Is.
35, 4-7; Sal 145, 7. 8-9. 9bc-10; Stg. 2, 1-5; Mc 7, 31-37.
Cualquiera de nosotros
podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mí! Yo no sé
cómo hacer ese tipo de milagros… No sé cómo devolverle a una persona sorda su
capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad de hablar”.
Hermann Rodríguez. S.J.
Dios
creó el mundo. Esta frase parece indicar la cesación de la creación. Se
explicaría que después de haber dado origen a todo, el acto creador se habría
interrumpido y “Dios habría descansado” por el resto de la eternidad. Nuestra
comprensión de la historia apunta en otro sentido. Nos complace, como
revelación teológica, decir que Dios no ha cesado de crear, que Dios crea
siempre, que hoy por hoy sigue creando y que su creacionalidad no cesará jamás:
“El Señor reina eternamente; tu Dios, Sión, de edad en edad”. Leemos hoy en el
Salmo.
Se
debe retomar aquella idea de exclusividad creacional. Dios es el único que
-sensu stricto- Crea; este verbo le pertenece, se aplica a otros por extensión,
pero se debe recalcar que esa extensión es abusiva.
Dios
creo al hombre y le infundió vida soplando en su nariz. Ahora, está creando al
Hombre-Nuevo cuyo dechado (dictatum) es el propio Jesucristo. Con este
Hombre-Nuevo se propone entregarse a un pueblo que no lo decepcione, como su
pueblo-escogido lo hizo. Él va salvando y va ungiendo los hombres de esta
Nueva-Sociedad. El tema del Hombre-Nuevo no es un tema de físico, no es algún
requisito de talla o color de piel; el requisito es tener-entrañas-misericordiosas,
para lo cual no se puede tener un corazón de piedra. Lo que crea ahora es un
corazón misericordioso a imagen y semejanza de su Propio Corazón. ¡Un corazón
abierto a la comunicación!
El
escenario para esta perícopa del Evangelio es tierra pagana, esto es diciente,
abre el mensaje a todos los pueblos y supera el tradicional racismo de la fe,
la limitación de un Dios-con-fronteras y en cambio, se nos presenta a
Dios-hijo-de-hombre, para todos los hombres que se “abran” a Él. Nos hallamos
frente a un “doble” milagro porque a este “hombre” lo aquejan dos males: no
puede oír y no puede hablar, quizás se pueda decir y sea más exacto que no
puede hablar porque no puede oír. Jesús no se dirige a él con palabras puesto
que no puede oír, le habla con señas, con un lenguaje, ¿cómo diríamos? “signico”, con un lenguaje “litúrgico”:
La primera “liturgia” es llevarlo aparte, nosotros traducimos este gesto como
un tierno “voy a hablar contigo, te estoy prestando atención a ti, a nadie más
que a ti, en este momento lo importante es nuestro dialogo y necesito que me
correspondas con tu atención”. Se comunica con Él por medio de un
anti-espectacular pero infinitamente amoroso, lenguaje de señas
La
liturgia es, Culto a Dios, pero con lenguaje humano… Pensemos en los
sacrificios de animales -por ejemplo- ¿le agradaría a Dios el humo de los
animales quemados, o, acepta un “signo” humano, para entablar dialogo con
nosotros? Jesús introduce sus dedos en los oídos del sordo-tartamudo. Son los
dedos de Dios, los dedos que reparan, que sanan, que crean de nuevo los oídos
del enfermo, ya no tienen ningún daño, ninguna imperfección, todos sus tejidos
se re-ordenan. Son dedos que abren paso al sonido, a la palabra y a la Palabra.
Son los dedos de Jesús que perforan tapones y rompen las “barreras” de
incomunicación. Son los dedos que siguen creando porque Dios no detiene nunca
su creacionalidad, porque Dios siempre está creando y no cesa de mejorar, de
perfeccionar, de sanar. Dios está haciendo todos los días “avances” hacía el
cumplimiento del dictatum en cada uno de nosotros y ese efecto se da en tanto,
en cuanto nos abramos a su aceptación.
