Gn 18, 1-10; Sal
15(14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42
Lo que Dios ama es
contemplarse en Él, no el intento de sofocarlo para agradarle.
Silvano Fausti
Más sobre el mandamiento
del amor
Este
episodio del evangelio, que nos ocupa hoy, está puesto -en San Lucas-
exactamente a continuación de la parábola del Buen Samaritano. La invitación,
para iniciar nuestra reflexión-contemplación para este XVI Domingo Ordinario
del ciclo C, consiste en mirar una vez más la enumeración de acciones del
“Samaritano” en la parábola con la que nos motivó Jesús en la liturgia del
Domingo pasado:
a) Lo vio y se compadeció
b) Se le acercó
c) Curó sus heridas con aceite y vino y se las
vendó
d) Lo puso en el mismo animal que él montaba y
lo condujo a un hostal
e) Se encargó de cuidarlo
f)
Pagó con dos monedas los cuidados que
el hostelero le prodigara
g) Contrajo el compromiso de pagar los
adicionales que fueran necesarios.
Queremos
subrayar que esta hospitalidad que mostró el Samaritano no se extendía mientras
se lo quitaba de la vista, no lo hizo por apaciguar el dolor que él
presenciaba, no quería apaciguar su conciencia, sino que se extendió
–previsivamente- con sincera y profunda preocupación por el otro, digámoslo
así, hasta cuando fuera necesario, mientras su convalecencia durara.
Ahora,
hagamos una nueva enumeración de acciones “hospitalarias”, se trata esta vez de
Abraham –en la Primera Lectura de este domingo XVI Ordinario del ciclo C- que,
estando en las montañas de Judá, “acoge” a tres hombres que –se habían allegado
hasta su tienda:
a) Levantó la vista y vio
b) Se levantó rápidamente a recibirlos
c) Los saludó con inclinación de cabeza hasta
el suelo
d) Les rogó que no pasaran de largo
e) Les ofreció agua para lavarse y refrescarse
los pies
f) Les brindó la sombra protectora de los
árboles
g) Pidió a Sara amasar 20 kilos de harina para
hacerles pan
h) Les hizo asar un becerro
i) Les brindo, como entrada, cuajada y leche
j) Estuvo allí parado, atento a lo que se les
pudiera ofrecer. No se trata de un cuidar mientras tanto, como si nuestra vida
estuviera dividida en capítulos o en párrafos donde ya pasó esto y ahora punto
a parte, es un compromiso que se extiende, que se prolonga, que dura; digámoslo
de la siguiente manera, una vez se empieza a actuar “projimamente” ya la
“projimidad” no se extingue, no es un “por ahora”, sino un vínculo que se ha
establecido (queremos comentar que la palabra “establecido” significa que se ha
hecho “estable”); este vínculo es de hermandad, de fraternidad pero no sólo con
nuestros hermanos de carne y sangre, tampoco se limita a los cercanos en raza o
en grupo social, sino con todo aquel que pueda esperar o necesitar algo de
nosotros, claro, pues somos hermanos porque todos somos hijos del mismo Padre
Celestial y hermanos en Cristo Jesús Nuestro Señor.
Ahora,
no es necesario pasar a una definición abstracta de la hospitalidad, veamos los
ejemplos bíblicos y extraigamos de ellos las consecuencias para nuestra vida. La
Palabra de Dios está allí, no para convertirla en definiciones sino para
traducirla en vivencias. Extrapolemos todas las conclusiones. Podríamos –para
facilitar su comprensión- resumirlo diciendo que cada situación o cada vez que
alguien (sin importar de quien se trate) se cruza en nuestra vida, en nuestro
camino, es otro prójimo que nos regala Dios. Y, recíprocamente, cada vez que
tenemos un nuevo prójimo, o nos hacemos conscientes que esa “persona” es un prójimo, no es que
nosotros “le demos” el cuidado o la atención que él necesita; es Dios mismo
quien nos ha dado una oportunidad de cumplir con su mandamiento de Amor. Las
acciones con las que traducimos el amor en realidad conforman la hospitalidad, diremos
–pues- que la hospitalidad es verbo, no sustantivo.
La
hospitalidad se ejercita con el “peregrino”, con el “forastero”, y entre los
pueblos del oriente medio esta práctica era proverbial y hasta indispensable
para la sobrevivencia,. Cruzar el desierto hacía necesario al transeúnte que se
encontraba con los escasos habitantes, que estos últimos los recibieran les
prodigaran agua, alimento y cobijo. Repetimos que nació de una necesidad
acuciante dentro de este contexto. Podríamos decir que Dios se valió de este
lenguaje de la naturaleza agreste, para enseñarles y luego difundir
–precisamente por medio de nosotros- esta enseñanza.
