Hech 2,42-47; sal 117, 2-4.13-15.22-24; 1Pe 1,3-9; Jn 20, 19-31
Sopló entonces sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo
Jn 20, 22
Nos dice San Agustín. «… cuando cumplas un acto de
misericordia compórtate [así]: si ofreces un pan, trata de participar de la
pena de quien tiene hambre; si das de beber, participa de la pena de quien
tiene sed; si ofreces ropa, comparte la pena de quien no está vestido; si
ofreces hospitalidad, comparte la pena de quien es peregrino; si visitas a un
enfermos, de quien tiene una dolencia; si vas a un funeral, te entristezca el
difunto y si pones la paz entre litigantes piensa en el afán de quien tenga una
queja. Si amamos a Dios y al prójimo no podemos hacer esto sin una pena en el
corazón (Sermón 358ª)»[1]
La Misericordia no está fuera, tiene que brotar de las “entrañas” mismas del
corazón, allí la ha soplado Jesús, con su Aliento de Vida.
De Él nos
podemos fiar
La
resurrección es algo que los fieles damos por descontado, es un dogma de
nuestra fe y estamos habituados a este concepto. Pero, cuando alguien nos
cuenta algo, nos refiere un suceso insólito, nada común, nuestra primera
reacción crítica es someterlo al tamiz de la duda. Es más, algunos de nosotros
nos enorgullecemos de ser altamente críticos y no tragar entero. Algunos otros,
rayando en la altanería, nos negamos a creer en nada y desconfiamos de todos y
de todo cuanto se nos dice. Nuestra bandera rebelde consiste en no aceptar
“nada” y rebelarnos contra todo. Especialmente, la modernidad nos heredó un
tipo de pensamiento que dice no reconocer sino aquello que podemos reproducir,
bajo situaciones controladas, replicándolo punto a punto en sus condiciones
para repetirlo tal cual; es ese el único criterio de certeza.
Todo
esto está bien, inclusive es un antídoto magnifico para evitar un pensamiento
pueril, para caer ingenuamente en diversos engaños y ser muchas veces víctimas
de estafadores y engañadores de toda laya. ¿Cuántas veces y cuántos no se valen
de un sinfín de patrañas para sonsacar nuestro dinero, manosear nuestros
sentimientos o, simplemente, lucrarse de algún modo de nuestra credulidad, manipulándonos
al servicio de sus intereses?
Pero,
acercarnos a Jesús, quien, definitivamente, sabemos que no quiere estafarnos ni
someternos de ninguna manera, es otra cosa. De Él podemos fiarnos y en el
podemos confiar con plenitud, sabiendo que siempre nos dará mucho más de lo que
nos pudiera quitar. Por otra parte, cuanto nos quite es porque antes Él mismo
nos lo ha dado. Por eso, ser cristiano significa aceptar la voluntad de Dios y
el conocimiento que Él mismo nos brinda, dándonos con generosidad “saberes” que
de otra forma nos serían inaccesibles y por eso, a ese “saber” lo denominamos
“Revelación”. Dios Padre nos ha Revelado su Rostro dándonos a su Hijo y, Jesús
mismo nos ha declarado que Él es el Rostro Humanado del Padre (Cfr. Jn 14, 9b)
Y en Jn 11, 25 nos revela “Yo soy la Resurrección. El que crea en mí, aunque
muera vivirá”.
La
fe, por tanto, la hemos clasificado entre las virtudes teologales, es decir, aquellas
que no brotan de nosotros mismos, sino que son don de Dios. Es Dios mismo quien
nos las da y Él mismo las sostiene y las fortifica. «… se llaman teologales o
divinas: no solamente porque se refieren a Dios, sino también porque es Dios
quien las hace posibles, quien nos ofrece la gracia de creer… tienen a Dios
como objeto y juntamente nos vienen de su benevolencia, son la vida divina en
nosotros, la respuesta que el Espíritu Santo suscita en nosotros frente a la
Palabra de Dios.»[2] Entonces,
¿no podemos hacer nada para tenerla? Si, basta con pedirla intensamente al
Espíritu Santo para que Él, gustosamente nos la otorgue. Como diversas cosas en
la vida, ¡basta quererlas, para tenerlas! ¡Son pura gracia! Hay algo más que
podemos hacer a favor de la fe: a) Fortalecerla b) Ejercitarla. Estas dos cosas
son casi una y la misma: es una especie de dialéctica. Si la ejercitas la
fortaleces, si la fortaleces es porque la estas ejercitando. Frente a lo que
Dios nos ha revelado es necesaria una especie de terquedad: Sí Dios lo ha dicho
y nos lo ha comunicado, lo aceptamos y lo sostenemos a rajatabla, digan lo que digan,
pase lo que pase.
