Dt 4, 1-2. 6-8; Sal 14, 2-5; St 1, 17-18. 21-22.
27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23
Dios inventó el
servicio,
Nosotros la burocracia.
Martín Valverde
Para este Domingo 22 del Tiempo Ordinario del
ciclo B, queremos adornar nuestro ingreso al Templo con una cita del Profeta
Jeremías: "Esta es la alianza que yo
pactaré con Israel en los días que están por llegar, dice Yavé: pondré mi ley
en su interior, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán
mi pueblo."(Jr 31, 33), porque queremos descubrir que Dios nos ha dado un
discernimiento muy valioso que le permite a la Iglesia (Madre y Maestra)
guiarnos y pastorearnos superando los fundamentalismos.
El Domingo anterior nos quedamos en el Pan, o sea el alimento de vida;
pero no cualquier pan, sino el Pan que es Espíritu
y Vida. ¡Es la Palabra que sale de la boca de Dios! Pero, el que divide, el
que confunde, el que nos trisa, toma la Palabra sembrada en el corazón y la
desvirtúa. ¿Dónde quedó la pureza del corazón que era lo que originalmente
había “pronunciado el Señor? La razón esencial, que nuestro corazón se
distraiga en esa recolección de minúsculos fragmentos en los que el Malo ha
hecho trisas de nuestro ser-uno-en-el-Señor. Al fin de cuentas él es el maestro
del “divide y reinaras”.
Viene -en cambio- el tesoro de la enseñanza
de este Domingo: Hay una sola ley, la Ley del Amor, de la fraternidad, del
servicio, del perdón. Todo lo demás son distractores. El que no recoge junto
con el Señor, ese desparrama, y el que desparrama sirve a los intereses del
Malo.
La
construcción del Reinado de Dios es un proceso exigente; hermoso pero exigente,
al cual deberíamos dedicar lo más potente de nuestras energías y lo medular de
nuestros esfuerzos. Vemos, sin embargo, un proceso curioso, en vez de enfocar
nuestra vida de fe en esa misión, nos desconcentramos de lo esencial y nos
desviamos hacia lo nimio. Entonces, ¿cuál es el problema? Lo repetimos: perder
el foco; gastar lo mejor de nuestras energías religiosas en acciones que no son
propiamente religiosas en tanto no nos acercan a la implantación del Reinado de
Dios. Recordemos la consigna que el propio Dios nos entregó por medio del
profeta Oseas, capítulo 6, verso 6: “Lo que quiero de ustedes es misericordia,
y no que me hagan sacrificios; que me reconozcan como Dios y no que me ofrezcan
holocaustos”.
¿Qué
es lo que ha sucedido? ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Una serie de
ritos o de “leyes” se instauran, pese a lo cual permanecemos indolentes e
indiferentes como el sacerdote y el levita del relato del “Buen Samaritano”
ente el dolor humano, ante las necesidades del “prójimo”, … Planteamos todo
esto para ponerlo en el tapiz de nuestra reflexión de este Domingo, cuando el
Apóstol Santiago en la Segunda Lectura de la liturgia de este día, nos propone
lo que podría ser el leitmotiv, y también el título para esta semana: ¿Cuál es
la religión verdadera? La religión pura y sin engaños a los ojos de Dios Padre
consiste en … Y eso es lo que tenemos que contestar hoy para saber cuál es la esencia
de la religión que practicamos. Sólo distinguiendo lo esencial de lo accesorio
podremos estar a salvo del fundamentalismo una de cuyas facetas es el respeto
irrestricto del ceremonial.
Sobre
este punto convergen las lecturas y, podemos dar gracias a Dios y a la Iglesia
porque nos llevan a contestar el interrogante nodal que está en el epicentro de
nuestra relación con la Divinidad.
Cuando
miramos la grandeza de las naciones, en muchas ocasiones en lo que nos fijamos
es en su producto interno bruto, en su “riqueza”, en su opulento derroche; en
ese caso tenemos que decir que no sabemos aquilatar lo que significa la
grandeza. ¿Puede ser grandeza que un pueblo pierda el norte y se dedique a
matar a sus ciudadanos en el vientre de sus propias madres? ¿Será grandeza
cuando la droga, el vicio y la depravación campean a sus anchas y conducen a su
gente a toda clase de desmanes? ¡Triste grandeza esta que se extiende al cobijo
de una carencia de moral Aun cuando se encuentre “picho en plata! Por eso, al
leer la perícopa del Deuteronomio que nos propone la Primera Lectura, Dios
mismo nos revela cómo apreciar la grandeza de una nación:
a)
Una nación que tenga mandatos y preceptos justos
b)
Y que, a consecuencia, cuente con Dios siempre a su lado.
Por
eso, no hemos de fiarnos de las modas lanzadas por las culturas foráneas, a
menos que ellas vivan en el respeto de los mandatos y preceptos del Señor, Dios
de nuestros padres.
