DIOS - DONACIÓN
Éx 3, 1-8a. 13-15; Sal
102(103), 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11; 1Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9
El Señor es compasivo y misericordioso,
Lento a la ira y Rico en clemencia;
Sal 102(103), 6-7
Señor, Señor, ten piedad de mí
y de nosotros… me arrodillo
y pongo la frente en tierra …
Dame un año más, cada año un año más.
Quiero cantar, quiero pintar un firmamento…
Tantos planes, tantos sueños sin cumplir.
Elior Cymbler
El salmo de la liturgia de este domingo nos explica que
Dios es despacioso, muy despacioso para enojarse y en cambio, es rápido para
perdonar (cfr. Sal 103(102), 8). Si vamos tres versos adelante en este salmo
nos dirá: “tan inmenso es su amor por los que lo honran como inmenso es el cielo
sobre la tierra”.
La
higuera podría ser signo del Pueblo de Dios, el Pueblo de Dios debería “dar
fruto”, frutos de paz y amor, frutos de reconciliación y fraternidad, frutos de
concordia y solidaridad; todos ellos adornados e inmersos en el resplandor de
los frutos de alabanza y adoración. Se dice –y tiene muy buena lógica- que
“amor con amor se paga”, esta gratitud no es una fórmula mercantil, y en eso
debemos ser muy enfáticos, no es una norma que rija el intercambio de
mercancías, simple y sencillamente porque el Amor, no es una mercancía, el amor
es la biosfera de la vida humana, de las relaciones interpersonales, el
contexto tibio, acogedor y benévolo que nos permite existir y devenir en
plenitud. Tengamos, eso sí, mucho cuidado con las tergiversaciones del amor,
que lo reducen a eroticidad, a mera sexualidad, a explotación interesada para
la satisfacción de mis egoísmos: el amor es generosidad, es bendición para el
otro, es la voluntad firme y permanente de favorecer y velar por nuestro
“prójimo”. (Para los rabinos hay una dialéctica intensa entre el Pueblo de Dios
y la Ley que se hace presente en esa cultura con la “higuera”)
Viene
entonces el ἀμπελουργός
Hortelano-Encargado (la palabra en griego es algo así como viticultor, cuidador
de las vides, viñador) y suplica el aplazamiento, comprometiéndose a remover la
tierra y añadirle abono (¡perdónalos porque no saben lo que hacen!) y Él abonó
la tierra con su Sangre y sus dolores. El Hortelano-Encargado pide plazo y eso
es Misericordia, no cegarnos la vida hoy, sino darnos un mañana para que al fin
demos cosecha. No se escribe el último día hasta que demostremos incapacidad
para superarnos o -por el contrario- demos señas de estar maduros para la
cosecha.
La
fe, es no solamente aceptar y repetir ciertas fórmulas que reconocen la
existencia del Ser-Supremo; Hay que repetirlo sin cansancio: Le fe es un
dinamismo que nos activa en el plano de esa generosidad interesada –pero no por
los intereses mezquinos sino por los que nos dan un corazón “paternal” (al
pensar que somos “ovejas de su rebaño”, optaríamos por reemplazar “paternal”,
por “pastoral”) respecto de nuestro “prójimo”, mirando y velando por los
intereses del otro, tanto y más que velo por los míos propios. Es felicísima la
formulación veterotestamentaria: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Y Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”. Dice Jesús -y ahí está la novedad de la enseñanza
de Jesús- que estos dos Mandamientos compendian toda la Ley y los Profetas.
Las Lecturas de este Tercer Domingo de
Cuaresma nos permiten acercarnos a los rasgos del Amor Divino para que nosotros
podamos “trabajar” en procura de configurar nuestro corazón “a imagen y
semejanza” del Corazón de nuestro Creador-Padre-Amoroso. La nuestra ha devenido
una “naturaleza caída”, con el corazón lacerado por un afeante cicatriz que va
de lado a lado, se llama “concupiscencia”; hoy en día, existen tantos y tan
efectivos tratamientos para borrar esas
malhadadas huellas dejadas por el pecado
en nuestro ser gracias al laboratorio
“Redentor de Nuestro Señor Jesucristo” que bien vale todo esfuerzo que hagamos
para aprovechar esos recursos de la más excelsa tecnología espiritual,
-evidentemente lo decimos- parodiando ese otro lenguaje.
Una técnica que ingenuamente se propone
–seguramente producto del afán- es coger a los “malos y quemarlos” todos a una:
«esta impaciencia de "pequeños dueños” puede apoderarse de nosotros hasta
privarnos de amor y comprensión.»[1] ¡Ojo! ¡Atención! ¡Mucho cuidado! ¡Ya,
desde muchos enfoques se ha intentado, a veces multiplicando los pretextos
“racionales” para justificarlo, y los resultados han sido extremadamente
desoladores! El primer error de esta “metodología” consiste –como lo vimos
recientemente- en ver la paja en el ojo ajeno y no identificar la viga que
llevamos en el propio, y no darnos cuenta que con inusitada frecuencia aquel a
quien señalamos como “malo” es simplemente el que porta, en su ojo, una mínima
mota de nuestra propia viga. Estos arrebatos de afán que pretenden “arreglar el
mundo de la noche a la mañana” son los que nos hacen más desemejantes con
nuestro Padre-Dios. Vamos a preguntar, en este momento –poniendo el gesto de
inocencia y del mayor asombro- que ¿cómo así?