Un
tercer elemento para tener la fe consiste en instruirla. A la fe hay que
formarla e informarla. Dios no se nos revela a cada uno personalmente, se ha
ido revelando paulatinamente -a través de la historia- a la Iglesia, a la que
Él instituyó precisamente como guardiana. Nosotros debemos acercarnos a la
Fuente para beber en ella y saciar nuestra sed; además, para poderla comunicar,
asumiendo nuestra misión de difusores. A esta misión nos llama el propio Jesús
que –ya lo hemos dicho en otra parte- no quiere que dejemos de hacer lo que
hemos elegido en nuestra vida como oficio, sino que transformemos, ese hacer,
en un hacer a la mayor gloria de Dios. Para esto llamó a pescadores, a quienes
re-dirigió, haciéndolos, ya no pescadores de peces, sino pescadores de hombres
(Cfr. Mt 4, 19).
A
algunos les cuesta más el seguimiento confiado y entonces Jesús, Infinitamente
Misericordioso, les da más, se les presenta en Persona, y los invita a meter el
dedo en sus llagas. Si, esta oportunidad que da Jesús es para que dejemos de
ser incrédulos μὴ γίνου ἄπιστος y seamos creyentes ἀλλὰ πιστός. Ese es el sentido de la perícopa del
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan que leemos hoy día: Jn 20,
19-30. Que abandonemos nuestra terquedad de incrédulos, terquedad que es altanería
mezclada con rebeldía y; con docilidad, demos a torcer nuestro brazo a Dios,
para reconocerlo “Señor y Dios nuestro”. Ὁ κύριός μου καὶ ὁ θεός μου !
Sin
embargo, y aquí está el quid del asunto, muchas veces, teniendo la fe,
encontramos cómodo negarla porque nuestro pecado nos acusa en la conciencia,
entonces es cuando desautorizamos a Dios y, en medio de nuestra rebelión,
decidimos negar cuanto Él nos ha manifestado en su Revelación. Es entonces
cuando pateamos a la Iglesia y, con ella a todos los que se mantienen fieles a
Jesús. «Cuando,… opto por obrar contra los mandamientos, preferiría que Dios no
existiera y por consiguiente estoy dispuesto a prestar fácilmente oído a las
objeciones acerca de la fe. No pocas objeciones derivan lamentablemente del
hecho que nuestra vida cristiana, nuestros comportamientos no son conformes con
el Evangelio. Entonces se requiere un camino de conversión que nos lleve a
pensar y obrar según la verdad y la existencia de Dios. Entonces el creer nos
resultará mucho más fácil.»[3]
Lo hizo todo Nuevo
La
perícopa del Evangelio inicia declarando un marco circunstancial de tiempo: Es
“el primer día de la semana” τῇ ἡμέρᾳ ἐκείνῃ τῇ μιᾷ σαββάτων, podríamos, perfectamente entenderlo
como el Primer día de la Nueva creación. En el Principio, en el Primer Día,
encontramos que todo era oscuridad, fue “entonces que Dios dijo ‘!Que haya
Luz!’ y hubo luz Cfr. Gn 1, 1-3. ¿Cómo era la oscuridad? ¿Cuál era el rostro de
esa oscuridad? En el evangelio de San Juan, en Jn 20, 19 se nos informa que,
esta oscuridad en particular, tenía el rostro del miedo τὸν φόβον, miedo de los perseguidores, que en este caso eran los
“judíos”: ὅπουἦσαν οἱ μαθηταὶ διὰ τὸν
φόβον τῶν Ἰουδαίων.
Y,
entonces, Jesús, que se presenta, y puede entrar, aun cuando las puertas estén
cerradas, se pone en medio de ellos, e inicia la obra de la Nueva Creación;
¡les da la Luz! ¿De qué Luz se trata? La paz, esa paz que significa superar el
temor, ya no tener miedo. No hay nada que neutralice más al ser, que lo aliene
más, que el miedo: el miedo nos hace “inválidos”, el miedo nos “enmudece”, el
miedo anula la opción de ser testigos, el miedo nos silencia para llevar el
anuncio del Evangelio. Miedo es lo que usan todos los totalitarismos: Policías
secretas, aparatos paramilitares, delatores, propaganda de omnipotencia y
omnipresencia, terrorismo sicológico, conciencia policiva de vigilancia
constante; cualquier cosa que usted haga la estamos vigilando y sabemos,
inclusive, lo que usted está pensando, así que no piense, no disienta,
permanezca quieto, callado…
En
ese ambiente Jesús-Resucitado inicia la Nueva Creación, la del Segundo Adán,
con un Acto de des-acobardamiento, combatiendo nuestro miedo. Jesús infunde
Valor, nos da la Luz que permitirá que nos convirtamos en testigos valientes y
decididos, que no temamos al perseguidor porque no nos puede quitar “la vida”,
porque Jesús ha demostrado que no nos pueden robar la vida, porque Él es la
Vida, es la Resurrección; podemos dar la vida, porque Él nos la restituirá.
