Si 35, 15-17. 20-22;
Sal 34(33); 2ª Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14
La oración es el
reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios,
somos de Dios y retornamos a Dios. Por tanto, no podemos menos de abandonarnos
a Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza…
San Juan Pablo II
«El
Evangelio insiste en el eterno tema: “No busquéis una justicia cualquiera: una
de las tantas que habéis imaginado en contraposición a otra, sino la verdadera
justicia, la primera, la de Dios que es la vuestra. Es decir, la estructural o
vocacional. Pensad nuevamente en vuestro verdadero destino y realizadlo.” ¡Es
esto posible sin destruir un orden?»[1] ¿Quiénes son los
incrédulos? son aquellos que no están dispuestos a ceñirse a una “disciplina”;
personas con problemas de autoridad que no están disponibles para desplazarse a
las “periferias (existenciales), para “poner en el centro” a otro distinto de
sí mismo. ¡Ay de los altaneros y de los prepotentes! Pero entre los creyentes,
me imagino que muchos –si no todos- incurrimos también en el fariseísmo que
denuncia el Evangelio de este Domingo XXX (caminando a pasos agigantados hacía
el final de este Año Litúrgico), porque consideramos que son nuestra fuerzas y
nuestras virtudes solas, las que nos conducen a “feliz puerto”, mejor dicho,
que “Dios nos sale a deber”.
Dios juzga con justicia infinita
En
diversas oportunidades hemos insistido en la manera como Dios se revela y se
manifiesta a su criatura. Carentes de experiencias sobre las realidades
trascendentes, nos habla refiriéndolas a las realidades temporales. Así, por
ejemplo, nos ha mostrado su amor Infinito hablando de sí mismo como de Un
Pastor. Jesús nos reveló el rostro de Dios refiriéndolo al de Un Padre. Hoy se
nos alude a ese mismo Dios en la figura de Un Juez.
Ciertamente
Dios no es un Pastor, un Padre o un Juez cualquiera, tendríamos que hablar de
Un Pastor, o Un Padre o Un Juez “Perfecto”; o, pensando en términos platónicos,
“Ideal”. Querríamos poner, para este Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo C,
como columna vertebral de la liturgia de la Palabra el tema de: Dios como Juez Ideal y, por simetría
arrojar un eco de esa mirada sobre, Dios como ideal de juez.
Surgió
entre los Israelitas, después de la muerte de Josué, la figura de los así
llamados Jueces: שֹֽׁפְטִ֑ים de שָׁפַט,
se trata del verbo [shaphat] que podríamos traducir como,
salvar, liberar, acaudillar, juzgar,
gobernar; de todo lo anterior hay algo y mucho . Liberar porque en la historia
de los jueces סֵפֶר
שׁוֹפְטִים, en el Libro de la Biblia que va
después de Josué, constatamos que estos “caudillos” surgían como liberadores en
una situación puntual, frente a la pecaminosidad y al desvío del pueblo
escogido cuyos “hechos fueron malos a los ojos del Señor” וַיֹּסִ֙פוּ֙ בְּנֵ֣י יִשְׂרָאֵ֔ל לַעֲשֹׂ֥ות הָרַ֖ע בְּעֵינֵ֣י יְהוָ֑ה
(Jue 3,12a); pero una vez
cumplida su tarea, volvían a su vida corriente; eran, pues, figuras y no
institución; Dios los insertaba en la historia de su pueblo como respuesta a un
clamor, a una invocación del pueblo arrepentido cuya súplica contestaba.
Este
“Salvador” les hacía justicia porque los libraba de la servidumbre y de la
opresión. Este hacerles el “Bien”, este perdonarles, este redimirles de Dios a
través de esos caudillos genera la figura de Juez que hoy nos sirve de
referente. Para reconocer el atributo de Dios como justicia, liberación y
salvación veamos el elenco de características del “Juez ideal” enumeradas en el
Salmo 34(33):
a) Libra de angustias y temores
b) Los que lo contemplan quedan llenos de
alegría y no tienen de qué avergonzarse
c) Si el afligido lo invoca, Él lo escucha y
lo salva de sus angustias
d) Envía su Ángel para que acampe en torno de
los que le son fieles
e) Protege y salva a los que lo honran
f) Nada le falta a los que temen ofenderle
g) Los que lo honran no carecen de lo
necesario
h) Los ojos del Señor miran a quienes le son
fieles
i) Los oídos del Señor escuchan los gritos
de sus fieles
j)
Él enfrenta a los que hacen el mal y
borra de la tierra su recuerdo
k) Salva y fortalece a los desanimados y
abatidos
l) Aunque le sobrevengan muchos males al
fiel, su Señor y Juez lo libra de todos ellos.
