Ha 1, 2-3; 2,2-4; Sal
95(94), 1-2, 6-9; 2 Tim 1, 6-8.13-14; Lc
17, 3-10.
…me mandas amarte, me
mandas lo que sin tu orden no tendría ánimo de hacer: amarte, amarte a ti mismo
muy íntimamente.
Karl Rahner
… a Dios no se le
alcanza más que dando el “salto” de la fe.
Raniero Cantalamessa,
ofmcap
Dios
realmente nos crea. Una de las facetas de la creación respecto a nosotros es el
habernos creado capaces de fe. Al venir a la vida nos encontramos y nos
sorprendemos con relación a la fe. La fe nos lleva a taladrar el muro (muro de
soledad y aislamiento, muro de fragilidad y orfandad) para hacer en él una
ventana. Gracias a ella podemos descubrir, del otro lado, un paisaje
maravilloso iluminado de amor. ¡Estamos llamados a ser fenestráfices! La fe es virtud teologal, porque no solamente nos la
regala Dios sino que su utilidad consiste en capacitarnos para ser
constructores de ventanas, con ansias de entrar en tratos con Aquel que está
del otro lado, en la dimensión trascendente. La fe es la única fuerza que nos
puede llevar a perforar paredes, a derrotar nuestro aislamiento, a confiar que
al otro lado de la pared hay algo que vale la pena el trabajo de romper el
muro. Ahora, sin osar perforar la pared, nuestra vida queda chata, nos quedamos
asfixiados en la soledad de este lado, en una especie de sordera-ceguera que
nos impide es trascendencia.
Una sola palabra sobre la Primera
Lectura
Los
frutos de la fe pueden tardar. 1) La Denuncia: Mientras el mundo y su historia
están cargados de violencia, de injusticias, de opresión y asaltos la fe
aguarda y –no pocas veces- nosotros desesperamos. 2) El anuncio: Por medio del
profeta Habacuc, en la Primera Lectura, el Señor nos comunica la fuerza de la
espera con paciencia y con “fe”. El Señor nos garantiza que, aun cuando es algo
lejano, no para el minuto siguiente, viene, y no viene lento sino corriendo y
aunque parece tardarse se cumplirá sin falta: “El malvado sucumbirá sin
remedio, el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Aún hay otra moraleja: La Justicia
de Dios llegará y se cumplirá más temprano que tarde, ¡confiad en ello! Aun
cuando ahora, nada se perciba, la semilla está puesta en la tierra “esté
dormido o despierto, de noche o de día, la semilla brota de cualquier manera y
crece sin que él se dé cuenta” (Mc 4, 26d-27).
Depositad en ello toda vuestra fe, tened en Dios confianza, y en Su
Palabra. Poner todo en Sus Manos y goza (regocíjate) en la confianza.
Respecto de la fe, todo es Gracia
Cuando
uno está des-egocentrizado es capaz de dar y dar y no reparar en cuánto hemos
recibido a cambio. Sin embargo, una cultura construida sobre el fundamento del
intercambio propone como base de ese “comercio” un cambio equivalente.
Inmediatamente se sospecha que tal equivalencia se ha roto, con perjuicio de alguna
de las partes, se habla de “robo”, de “estafa”. Para no ser “víctimas fáciles”
se supone que debemos estar permanentemente alertas, desconfiando, sopesando si
hemos recibido “lo que se espera que recibamos” por el “precio” que se pagó.
Tal vez todo esto funcione para el intercambio de objetos, probablemente este
intercambio sea el ideal, ¡es muy probable! Pero, cuando este criterio
“comercial” se hace extensivo a otros planos de la existencia, sobreviene –sin demora- una aberración. Para algunas
cosas como son los valores, el amor, las relaciones interpersonales, la fe y
sus correlativos, esta pauta no sirve.