Muchas
veces nuestras actuaciones se guían porque así lo hacen en cierto país
extranjero, país del que se dice “está muy avanzado”, y ese no puede ser el
criterio. Muchas veces nos avergüenza seguir la ley de Dios porque algún Juan
Perico de los Palotes hace otra cosa, y, aparece en la televisión y con cara
muy seria nos dice: “Yo soy un influencer”.
Ahí es cuando podemos reconocer que hemos perdido el norte. La regla maestra es
buscar agradar al Señor, ser coherentes con lo que Él nos “enseñó”, y no
seguirle la corriente a cualquier personaje, que -lo digo con todo respeto-
cuenta con ninguna autoridad para pretender fijar las pautas morales de la
sociedad, cosa que suelen hacer, so capa de estar muy a la vanguardia, en la
avanzada de las modas y de las ideas, además, dándoselas de defensores de
“derechos” inventados para cobijar y promover todo lo contrario a la moral. Se
toca, entonces, el tema de comprensión de la moral que se basa en defender a la
comunidad y generar los espacios de una armónica convivencia con las mejores condiciones
para que cada quién logre el mejor desarrollo de sus potencialidades; dicho
tal, se comprende que la moral no es un código de “que cada cual se rasque el
ombligo a su acomodo”.
Y,
hay otro detalle valiosísimo, que no podemos pasar por alto: “No añadirán nada,
ni quitaran nada a lo que les mando” (Dt 4, 2) este detalle es inestimable
porque, en más de una ocasión, entramos en la línea del acomodo: ponemos el
reflector en un ángulo que nos permita subrayar un mandato del Señor, pero,
ocultando muchas veces lo esencial; o, ignorando otros mandatos que están por
encima y que son los fundamentales para el verdadero cumplimiento de la ley de
Dios.
El
salmo nos da otras pautas de lo que le agrada al Señor, intentemos enumerarlas:
a)
Proceder con honradez y obrar con justicia
b)
La sinceridad
c)
Cuidarnos de calumniar desprestigiando a nuestros semejantes.
d)
No hacerle mal al prójimo
e)
No admirar al que obra contra los mandatos del Señor, (por mucho que a ese
parezca irle bien, por mucho que sea miembro de una sociedad opulenta) a ese,
por malvado hay que despreciarlo.
f)
Al usurero, sea individuo o sea nación, (porque también los préstamos de dinero
internacional se conducen muchas veces con usura, desangrando a los pueblos más
necesitados, precisamente porque son los menos favorecidos).
Estas
cosas agradan a Dios, y no con un agrado pasajero; estos valores son
imperecederos, porque le agradan al Señor “eternamente”. Ese criterio de
eternidad nos explica porque no debemos ser víctimas de las “modas” pasajeras;
es por eso que Jesús, en el Evangelio, nos previene –citando al profeta Isaías-
contra el seguimiento de los “preceptos humanos”. Jesús nos dice que no podemos
dejar de lado el mandamiento de Dios para dar –en cambio- espacio en nuestra
vida, en nuestro actuar, a tradiciones instauradas por los hombres. Hombres que
se pretenden muy sabios, muy autorizados, muy “científicos”, y que en no pocos
casos instalan su “cátedra” en prestigiosas universidades, en afamados
programas de televisión, en periódicos de alta circulación o pululan y lucran
anidados en las “redes sociales” y expanden su “semilla” de hierba mala en todas
sus “obras”.
¡Guarde
Dios nuestra mente y nuestro corazón de las perversas enseñanzas que nos apartan
de su Ley”!
¿Donde
ir a buscar Su Ley, para estar seguros de hallarla y no ceder a las engañosas
tradiciones humanas? A esta pregunta se nos contesta en la Segunda Lectura, en
la Carta del Apóstol Santiago se da respuesta contundente y fiable: En la
Palabra, en el Evangelio, y no olvidemos que el Evangelio no es un libro, ni
cuatro; el Evangelio es la mismísima persona de Jesús.
«La
expresión “piadosos” (hasidim) parece haber sido usada por algunas sectas para
describir su oposición a ciertas interpretaciones laxas de la Ley que ellos
consideraban amenazantes para la tradición distintiva del judaísmo… el nombre
griego “fariseo” parece derivar del arameo perishayya, “los segregados”, que
quizá fuese, en un principio, el apodo dado por los que se oponían a sus
interpretaciones de la Torá.