m) Cuida de todos los huesos de sus fieles para
que ni uno solo le sea partido.
n) Castiga con la muerte al que obra el mal
o) Y cuando odian a uno que le es fiel al
Señor y Juez, recibirá castigo
p) En cambio, a sus fieles servidores los
redime y salva
q) Finalmente, promete que, quien confíe en
Él, no será castigado.
El
Domingo anterior vimos que Dios no es un juez a la manera de los jueces
terrenales que le dan largas a una pobre viuda, sino –nos explicaba Jesús-
ὁ δὲ Θεὸς οὐ μὴ ποιήσῃ τὴν ἐκδίκησιν τῶν ἐκλεκτῶν αὐτοῦ τῶν βοώντων αὐτῷ ἡμέρας
καὶ νυκτός que Él les hace
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (Lc 18, 7ab) y en el verso Lc
18,8 leemos que les hará justicia pronto: ἐν τάχει. Podemos sumar este Domingo XXX
nuestras voces al Salmista para decir, con el responsorio, y asegurar
confiadamente que “Si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.
“Juez-justo”
Tanto
la Primera como la Segunda Lecturas, prefieren contra nuestra designación de
“Juez Ideal” la de “Juez-justo”. En el Libro del Eclesiástico dice que Dios es
un Dios justo para afirmar a continuación que Dios no es parcial. Nosotros
entendemos que el texto dice que Dios si
es parcial, que no pretende ser imparcial, sino que toma partido por el pobre.
Dado que el pobre tiene su punto de partida con desventaja frente a los más
favorecidos, a los ricos y a los opresores, entonces Dios inclina la balanza a
favor del desprotegido para que haya justicia. De esta manera, Dios hace
verdadera justicia. Como decíamos arriba, Dios no es un juez de esos que han recibido
el “soborno” por debajo de la mesa, Dios es el Juez Ideal y el ideal de todo
juez que sea verdaderamente ético.
Hay
que reconocer que los “clientes del Señor”, huérfanos, viudas, pobres, son
primeros en su Corazón Misericordioso y que, como leímos en el Salmo, Dios los
ve, porque les consagra la atención de sus Miradas y los oye porque les
consagra toda la escucha de su Oído. En el Eclesiástico nos ratifica que Dios,
Juez-Justo les hace Justicia.
En
la Segunda Carta a Timoteo, encontramos una doxología: ᾧ ἡ δόξα εἰς τοὺς
αἰῶνας τῶν αἰώνων, ἀμήν. “A Él
la Gloria por los siglos de los siglos”, (edades tras edades, o sea, era tras
era; más fuerte que generaciones de generaciones. Pensamos que estamos bien
compenetrados con la fórmula “por los siglos de los siglos” y captamos su
significación de “eternidad”, “para siempre y por siempre”).
¿Cuál
es el motivo de esta glorificación? Pues precisamente ese, que Dios es ὁ δίκαιος κριτής Juez-Justo (2Ti 4, 8d). ¿Cómo le hará justicia Dios a
Pablo? Dándole la Corona del deportista
que ha corrido la carrera y, de principio a fin, hasta llegar a la meta, ha
corrido dándolo todo, poniendo en su correr “alma, vida y sombrero”. Esta
“corona” que era el premio de los atletas en los juegos de la antigüedad, es la
metáfora que se usa en esta Segunda
Carta a Timoteo para referirse al τὴν βασιλείαν αὐτοῦ τὴν ἐπουράνιον· “reino del cielo”. Se trata pues de
una metáfora “olímpica” en el sentido de hacer alusión a los Juegos Olímpicos.
Desaferrarse del yo
Dios
nos propone su imagen de Juez-Perfecto para que procuremos vivir en la justicia
y practicarla, no para que nos creamos jueces perfectos, lo cual nos
convertiría automáticamente en ególatras. El evangelio de este Domingo nos
alerta contra ese riesgo de descomunales proporciones.