Supongamos
-por un instante- la relación con Dios fundamentada sobre este patrón de
mercado: Tanto te doy, tanto me das… Recé diez veces el “Padre Nuestro”, ahora
Dios debe darme “x” cosa que pedí. Fui a Misa todo el año, Dios tiene que darme
“x1” cosa. ¿No suena muy parecido al hijo mayor de la parábola
cuando reclama: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni
una sola de tus órdenes y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una
fiesta con mis amigos” Lc 15, 29bc? Parece que ipso facto se percibe su
absurdo. ¿Cómo podemos pretender exigirle a Dios un pago equivalente a lo que se le ha dado? ¡Es que a Dios no podemos
darle nada porque todo cuanto tenemos proviene de Él, Todo le pertenece! Todo
es gracia y todo es gratuidad. Aparece el tema de hoy, el tema de la Gracia, de
lo que se recibe porque sí, no por merecimiento, no como paga, como salario,
sino regalado, Todo es puro don. A Dios nada le hemos pagado ni le podemos
pagar. Aún más, nada necesita de nosotros porque Él lo tiene todo: Nada le hace
falta. Si tengo un cabrito o dos, Él me los ha dado “regalados” (aun cuando los
haya pagado a otro humano, desde el punto de vista trascendente esa “paga” con
la que los adquirí también proviene de Dios, también fue recibida como Gracia),
Él ha “´permitido” las condiciones para que los tenga.
Pero,
por un momento, supongamos que los cabritos “son nuestros” y que si los
ofrecemos en sacrificio Dios “me debe” algo. Y supongamos que Él nos
“incumple”, (sólo por suponer). ¿A qué autoridad podríamos elevarle la
“reclamación” por el intercambio fallido? ¿Qué poder está sobre Dios para
demandarlo? Ahí resplandece lo ilógico de este tipo de teología.
Cuando
pretendo cifrar mi relación con la Divinidad en términos de “intercambios
equivalentes” ya entré en el terreno de la magia. La magia es precisamente eso:
el intento de coaccionar a Dios pagándole con cierto tipo de “moneda” que lo obliga, que ata las decisiones de
Dios a las de nuestra voluntad, a nuestro querer, a nuestros gustos. Un ejemplo
típico, un conjunto de palabras que pronunciadas de tal modo, o escritas de tal
manera “nos protegen” o hacen que tal o cual cosa suceda. Demos un ejemplo muy
común y corriente sobre el que comentábamos en estos días con nuestros amigos:
Venden una estatuilla de San Antonio de Padua a la que se le puede desprender
la imagen del Niño Jesús para “secuestrarle” el Niño (es el colmo de una
sociedad donde se ha impuesto el plagio de personas para obtener “ganancias” a
cambio) y obligar a San Antonio a interceder para que se obre tal o cual deseo
nuestro que constituye el “rescate” que se debe pagar para recuperar al
“Rehén”.
Este
es simplemente un ejemplo que se nos ocurrió; pero son cientos de miles los
ejemplos que se podrían mencionar. Es que vivimos inmersos en esa cultura del
intercambio “equivalente”: Por diez mil pesos deben darme “diez mil pesos de
carne”, o de “harina”, o de lo que sea… Sólo un ejemplo más, recordemos los
“cuadrados mágicos” que la gente llevaba en el bolsillo porque se creía que
proporcionaban una “protección”, se trata de arreglos numéricos matriciales
cuadrados cuya suma de filas o columnas o diagonales siempre da el mismo
número, la “constante mágica”. Pero pueden ser herraduras, patas de conejo,
atados de cierta planta, dientes de ajo, o matas de sábila… aún más, pueden ser
láminas de santos, cruces, botellitas de agua bendita, camándulas,
escapularios…usados con mentalidad mágica dejan de ser sacramentales para
convertirse en amuletos, en superstición.