Los
fariseos insistían en la cuidadosa observancia de los preceptos legales, que
incluían, además de los señalados en la Ley escrita, los contenidos en una
tradición de “Ley oral”, que ellos consideraban parte del legado mosaico, y de
los “antepasados”, como los preceptos del lavado antes de las comidas a los que
se refiere Marcos 7,3… los fariseos estaban orgullosos de su minuciosos
seguimiento de las reglas sobre los alimentos, de las normas de pureza y de la
observancia cuidadosa del sábado y de los días festivos.»[1]
Desenmascaremos,
pues, los fundamentalismos de toda laya, en los que se incurre al
desproporcionar el valor de alguna doctrina o de alguna práctica, reduciéndola
a la fijeza de la interpretación literal. Al interior de nuestra fe -y nos
arriesgamos a pensar que en todos los credos sucede algo similar- hay, de
verdad, aspectos inamovibles y esenciales; mientras se dan otros elementos más
plásticos, más maleables, menos sujetos a la rigidez; no nos cansaremos de
advertir que todo lo que está vivo muta, y encontramos expresiones de la fe que
entran en este dinamismo, sin descuidar algo de Suma Importancia, que Dios es
Eterno, lo que es inamovible es lo que se apoya en la Infinitud de Dios en el
tiempo y el espacio, sabiendo que Él es Eterno y nosotros temporales. Hemos oído en parábolas (no bíblicas, pero si
teológicas) que Dios no se ocultó en lo alto de las montañas, ni en el fondo
abisal, sino, en el centro de nuestro propio corazón. Allí -Él Misericordioso
pone a anidar toda su Sabiduría, todo su Afecto, ese Amor Indescriptible para
el que no alcanzarían diez millones de “A” mayúsculas, para dar una mínima idea
de su Desproporción-Graciosa, de Su Infinitud Amorosa.
Su
Bondad no es dictatorial, ni impositiva. Está allí quietita, como adormilada,
esperando que la invitemos a despertar, a jugar, a activarse, a desenvolverse.
No se despertará ni se moverá, a menos que La aceptemos, que nos rindamos a
Ella. Por eso no nos viene de afuera lo que nos mancha, porque lo que nos
mancha es lo que viene del corazón, que las potencias enemigas se empecinan en
sitiar, en invadir, en manipular. Esa arista perversa conquistó sitial anexo a
la Ley Divina, en el espacio de nuestro corazón, en ese núcleo existencial,
cuando el Ser-humano aceptó la tentación y pretendió equipararse con Dios para
entrar a deslindar –como sólo Él puede- el árbol del Bien y del mal: el Árbol
de la Vida. Gn 2, 9. 16-17. 3, 2-3. El Árbol del Bien y del Mal es, así lo
entendemos, un mashal que representa la Facultad Legislativa en términos
Absolutos, que es totalmente potestativa de Dios. Nosotros legislamos sobre
cosas nimias; la Vida, su esencia, -en cambio- sólo la puede deslindar su
Autor, su Dueño. Tratar de equipararnos es una usurpación sacrílega.
Esta
perícopa evangélica contiene esta Revelación fundamental: No hay que buscar la
Ley verdadera de Dios, fuera de nosotros. Suponemos que las Tablas de la Ley
desaparecieron para que cesáramos de buscar a Dios y su Voluntad para nosotros,
en algo externo. Leamos con fe engalanada de devota atención esta frase de
Jesús “Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es
lo que sale de dentro.” Mc 7, 15. Esa dualidad arrastramos, de nuestro interior
dimanan el bien o el mal que elegimos hacer; y, el mal que sale de nosotros, la
perversidad de nuestras intenciones es lo que realmente nos afea ante los Ojos
de Dios.
«Jesús
condena lo previsto en la Ley diciendo que no representa las verdaderas intenciones
de Dios, que es el Creador y la auténtica Fuente de la Ley… Jesús nos desafía
comportarnos mejor de lo que la Ley podrá jamás establecer. No se trata de
confrontar nuestras conductas con una lista de reglas viejas o nuevas, sino de
vivir conforme a lo que Dios quiere. El sentimiento hacia el Reino de Dios, su
anhelo, sirve para ablandar la “dureza del corazón” sobre la que se fundan las
leyes que regulan las relaciones con el prójimo.» [2]
Conviene,
en este momento, recordar dos estrofas de Averardo Dini:
Vivimos
el tiempo de las máscaras, Señor,
invadidos
por el culto a la imagen.
………………………………………
Tú
no puedes aguantar más, Señor,
que
seamos sepulcros blanqueados,
aparentemente
limpios por fuera
y
llenos de estiércol por dentro. [3]
«Jesús
ataca esta excesiva preocupación por los ritos purificatorios y por las reglas
de pureza de los alimentos por considerarlas como una desviación de lo que Dios
realmente pide de los hombres,» [4]. Por eso dice en la 2Cor 3, 6c “… la letra mata más el Espíritu da vida.”
Quedamos
-después de esta Liturgia- en magníficas condiciones de perfeccionar la fe ocupándonos
de los desvalidos y necesitados, esos que el Apóstol Santiago personifica en la
viuda y el huérfano, por ser ellos –en aquel momento histórico- los epítomes de
la pobreza y el abandono, el prototipo de los Anawin. Regresémonos en este
momento a la Oración Colecta:
Dios todopoderoso, de quien procede todo
bien,
siembra en nuestros corazones el amor de
tu nombre,
para que haciendo más religiosa nuestra
vida,
acrecientes el bien en nosotros
y lo conserves con solicitud amorosa.
[1]
Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU
ÉPOCA. Ediciones el Almendro de Cordoba, S.L. Madrid - España. 2001 p. 24-25
[2]
Ibid. p. 76-77
[3]
Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed.
Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 77-78
[4]
Perkins, Pheme. Op. Cit. p. 25
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