domingo, 30 de septiembre de 2018

SOMOS OBSTÁCULOS O FACILITADORES PARA ACERCANOS A DIOS



Núm 11, 25-29 / Sal 19(18), (8-14) / Sgt 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48

Algunos se consideran libres cuando viven sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 170).
Papa Francisco


Tampoco se puede hacer un fetiche con la palabra “inclusión”, pero es que en el curso del siglo pasado y en lo que va corrido de este, se ha hecho cada vez más frecuente armar círculos exclusivos, y exclusivistas, y lograr pertenecer a ellos es algo muy arraigado en nuestra mentalidad y es casi un objetivo de vida. Lo vemos como una conducta normal y sana y hemos acuñado expresiones y giros del habla popular para la constitución de “roscas” y la tranquilidad de nuestras consciencias. Se arman con frecuencia –también- agrupaciones cuyo propósito es mantener a “ciertas” personas a raya, al margen, y se constituyen –con muy variados pretextos- verdaderos mecanismos de exclusión para marginar por razones religiosas, culturales, raciales o étnicas, los ghettos, en el ghetto el significado esencial es la “segregación”.

Cuando el pueblo Judío experimentó el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos los seres humanos- que “ser amado” era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a pensar que era “el pueblo superior” y que Dios era su exclusividad no había más que un paso milimétrico. Esa idea, subproducto de esta lógica, los llevo a pensar así: “pueblo amado por Dios” = “pueblo escogido” = “pueblo dueño de Dios”. Este XXVI Domingo nos muestra otra panorámica, desde el ángulo visual de Dios, Él no puede ser acaparado, no le pertenece a nadie, es para todos, nadie se puede arrogar su exclusividad.

En toda conducta segregativa es esencial el “escándalo”. Los invitamos a tener presente lo que implica el escándalo: la palabra procede del latín scandălum, que, a su vez, procede del griego σκάνδαλον. Los indoeuropeos compusieron con -skand y el sufijo -alo el vocablo skandalo, que significaba ‘obstáculo’, ‘dificultad’, que llegó al griego como skandalon (‘obstáculo’), con el sentido de ‘trampa para hacer caer a alguien’. ¡Ah!, entonces nos estamos refiriendo a lo que puede dañar a otro, a un prójimo, que se pueda ver afectado por el “mal ejemplo”. Escándalo sería, pues, aquello que da motivo a la situación de “pecado”.

Jesús, en el Evangelio nos pone sobre alerta frente a esta situación. Pero vemos que ya desde el principio, en el Libro de los Números, Moisés mismo evitaba y desalentaba las conductas de exclusividad. No se limita la entrega del Espíritu Santo a los 70 que se hallaban presentes, sino que todos los que figuraban en la lista, lo reciben. Y va un gigantesco paso más allá, formula el deseo de que ¡Pudiera ser en la Voluntad de Dios que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!


¿Cómo se encadena el tema de la segregación, del pecado y el tema del profetismo y de que el Espíritu de Dios cayera indiscriminadamente sobre –de estar en  la Voluntad de Dios-  todos? En la Misión del Profeta. Recordémosla aquí: Anunciar, denunciar y consolar.

La página de Santiago es prototípica el respecto, en su sustancia resuena la denuncia como nota principalísima: “¡Habéis amontonado riqueza,… El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; porque él no puede resistirles.”


Observemos que no se trata en el evangelio de alguien que simplemente pone en sus labios el Santo Nombre, sino de alguien que pone en el centro de su vida el Santo-Nombre, y por ello, puede obrar milagros.

Estamos listos para presentar una apretada síntesis:

