Solemnidad
de María Santísima, Madre de Dios
Num 6, 22-27;
Sal 66, 2-3. 5. 6. 8; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21
«Somos madres de Cristo
cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por medio del divino amor
y de la conciencia pura y sincera; lo generamos a través de las obras santas,
¡que deben brillar ante los demás para ejemplo!»
San Francisco de Asís
1
Aquí, queremos proponerles una mirada atenta a lo
expresado por el Concilio Vaticano II en el numeral 67 de la Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, la Lumen Gentium: El Sacrosanto Sínodo… exhorta
encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se
abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración, como también de una
excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre
de Dios. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y
Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del Magisterio,
ilustren rectamente los dones y privilegios de la Santísima Virgen, que siempre
están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad, y, con
diligencia, aparten todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir
a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera
doctrina de la Iglesia. Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción
no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino
que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la
excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra
Madre y a la imitación de sus virtudes.
Las Virtudes excelentes de la Virgen Santísima,
se refieren siempre a Cristo Jesús, Nuestro Señor:
a)
Desde el primer momento fue preparada para que
fuera digna morada de Jesús.
b)
Lo concibió virginalmente y conservando esa
virginidad durante toda su vida, lo gestó y lo dio a la luz.
c)
Lo siguió de Galilea a Jerusalén y no lo abandonó
cuando cargando una cruz ascendió al Calvario, acompañándolo durante su agonía
y hasta su muerte.
d)
Al final de su existencia terrena, fue llevada al
Cielo haciéndose coparticipe y disfrutando los frutos de la Redención, Victoria
de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
En este cuadro de fidelidad no se puede ignorar
que acompañó al Colegio Apostólico en la gestación de la Iglesia primitiva y al
Apóstol San Juan, a través de quien la hemos recibido en maternidad divina
porque a él mismo le fue entregada al pie de la cruz en esa calidad.
De aquí vamos directamente al número 103 de la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosantum Concilium: «En la
celebración de este círculo anual (el año Litúrgico) de los misterios de Cristo
la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la
Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en
Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más esplendido de la redención y la
contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda
entera, ansía y espera ser.»
Esta veneración se asienta sobre los cuatro
dogmas Marianos:
i)
La Inmaculada Concepción
ii)
La Virginidad real y perpetua de María.
iii)
La Divina Maternidad de La Santísima Virgen
iv)
La Asunción en cuerpo y alma de la Bienaventurada
Virgen María y su coronación como reina Universal.
Así -habiéndola preparado con exquisito cuidado
desde el mismísimo momento de la Concepción Inmaculada- recibió -por medio del
Arcángel- la Anunciación; ella estuvo y vivió unida íntimamente a su Hijo en la
gestación y nacimiento. Lo acompañó durante sus años de vida oculta y después,
durante su ministerio publico se constituyó en discípula, su discipulado la
llevó hasta la misma cruz devolviéndoselo al Padre y continuando su fidelidad
en su asistencia orante al nacimiento de la Iglesia. Jesús, premió su fiel
maternidad asumiéndola en el Cielo a la Derecha del Padre.
Ese cariño especial de la Iglesia por María
Santísima se expresa en toda una serie de solemnidades de las que tenemos que
mencionar (donde queremos, hacer ver cómo están emparentadas las fechas con
aquellas correspondientes a Jesucristo):
El 15 de agosto la Asunción de la Bienaventurada
Virgen María; el 22 de agosto, Santa María Virgen Reina, fiesta que
antiguamente estaba calendarizada el 31 de mayo. El 14 de septiembre la Iglesia celebra la
exaltación de la Santa Cruz, y, al otro día, la memoria de la Virgen de los
Dolores que antes, con el nombre de los 7 dolores de la Virgen, se celebraba el
Viernes de Pasión, previo al Domingo de Ramos. El Sagrado Corazón de Jesús
tiene por fecha el 2do viernes después de Pentecostés, mientras que el
Inmaculado Corazón de María se celebra al día siguiente, el sábado de la 2da
semana después de Pentecostés. Antiguamente el ultimo Domingo de Octubre se
celebraba la Solemnidad de Cristo Rey, ahora se celebra en noviembre, en el
Domingo 34to Ordinario; La Divina Maternidad de María se celebraba antes el 11
de octubre y ha pasado ahora al 1º de enero, en la octava de Navidad, como
Solemnidad de Santa María Madre de Dios.