Cfr. Jn 10, 17-18 Porque Jesús a nosotros nos hace una delegación exactamente análoga
a la delegación que el Padre le hizo a Él: “Así como el Padre me envió a mí, yo
los envío a ustedes” Jn 20, 21b.
Y
aquí viene el gesto de Jesús que nos confirma que se nos está narrando con Juan
la Segunda Creación: Se trata del soplo de Jesús. En el versículo 22 Jesús
sopla sobre ellos el Espíritu Santo, conforme el Creador sopló en nosotros – a
través de nuestras narices- el aliento de vida, el mismísimo “Nefesh”.
Queremos
hacer paráfrasis y decir que quien no tiene vida es el acobardado que no testimonia,
ese carece del “Soplo”, del “Espíritu” (como sabemos las dos palabras son la
misma en Griego), ese Espíritu soplado por Jesús, es el aliento de la valentía,
de la decisión de ser “testigos”. Así Jesús, Señor y Dios nuestro, nos a
re-creado. ¡Ha hecho todo nuevo! (Cfr. Ap 21, 5b.) Ha soplado e insuflado la
Misericordia que en cada quien se expresará como carismas, o sea poder para
servir a la Comunidad. La Misericordia, no es que Él sienta lástima por
nosotros, ¡no!, es que Él co-padece y se solidariza entregándonos todo lo necesario
para salir airosos y avante; la Misericordia ni es un “pobrecitos” pronunciado
por Dios, sino una fuerza que –dignificándonos- se nos entrega; porque somos “dignificados”
nuestro ejercicio de la Misericordia lo puede Glorificar.
No ocultar lo esencial del Mensaje
Este
domingo se denomina ahora el Domingo de la Misericordia y tiene en su primera
lectura –como en todos los domingos de la Pascua y en todas las misas semanales
también- una perícopa tomada de los Hechos de los Apóstoles 4,
32-35. Su núcleo es la siguiente frase: “Todo lo poseían en común y nadie
consideraba suyo nada de lo que tenía.” (He 4, 32b).
Hay
una estrofa de Casaldáliga que nos servirá como “llave maestra” para adentrarnos
en el significado profundísimo del concepto de koinonía:
Yo no sé si podría
convivir con los Pobres
si no topara a Dios en
sus harapos;
si no estuviera Dios,
como una brasa,
quemando mi egoísmo
lentamente.
(Dios
no es simplemente la Justicia)[4]
«En
nuestros días, también el amor nos pide ser testigos, ser santos: “Si el
martirio es don concedido a pocos, sin
embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y
a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca
faltan en la Iglesia”… Se trata de la decisión fundamental de dejar de
considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo
último de la vida, para reconocer sin embargo como criterios auténticos la
verdad y el amor»[5]
Y, estas palabras retumban hoy, 19 de abril de 2020 –dentro del contexto
pandémico- con una actualidad y una exigencia que urgen.
Ante la
forma consagrada
«Tomás
ha sido un buen discípulo de Jesús, pero un poco lento para captar los altos
conceptos de Jesús (11,16; 14, 5). Aquí también exige pruebas palpables de que
Cristo realmente vive. Ejemplo de esa fe inadecuada, condenada en 4, 48: “Si no
ven señales y prodigios, no creen” (Cfr. 2, 23-25; 6, 26; 12, 18). Tomás en su
rol de “dudoso”, aparece sólo en este cuarto Evangelio. Pero, no sólo él
dudaba. El representaría a todos esos discípulos de los primeros años que
“dudaban” (Mt 28, 17); tenían “dudas en su corazón” (Lc 24,38); “no creyeron a
quienes habían visto al Resucitado” (Mc 16, 14)»[6].
A
través de la historia de la Iglesia hemos alabado y nuestro corazón ha hecho
eco de esta frase tan hermosa que quedó incorporada a la liturgia de la
Consagración Eucarística”, con la cual reconocemos, con la voz de Santo Tomás,
ante la Forma Consagrada la Presencia de Jesús-Cristo en su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad. «Con esta proclamación asombrosa de Tomás, se termina
este Evangelio. El Evangelio comenzó con “la Palabra estaba con Dios y era
Dios” (1,1). Ahora lo repite al final: “Mi Señor y mi Dios”. A los cristianos
de todos los tiempos que aceptan eso con fe, nos dice “Felices los que creen
sin haber visto” (20, 29)»[7]
Esta es la puerta del Señor:
Los vencedores entrarán por ella. (Sal
117, 20)
Una fe para
toda la vida
Podemos
aislar la Eucaristía en un vacío litúrgico: una hora escasa robada a nuestros
afanes y premuras, durante la cual cumplimos
un ritual: “¡Ya fui a misa!”.
