JUEVES SANTO
Ex 12, 1-8.11-14; Sal
115, 12-13.15-18; 1cor 11, 23-26; Jn 13, 1-15
La Eucaristía es
realmente… una enormidad… es un misterio que no se termina nunca de comprender.
Raniero Cantalamessa
Jesús sabe que su
muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de la que hablan los
ateos sino “la entrada en la Casa del Señor” para la eterna alabanza y acción
de gracias.
Noël Quesson
Así
como el sentido de una comida no es el momento en que se la consume, sino la
fuerza que nos da para vivir la jornada, hasta que volvamos a pasar a la mesa y
consumamos otra dosis de nutrientes, así los Sacramentos hallan su sentido
profundo en la vida integra, integrándose a cada momento de la existencia, a
cada lucha que se libra, a cada demonio que se enfrenta. Muchas veces vivimos
con grande énfasis el momento de la “Primera Comunión”, mientras que luego –y cada
vez más- comulgamos con distracción, con indiferencia, con irrelevancia, casi
sin reconocer el Encuentro que estamos compartiendo, sin mirar los Ojos de
Jesús, sin darnos por enterados de su Amor. ¿Cuántas veces habremos comulgado
sin dirigirle una sola palabra a Quien está allí vivo en su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad?
Es
de esta manera que a lo largo de nuestras vidas vamos dejando que la fuerza de
los Sacramentos se diluya, en el tiempo
y el espacio; pero lo que es verdaderamente doloroso, que se deslía en nuestro
corazón (menos mal que ellos actúan a nuestro pesar, por sobre nuestro alejamiento).
Sea este momento histórico tan especial, encuadrado por la cuarentena, la
ocasión de voltear nuestra mirada sobre la peligrosa tibieza que amenaza
nuestra vida sacramental, para dimensionar hasta qué punto somos verdaderos
creyentes y hasta qué punto podemos reclamarnos sus verdaderos discípulos.
Pensando en el contexto sacramental, y trayendo a colación el Sacerdocio
Ordinario que el Sacramento del Bautismo nos entregó junto con el encargo
profético y el real, tratemos de aquilatar ese “sacerdocio” respecto de la coherencia
con la que lo vivimos. No apuntemos el dedo hacia los Sacerdotes Ordenados,
sino que –con el corazón agradecido por el don inmerecido- recapacitemos
quienes somos al seno de la Asamblea Eclesial que nos permite la co-corporeidad
con Nuestro Místico Señor.
Una parábola moderna
«Jesús
explicaba los asuntos del reino en parábolas; adoptemos por una vez su método y
tratemos de comprender, con la ayuda de una moderna parábola, lo que sucede en
la celebración eucarística. En una gran fábrica había un empleado que admiraba
y amaba desmedidamente al dueño de la fábrica. Para su cumpleaños quiso hacerle
un regalo. Pero antes de entregárselo, en secreto, pidió a todos los colegas
poner su firma sobre el regalo. Este llegó pues a las manos del patrón como
homenaje de todos los empleados y como un signo de la estima y del amor de
todos ellos, pero, en realidad uno solo había pagado el precio del regalo.
¿No
es exactamente lo que sucede en el sacrificio eucarístico? Jesús admira y ama
infinitamente al Padre celestial. A Él quiere hacer todos los días, hasta el
fin del mundo, el regalo más precioso que se pueda imaginar, el de su misma
vida. En la Misa el invita a todos sus hermanos a poner su firma sobre el
regalo, de manera que llegue a Dios Padre como regalo de todos sus hijos, “mío
y su sacrificio” lo llama en el Orate fratres. Pero en realidad sobemos que uno
solo ha pagado el precio de ese regalo. ¡Y qué precio!»[1]
El Seder de Pesaj.
Cristo realizó este
misterio en un ambiente hebreo, escriturístico, dentro de una mentalidad
semítica.
Roberto Masi
La
Primera Lectura en la Liturgia del Jueves Santo proviene del Éxodo, más
precisamente del capítulo 12, versículos 1-8 y 11-14, o sea que no se leen los
versículos 9 y 10 de la perícopa. En ella se establecen los elementos de la
liturgia judía de la Cena Pascual. Enumerémoslos:
1. Un cordero, sin defecto, macho, de un año,
cordero o cabrito.
2. La sangre para la marcación de las jambas y
el dintel.
3. La carne se consumirá asada a fuego.
4. El pan de la cena será pan ázimo (matzá).
El jametz (pan fermentado con levadura)
está estrictamente proscrito del Seder.