2
En 1968 el Papa Paulo VI instituyó la Jornada
Mundial de la Paz, proponiendo para tal efecto el primer día del año civil.
Este año 2022 celebramos su Quincuagésima Quinta edición, que tiene como tema “Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: instrumentos
para construir una paz duradera". Queremos resaltar que esta temática
abarca tres contextos diferentes y tres caminos distintos -diríamos tres
herramientas- para la reflexión y la acción actualizándola a fin de construir
una paz duradera. Para este año 2022 Papa Francisco propone una lectura
innovadora que responda a las necesidades de los tiempos actuales y futuros.
En el Documento propositivo aparece su voz
profética denunciando los males que perviven y/o se agudizan; Retoma ideas
de su Fratelli Tutti para reenfocar
la importancia del trabajo por la paz: “En cada época, la paz es tanto un don
de lo alto como el fruto de un compromiso compartido. Existe, en efecto, una
“arquitectura” de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de
la sociedad, y existe un “artesanado” de la paz que nos involucra a cada uno de
nosotros personalmente.”: A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un
diálogo constructivo entre las naciones:
a)
Pervive el ruido ensordecedor de las guerras y los
conflictos se amplifica, mientras
b)
se propagan enfermedades de proporciones pandémicas,
c)
se agravan los efectos del cambio climático y de la
degradación del medioambiente, lo que empeora la tragedia del hambre y la sed,
d)
y sigue dominando un modelo económico que se basa
más en el individualismo que en el compartir solidario.
Aquí -bajo el acápite del dialogo
intergeneracional” se nos presenta un reto crucial referido a una de las formas
más graves de la indiferencia, que es el mutismo y el cierre al dialogo entre
las diversas generaciones llamadas a trabajar -de manera solidaria-en la
construcción del Reino: Plantea tres caminos para construir una paz
duradera.
El diálogo entre las
generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos: por una parte los
jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los
mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad
y el dinamismo de los jóvenes. Los grandes retos sociales y los procesos de
construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios
de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―;
tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida
al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios
intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. Tenemos que apreciar
y alentar a los numerosos jóvenes que se esfuerzan por un mundo más justo y
atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado.
Luego presenta la educación, como factor de
libertad, responsabilidad y desarrollo: Es la
educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las
generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de
diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando
conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común. Hace una
denuncia, haciéndose eco del Mensaje a los participantes en el 4º Foro de París sobre la paz, de
noviembre de 2021: Los gastos militares han aumentado, superando el
nivel registrado al final de la “guerra fría”, y parecen destinados a crecer de
modo exorbitante, frente a lo que propone la búsqueda de un proceso real de
desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de
pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se empleen de manera más
apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del
territorio, entre otros; frente a lo que -siempre en el hilo de su Fratelli
Tutti- añade que la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una
regresión en el aprendizaje y en los programas educativos.
Y, por último, el trabajo para una
plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para
«la gestación de un pacto social» dice -continuando su planteamiento de la Carta encíclica Fratelli
tutti- sin el cual todo proyecto de paz es insustancial. Afirma que sólo un
tercio de la población mundial en edad laboral goza de un sistema de seguridad
social, o puede beneficiarse de él sólo de manera restringida. La violencia y
la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y
la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se
fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo puede venir a través
de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno. Tenemos que unir las
ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para
que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con
su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad… hay que estimular,
acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los
derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores,
sensibilizando en ese sentido no sólo a las instituciones, sino también a los
consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. En este
aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un
justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos
aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los
empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina
social de la Iglesia.
Concluye pidiéndonos que sean cada vez más
numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se convierten
cada día en artesanos de paz. Y que siempre los preceda y acompañe la bendición
del Dios de la paz.
3
¿A quién nos dirigiremos? ¿Quiénes son nuestros
destinatarios privilegiados? Pues no nos toca dar la respuesta a nosotros.
Vayamos al Evangelio y miremos ¿a quién se quiso dirigir Nuestro Señor?, ¿a
dónde apuntó su opción preferencial?: «En la noche de la historia los testigos
fueron una buena gente, los pastores. Gente despreciada, gente tenida por
marginados. Fueron testigos de la Buena Nueva, de la Gran Noticia, los que
vivían despojados de todo, -en eterno éxodo-, los que dormían al sereno de la
noche. Fueron testigos del don de María al mundo los que tenían el corazón
lleno de estrellas, como las que cubrían su cuerpo, los que estaban
acostumbrados a ver la luz en la oscuridad de la noche.
