VIERNES SANTO – PASIÓN DEL SEÑOR
Y como una zarza
ardiendo, como el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, se manifiesta a los que
buscan apresarlo diciéndoles: “YO SOY”. Es Yavé que les hace caer en tierra.
Emilio L. Mazariegos
Los hombres pueden
ponerse a la derecha o a la izquierda de la cruz. Pero, quieran o no quieran,
están a uno de sus lados.
Ernest Hello
Jesús viene a Jerusalén. Hace su entrada triunfal,
apoteósica, los mantos tendidos a su paso permiten entender que los que lo
acogen con gritos de júbilo sabían que era el Mesías. La recepción es la que se
da a la realeza, a los Emperadores, con este gesto tan propio de la cultura
semita. El Rey viene directo hacia su Basílica, esta expresión abrevia la que
le dio origen, βασιλική οἰκία, “casa real” o “casa regia”; así es, si leemos el
Evangelio de San Juan, lo que viene
después de la Entrada recibida con Ramos del que viene montando el borriquillo,
es la “purificación del Templo”, «El templo que hay que destruir y reconstruir
es Jesús mismo, en quien se cumple el sacrificio del verdadero cordero.»[1] Con toda
autoridad volcará las mesas de los cambistas que trocaban las monedas romanas –impuras
porque llevaban impresa la imagen del César- por las monedas Judías, dignas de
ser ofrendadas, cambio este que les dejaba pingües ganancias, introduciendo en el
Culto, acto de Amor a Dios, un mezquino gesto más del lenguaje comercial. Pero –permítasenos
volver a insistir en ello porque es de la mayor importancia- este Rey es un Rey
distinto, para nada a la manera y según nuestra concepción. ¡Se trata del Rey del
Amor! Su poder es el poder del servicio, de la Misericordia. Lo conservamos en
nuestra evocación como “El Sagrado Corazón”. Todo humildad, todo mansedumbre.
Sin embargo, en el marco de la pandemia, muchos corazones
anhelan no que les derramen las monedas de las mesas, sino que saque su varita
del castigo y se pasee vapuleando, no con el celo de la casa de su Padre, sino
con la ira de un papá punitivo, rencoroso, represivo, enamorados acaso de la
imagen justiciera de los mercenarios, los sicarios, los “justicieros” que le
ahorran al estado los juicios y los trámites judiciales, y se toman por su mano
la aplicación de la justicia. De esos tenemos no miles sino miríada en el universo
de los mass-media. ¡Eso nos quieren hacer ver y creer! Pero, siguiendo el texto
de la Pasión según San Juan, lo que vemos es otra cosa, es como si el mundo que
nuestros sentidos visualizan fuera el “mundo al revés”, el “mundo patas-arriba”
y, de la otra parte, el mundo de la fe, fuera el descubrimiento –detrás de esas
apariencias- de su Reinado.
«Juan tiene una forma de mirar tan paradójica –porque ha
conocido el misterio de Dios, que es paradójico respecto de cualquier acción
humana- que es llevado a leer, aun en las más oprobiosas circunstancias de la
muerte de Jesús, el signo del cumplimiento de su misión mesiánica»[2]. Lo que
el Evangelio de hoy nos trae -día en que la liturgia consiste precisamente en
su a-liturgia- es La Pasión según San Juan: «el término “gloria”, en su
acepción ordinaria, significa honor, homenaje, favores, éxito; la gloria de
Jesús pasa a través de la infamia, los insultos, los golpes y el aplastamiento
por parte de los hombres. Una contradicción que supone un aceptar lo paradójico
del misterio de Dios entre nosotros, que ahora se revela en sus momentos culminantes
y más fuertes.»[3]
¿Quién
juzga a quién?
Monseñor
Carlo María Martini nos prevenía que es muy difícil seguir la Lectura de la
Pasión porque es un texto muy largo y uno tiende a distraerse y a extraviarse
en la densa maraña de datos y detalles en los cuales San Juan es muy prolífico:
«En todo caso, puesto que la narración es bastante larga (dos capítulos) y a
menudo uno se pierde por las muchas cosas que se encuentran allí,… El pasaje es
muy complejo y largo; más aún, quien lee no puede menos que pensar que Juan
habla demasiado. Casi 30 versículos para narrar algunos hechos sin duda
fundamentales (la condenación a muerte de Jesús), pero que Marcos narra en casi
la mitad de espacio.»[4]
Nosotros
añadimos otra dificultad, la gran cantidad de figuras, imágenes y simbolismos.