El Salmo nos invita a loar toda la
bondad, la Misericordia de Dios, a dar gracias por su Amor. El Salmo 102(103) –Salmo,
por antonomasia, de la Misericordia- que pertenece al grupo de los Salmos
Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor
que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos
cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. ¡Sí Salmo
Eucarístico!: gracias a Dios por ese Amor que brota –como el amor materno- de
las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de Dios Padre-Madre, lo
que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor matricial. Nuestra
fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese
Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros,
pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega: Amor que es donación.
¿Qué parte de nuestro ser es el que está
siendo exhortado a la alabanza y a la acción de Gracias? El alma, נֶפֶשׁ [nefesh], el ser, el
Soplo-de-Vida-Divina que Dios nos infundió al crear el hombre, soplo en que
anida el potencial de eternidad, de resurrección, potencial ya activado por las
Sangre del Cordero derramada para nuestra Redención, para la Salvación del
Mundo. El hombre no fue creado para que se quedara “caído”, porque ya –desde
antes de caer- el hombre fue animado-habitado por una facultad recuperadora y
reconciliadora, (claro, solamente potencial, no actualizada sino por el Hijo,
Jesucristo, a Quien el Padre había previsto desde toda la Eternidad). Quizá, al
decir “Bendice alma mía a YHWH” se nos pueda ocurrir pensar que se trata sólo
de un ejercicio vocal, por eso dice a continuación, וְכָל־ קְ֝רָבַ֗י “todo mi ser”, no son
sólo las palabras, también nuestras acciones y emociones, y voluntad, y todo
cuanto dependa de nosotros se vuelva alabanza y glorificación para componer con
todo ello una verdadera “acción de gracias”:
«La sumisión que Dios quiere no es la de
un esclavo que tiembla, sino la de un hijo feliz… Un hombre solo, de rodillas,
concentra en él toda la alabanza del universo…. Cuando oro todo el universo ora
por mí. ¡Si el hombre es grande, él es el cantor del universo!»[2] Más aún, el orante, es el “alma” que
canta al unísono con el universo entero, al cantar prosternado.
El
Señor realiza acciones justas,
Defiende
los derechos de todos los oprimidos.
Dio a
conocer a Moisés sus caminos,
Sus
obras a los hijos de Israel.
Sal 102(103), 6-7
Dice el Salmo, refiriéndose a YHWH, que
“Él hace Justicia y defiende a todos los oprimidos…” Vayamos a la Primera
Lectura y escuchemos qué le dijo a Moisés:
a)
He visto la opresión de mi pueblo
b)
He oído sus quejas contra los opresores,
c)
Me he fijado en sus sufrimientos
Y, entonces, Oh Dios de Misericordia
Infinita, toma cartas en el asunto, hace intervenir su Brazo Poderoso, se torna
un Dios Liberador y Proveedor; ¡escuchémoslo!:
d)
Voy a bajar a librarlos de los egipcios,
e)
A sacarlos de esta tierra,
f)
Para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa,
g)
Tierra que mana leche y miel.
Es muy interesante saber y comprender
que Dios –a pesar de todas las infidelidades e idolatrías de su pueblo- no se
estanca (como podría pasar con un ser humano), en el rencor, en la desilusión,
en el castigo, en el deseo de venganza…. ¡No! YHWH avanza, victorioso, porque
su Misericordia es Eterna, porque Él ES. Él no está, el estar es pasajero, se
refiere al momento; ÉL-Es porque “Él Está-Siempre”, Él no muda, Él no cambia de
parecer, no tiene ese rasgo humano de volubilidad, de mudar según la situación
o según el estado de humor.
Miremos también que –en el relato
bíblico- nos da a Moisés, pastor de ovejas en el Horeb, siempre Dios se da a
través de alguien que viabiliza, que vehiculiza la Voluntad de YHWH; se vale de
su criatura para –por su medio- dejarnos ver la Fuerza-de-su-Brazo. Este
fenómeno de participación humana da lugar a que el rumbo de la historia no se
pueda achacar a Dios y así podamos irresponsablemente decir: “es que Dios así
lo quiso”. Cuando la fragilidad humana se hace expresión del Inmenso Poder de
Dios es porque el ser humano está acogiendo y apropiándose, empoderándose, de
lo que Dios acepta apadrinarle, de esta manera, no es “lo que Dios quiso” es lo
que el ser humano quiere y Dios le Patrocina.