En la noche escucharon la Gran Noticia. Y en la
noche les llovió Paz. Porque eran buena gente. Paz porque ya la llevaban en su
corazón sin poderes. Ellos descubrieron la nueva Estrella, el Mesías esperado…
De su misma raza fueron los que descubrieron la señal. Pastores como Abrahán,
como Moisés, como David… La señal del Mesías, Rey, Sacerdote y Profeta, es una
mujer. Es una madre. Es una virgen.»[1]
¡Esta Virgen-Madre es la Madre de Dios! En su ejercicio maternal,
su corazón vivió un doloroso éxodo que lo fue traspasando como espada, hasta
llegar al pie de la cruz, donde nos recibió como sus hijos, desde ese momento,
en adelante, para siempre. El Catecismo ha rescatado el esplendor de la Lumen
Gentium para explicarnos que María es, en consecuencia de su maternidad de
Jesús, también Madre Nuestra y Madre de la Iglesia: En el numeral 1655 del
Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “Cristo quiso nacer y crecer en el
seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que
la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia
estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían
llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también
que se salvase "toda su casa" (cf Hch 16,31; 11,14). Estas familias
convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente”.
Avancemos otro paso, vayamos a los numerales 964 y 965:
964 El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su
unión con Cristo, deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con
el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la
concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta
particularmente en la hora de su pasión:
«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de
Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio
con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a
la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente,
Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas
palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)» (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente
en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69). Reunida con los
apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).
Bajo el acápite María icono escatológico de la Iglesia, en
el numeral 972, encontramos este texto escatológico tan iluminador: “Después de
haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se
puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo
que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de la fe", y
lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la
Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los
santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su
Señor y como su propia Madre: «Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya
en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que
llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de
esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).
¿Acaso María fue constituida en Madre de Dios, Madre nuestra y
Madre de la Iglesia simplemente para que ella detentara estos honrosos títulos?
¿Para que nosotros viviéramos sujetos bajo su hiperdulía? ¡No, y mil veces no!
«¿Dónde encontrar a Dios? ¿Qué rostro tiene Dios? ¿Cómo emprender un camino, un
éxodo hacia el Dios verdadero? Desde la noche de Belén, desde las pajas y los
pañales y el pesebre, desde la joven al lado del niño acompañada por otro
joven, José, Dios se escapa a lo establecido, a lo viejo, a lo hecho, a lo ya
encontrado. Dios, en Jesús, se ha hecho nuevo: Buena Nueva para el corazón
joven, para el corazón en ritmo del Espíritu… María es lugar imprescindible para
encontrar a Jesús. María es la nueva casa de Dios donde se encuentra al
Emmanuel. María es el signo, la señal, la estrella que anuncia el día. Ella
conduce a Jesús. Ella es Buena Noticia de la Gran Noticia. Ella es “gente
sencilla y humilde”, a quien Dios ha revelado su gran secreto: Jesús»[2]
«Ella, la Madre, ha aglutinado a la comunidad dispersa, ella ha
hecho unidad de la primera comunidad creyente, ella ha creado la armonía entre
los hombres que su Hijo había escogido para ser sus testigos en el mundo… María
sabe que el amor de Dios se da en la unidad, en el encuentro de los hombres… Es
la comunidad orante con María quien va a dar origen a la Iglesia. Es la comunidad orante con
María quien va a atraer de nuevo la fuerza del Espíritu, pues donde está María
se hace presente el Espíritu y donde está la comunidad se hace presente el
Espíritu… Volver al origen de la comunidad de Jesús es ir a sus raíces. Volver
a la pureza de la comunidad cristiana es encontrarse con Pentecostés. Es
encontrarse con el fuego que purifica y el viento que remueve y renueva todo»[3]
Siguiendo la propuesta de San Francisco esta sería la misión: asumir,
también nosotros los que nos sentimos discípulos de Jesús, el rol maternal;
asumir con tal intensidad este “seguimiento” como si Jesús fuera, más que
nuestro Hermano Mayor, nuestro propio hijo, «… recibir el Espíritu y la Palabra
divina en nuestro corazón, hacerla crecer en nosotros por la oración y el amor,
dar a luz a Cristo en el mundo mediante nuestras buenas obras y la atención
maternal a nuestros hermanos»[4].
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