Si
ya puede oír, ahora podrá hablar. Jesús da el segundo paso: toca su lengua con
los dedos que tienen Su Saliva. Hay aquí un re-encuentro con la idea de lo que
entra y lo que sale. Si salen cosas malas del cuerpo del hombre, provienen del
corazón ¿si salen cosas buenas, cosas sanadoras, de dónde vienen? Jesús le da
sanación con su saliva y esta sanación viene de su corazón, de su amor; no se
la da por algún interés, ni siquiera la usa como auto-propaganda porque para
eso lo llevó aparte, donde la sanación no fuera “show”; se la da desde su
corazón, desde la fuente misma de su ser. Este gesto para muchos, y para
nosotros también, era herméticamente indescifrable hasta ver la ternura con la
que una madre atendía el raspón en la rodilla de su hijo: Esta medicina
“corporal” (que puede estar en el tras-fondo inspirada en la idea de la saliva
como desinfectante orgánico), es el bálsamo brotado de la glándula del amor,
sana porque viene del corazón: … lo que sale de la boca, del corazón sale” (Mt 15, 18)
Viene
un tercer momento en la sanación, aquí está comprometido el aire, la
respiración, la respiración de Dios, la misma que estuvo actuante en la
creación del hombre, en Génesis 2, 7 Dios וַיִּפַּ֥ח “sopla” y “aviva” al hombre, (si, es
posible que en el origen del signo esté el procedimiento de avivamiento del
fuego soplando sobre él para atizarlo; tenemos que entender que el “relato” de
la creación no es un manual de instrucciones del procedimiento necesario para
que nosotros podemos “crear”, como un manual de brujería, sino una manera
“plástica”, “literaria” de enseñarnos nuestro origen de “Manos” de Dios). Aquí
también, en el Evangelio, está nuestro Re-Creador trabajando con apoyo del
“aire”, así que Su ἐστέναξεν
“suspiro” (quejido, mugido, sonido brotado de muy adentro) antecede al acto de pronunciar la orden: ¡Abrete!
Podría
haberlo sanado sin tocarlo, simplemente decirlo, o -más sencillo todavía- pudo
sólo pensarlo y ¡ya! Como Dios en el Génesis, lo mandaba y ¡existía! ¿Quedaba
Creado! Pero no procede así. Establece una “liturgia” para comunicar, porque
Dios en su Bondad es un Dios que se Comunica, que se Entrega, que se humana, se
humaniza inclusive descendiendo al plano “signico”,
creando una semiótica Divino-humana, de doble vía para Comunicársenos. Aquí se
debe recordar que este signo del Effetá ha entrado de lleno en la liturgia del
bautismo de adultos.
Sin
duda, en esta palabra palpita el corazón de la perícopa, en ella se contiene el
núcleo del mensaje: Necesitamos “abrirnos” y “ayudar a abrir”; se requiere una
dinámica de apertura, apertura a la fe, apertura a Dios. Esta apertura es
“acogida” del mensaje, “aceptación” de la “Noticia”. Apertura que es un abrir
nuestro propio corazón para aceptar y re-conocer que Él, Jesús, es nuestro
Sanador, nuestro Salvador, nuestro Re-Creador. Hay que darle “asilo” en nuestro
pecho a la Palabra de Dios para que Dios pueda plantar su “Tienda”
en-medio-de-nosotros, lo que significa morar en nosotros, vivir en nuestro ser,
inhabitar nuestras pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones. Cuando
nosotros aceptemos hacernos su morada, Él podrá saturarnos y nosotros lo
podremos trasparentar.
A
eso tenemos que colaborar, eso nos compete como cristianos: el discipulado
consiste en generar apertura, verdadera comunicación, y frente a esa
responsabilidad hemos de actuar creativamente: la pregunta permanente que
tenemos que hacernos es ¿cómo puedo lograr que la Palabra sea aceptada?, ¿qué
puedo hacer para que el Mensaje no sea ave rauda sino pajarito que anide?,
¿cómo dar la “Buena Noticia” de manera que la gente que la recibe capte las
resonancias que esa noticia tendrá en sus vidas?, ¿cómo potenciar nuestro
estilo noticioso para que los destinatarios del noticiero entiendan que no es un
Mensaje personalista, individualista sino un Hecho que nos atañe como a pueblo,
como comunidad de Dios?
La
perícopa concluye con dos alusiones vetero-testamentarias: la primera tomada
del Génesis, como mostrándonos que nos hallamos en presencia de un hecho
creador de Dios, y así como Dios da visto-bueno a toda su obra diciendo que
“todo lo había hecho bien” (cfr. Gn 1, 31a) también aquí, Marcos lo ratifica
para que comprendamos con férrea certeza que Jesús es el Hijo de Dios, con
poder creador. La segunda alusión proviene de la profecía de Isaías 35, 5-6
para señalar que Jesús es cumplimiento de la promesa de que los ciegos verían y
los sordos oirían como prueba de que “¡Aquí está su Dios para Salvarlos!” (Is
35, 4). Tengamos presente que Jesús significa “Dios salva” y no menos presente,
el compromiso que nos compete en tanto que discípulos.
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