Is
66, 10-14c; Sal 66(65), 1b-3a. 4-7a.16.20; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20
Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita
transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden
siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido
muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la
resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo.
Papa Francisco EG. # 276
Las lecturas de este Domingo
El
libro Profético de Isaías se extiende hasta 66, 24. Del capítulo 55 en adelante
se atribuye al Tritoisaías, discípulo o discípulos del Deuteroisaías. Para este
XIV Domingo Ordinario, ciclo C, tomamos del capítulo final los versículos
10-14c, se omite el 14d. En este capítulo 66, primero –Dios por medio de su
profeta(s)- cuestiona el culto del sacrificios de bueyes, ovejas, perros,
cereales, marranos y hasta hombres, y lo rechaza porque eso no es lo que Él ha
pedido; serán depurados con sufrimientos. Luego, explica a los fieles que el
sufrimiento viene por aquellos, de entre los mismos judíos, que piden se
demuestre el poder de Dios, vienen los dolores que darán nacimiento a una
nación. Entonces, encontramos la perícopa que se lee en este Domingo, se trata
de una gran promesa para Jerusalén: se le promete consuelo, paz, riqueza,
poderío y alegría.
La
Segunda Lectura, desde el principio del año C, hasta el octavo Domingo, la
tomamos de la Primera a los Corintios; a partir del Octavo Domingo, la tomamos
de Gálatas hasta este Domingo; a partir del próximo empezaremos a leer de la
Carta a los Colosenses. La Carta a los Gálatas se extiende hasta 6, 18. Hoy
leemos la perícopa final, 6, 14-18. La antigua Alianza tenía por signo la
circuncisión, la Nueva Alianza, tiene por signo la Cruz, en ella se gloría San
Pablo, quien se despide pidiendo que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo se derrame
sobre nosotros, de tal manera se despide, bendiciéndonos.
El
Salmo es el 66(65), 1b-3a. 4-7a. 16. 20, Salmo de Acción de Gracias. Nos invita
y, a la vez, nos reta: Vengan y vean las obras de Dios; (recordemos, de paso, que
Jesús también usa la misma fórmula cuando llama al “seguimiento” a Simón-Pedro
y a Andrés, en Jn 1,39). Esta manera de llamar es para que estemos con Él y
podamos dar testimonio directo. Nos dice cuál ha de ser el testimonio del
apóstol: Contar lo que Dios ha hecho –en primer lugar- por su pueblo y esos
prodigios en favor de Israel ratifican que su Fidelidad es perenne y hablan de lo
que hará -ahora- en favor de cualquiera de sus fieles; por eso, el salmista
agradece, porque él también se ha visto favorecido por su Misericordia: 66(65),
16d. No favores que han recibido otros, sino aquellos con los que nuestra
propia vida nos hemos visto asistidos, es decir, este salmo convida a
experimentar la deferencia Divina y así alcanzar de primera mano, el testimonio
directo.
El Evangelio
La
semana pasada –se puede decir- que el verbo central era: ἀκολούθει
μοι “Sígueme”; para este
XIV Domingo Ordinario del ciclo C, pasamos a otro verbo: ἀποστέλλω “enviar”, “encomendar una misión”.
Quisiéramos tomar como eje de nuestra reflexión: “Algo después designó el Señor
a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todas las
ciudades y lugares adonde pensaba ir.” Lc 10,1.
… “uno que echa mano al arado y mira atrás no
es apto para el reinado de Dios.”, lo que se va a decir ahora: El que mira
hacia atrás no es idóneo… para ser un enviado. Habida cuenta de la idoneidad
exigida, se procede a la elección de otros setenta [y dos] para que pasen de la
retaguardia (de los que lo siguen), a la vanguardia (de los que son enviados).
Lo
hemos dicho: el discípulo no puede permanecer perennemente en ese status, lo
es, en tanto y cuanto recibe una “formación”, durante un período más o menos
largo de preparación, una vez formado, pasa al frente, pasa de aprendiz a
“maestro”; está ahora en condiciones de liderar un proceso evangelizador en
otros; nosotros hablaremos de la trasformación de discípulo en apóstol, donde
se subraya el sentido misional del “enviado”, de quien tiene a su cargo llevar
un “anuncio”, una “noticia”.
