LA ESCRITURA: UN PUENTE HACIA LA TRASCENDENCIA
Deu 26, 4-10;
Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13
… si hay tentaciones,
es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho
más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.
Dom Helder Câmara
«Jesús
sufre tres tentaciones, pero resumen todas las tentaciones del hombre. En
primer lugar, tenemos la tentación típica del desierto: cuando se tiene hambre,
lo más necesarios es el pan. Es considerar la satisfacción propia como el
primer objetivo de la vida. Luego viene la tentación de lo alto del monte, se
podría decir: vivir para dominar a los demás, sirviéndose de ellos, no
sirviéndolos. Y finalmente tenemos la tentación de Jerusalén, del pináculo del
templo: no aceptar el esfuerzo de la conversión cotidiana e intentar poner a
Dios a nuestro servicio.»[1] ¿Cuál es el armamento que
Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre, frente a cada ataque,
a una cita de tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera observación ya
por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa, es
–también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas emboscadas
nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla así, como
defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La Escritura es –en
primer término- donación, entrega en Espíritu generoso, manifestación y
revelación. ¡Sí! es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través de ella
nos prodiga la Identidad de Pueblo de Dios.
Esa
“Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de
pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a
su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra
conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa
descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico
es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la
Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia:
Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de
personas, (casi que usando el lenguaje coloquial podríamos hablar de “un puñado
de pelagatos”), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número
y se fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en
ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una
pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la
creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al
verse en esta dura condición, “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró
con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró
para ellos un prodigio liberador, sino que además los condujo a un lugar, que
les entregó, una tierra rica y fértil.
En
efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de
leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página
histórica que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta
de unidad en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay
más- es también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto (El
sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la
pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.), y los gestos de ad-oración con los
que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había tenido (te
postraras en Presencia del Señor, tu Dios.) y el trato de especial predilección
y hondo cariño con que los liberó, los preservó, los condujo y les dio “patria”
(una heredad dada por el Padre).
Es
ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las
acechanzas del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras,
mientras el Padre Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en
ellas. Plantemos nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que
nos cuida, nos ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que
camina a nuestro lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con
nosotros, escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en
nuestros sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder
para salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro
Dios!
Hemos
de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad:
el ansia de poder, de tener y la ambición, así como el apetito de la arrogancia.
Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume
la amistad con Dios. Esa amistad se expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha
recibido la unción porque, así nos lo dice la primera línea del Evangelio de
hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu Santo” va a vivir esta experiencia tan
humana como es el ser tentado. Y, Él que se solidarizó con nosotros en todas
nuestras fragilidades, nos muestra que es posible salir airoso de la prueba, y
nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso: La Palabra de Dios. «como
siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros
o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios,
hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos, si
estamos dentro del Señor?»[2]
Sin
embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la
conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones
un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el
valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también atiende el asunto
de la correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de
conocer la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se
pueden acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús
le puede “ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto
que es la contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el “padre
de la mentira”.
Dulce
y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la fuerza que
entraña nuestra debilidad y nos muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra
fragilidad; y que nos ha dotado de una armadura que es la garantía de la
victoria sobre los engaños del que busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia
son las claves de la vivencia cuaresmal, pero todo esto vivido desde y a través
de la Palabra que es la antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí,
vivir la caridad misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la
Oblación del Ungido por amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos
esta experiencia como un viacrucis (camino de la cruz) avanzando en él hasta
alcanzar la Via lucis (camino de la luz), que es conciencia del Amor y la
Fidelidad de Dios para con nosotros. Oramos -juntándonos (en Asamblea
Litúrgica) a la Oración Post-comunión: “… te rogamos, Dios nuestro, que nos
hagas sentir hambre de Cristo, Pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir
constantemente de toda Palabra que sale de tu boca.”
Señor, mis ojos están puestos en ti.
ResponderEliminarEn ti buscó protección: no me abandones. AMÉN