Salmo de peregrinación
La
fe del pueblo judío del pueblo elegido (y en general de los pueblos del medio
oriente), se mostraba -entre otras cosas- en la peregrinación a los centros de
culto, estas peregrinaciones son, para ellos, un precepto. También nosotros
hemos aprendido a rendir culto a través de este tipo de acciones. Solemos
“peregrinar” a nuestros centros de culto, especialmente allí donde Dios nos ha
manifestado su bondad con algún prodigio; se trata de lugares donde Dios sigue
comunicando y prodigando su Misericordia, algo así como la geopolítica de la
fe, ventanas por donde la Bondad Divina se cuela desde su dimensión hasta la
nuestra. En esos puntos se cultiva y se manifiesta la “fe popular”.
Esta
fe –recordemos que Dios ha preferido dirigirse a “sus pequeños” para confundir
a los que se creen sabios- es una fe plena de “intuiciones”, sin ribetes,
encajes ni florituras teológico-filosóficas. No podemos ni debemos combatirla,
muy por el contrario, entender su fuerza como expresión de un diálogo muy
personal entre Dios y su pueblo. Pero tampoco podemos cruzarnos de brazos y
permitir que el “Malo” se agazape en sus sofisticados disfraces y medre allí.
Aun cuando es un ángel “caído”, es un ángel y cuenta con recursos de
sofisticación inimaginable. ¡Estemos alerta!
El
pueblo Israelita peregrinaba al Templo de Jerusalén, anualmente; y ¿qué hacían
ellos? Pues en los atrios del templo se prodigaba una “catequesis” sencilla y
resumida antes de ingresar en él; nosotros diríamos como una especie de
ejercicio filtrónico-depurativo, para prevenir las desviaciones en la fe:
recordemos entre las obras de caridad “enseñar al que no sabe” y “corregir al
que yerra” (no se puede pasar de largo sin recordar que esto se debe practicar
con caridad, no con arrogancia y soberbia de sabelotodo). Así nacieron por lo
menos 4 salmos que vacunaban contra escorias paganas que salpicaban la fe monoteísta
en YHWH; entre ellos está el de la liturgia de este Domingo XVI, el Salmo
15(14) que nos contesta “quién puede hospedarse en la Tienda del Señor y quién
es digno de morar en su Monte Santo”.
De
esta manera, descubrimos (o recordamos) otra forma de hospitalidad, otra
expresión de la caridad cristiana: “enseñar al que no sabe” y “corregir al que
yerra”. Esto es tanto más importante cuanto se trata de asuntos de fe, donde el
“Malo” guisa sus caldos, donde el paganismo, la superstición y un sincretismos
deformantes lo enturbian todo. Cultivar la fe es también depurarla de ese tipo
de escorias. La hospitalidad no es sólo dar posada al peregrino.
No
podemos pasar sin enfatizar que la “fe popular” encierra esa fuerza y esa
verdad que proviene de Dios mismo, aun cuando muchas veces se manifieste sin
toda la pureza ritual de la “liturgia” oficial-ortodoxa. Y ¡Cuidado! Porque
muchas veces la fe de los “cultos”, de los “intelectuales”, tiende a hacerse
una fe de eso, de ritos, pero una fe fría, de “sacrificios y holocaustos” que
no agradan al Señor. Existe el peligro de Caín y Abel para todos nosotros que
podemos ver que Dios se complace en el culto sencillo de la gente del común, de
la gente del pueblo; y, en cambio, nuestro “docto” sacrificio no sea agradable a
Él, no sea incienso agradable a su Presencia.
Acoger nuestra misión de
evangelizadores
Continuamos
en la Carta a los Colosenses que iniciamos el Domingo anterior, la perícopa que
nos ocupa esta vez es 1, 24-28. San Pablo (o su seudoepigrafista) está practicando
esa hospitalidad a la que se refiere el Salmo, la depuración filtrónica de la
fe, la evangelización. Se trata de la hospitalidad a la misión que hemos
recibido cuando fuimos llamados y regalados con la fe, porque Dios se nos quiso
revelar y, al hacerlo así, nos eligió como pueblo suyo. En la epístola se nos
indica no evangelizar a medias puesto
que la misión que él ha recibido de Dios es anunciar un Mensaje Completo y en
eso no para mientes en usar toda estrategia, en apoyarse en toda didáctica, en
echar mano a todo recurso. ¿Cuándo estará completa la misión? Cuando los
evangelizados alcancen una “madurez en su vida cristiana” es decir, cuando ya
no sean blanco fácil de las deformaciones de la fe a las que nos referimos en
el apartado anterior, donde el “Malo” hace buenas migas. Es pues hospitalidad
en la fe.
