2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal
16, 1. 5-6. 8 y 15 (R.: 15b); 2Tes 2, 16--3, 5; Lc 20, 27-38
Un pueblo que persiste
en celebrar su vendimia, aunque no tenga frutos para cosechar, recobrará sus
viñedos.
Benjamin Disraeli
La resistencia es una
alternativa
Perseguir
la fe y buscar la traición a las tradiciones religiosas de un pueblo son vías de opresión y debilitamiento que los
tiranos de diverso pelambre usan y usaran a través de la historia, puesto que perdidas
las señas de lo más profundo de nuestra identidad los siguientes pasos del
sometimiento se facilitan. Efectivamente, cuando damos nuestro brazo a torcer y
abdicamos de nuestro credo, nuestra identidad se ve poderosamente vulnerada y
si podemos dar la espalda a nuestro Dios las siguientes detracciones parecen de
poca monta. Así, la dominación nos
propone o nos exige abandonar algún detalle –señalado como mínimo- consciente
de estarnos fragilizando. Cuando los demás vean como se sucumbe a la presión en
algún aspecto “mínimo”, la capacidad de resistencia vendrá a tierra como un
castillo de naipes. Estas debilidades son anunciadas y propagadas con los
mejores mecanismos de divulgación a la mano en cada momento histórico.
En
el episodio que señala la perícopa de la Primera lectura de este Domingo XXXII
del tiempo ordinario, ciclo C, esa traición consiste en comer carne de puerco.
Muchas personas nos dicen que pudiendo salvar la vida, es una tontería de marca
mayor, empecinarse en no comer algo que posiblemente no nos produzca ni siquiera
dolor de estómago. Uno lo minimiza, pero, es como cuando se vence un plato o un
pocillo, por ahí se quiebra la pieza más temprano que tarde. Así es, pese a
parecer insignificante, es la derrota total en potencia.
Nos
parece que no entendemos nada si “espiritualizamos” excesivamente este gesto.
Uno dice que no se come cerdo porque se ofendería a Dios. Si lo tomamos en esa
dirección, no vamos a poder descifrar el mensaje de la Sagrada Escritura.
Observemos como lo argumenta el hermano que toma la vocería de los otros seis:
“Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
2Mac 7, 2c. “Ley de nuestros padres” implica la continuidad de una tradición,
la pertenencia y adhesión a esa línea de tradición, más a fondo, el sentido de
pertenencia a una comunidad que así procede, es decir, las señas de identidad;
pero no cualquier seña, sino la definitiva, la que identifica, la que nos
señala como miembros de “un cuerpo”. Ese es al sentido de “ley” en este
contexto. La ley rige porque pertenecemos a esa comunidad. Cumplirla y
aceptarla significa reconocer nuestra vinculación.
¿Por
qué se enfurece el Rey Antíoco Epifanes (Mitrídates)? Precisamente porque no
logra hacer quebrantar la ley a estos siete hermanos, o sea, no consigue hacer
que se declaren súbditos suyos. Eso quebrantaba el propósito hegemónico,
adoptaban una posición frente a las tendencias helenizantes, optando por su
identidad judía. El helenismo era una alternativa político-militarista; los
judíos le opusieron una posición de resistencia: Esta negativa a consumir carne
de puerco es, sin lugar a dudas, la carta de constitución de un pueblo (pueblo
escogido) que se resiste y lucha. (En otro lugar de macabeos vemos que hubo
otras defecciones, y fueron doblegados a consecuencia de la división y el
debilitamiento de la unidad de este pueblo). La historia bíblica nos enseña a
resistir.
Pero
no una resistencia confusa o caprichosa, una resistencia que es rebeldía sin
causa, pura pataleta; sino resistir perseverando en nuestros valores, en
nuestra identidad, conservando aquello que nos define, que nos caracteriza, que
nos hace ser quienes somos, creyendo en lo que creemos, y rechazando las
“modas” con las que poco a poco nos tiranizan.
