Deut 30, 10-14; Sal 69(68), 14.17.30-31.33-34.36ab.37;
Col 1,15-20; Lc 10,25-37
… no
existe más sacramento de Dios que Cristo”
San
Agustín, Epíst. 187,
34.
A
quien ame apasionadamente a Jesús oculto en las fuerzas que originan el
progreso de la Tierra, la Tierra, levantándole maternalmente en sus brazos
gigantes, le hará ver el rostro de Dios.
Pierre
Teilhard de Chardin
En estos cuatro Domingos, empezando hoy –XV Domingo Ordinario
del ciclo C-, hasta el XVIII Domingo Ordinario (4 de Agosto de 2019), vamos a tomar la Segunda
Lectura de la Carta a los Colosenses. En Colosas, península
de anatolia, sobre el río Lico, cerca de
Laodicea, en la ruta de Éfeso, había surgido una forma de fe, una
doctrina, con una angelología que identificaba a Jesús como un Ángel más de la
múltiple jerarquía angelical, ordenada en principados, potestades y
dominaciones; estipulando una serie de fiestas y una tabla de comidas y de
alimentos y bebidas impuras, con celebraciones especiales de luna llena, y
prescripciones sobre la circuncisión; todo esto relacionado por medio de la
superstición y la gnosis, aun cuando apoyado sobre basamento bíblico, con un
denso toque de sincretismo. Si leemos detenidamente la perícopa de este
Domingo, lo que se propone es desmantelar esa tergiversación:
1. Cristo es la imagen
del Dios Invisible
2. Primogénito de todo
lo creado
3. Dios ha creado en Él
todas las cosas: todo lo que existe en el cielo y en la tierra, lo visible y lo
invisible,
4. Sean tronos,
dominaciones, principados o potestades,
5. Todo lo ha creado
Dios por Cristo y para Cristo.
6. Cristo existía antes
que hubiera cosa alguna,
7. Y todo tiene en Él su
consistencia.
8. Él es también la
Cabeza, del cuerpo que es la Iglesia;
9. En Él comienza todo;
Él es primogénito de los que han de resucitar,
10. Teniendo así la
primacía de todas las cosas.
11. Porque en Él quiso
Dios que residiera toda la plenitud.
12. Y por Él quiso
reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo
la paz por la sangre de su cruz.
Nos gustaría, en este punto, hacer un homenaje a Teilhard de
Chardin quien intuyó profundas implicaciones lógico-teológicas, teleológicas y
escatológicas que él llamó, el Punto Omega; poniendo por título a este himno “Cómo
es Jesucristo Alfa y Omega de la Creación entera”, y es que Jesucristo no es
solamente el Principio de todo sino que Él lo atrae todo hacia Sí, para
esperarlo –al final de los tiempos- Redimiendo así, no sólo al ser humano, sino
a toda criatura. Él es incuestionablemente, la Piedra Angular, desechada por
los arquitectos, pero que ha venido a constituirse –por Voluntad de Dios Padre-
en el sustento y razón de ser de toda edificación, material, intelectual y
espiritual.
«El Cristo, hic et nunc, ocupa para nosotros, en
posición y en función, el lugar del Punto Omega». Para convencernos de ello nos
basta considerar los datos más tradicionales del cristianismo y las
declaraciones más auténticas de la Sagrada Escritura, concernientes a la
dignidad y a la función de Cristo. Todo consiste en Él; todo está unificado por
Él; todo adquiere en Él su perfección, no sólo en el orden de la Gracia, sino
también en el orden de la naturaleza… toda la historia está orientada hacia la
edificación y la unificación de toda la humanidad en una comunión sobrenatural,
de la que Cristo constituye la cabeza y nosotros los miembros. El cristianismo
es esencialmente de estructura escatológica. Orienta nuestras miradas hacia el
futuro, hacia la realización del Reino de Dios. La visión escatológica del
cristianismo es la de una unión sobrenatural y definitiva, edificada y
mantenida por un centro personal, el Cristo histórico, cuyo regreso es esperado
al fin de los tiempos.[1]
Hay algo vital en la perícopa de Colosenses, se trata del
verso 20, donde se nos revela el medio del que se valió Dios para reconciliar conSigo
toda la Creación, ¿cuál es? La Sangre derramada en la Cruz. Tengamos
muy presente cómo y por qué ascendió Jesús al Monte Calvario con una Cruz a
cuestas, el salmo lo corrobora, porque ¡nos ama!, porque ¡su Fidelidad es
eterna! Pero si esas parecen pocas razones, aun se nos dan –en el Salmo- otras
dos: Porque el Señor escucha a los oprimidos, no desprecia a los cautivos.