Así
que, con plena conciencia de salirle al encuentro a la muerte al caminar hacía
Jerusalén, entrega su “mensaje” y la comisión de llevarlo y hacerlo llegar, a
sus discípulos, que de esta manera pasan al nuevo status de apóstoles. Como
dice San Pablo: “¡Ay de mi si no evangelizo!”. (1Cor 9, 16c)
Aquí
vienen muy a propósito -nos parece- tres numerales del Documento de Aparecida,
a saber:
144.
Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso:
anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24,
46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de
su misión al mismo tiempo que lo vincula a Él, como amigo y hermano. De esta
manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son
testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este
encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad
cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.
145.
Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y
alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicarle a todos el don de
ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es
compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo,
testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de
la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
146.
Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de
la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación
a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma
medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de
anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el
discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay
futuro“.
Esta
es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial
por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación
cristiana.[1]
Cómo volver todo esto vida hoy
«La
palabras que definen en las constituciones de San Ignacio el fin de su
compañía: “No solamente atender a la salvación y la perfección de las ánimas
propias con la gracia divina, más con la misma intensamente procurar de ayudar
a la salvación y perfección de las de los prójimos”… lo interesante de este
pasaje es que, como notan los comentaristas, Ignacio usa aquí la palabra “fin”
en singular, no en plural. Para él, la “salvación y perfección del alma” y “la
salvación y perfección de los demás” no son dos fines distintos,… sino un solo
y único fin. Esto quiere decir, a su vez, que no puedo conseguir mi propia
“salvación” si no me dedico con toda mi alma a la salvación y perfección de los
demás… yo no puedo ser plenamente yo si no soy y existo y vivo al mismo tiempo
plenamente para los demás.»[2]. Este texto es clave como
punto de despegue del enviado puesto que refuta una antigua y casi
tradicionalista visión que veía el compromiso religioso, la misión como la
tarea de la auto-salvación, luego bastaba con no pecar, y conocer la doctrina;
bastaba con ofrecer mis bueyes, mis ovejas, mis perros y hasta a humanos (cfr.
Is 66, 3a-3b) en el sentido de ignorarlos y olvidarme porque el tema salvífico
era un asunto tan estrictamente personal e individual que los demás tenían que
ver cómo se las apañaban solos. Pues no, el tema de la salvación personal está
directamente tejido con mi responsabilidad de enviado, de anunciador, de
constructor del Reino.
El
trito-Isaías hace un anuncio profético positivo que levanta el ánimo a los
repatriados que vienen de sufrir los rigores de la dura y larga deportación a
la esclavitud. Así también para
nosotros, los enviados de este tiempo, «Ser cristiano hoy, es precisamente
reaccionar contra el desánimo, el desaliento, la desconfianza, la desesperanza,
gran pecado de nuestro tiempo; devolver la esperanza, renacer a la posibilidad
de que existe el Evangelio, de que el Espíritu y Jesús están trabajando con
nosotros…»[3]
El
Evangelio, que –para nosotros en Latinoamérica y el Caribe- entronca
directamente con Aparecida, nos señala que «El gran reto de la Iglesia hoy… es…
el de la “Nueva Evangelización”… Una evangelización de corazones evangelizados
antes por el Evangelio orado; una evangelización que chorree verdad,
trasparencia y vida; que sea un chorro de alegría, entusiasmo y gozo; una
evangelización que toque los corazones, que deslumbre las mentes, que dé vigor
a las voluntades arrugadas. Una nueva evangelización donde ser mero
“informador” ya no “vale”, sino ser “testificador”.»[4] Así están las para nuestro
compromiso misionero. ¿Estamos listos a asumirlo?
[2] Vallés,
Carlos G. sj. CALEIDOSCOPIO. AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Editorial Sal Terrae
Santander-España. 1985 p. 121-122
[3] Vallés,
Carlos G. sj TESTIGOS DE CRISTO EN UN MUNDO NUEVO. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá- Colombia 1998. P. 54
[4] Mazariegos,
Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia
2003 p. 152
No hay comentarios:
Publicar un comentario