a)    Todos los que sintonizan con el Plan Salvífico pueden obrar y expulsar a los demonios en “su Nombre”, obrar prodigios y ayudar a salvar. Nada, ni nadie ha consignado a Dios en su propia cuenta bancaria o en su talonario de comprobante de depósitos.
b)    Hay otras maneras de ejercer el discipulado y es apoyando la “difusión” del Santo Nombre, o sea la difusión de sus enseñanzas, y es socorriendo a los predicadores, profetas y maestros que ayudan a extender su conocimiento, aun cuando ese apoyo sea simplemente “un vaso de agua” Dios no pasará por alto que ese vaso de agua fue dado pensando en ayudar a llevar la bondad salvadora de Dios allí donde se le desconoce o, donde el olvido, el descuido a la distracción ha tratado de borrarlo.
c)    Por eso hemos de evitar a toda consta ser difusores de lo contrario, ayudando a promover el mal ejemplo, proponiendo vías contrarias a las que ha propuesto el Salvador, porque “el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23; Mt 12, 30). Antes que llegar a ser un contra-servidor es preferible morir con una piedra de molino atada al cuello.
d)    La mano que se apodera, coge y arrebata, así como los pies que nos pueden llevar por los malos caminos y el ojo codicioso que ve, desea e intoxica el corazón deben “domarse” para podernos sustraer a su control. El discípulo no se deja esclavizar de sus propias manos, pies y ojos cuando ellos van rumbo al precipicio de su perdición. El verdadero discípulo recorre las vías del Señor para mostrar a todos que esa es la vía que conduce a su Reinado.
e)    Esa mano codiciosa, esos ojos avaros que quieren quedarse con el “salario” que en justicia corresponde a los trabajadores fraguan la perdición y la condena del fuego que consumirá sus carnes como las consumiría el fuego. Dios no castiga porque Él es Infinitamente Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; son nuestros pies los que nos llevan por las sendas indeseables, contra la Voluntad de Dios. (Ver Segunda Lectura de este Domingo).



El anti-discípulo recibe en vez de premio, su castigo de perdición, ir al fuego que tortura y que hace rechinar los dientes por toda la eternidad. Podemos ser sal y luz del mundo o ser la piedra de escándalo que hace tropezar a un hermano y lo lleve a mal vivir y recorrer las rutas que significan “muerte eterna”.

domingo, 23 de septiembre de 2018

SER “JUSTOS”



Sab 2:12,17-20; Sal 53, 3-8; Stg 3:16-4:3; Mc 9:30-37

No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra.
-Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa.
San Josemaría Escrivá

Pidamos que el espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en ese intento.
Papa Francisco

“Si alguno quiere ser” (Mc 9, 35b) se está refiriendo a la disponibilidad,
a la apertura de voluntad, a una toma de decisión:
Es aquí donde se nos hace ese llamado al servicio
y Jesús nos aclara que el verdadero discipulado,
la gran importancia de la persona, se alcanza descentrándose del propio interés
para concentrarse en el “otro”,
         en el prójimo,
     en aquel que puede esperar de nosotros “servicio”,
no porque tengamos que darle ese algo,
sino por gratuidad,
porque somos capaces de ver en él a un hermano,
otro hijo de Dios como nosotros,
necesitado y vulnerable como todos los hijos de Dios.
Resumiendo,
       la propuesta es romper el cascarón del egoísmo,
         la entrega al servicio.

Se ha producido un giro,
Jesús que venía dedicándose a todos
ha identificado la prioridad de enseñar a sus discípulos,
quiere concentrarse en la formación de sus discípulos,
aclararlos;
verdad es que ellos habían logrado un  gran avance,
eran capaces de reconocer en Él al Mesías,
pero aún no podían entender qué clase de Mesías,
es más, esperaban –como se nota hoy-
hacer brillar “su propia importancia”,
se ha hecho visible
la fragilidad de los discípulos
        quienes andan tras las mayordomías;
y no descubren que el Discipulado consiste
en ver lo que necesita el prójimo,
reconocer necesidades,
acudir allí donde estar presente es
hacer presente a Dios,
                                   y desaparecer
para que uno no sea visto
                                       y sólo se vea Su Gloria.

[Tu Nombre está escrito en los cielos y lo pronuncian las nubes entre truenos.
Lo dibujan los perfiles de las montañas en la nieve
y lo cantan las olas eternas del océano.
Tu Nombre resuena en  el nombre de cada hombre en la tierra,
y se bendice cada vez que un niño es bautizado.
Toda la Creación expresa tu Nombre,
Porque toda la Creación viene de Ti y va a Ti.
También yo,
       en mi pequeñez,
       soy un eco de tu Nombre.
No permitas que ese eco
                                 Muera en silencio estéril.][1]



Jesús se concentrará en mostrarnos,
la fidelidad al Mesías,
         a la verdadera Misión del Mesías:
trasparentar el Rostro Misericordioso de Dios
y gastarnos a fondo en el servicio,
hasta disolvernos en su mar de Amor.