5. Se consumirán también lechugas amargas
(maror) mojadas en agua salada para recordar el sabor de las lágrimas.
6. El ornamento prescrito consta de correa
ciñendo la cintura, los pies calzados y bastón en la mano; todo indica la
premura para salir. Por eso se comerá de prisa.
Después
de la destrucción del templo se renunció al sacrificio del Cordero. En el Seder
actual (se llama Seder o sea orden, porque todo está prescrito, rigurosamente
establecido); se beben 4 copas de vino, se rememora la liberación de la
esclavitud que el pueblo soportaba en Egipto (Hagadá) y se canta el Hallel, los
salmos 113-118. Siempre se ha dicho que Jesús estableció la Eucaristía en el
marco de una Cena Judía. Allí está el Vino, el Pan ázimo, el Salmo, el Cordero
sin defecto, sin mancha, sin mácula de pecado, y los ornamentos, la cintura
ceñida por el cíngulo, y –en el caso del Obispo, el báculo que es el bastón
litúrgicamente prescrito. Inclusive, recordemos que el Obispo lleva su Kippah
que nosotros llamamos Solideo, significa que “Dios está por encima de los
hombres”, significa que, el Ministro Ordenado (recibió la Orden de “Hacer esto
en memoria mía”) está consagrado sólo a Dios. Así como en la Eucaristía el
Sacerdote lava sus manos (lavatorio simbólico
en el que sólo se humedecen los dedos) así también la Cena Judía tiene también
su rito de lavatorio “urjats” y “rajtsá”. Quizá quepa aquí subrayar que este
lavatorio de “manos” es un gesto hasta tal punto sublimado que no tiene nada
que ver con la higiene, no tiene ningún valor aséptico, para lo físico, sino
que alude a los posibles “delitos” del Sacerdote que se dispone a obrar in persona Christie, que impedirían
poderse parangonar con Jesucristo –Sumo y Eterno Sacerdote- por eso el
Presidente de la Eucaristía ora en secreto reconociéndose pecador, y dice en su
fuero “Lava del todo mi delito, Señor,
limpia mi pecado”, para que sea consciente que el Señor obra a través de
él, y que no es que él se haya convertido en Jesús.
La
Eucaristía parte del rito de acción de gracias y reconocimiento de la Majestad
de Dios donde se le bendice y alaba: Baruk Adonaí “Bendito es el Señor. La
palabra Baruk viene de la raíz בָּרַך brk, ligada con la palabra “rodilla”
como signo de arrodillarse ante la Grandeza de Dios. Por eso el rito recibe el
nombre de Berakah y, como lo decimos más arriba sirve de núcleo de partida a la
estructura de la liturgia eucarística que las comunidades cristianas fueron
enriqueciendo en la medida en la que fueron ganando identidad y se fueron
segregando de las comunidades judías de origen. O sea que, a la Pascua Judía se
aúna el Misterio Pascual de Jesucristo
Sacrificio Incruento
Queremos
tocar, así sea superficialmente, el tema del sacrificio y la Eucaristía como
Sacrificio. Muchas veces se ventila el tema de que cada Eucaristía es un
Sacrificio, y se quiere implicar de ello que el Sacrificio de Jesús no “habría
sido suficiente”. Queremos enfatizar que no se trata de un nuevo sacrificio en
cada Eucaristía, sino del mismo sacrificio actualizado. Vamos a decirlo con las
palabras de Monseñor Masi: «La Eucaristía es el memorial de la muerte del
Señor… es un memorial, es decir, un recuerdo, un símbolo, pero también una
representación mística de la muerte de Cristo en la cruz para la purificación
de los cristianos… La Eucaristía es un sacrificio, pero no es distinto del de
la cruz. Es el mismo sacrificio del calvario hecho sacramentalmente presente.