PUESTA
EN SITUACIÓN
Queremos ahora voltear la mirada hacia
el ¡“no te acerques”, “quítate las sandalias” “el sitio que pisas es terreno
Sagrado”! Son instrucciones “litúrgicas”, Dios nos brinda elementos sígnicos
que nos hacen conscientes de con Quien estamos hablando, de estar ante una
Teofanía. Si no fuera por estos signos, no podríamos entender que estamos ante
un Milagro, Dios se digna dirigirse de Viva-Voz al hombre, abandona su
dimensión y pasa a nuestra dimensión, así con palabras humanas, se lleva a cabo
un intercambio en la dimensión histórica: como cuando se bendice el agua, como
cuando el sacerdote se reviste de alba, estola, cíngulo y casulla, como cuando
presentamos el Pan y el Vino y ellos se transustancian, así como al
arrodillarnos ente el Sagrario y como el sacerdote al postrarse durante su
ordenación, son acciones muy especiales, que traspasan la esfera de lo humano y
penetran en el plano de lo Celestial, podríamos definirlos como teo-semiósis.
La cima de esta teofanía es la entrega
del Nombre, “Su-Nombre-por-siempre”, “Su-Nombre-de-generación-en-generación”;
recordemos que el nombre es “el ser
entero”, todo cuanto hacemos decimos, anhelamos y padecemos. Dar el Nombre
es ponerse a disposición, entregarse en las manos ajenas para que se haga con
nosotros lo que se quiera, exhibir nuestra disponibilidad, ponernos al
servicio, responsabilizarnos de las necesidades del otro. Es hacerme hermano y
hacerme padre. (Ahí está la paradoja de Caín que pregunta “¿Soy yo acaso el
guarda de mi hermano? ¡Claro que sí!). YHWH acepta que es el ABBÁ, y se acepta
también Hermano, que lo será en Jesús- ¡Dios Salva!
Sólo una palabra sobre la Segunda
Lectura: No tenemos el monopolio de Dios, a nosotros- los débiles seres humanos
no nos está dado encadenar y atar a Dios que es Infinita Libertad (por eso se
nos Nombra-Liberador), jamás lo podremos ni conocer en su totalidad ni acaparar
en su poder, aunque Él se ha puesto a nuestra disposición no se ha dejado
convertir en títere. No podemos tergiversar el mal y el bien a nuestro acomodo.
Miremos cómo lo señala la 1ª a los Corintios: “No codiciemos… no protestemos…
el que se crea seguro, ¡cuidado!, no caiga. Nuestra ruta de seguridad está
demarcada, es la fidelidad hacia el Señor, es respetar su Voluntad y acogerla
con absoluto beneplácito, hacer siempre lo mejor que podamos, buscar cómo
agradarle, cómo serle obediente.
(Estamos hastiados de pequeñas y cursis anécdotas moralistas,
queremos escuchar Parábolas, como las que enseñó Jesús). Agradar a Dios,
bendecirle, cantar nuestra acción de Gracias, vivir bajo el amparo de su Nombre
Santísimo, contemplar con reverencia –y no con mera curiosidad- la Zarza que arde sin consumirse es una
ruta de teo-gratitud, agradecimiento dirigido a Dios, el derrotero que Dios
tiene todo el derecho a esperar de su criatura, no porque nos quiera esclavos
sino porque nos quiere sus enamorados ¡libres y fieles!
«Debemos aprender de Dios la paciencia que
sabe esperar, que no apaga el pábilo humeante, que acompaña al débil para que
recobre fuerza y también él pueda contribuir al crecimiento del amor.»[3] Como decía San Romero de América en su
Homilía del 9 de marzo de 1980: “San Lucas, que es llamado el evangelio de las misericordias,
no terminan tan trágicamente (como el de San Mateo), si no que nos da un
aliento de esperanza; lo que interesa -dice San Lucas, interpretando a Cristo-
es tener una vida útil, una vida que produzca fruto”. Danos un año más, a mí y a mi pueblo.
Para tener la oportunidad de glorificarte, de amarte, más y mejor, de ofrecer
frutos de misericordia, un año más para poderte amar con toda lealtad y con
toda honra, a Ti el Poder y el Honor y la Honra y la Gloria por toda la
eternidad. “Se necesitan hombres de buenas obras, se necesitan cristianos
que sean luz del mundo, sal de la tierra. Hoy se necesita mucho el cristiano
activo, crítico, que no acepta las condiciones sin analizarlas internamente y
profundamente. Ya no queremos masas de hombres con las cuales se ha jugado
tanto tiempo, queremos hombres que como higueras productivas sepan decir SI a
la justicia no a la injusticia y sepan aprovechar… el don precioso de la vida.
Lo sepan aprovechar cualquiera que sea la situación. Queridos hermanos, el más
humilde de los que estamos aquí, el más pequeño, el que se crea el más
insignificante, es una vida que Dios mira con amor.” Decía Mons. Oscar Arnulfo
Romero en aquel III Domingo de Cuaresma, lo mira, lo escucha y tiene en cuenta
su clamor. El eje está tenso entre los dos polos: La misericordia Divina y los
frutos de la higuera. No la cortes, todavía, ¡Oh Dios!, prolónganos tu
misericordiosa paciencia.
“Que esto, queridos hermanos, no les quede oculto: que para
el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no se retrasa
en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con
ustedes, porque no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan…
Piensen que la paciencia de Dios con ustedes es para su salvación”. (2 Pe 3,
8-9.15a).
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