Déjanos ver tu Rosto al
despertar
… cada uno de nosotros
tiene en su interior un espíritu de vida. Y cuando la muerte llega, ese
espíritu de vida consigue eludirla.
Helder Câmara
En
este Domingo XXXII, antepenúltimo del Año Litúrgico, vamos a entonar del Salmo
de súplica 17(16), los versos1. 5-6. 8 y 15. El salmista se pone bajo la
protección de un “Padrino” que es su abogado, su defensor, que impedirá que lo
ataquen, lo castiguen, lo dañen. Se trataba de alguien poderoso, lo suficiente
como para detener cualquiera amenaza que venga. Y en este caso la súplica se
dirige a Dios mismo. El Salmista se pone bajo la protección de Dios.
En
este caso, el argumento que le presenta a su “Padrino”, para motivarlo a
defenderlo, es que el merece su protección y que lo defienda porque es inocente
y no merece castigo alguno: “Pues sus labios no mienten,…., sus pies se han
mantenido firmes en los caminos del Señor,…. Por serle fiel, en cualquier
momento que lo examine no le encontrará maldad,…, no dice cosas indebidas,…, no
obra violencias, …, vive de acuerdo a los mandatos del Señor.
Ahora,
si nos fijamos en el sujeto vemos que está en primera persona, habla a partir
de “yo tal cosa, yo hago, yo soy, yo patatí, yo patatá” pero tras de este
sujeto aparente habla un pueblo. Los eruditos nos dan cuenta de este modo de pensar
en la cultura donde se dieron los Salmos, nos encontramos con este tipo de “yo”
colectivo, un “yo” pueblo-entero, donde el “yo” es el pueblo de Israel. Si en
la Primera Lectura de este Domingo, nos encontramos con alguien que se niega a
comer carne de puerco porque daría mal ejemplo a su pueblo rompiendo la ley de
sus padres, en este salmo encontramos un “yo” que habla también por ese pueblo,
por esa comunidad, habla en primera persona, pero es un “yo” corporativo, que
incorpora a varios en un solo corpus. ¡Qué excelente sentido de pertenencia!
¿Qué
pide el suplicante? Que lo atienda, que lo oiga, que no le permita hablar
falsedades, en general que mantenga su inocencia (en todos los sentidos que
hemos citado arriba), que lo guarde como
si se trataran de sus propias pupilas, que lo defienda y lo proteja
poniéndolo bajo la sombra de sus alas, que lo libre de los malvados. Toda esa
protección clama el Salmista al Señor en nombre de su pueblo.
Y
una reclamo final, el que sella el salmo como conclusión. Que esta defensa sea
para toda la vida, de modo tal que al “abrir los ojos” en la otra vida se encuentre con el premio que el Señor ha prometido
a los que vivan una vida coherente en
los caminos de Dios: Despertar en su Presencia, contemplar su Rostro, saciarse
de verlo, aunque su esplendor no cansa.
No
se pediría este “premio”, esta corona de “premio olímpico” (como decía San
Pablo) si no se creyera que hay vida después de la muerte, que allí se puede
seguir con algo mejor, muy pero muy superior que consiste en gozar de la
Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté Dios presente nada
faltara o sea, que todo será perfecto. Esta petición, esta súplica-pináculo, es
una declaración de fe en la “resurrección de los muertos”, en la justicia de la
vida eterna, en el sentido de vivir conforme a los “mandatos del Señor”, en
fin, es una declaración de fe en el “Cielo”, pronunciada por una boca que es
“un pueblo entero”, es la fe de la nación, es Israel quien la proclama.