Insistimos que los símbolos podían ser decodificados por la Comunidad Joánica
que contaba con los referentes de decodificación, no así para nosotros. Un
comentario que se hace sobre el Apocalipsis se podría adecuar cuando comentamos
la Pasión según San Juan, y, subrayemos que proviene de la misma escuela
escriturística: «La multiplicidad de imágenes empleadas, su originalidad muchas
veces desconcertante, el despliegue siempre imprevisible de la fantasía del
autor, visiones y escenas inauditas, hacen que el lector se pierda en este
laberinto de símbolos.»[5]
Siguiendo
la Pasión con mucha atención lo primero que se nota es el empeño de mostrar a
Jesús como Rey. Evidentemente es un Rey de una clase muy especial. ¡Su corona
es de espinas! El Manto de Púrpura, es un trapo que le proveen los soldados
torturadores; también ellos le adjudican el Cetro, una caña. En este evangelio
se ha prescindido de ciertos detalles que aminorarían la calidad real de Jesús:
No hay insultos, no hay escupitajos.
Pero
el cuadro crucial, donde se muestra todo el señorío de Jesús es el momento en
que el propio Pilato hace sentar (la palabra es ἐκάθισεν indicativo aoristo
activo del verbo καθίζω hacer sentar, mandar sentar) a Jesús en la silla desde
donde se juzgaba. «… la expresión ekathisen epi bematos en el v. 13, traducida
por la vulgata “sedit pro tribunali”. Mientras comúnmente se pensaba que la
frase significase que Pilato se sentó, dada la cercanía del nombre de Jesús y
la posible atribución de un valor activo al verbo ekathisen parece que Pilato
“hizo sentar a Jesús”, en el sentido de que lo instaló sobre la silla.»[6] Revisemos cómo traduce
Luis Alonso Schökel: “Al oír aquello, Pilato sacó afuera a Jesús y lo sentó en
el tribunal, en el lugar llamado Enlosado (en hebreo Gabbata)”.Jn 19,13.
Volvamos con el Cardenal Martini: «La impresión que se saca de la escena, pues,
es que el que parece estar siendo juzgado, en realidad está juzgando a la
humanidad.»[7]
«Jesús es acusado, pero de hecho es él el que juzga. Jesús es rey, pero un
soberano que reina sobre que escuchan sus palabras. En el centro la escena de
la coronación, despojada de todo detalle (esputos, genuflexiones), hace
destacar el título de rey. Y la escena termina apoteósicamente: Pilato hace
sentar a Jesús en su tribunal para proclamarlo rey (v.13).»[8] «…el tema central… el que
es juzgado reina, es decir, juzga. Los hombres se han encarnizado en juzgar a
Jesús, y Él, precisamente mientras se deja juzgar, se demuestra efectivamente su
juez y su rey.»[9]
¡El signo por excelencia de su Realeza serán las exageradas cien libras de
mirra y áloe con las que será embalsamado el Rey!
Parcelación
Este
texto, como hemos dicho, de suyo denso; merece un atento estudio; nuestro rol
de discípulos nos llama a leerlo y meditarlo con atención, con espiritualidad;
acompañar a Jesús en esta Semana Santa, en el Año de la Fe, significa –así lo
entendemos- leer de manera meditada y con suma devoción las páginas de la Escritura
consagradas a la Pasión. Pero no sólo hoy. El sentido intrínseco a esta
celebración que la Iglesia ha instituido y conservado, lleva en sí, el mismo
espíritu eucarístico, “Hagan esto en memoria mía”, y el alma toda de la Iglesia
opera con este sentimiento, conservar lo que Jesús –con su Vida, Pasión y
Muerte- nos legó, y que alumbra nuestro caminar en el discipulado.
El
Cardenal Martini nos proporciona un plano explorativo, casi una guía turística
(si cabe la analogía) a la Pasión del Evangelio de San Juan. Él nos propone una
subdivisión en 7 episodios:
1. El arresto de Jesús 18, 1-12
2. Jesús ante los sumos sacerdotes y la
negación de Pedro 18, 13-27
3. Jesús ante Pilatos 18, 28 – 19, 16
4. La Crucifixión 19, 17-22
5. El “cumplimiento” 19, 23-30
6. Agua y sangre y el Cordero de Dios 19,
31-39
7. La valentía de los Amigos 18, 38-42.
Podemos
aprovechar este “plano” que trazó Carlo María Martini para explorar la Pasión
con mayor provecho y más honda profundización.
Retomemos
el asunto de la opción preferencial
Pilato
nos mostrará a Jesús: “Ecce homo”: Aquí tienen al hombre” Jn 19, 5c. Ya es un
guiñapo; azotado, coronado de espinas, abofeteado, víctima de la burla, pero
sobre todo y ante todo, sentenciado. Pilato no se cansa de pronunciar su
sentencia: No encuentra en Él culpa alguna, lo declara tres veces inocente.