Hay
otras formas de hospitalidad en la fe que sólo vamos a mencionar:
a)
El Ministerio de la Acogida en el Templo, con dulce acogida especialmente para
los “visitantes” pero no menos tierno y dulce con los “asiduos”.
b) La preocupación por aquellos hermanos en la
fe que vemos alejarse paulatinamente
c)
La sincera y cálida fraternidad que mostramos en el saludo de paz como signo de
Comunión previo a la Comunión.
d)
El Ministerio de la Eucaristía para nuestros hermanos enfermos que no pueden
venir a la mesa Eucarística en el Templo
e)
El diálogo fraterno procurando el acercamiento y la llegada (o retorno) de los
hermanos cristianos no católicos.
f)
La hospitalidad eucarística, en los casos en los que la ley canónica lo
permite. En este asunto el celo apostólico ocupa el lugar preeminente sobre los
intereses ecuménicos que en su afán por una Iglesia-Una, desembocan en
soluciones facilistas que no construyen Comunión sino que por alcanzar un
ideal, debilitan la posibilidad de llegar a la tan anhelada unidad.
g)
La construcción de pequeñas comunidades donde el ejercicio de esta hospitalidad
no tenga rostro anónimo.
Jesús hospedado en casa
de sus amigos
Ya
lo hemos mencionado en otra parte: es falsa la dualidad entre Marta y María,
porque ambas, tanto la vida activa como la vida contemplativa son absolutamente
necesarias para una práctica de fe sincera y consecuente. Leída, con cuidado y
atención, la perícopa del Evangelio según San Lucas pertinente a esta fecha
litúrgica, es obvio que Jesús no
desprecia ninguna de las dos mujeres, para Él ambas actitudes son valiosas.
Pero, señala un “norte” a la fe consecuente: ¡No afanarnos febrilmente en el
activismo!
Para
que el encuentro y la presencia de Jesús puedan llegar a ser fructíferos, se
necesita sacar todos los momentos necesarios para escucharlo. Se necesita estar
ahí, con los cinco sentidos acogiéndolo. Se trata de la Hospitalidad
Espiritual. Jesús pasa por nuestra vida
pero podemos decir, bienvenido Señor, pasamos la hoja y vamos a otra cosa.
Luego, Jesús pasó, pero no se pudo quedar, nos parece semejante a la situación
del vendedor puerta a puerta a quien la abrimos, lo saludamos y le decimos no
gracias, y la puerta se vuelve a cerrar. Cuando “damos la vuelta a la página” y
pasamos a otra cosa, Jesús se ve obligado a seguir de largo, sabemos que Él “no
entra a la fuerza”: lo triste es que Él no prosigue a la siguiente puerta sino
que se queda ahí, afuera, como un pordiosero, aguardando si más tarde, quizás,
lo invitemos a entrar. Permanece allí en nuestro umbral a ver cuándo querremos
darle hospitalidad.
Este
Domingo de la Hospitalidad la liturgia ha pasado revista a sus varias formas,
que más que un techo y un “plato de sopa”, consiste en una actitud abierta del
corazón que descubre una necesidad, cuida, vela y protege. La hospitalidad
hecha acogida no se puede reducir a servir aguas-aromáticas calentitas a los ancianos
y enfermos que viene a “misa”. Ese servicio es hermoso, pero la hospitalidad
que la fe, la Iglesia y Jesús (quien está a la raíz de la fe y la Iglesia)
esperan de nosotros. Esta hospitalidad nos reclama ir más allá hasta una
metanoia, hasta una trasformación de nuestro modo de ver y de realizar la
acogida. «María toma la iniciativa de romper con… esquemas culturales. Y recibe
la felicitación de Jesús por haber elegido la parte que no le será quitada. En
una sociedad que sigue siendo machista a pesar de tantos avances de la mujer,
María –y la palabra de Jesús- nos confirman que hay una alternativa superadora.
Que no necesariamente los esquemas culturales deben mantenerse, ya que
sencillamente no siempre estos esquemas se identifican con la propuesta de Dios
para nuestra historia manifestada en su palabra. La palabra de Dios es el
criterio; y no es la afirmación de viejos esquemas lo que manifiesta la
fidelidad al proyecto de Dios. María, la discípula, la que se atreve a dar un
salto insólito en su tiempo, nos invita a buscar poner en acto la Palabra, para
que nuestro mundo presente se asemeje un poco más al mundo que Jesús quiere y
nos dejemos iluminar por su ejemplo para buscar con todos nuestros hermanas y
hermanos “la parte que no nos será quitada”.»[1]
[1] de la Serna, Eduardo (Pbro.). MARÍA DE
BETANIA. En la Revista IGLESIA SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón
de Jesús # 358 Septiembre de 2012 p. 15
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