Creemos y vendrá
En
cambio San Pablo, en la perícopa de la Segunda Carta a los Tesalonicenses que
leemos en esta fecha, habla de un ustedes, pide que rueguen por un ustedes que
una vez más es corporativo, porque está dirigido a los “hermanos” como lo
expresa en el comienzo de la Carta, en el mismo saludo, en el versículo 3a. Y
queremos dirigir el reflector hacia estos dos elementos primordiales de la
Palabra en este Domingo:
a) El sentido de pertenencia a una
comunidad, en este caso una comunidad creyente, lo que permite una conciencia
“corporativa”, un sentido de solidaridad, de unicidad, de nosotros-uno.
b) La fe en una realidad escatológica,
mucho más que una esperanza, porque dimana de la confianza en lo que Dios nos
ha dicho, en lo que Él nos ha revelado.
También
san Pablo empieza la perícopa de este Domingo orando para que podamos vivir
(como lo hablaba el Salmo) una vida coherente en los caminos del Señor, “que
nos disponga el Señor a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.
Notemos que no basta obrar bien, también lo que pronunciamos es importante.
Dos
ruegos siguen: El primero para que la Palabra de Dios se propague, para que se
extienda, para que muchos tengan acceso a ella. Y el segundo, para que Dios nos
libre y nos defienda de οὐ γὰρ πάντων ἡ πίστις los que no la aceptan, porque ellos
obrarán como enemigos, porque ellos “nos hostigan” con ἀτόπων
καὶ πονηρῶν ἀνθρώπων su
perversidad, con su maldad.
La
palabra que se usa, es la palabra πείθω que deriva de la palabra fe, πίστις [pistis]: πεποίθαμεν se traduce como “tengo confianza”, en
otros textos como “estoy persuadido” pero trasmite algo como: “la fe que
profesamos nos lo garantiza”.
San
Pablo nos enseña, en el versículo siguiente, que el Poder de Dios es mayor que
el poder del Malo cuando dice que el Señor nos librará del Maligno: ὁ
Κύριος, ὃς στηρίξει ὑμᾶς καὶ φυλάξει ἀπὸ τοῦ πονηροῦ. ¡Su Poder es suficiente para vencerlo y
someterlo; librándonos así de él!
Y
retoma el tema de ὑπομονὴν τοῦ Χριστοῦ la Segunda Venida, orando por
nosotros para que la esperemos con paciencia, porque, como lo examinábamos el
Domingo anterior, “no está a la vuelta
de la esquina”; y sólo Dios Padre sabe el día y la hora señalados.
Pero Jesús si podía
saber y responder
Jesús no puede ni
imaginarse que a Dios se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto
ama.
J. A. Pagola
Uno
de los grandes gustos de nuestros contradictores consiste en venir con sus
argumentos y reducirnos al silencio, entonces nos rodean petulantes y
atorrantes como quien estrena zapatos (no hay nada malo en estrenar zapatos, casi
todo el mundo en algún momento lo hace y no es una gran hazaña para que nos
pavoneemos de ello).
Los
saduceos, como lo hemos comentado en otra parte, pensaban que la justicia era asunto
exclusivo de esta vida; vivían bien, eran los acomodados del momento,
terratenientes, pudientes y solventes, con la “barriga llena” no necesitaban
ninguna fe para posteriores, ninguna otra justicia, ya se habían hartado en el
momento, nada más tenían que esperar. Y ¿los que sólo vemos sufrir y nunca conocemos
el disfrute? ¿Se quedará Dios con algo? ¿Será Dios un dios que permite la
injusticia? Si así fuera, ¡no sería Dios!
De
todas maneras, a los mortales nos está vetado el conocimiento directo de la
realidad trascendente. A él solo podemos llegar por un tipo de conocimiento
mediado (ese que los “cientistas” no pueden admitir; decimos “cientistas”
porque el científico -ni petulante ni arrogante- sabe reconocer las
limitaciones de su “instrumental” y es capaz de –por lo menos- sospechar otro tipo de saberes que se cosechan
allende sus laboratorios); este conocimiento sólo nos puede llegar de Alguien
que haya estado Allá, y nos pueda “contar” cómo es, nos deje traslucir algo:
esa es la Revelación, lo que Dios en su Misericordia nos permite entrever para
consuelo y fortalecimiento de nuestra fe, para que no andemos completamente a
tientas, para que podamos orientarnos; son “saberes” que nos sirven de brújula
y de mapa en la oscuridad del “hombre caído” así la Luminosa Bondad de Dios traspasa
la oscuridad del pecado y nos permite “ver” allí donde los sentidos del pecador
no alcanzan.