Sabemos que los opresores romanos les habían quitado a los judíos toda
autoridad para condenar a muerte, por eso lo presentan al gobernador romano
para esta farsa de juicio. El Sanedrín, los Sumos sacerdotes, los fariseos y
los saduceos ya llevaban la sentencia escrita en su corazón. Como lo dijera
Caifás, “conviene que un hombre solo muera por el pueblo” (Cfr. Jn 18, 14).
Cuando
Pilato lo muestra, aquella gente lo “ovaciona”: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Pero
el hombre que Pilato les muestra es –¿cómo dijéramos’- medio hombre. “Muchos se
horrorizan al verlo porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya
aspecto de hombre;(Is 52, 14)… No vimos en Él ningún aspecto atrayente;
despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al
sufrimiento, como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.
(Is 53, 2d-3).
Aquí se nos presenta el tema de la opción
preferencial de Dios por los pobres. Si nos preguntamos por la razón para esta
opción preferencial podemos mirar a Jesús en su trono: ¡Miremos al crucificado!
Los pobres son su imagen y semejanza.
«…
el pobre no es un tema de la agenda de los teólogos al lado de otros temas. No
es una nota de algún diccionario teológico. El constituye el horizonte a partir
del cual leemos e interpretamos los demás temas. Por tanto, el pobre es mucho
más que un tema de reflexión teológica y política. El pobre ocupa la
importancia de un lugar social y epistemológico.»[10]
«Dios
escogió a los pobres… porque encontraba en ellos el reflejo de sí mismo, el
resto que quedó de su honra y gloria divina en medio de la humanidad (Is 42,
8). Los escogió porque en ellos seguía existiendo el ideal que Él soñaba para
todos, el ideal de una sociedad igualitaria y fraterna, sin opresor ni
oprimido. Pues, a pesar de ser maltratados, ellos no maltrataban; a pesar de
ser oprimidos, no oprimían (Is 42, 2-3) En ellos existía la matriz del futuro
de la humanidad. Y los escogió de acuerdo a su justicia divina (Is 42, 6)»[11]
El
salmo para este Viernes Santo es el Salmo 31(30). El responsorio dice: בְּיָדְךָ֮ אַפְקִ֪יד
ר֫וּחִ֥י “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Sal
31(30), 5(6)a. Otra versión dice: “En tus manos está mi destino”, aún otro
traductor ha dicho: “En tus manos están mis azares”. Como quiera que sea, es la
confianza en el Señor. El estará siempre al cuidado, de Él nos podemos fiar. Lo
cual se relaciona directamente con aquello de que en los pobres está la matriz
del futuro de la humanidad: Ellos como nadie se preocupan del hermano, si
tienen un pan lo comparten, son el epítome de la solidaridad. El corazón de los
pobres es siempre misericordioso como el corazón del Padre. Son portadores de
la semilla de la liberación.
Nuestra
teología para hoy no es un razonamiento alambicado e inaccesible. Es una idea
sencilla de mansedumbre que encierra en sí la imagen de Jesús que avanza como
una oveja llevada al matadero, como varón de dolores,… su manto real es la
toalla que se ató a la cintura con la que amorosamente secó los pies de sus
discípulos y con la que mostró su abajamiento para estar en medio de ellos no
como el que es servido, sino como el que sirve. οὐ γὰρ ἔχομεν ἀρχιερέα μὴ
δυνάμενον συμπαθῆσαι ταῖς ἀσθενείαις ἡμῶν, πεπειρασμένον δὲ κατὰ πάντα καθ’ ὁμοιότητα
χωρὶς ἁμαρτίας. “En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de
compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que Él mismo ha pasado por las
mismas pruebas que nosotros,…(sólo que Él no pecó)” Hb 4, 15.
Así
la imagen del Crucificado nos remite una vez más a Mt 25, 31-46. «…haciendo resplandecer
en sí el amor de Dios por la humanidad desamparada, Jesús es capaz de atraer a
sí a todo el que sepa leer el signo, a cualquiera que a través de la mediación
de la Cruz sepa leer en la propia pobreza y abandono –situación totalmente
semejante a la del Hijo- la certeza de ser amado por Dios.»[12]
[1] Martini,
Carlo María. LAS NARRACIONES DE LA PASIÓN. MEDITACIONES. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá – Colombia 1998. p. 171
[2]
Ibíd p. 168
[3] Ibíd.
p. 152
[5] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA
BIBLIA?(I) Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá – Colombia p. 83
[8] Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO
TESTAMENTO. Ed. Verbo Divino. Navarra – España 2004 p. 134
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