Otra vez el tema de la
conversión
Muy
seguramente el ejemplo que Jesús usa en la parábola suene chocante. Se refiere
a un esclavo, que no tiene horario, que no puede negarse, que tiene que estar
disponible a toda hora, en cualquier momento y circunstancia. Cuando concluye
una faena no puede declararse “libre”, debe continuar. Terminó una faena -por
ejemplo en el campo- y llega a la casa, no puede pretender que llega a
descansar, o que el “Amo” debe invitarlo a sentar, a tomar reposo, a dormirse.
Por el contrario, su Amo le manifestará tener hambre y estar esperando que
proceda a prepararle y servirle los alimentos.
Este
ejemplo del Evangelio suena raro y fastidia en nuestra sociedad de horarios que
permite al asalariado manifestar que ya ha cumplido con sus horas
reglamentarias y que volverá a estar “al servicio” cuando el reloj cumpla su
ciclo y vuelva a llegar a la hora en la que se vuelve a “hacer vigente” el
contrato. Pero, hay relaciones como el amor que ¡no “entran en receso”.
Mostremos un caso para hacer comprensible y accesible nuestro tema.
La
paternidad/maternidad, si, cumplido tu horario del día, te vas a la cama a
descansar y, cuando ya has conciliado el sueño, tu hijo llora y su llanto te
despierta, y lo encuentras afiebrado… Ciertamente no le dices, espérate que se
reanude mi horario “paternal” y, entonces te llevaré al médico, te daré un
remedio, te cuidaré y te atenderé. Por el contrario, sin interponer argumento
alguno, con la mayor naturalidad, tomaras la situación a cargo y saldrás
corriendo hacía el consultorio médico sin importar cuán cansado o cansada
estés.
O,
como el amigo de la parábola, que fue a “incomodar” a su vecino para pedirle
unas hogazas de pan para atender a un amigo que le había llegado de visita… aun
cuando ya estaba acostado, con sus hijos y esposa en la cama… se levantó y le
dio los panes. Cfr. Lc 11, 5-13. Y es que la verdadera amistad, el verdadero
amor, la verdadera fe, no tiene horario, ni paga, ni contraprestación, son pura gratuidad.
Ahora
mismo pensemos ¿qué tipo de intercambio haría posible que Dios entregara a su
propio Hijo por nosotros? Dios sería el peor negociante si la relación
estuviera basada en estos parámetros. Pero el Padre entrega al Hijo por pura
Gracia. Porque nos ama y no pide nada a cambio. Ahí está el amor Ágape, el amor
de total desinterés, que no espera retribución: Como nos enseñó Jesús,
invitemos a los cojos, a los lisiados, porque ellos no tienen con qué pagarnos,
porque ellos no nos pueden devolver la atención.
La
fórmula que nos enseña hoy Jesús es una especie de moraleja que resume en muy
breves palabras el significado integro de la parábola: “No somos más que
esclavos inútiles, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” Lc 17, 10b.
Pongamos esta frase en nuestros labios para meditarla, para saborearla y, una
vez derrotada nuestra altanería, nuestra arrogancia, escuchada-y-pronunciada
con profunda humildad, con kénosis, escucharemos reverberar en ella la
sencillez del mismísimo Jesús que se da, que se entrega… (como tanto hemos
insistido) hasta su última gota de sangre. No dudó en abajarse, en renunciar a
sus calidades de Dios para humanarse, para humanizarse, para hacerse en todo
(excepto en el pecado) como uno de nosotros. Y, ¿por qué interés? ¡Por ninguno,
porque nada hay que poseamos, que Él necesite!
¿Podríamos
convertirnos? ¿Podríamos superar nuestros egoísmos y nuestros ego-centrismos y
hacernos como Él? ¿Seríamos capaces de darlo todo desinteresadamente? Por eso
tenemos que “convertirnos”, dejar de ver las cosas desde nuestro
“razonable”-irracional punto de vista y volvernos verdaderamente “racionales”
porque la verdadera racionalidad consiste en que el hombre no tiene por qué ser
lobo para el hombre; la verdadera racionalidad consiste en defender la vida, la
creación, la humanidad con “entrañas maternales” como las que Dios tiene para
mirarnos, como las de Jesús, como las que hemos recibido en el bautismo al
recibir el Espíritu Santo. En ser caritativos, fraternos, solidarios.