Pero
hay más y ya lo hemos visto. Ya sabemos que la fe des-acobardada es una que da
testimonio, que no se puede callar, que va por todas partes gritando lo que
Jesús quiere. Es el compromiso de prestarle la garganta, la voz, las manos y la
inteligencia a Jesús para que Él, en pleno siglo XXI, siga diciendo en todas
partes y ante todos que ama la justicia, que Él no es un pretexto para que se
sigua maltratando a los más débiles. Que hay que construir una sociedad de otra
manera, sin violencia, sin explotación, sin injusticia. Que si se puede
levantar una sociedad donde la cultura de la muerte estará definitivamente
derrotada y la cultura de la vida será triunfante y que ese será el Reino de
Dios, y que su Reinado, entonces, no tendrá fin.
La
Resurrección, para los bienaventurados que creen sin haber visto, significa
aceptar, aún en medio de la oscuridad más densa, que en el fondo, como al final
del túnel, hay un destello Resplandeciente, Cegador, Rutilante, Glorioso: Es
Jesucristo, el Vencedor de la muerte. Jesús de la Misericordia, y,… Su Misericordia
es eterna. Sin embargo, no se puede descuidar que esos túneles que en nuestra
existencia tenemos que afrontar, no son la meta, están allí para “atravesarlos”
y pasar el “otro lado”. Para cruzar por ellos tenemos “recursos”, alguien le
puede dar la mano al otro, habrá quien pueda dar una voz de aliento, están los
que van animando, o los que oportunamente rompan el desánimo con un
chascarrillo, algunos llevan “antorchas” y pueden derrotar la oscuridad, los
que tengan “linternas”” podrán ofrecernos seguridad para afianzar el pie, lo
importante es compartir esos “recursos y ponerlos al servicio de nuestros “prójimos”.
«”Ten cuidado de no
viralizar la Iglesia, de no viralizar los Sacramentos, de no viralizar al
Pueblo de Dios". La Iglesia, los Sacramentos, el Pueblo de Dios son
concretos. Es cierto que en este momento debemos hacer esta familiaridad con el
Señor de esta manera, pero para salir del túnel, no para quedarse allí. Y esta
es la familiaridad de los apóstoles: no gnósticos, no viralizados, no egoístas
para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo.
Familiaridad con el Señor en la vida diaria, familiaridad con el Señor en los
Sacramentos, en medio del Pueblo de Dios. Ellos han hecho un camino de madurez
en la familiaridad con el Señor: aprendamos a hacerlo también. Desde el primer
momento, entendieron que esa familiaridad era diferente de lo que imaginaban, y
llegaron a esto. Sabían que era el Señor, compartían todo: la comunidad, los
sacramentos, el Señor, la paz, la fiesta. Que el Señor nos enseñe esta
intimidad con Él, esta familiaridad con Él pero en la Iglesia, con los
Sacramentos, con el pueblo fiel de Dios.»[8]
«Somos
llamados a la divinización y es segura la promesa de Dios. El viaje sería menos
agotador si llenáramos nuestras mentes más a menudo con este pensamiento.
Bernardo de Claraval predicó una gran devoción al cielo. En uno de sus
sermones, incluye una corta aclamación lírica que resume, en unas pocas líneas
su teología. El cielo es un lugar donde todo lo bueno se hace tan intensamente
presente que, cualquier cosa que quede del mal pasado, se seca y desaparece. Al
cielo le falta transitoriedad; dura para siempre.»[9]
“Y el Espíritu es el que da
testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1Jn 5, 6b)
[1] Consejo
Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. LA MISERICORDIA EN LOS
PADRES DE LA IGLESIA. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2015 p. 38
[2] Martini, Carlo María. LAS
VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2003 p. 46
[4] Casaldáliga,
Pedro. DIOS ES DIOS en TODAVÍA ESTAS PALABRAS. Ed. Verbo Divino Estela Navarra.
1990 p.59
[5]
Guerra Héctor. L.C. Ledesma, Juan Pablo. L.C. ¡VENID Y VEREÍS! Ed. Planeta.
Barcelona – España 2009 p. 273. La cita que contiene proviene del #42 de la Lumen Gentium
[6] Seubert, Augusto COMO ENTENDER LOS MENSAJES
DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1999. pp.151-152
[8]
Papa Francisco. HOMILIA VIERNES 17 DE ABRIL DE 2020. Misa en la Casa Santa
Marta.
[9]
Casey, Michael. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. Ed. San Pablo. Bogotá
Colombia 2007 p. 305
Gracias por sus reflexiones compartidas. Nos ayudan a encontrar
ResponderEliminara Dios en la vida de cada día. Bendiciones.