En el verso 28 Jesús concluye la respuesta a la primera pregunta del Doctor de la Ley
diciéndole “¡Haz esto y vivirás!” Jesús no vino a abolir la Ley Mosaica, sino a
llevarla a su perfección. Cfr. Mt 5,17.
Dios, en la Persona de su Hijo, se hizo “buen Samaritano”;
nosotros, como lo reconocemos en el Salmo- somos los “medio-muertos” (versículo
30, que no se incluye hoy), (por causa de la golpiza que nos dio el pecado,
para robarnos el tesoro de la Gracia), Jesús El Buen-Samaritano, nos pone en su
cabalgadura, haciéndonos curaciones para lo más urgente y llevándonos donde el
posadero y pagando, posteriormente, todo lo que se adeude por habernos
atendido-sanado. Por eso, el herido del salmo le ruega al Samaritano: ¡Que tu
Poder salvador, oh Dios, me proteja.
Siempre hemos de concluir preguntándonos: ¿y, todo esto, qué
tiene que ver conmigo? La respuesta es contundente, tajante, humana,
humanizante, humanitaria: Está en la conclusión de la perícopa del Evangelio:
“Pues vete y haz tú lo mismo”. Actuar con corazón de prójimo consiste en asumir el hacer-de-Dios obrando con Su
mismo talante, si Él pasó haciendo el bien, ¿qué hemos de hacer nosotros? Pues
la Primera Lectura nos dice que: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando
sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley;
conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.” Y, ¿qué
es lo que está escrito en el código de esta ley? se puede leer en el Evangelio,
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu
alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”,
esta última parte –la del prójimo- ya la leemos en Levítico 19, 18. Este
Mandamiento está en la boca, listo a pronunciarse, pero está también, lo que es
más importante, en el corazón, para que nos sea fácil guardarlo y no protestar
que vive bajo nuestra ignorancia, y que nadie nos lo ha manifestado. No hay que
subir al Cielo para irlo a traer, ni hay que cruzar los mares para poderlo
importar. Está allí, ¡con solo extender la mano a nuestro propio pecho! Este
Mandamiento de Amor como toda palabra que sale de la Boca de Dios, tiene su
actualización, que tal vez podría pronunciarse con clave de “dar un paso más”,
en el pentagrama de la profundización del compromiso cristiano: «Estoy
convencido, sin embargo, de que, hoy día, el buen samaritano, no se limitaría a
cuidar de las víctimas de los bandidos y a subirlos, no ya en su cabalgadura,
sino en su coche. Hoy, el buen samaritano se ocuparía de las víctimas, cada vez
más numerosas, de la injusticia. Estaría ahí -lo está de hecho- para luchar
pacífica pero valerosamente contra las estructuras de injusticia que oprimen a
los hombres. Porque no basta con socorrer a las víctimas de la desdicha, sino
que hay que atacar las raíces mismas de esa desdicha, que es inaceptable.»[2]
El Padre Alberto Camargo nos propone cinco
directrices generativas para vivir la Samaritanidad, a saber.
1.
Toda persona tiene algo de bondad en su corazón
2.
También los samaritanos son hijos de Dios
3.
Ser misericordiosos no es sólo del pueblo samaritanos,
también los judíos viven la samaritanidad.
4.
La Iglesia está llamada a ser samaritana
5.
Nuestra espiritualidad tiene que ser samaritana
El vector que anima la cristificación total es
el ejercicio de esta caridad con todo prójimo. Hagamos nuestra esa parte de la Oración a Cristo siempre mayor, de
Teilhard de Chardin: «Jesús, en forma de un “pequeñín” en brazos de su Madre
–según la gran Ley de Nacimiento-, te estableciste en mi alma de niño. Y he
aquí que, repitiendo y prolongando en mí el circulo de tu crecimiento a través
de la Iglesia, he aquí que tu humanidad palestinense ha ido extendiéndose poco
a poco, por todas partes, como un arco iris innumerable, por el que tu
presencia, sin destruir nada, penetraba, sobreanimándola, cualquier otra presencia
a mi alrededor…»[3], para que logremos ver en
todo prójimo, en cada hermano, el Divino Rostro que escogió y acepto,
enamorado, el camino de la Cruz, el ejercicio de la compasión -«es la
característica fundamental de Dios: sus entrañas maternas se mueven de conmoción
a la vista del hombre, que es su hijo, al que no puede dejar de amar»[4],
de la Misericordia a la cual nos llama y nos invita a participar convocándonos
a la construcción del Reino, un reino de valores perdurables: Fraternidad, Paz
y Amor.
[2]
Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander-España
1985 p. 130
[3]
Cuénot, Claude. TEILHARD DE CHARDIN. Ed. Nueva Colección Labor Barcelona-España
1966 p. 59
[4]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo
Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 392
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