Y ¿qué vemos? Que en “el otro Toldo”,
el que está destinado, los “merecedores”, no tendrán necesidad de matrimonio
porque no hay necesidad de reproducirnos, porque no hay necesidad de “preservar
la especie”, ¿por qué?, pues porque no hay muerte, sólo hay vida; allí rige y
gobierna El-que-es-Vida, Vida en Plenitud (y aquí usamos los trucos de la
tecnología: copy-paste, nos regresamos y copiamos un par de renglones de
arriba) “gozar de la Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté
Dios presente nada faltará, es decir, todo será perfecto”.
Así estos saduceos, en vez de poder
lucir sus zapatos nuevos tuvieron que partir con sus “zapatos viejos, rotos y
desfondados”, pero Jesús Nuestro Señor, aprovechó la coyuntura para revelarnos
una de sus Verdades-Luz que nos dejan entrever confiados unas maravillosas
conclusiones:
a) La semana pasada, leyendo una perícopa
del Libro de la Sabiduría, vimos cómo ama Dios todo lo creado: «Fe en la vida
eterna confía en la promesa de que todos los fragmentos de nuestra vida tendrán
su última plenificación en los brazos de un ser supremo que ama y que llamamos
“Dios”. Encontramos la base para esta
confianza en la certeza absoluta de que este Dios está apasionado por toda su
creación. Él es un Dios cuyo ser más íntimo es el amor. Un Dios inflamado por
sus criaturas en una pasión sin límites. Un Dios de la ternura y de la
compasión. Y, siendo así, es Él mismo quien quiere ser el último e infinito
destino de toda su obra creadora».[1]
b) «El objetivo final de Dios es que
todos los hombres vivan esta vida eterna como plenitud de la vida, como máxima
intensificación de todo lo que es la vida.»[2]
c) «Las personas tendrán acceso al nuevo
modo de ser llamado vida eterna, por medio de una acción explicita de Dios. A
esta acción la llamamos “Resurrección”… significa una total y plena
trasformación de todo el ser humano… es la misma persona que murió, que será
resucitada para la vida eterna… pasará por una ampliación inimaginable de todas
las dimensiones de su ser. Todo lo que en la vida terrestre ya podía ser
observado como capacidades actitudes y potencialidades, son como vestigios de
un ser que, sólo por la resurrección llegará a su plenitud. Las características
positivas de la persona no serán eliminadas, sino ampliadas y llevadas a
plenitud. Y las muchas y muchas potencialidades que la persona nunca en la vida
podía realizar, se mostrarán en fin no ya como potencialidades, sino como características
presentes y activadas. Toda persona, en fin, podrá plenamente ser ella misma,
con todas sus características y toda su manera característica y original de
ser.»[3]
Sólo
pensemos cómo será en un marco donde no habrá sometimientos, ni dominación,
donde nadie querrá ser más que otro, o pasarle por encima; donde no hay
orgullos y vanidades, ni doblez, ni apariencias, y donde el único afán será
alabar y ensalzar a un Dios tan Grande y Bueno. A un Dios que es
Vida-en-Plenitud.
P.D.
«Y
un día, cuando el Señor lo quiera, ese espíritu de vida volverá a tomar forma,
volverá a tomar cuerpo; y lo hará de un modo que no podemos imaginar, como
tampoco el recién nacido puede imaginar el cuerpo que tendrá a los veinte
años.»[4]
[1]
Blank, Renold. CREO EN LA VIDA ETERNA Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2010 p.
18
[2] Ibid p. 29
[3] Ibid pp. 27-28
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