Uno
de los temas que repetimos obsesivamente es el del descentramiento en favor de
Dios, Único digno de ocupar el centro. Creemos que una de las tareas esenciales
de la evangelización es precavernos del peligro de la auto-adoración, de la
auto-latría. A la vez, anunciamos que el Centro, el paradigma de los paradigmas
(Rey de reyes, Señor de Señores) es Jesucristo, modelo humanizado de la
Divinidad, Alfa y Omega; y este tema del Omega, nos invita a estar despiertos y
en conciencia de la Parusía.
El
“orante” no se presenta con la “arrogancia” del deportista que llegó a la meta
y se ganó la “corona”, por mérito propio, olvidando que sin la Misericordia del
Señor, ni siquiera podríamos despegar del “punto de partida”, ahora sí, mucho
menos, recorrer todo nuestro éxodo para llegar a la Meta. Especulamos que el
siguiente cuento de Tony de Mello, titulado “Suelta el yo” nos permite
adentrarnos en la grave problemática del orante:
.- El discípulo:
Vengo a ti con nada en las manos.
.- El maestro:
Entonces suéltalo en seguida.
.- El discípulo: Pero
¿cómo voy a soltarlo si es nada?
.- El maestro:
Entonces llévatelo contigo.
Un
hombre se presentó ante Buda con una ofrenda de flores en la mano.
Buda
lo miró y dijo: “¡Suéltalo!”.
El
hombre no podía creer que se le ordenara dejar caer las flores al suelo. Pero
entonces se le ocurrió que probablemente se le estaba insinuando que soltara
las flores que llevaba en su mano izquierda, porque ofrecer algo con la mano
izquierda se consideraba de mala suerte y como una descortesía. De modo que
soltó las flores que sostenía en su mano izquierda.
Pero
Buda volvió a decir: “¡Suéltalo!”.
Esta
vez dejó caer todas las flores y se quedó con las manos vacías delante de Buda,
que, sonriendo, repitió: “¡Suéltalo!”.
Totalmente
confuso, el hombre preguntó: “¿Qué se supone que debo soltar?”.
“No
las flores, hijo, sino al que las traía”, respondió Buda.
Ese
aferrarnos con manos crispadas a nuestro propio “protagonismo” (disimulado tras
la “ofrenda de flores”), en nuestro caminar hacia Dios requiere ser abandonado
a favor de un “ni siquiera atrevernos a
alzar los ojos” y en pos de reconocernos
“pecadores” necesitados de la Misericordia de Dios. Al “abandono” en sus
Manos, en su Justicia-Ilimitada- Bondad-Incomparable, que es tan Amplia que no
se deja ganar y que no puede ser derrotada – pero si bloqueada por la
arrogancia-.
«El
hombre debe vivir buscando el Reino de Dios y su Justicia… Para vivirla es
necesario aprender a aceptar ser pobres; aprender, de hecho, a negarnos lo
superfluo; vigilar para que no surjan en nosotros deseos suscitados desde fuera
y aprender a rechazar esas solicitaciones continuas y acosadoras. Es necesario
violentarse contra la violencia de la publicidad, contra el poder opresor del
capital que me fuerza a servirlo lisonjeándome con calidades, colores, sonidos
y voces. Metidos en el bosque embrujado, seguiremos irremediablemente alienados
si no nos libera una profunda concentración y una violenta fidelidad a nuestro
existir de cristianos y de hombres del Reino.»[2]
Así
pues, no sólo hay que orar sin desanimarse, continuamente, perseverantemente;
como aprendimos el Domingo anterior, sino que, además, debemos revestirnos de
humildad, de un espíritu sencillo, con el alma verdaderamente puesta de
rodillas, figura de abajamiento que en el texto evangélico se plasma con los
golpes de pecho, signo corpóreo de reconocimiento de nuestra “nada” que Dios
alzará y dignificará en consonancia con El Amor de los Amores. Nada de
arrogancias y complejos de superioridad, nada de altanería, de petulancia, de
insolencia, no pensarnos propietarios de la salvación, sus detentadores y monopolizadores.
“Sólo somos siervos que hicimos lo que teníamos que hacer” y que Dios nos de la
gracia de poderlo llevar a cabo: Todo esto es preámbulo, nos prepara para el
encuentro con el otro, que trasparenta al Otro.
[1]
Paoli, Arturo. DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ediciones Carlos Lohlé BS.As. 1970 p.
140
[2]
Ibidem p. 151
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