dios:
Que
podamos decir con el Salmista:
…lejos
de Ti no hay cosa buena
El
Señor es la parte que me ha tocado en herencia
Mi
vida está en sus Manos
Sal 16(15), 2b. 5b.6
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