Ya el Concilio de Trento enseñó claramente que la misa es un verdadero y propio
sacrificio con el mismo sacerdote y la misma victima que el sacrificio de la
cruz: Jesucristo… La razón suprema por qué la misa es sacrificio es que
recuerda y representa la cruz… la misa hace de nuevo presente en el altar el
sacrificio de la cruz, sin multiplicar por ello los sacrificios de Cristo, pero
multiplicando la presencia de su único sacrificio.»[2]
Cabe
muy bien recordar aquí el numeral 1367 del Catecismo de la Iglesia Católica: El
sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único
sacrificio: "Es una e idéntica la víctima, que se ofrece ahora por el
Ministerio de los Sacerdotes, la que se ofreció a sí misma entonces sobre la
cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": "Y puesto que en este
divino sacrificio que se realiza en la Misa, este mismo Cristo que "se
ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el Altar de la cruz, es
contenido e inmolado de manera no cruenta"[3]
Servicio como sacramento
El
Sacramento de la Ordenación está íntimamente ligado con el Sacramento
Eucarístico, son los Sacerdotes los llamados a confeccionar la Eucaristía y a
presidir su liturgia. El significado del Sacerdocio -(#1536 El Orden es el
sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue
siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el
sacramento del Ministerio Apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el
presbiterado y el diaconado.)- está explicitado de manera excelente en el
Prefacio de la Misa Crismal, donde el Obispo Consagra los Santos Oleos:
Extractamos de allí el fragmento central, pertinente a la trasferencia del
Sacerdocio de Cristo al Ministerio Sacerdotal:
«Que
constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la
unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar
en la Iglesia su único sacerdocio.
Él
no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino
también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la
imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos
renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus
hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan
con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.
Tus
sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los
hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante
de fidelidad y amor.»[4]
Se
nota en esta cita la discriminación entre dos sacerdocios diferentes pero
inter- compenetrados en su mutua correspondencia y en su reciproca razón de
ser. A este respecto es clarificador el numeral 1547 del Catecismo de la
Iglesia Católica, veamos: «El sacerdocio ministerial o jerárquico de los
obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles,
"aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el
uno al otro; [...] ambos, en efecto, participan (Lumen Gentium 10), cada uno a
su manera, del único sacerdocio de Cristo" (Lumen Gentium 10). ¿En qué
sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo
de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el
Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en
orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de
los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su
Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento
del Orden.»
Como
la Iglesia es Madre y Maestra, el Sacerdote participa junto con su Ministerio
Ordenado de un ministerio docente que lo llama, a imagen del Buen Pastor -que
no en vano se la llama Divino Maestro- a la enseñanza responsable para combatir
el analfabetismo de la fe, forma de incultura espiritual que imposibilita la
trascendencia y que es uno de los graves males de nuestro siglo. Y ¿qué ha de
enseñar? ¡Ni lo preguntéis! Está claro que su sola enseñanza tiene que ser la
Verdad que nos mostró Jesucristo, la que nos hará libres (Cf. Jn 8, 32), la del
Pan de Vida (Cf. Jn 6, 51-58. 60-69).
Este
gesto de lavar los pies reviste la máxima importancia, está a la base del
ministerio que Jesús está instaurando en la última cena: “Les he dado ejemplo
para que ποιέω
se porten como yo me he portado con ustedes! Jn 13, 15. Este verbo griego nos
pide actuar, hacer lo mismo, obrar de igual forma. Bueno, es fundamental saber
que según la cultura semita, el que se ocupaba de lavar los pies era un “sirviente”.
Según eso, tal vez por tanto se escandalizó Pedro y se negaba tan rotundamente
a aceptar que el propio Mesías “actuara” fungiendo de “sirviente”.
Derivemos
ahora todas las consecuencias de esta manera de conducirse de Jesús, el
Mandamiento que está estableciendo con este gesto que –prácticamente viene
siendo como la manifestación de su Última Voluntad. Relacionémoslo luego con el
discipulado y –más específicamente con el Sacramento del Orden Sacerdotal- que
se está instituyendo en esta Cena, donde quedaron instituidos dos sacramentos.
Me recuerda la catequesis sobre los ornamentos que escuché a un Sacerdote,
quien explicaba el significado de la Casulla, como si se tratara del delantal
que se ciñe el Sacerdote para cumplir su Ministerio. También me traen a la
mente algunas comunidades religiosas, tanto masculinas como femeninas que –últimamente-
han decidido remplazar su hábito por un delantal. Y de inmediato, pienso que
una reliquia esencial, de recordación de San Pablo era su “delantal”. Nosotros,
como lo hemos visto últimamente, estamos llamados a ser desatados, a liberarnos
de todo prejuicio contra la categoría de “siervo”. Esa es otra forma de
idolatría: la idolatría hacia los “amos”, la idolatría de la arrogancia. Todos
hemos sido educados con la mentalidad del “dominio”, hasta se nos habla del
“dominio propio” y nadie quiere acordarse de Jesús, quitándose el manto,
tomando la toalla y ciñéndosela a la cintura: “Lo mismo deben hacer unos con
otros”
[2] Masi, Roberto. SACERDOCIO Y EUCARISTÍA EN LA
VIDA DE LA IGLESIA. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 1967. pp. 219-221
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