¿Seremos
capaces de tanto? Sí, claro que sí, sólo tenemos que tener mayor fe,… y como ni
siquiera eso depende de nosotros sino de Dios, lo que tenemos que hacer es
pedírsela a Él, como hacen los discípulos al dirigirse a Jesús: “Señor,
auméntanos la fe”: Rey de reyes, Amor de
mis amores, os lo ruego, agiganta mi fe.
Ante la persecución
…cuando me pusieron a
prueba sus antepasados,
y dudaron, aunque
habían visto mis obras
Sal 95(94), 9
La
fe está inextricablemente unida a la vida toda, a nuestras actuaciones, a cada
acción, no es algo de ratos, no es un paréntesis dominical, ni media hora de
rezo del Rosario sino algo que satura la existencia. Cada acción debería estar
penetrada hasta la médula por el sentido de caridad, de misericordia, de
fraternidad, de humildad, de servicio al prójimo; toda acción tendría que estar
profundamente empapada en el pensamiento-oración que reza. “Esto también lo
hago a la mayor Gloria de Dios”.
Un
caso frecuente es que haya persecución, en muchas partes del mundo creer en
nuestro Dios implica persecución. No siempre es persecución abierta, declarada,
política. Muchas veces es sólo el desprecio de la gente, la burla, la
discriminación; muchas veces podríamos hablar de una persecución sicológica: se
refieren a nosotros como “el bobo ese”, “el ingenuo”, “el anticuado”, “el lame
baldosas”… y no sé cuántas cosas más. Pero todavía hay países y lugares donde
la gente va a la cárcel, o es torturada y hasta asesinada porque cree en Dios.
A
San Pablo le ha sucedido, fue llevado a prisión, en condiciones muy rigurosas,
ya no se trata de la prisión domiciliaria, cuando todavía podía predicar, ahora
se ve solo, abandonado, sin apoyos, sin defensa cuando fue llevado al tribunal,
ve venir la muerte, el martirio y –muy seguramente- eso atemorizaba y
debilitaba a muchos de los que habían optado por esta fe, entre ellos a
Timoteo, lo mismo que nos evoca el Salmo sobre el pueblo Hebreo que vagó por el
desierto durante cuarenta años, y desafiaron (des-fiaron) de Dios (Massa) y
dudaron de Él (Meriba); todo eso
“enfriaba” en la fe a Timoteo y ahí es donde San Pablo interviene con su Carta,
para invitarlo: “Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando
te impuse las manos”(2Tim 1, 6). Aparece como palabra griega χάρισμα (carisma)
para designar el “don”, el “regalo de Dios” τοῦ Θεοῦ.
Si
la fe es “regalo” de Dios, nosotros ¿cómo podemos “reavivar” nuestra fe? Pues,
ciertamente no será escondiéndonos, o amilanándonos ante las críticas y
ataques, ante la mofa y los comentarios y chismes. O sea que no hay que
avergonzarnos, que no podemos caer en el temor sino apelar a la fortaleza que
es el espíritu que Dios nos ha dado.
Un
riesgo común es el de la acomodación. Acomodar la doctrina de nuestra fe para
“aclimatarla” respecto de las presiones que la sociedad y el mundo aplican, es
una de las grandes amenazas que se ciernen hoy por hoy. Aceptar así sean “leves”
modificaciones ya es traición, ella (la fe con su doctrina integral) constituye
una heredad παραθήκην (consignación depositada, confiada a nuestras manos)
recibida de Cristo Jesús: Tú toma como regla la santa doctrina que me oíste
acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Conserva el
precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. (2Tim
1, 13-14).
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