¿Por dónde empezar esa tarea?
Busquemos la punta de la madeja:
allí está, la opción preferencial por los más débiles,
por los más necesitados.
Jesús escoge al “más débil, desprotegido y necesitado” de aquella sociedad judía,
de aquel contexto.
Escoge como prototipo de destinatario
del servicio del Mesías al discriminado por excelencia,
que nada tenía y que ni siquiera era considerado persona
en esa sociedad y esa cultura.
Con gesto de Infinita Ternura,
lo abraza y teje una transitividad de Amor DiosPadre--Jesús-niño:
Un niño es como Él mismo,
lo representa a Él;
pero no se detiene ahí,
va más lejos,
el niño representa al Propio Padre Celestial.

Si acogemos al indefenso,
    al débil,
    al necesitado,
 al Anawin,
estamos acogiendo al Mismísimo Dios.


Hay una denuncia en las Lecturas de hoy,
de los que están desviados y caen en el extravío:
se imputa contra los que viven en envidias y rivalidades,
contra la codicia y la ambición,
contra el derroche en placeres,
que conllevan toda clase de maldades
                                                           hasta el asesinato.

Pero también se muestra
Como se gana la mirada complacida de Dios:
Ellos son los pacíficos, los que siembran la paz,
y recogen frutos de justicia.

Al que logra ponerse al servicio del verdadero Mesías
lo llama “justo”.
El “justo” se ve rodeado de amenazas,
porque todo malvado ve en el testimonio de alguien que obra rectamente
algo que lo delata.
Nada hay tan fastidioso para el pecador como el “justo”.
El “justo”, es de alguna manera, un “dedo acusador” que lo señala,
aunque el “justo” no haga nada, y ni siquiera se dé cuenta;
este fenómeno es automático!
Sí, automático,
porque la conducta de un “justo” es como una especie de reflector
que lo pone en evidencia,
que hace notoria su falta,
la ofensa al Señor.
“…nos echa en cara nuestras violaciones a la ley,
nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados…” (Sab 2, 12c-d).
Por eso el “justo”, en toda la historia,
incomoda,
    estorba,
    es perseguido a sangre y fuego.


Y sin embargo,
el “justo” es la semilla del Reino,
algo así como el Reino en estado embrionario,
el signo visible de la Presencia del reino entre nosotros, dijo el Concilio.

Matar al “justo” es una especie de “aborto del Reino”,
se trata de impedir que salga de su estado embrionario.
Se trata de ahogar la semilla del Reino
porque sería el ocaso del dominio del Malo,
       el final de su cuarto de hora.

Por eso el Bien siempre será perseguido.
Fácilmente podemos reconocer los rasgos del “justo”,
de quien Santiago en la perícopa de hoy de la Segunda Lectura
enumera las señas y a quien llama “poseedor de la sabiduría”:

Son puros
Son amantes de la paz
Son comprensivos
Son dóciles
Están llenos de Misericordia
También están llenos de buenos frutos
(recordemos que “por sus frutos los reconoceréis” Mt 7, 16.20)
Son imparciales
Son sinceros
Pacíficos, ya se dijo, siembran la paz y recogen frutos de justicia.









[1] Vallés, Carlos G. S.J. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander. 1989. p.106

sábado, 15 de septiembre de 2018

CONOCER LA PROPIA IDENTIDAD



Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9; Stg 2, 14-18; Mc 8, 27-35

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Podrá salvarlo esa fe?
Stg 2, 14

Dar hasta que duela
 San Alberto Hurtado Cruchaga


Nunca olvidaré una experiencia que tuvimos hace algún tiempo en Calcuta: Hacía meses que no teníamos azúcar, y un pequeño niño hindú, de cuatro años fue a su casa y le dijo a sus padres: “No voy a comer azúcar por tres días, le voy a dar mi azúcar a la Madre Teresa “. Era tan poquito lo que trajo después de tres días; pero el suyo era una amor muy grande. Debemos aprender, como ese niño pequeño, que no es cuánto damos sino cuanto Amor ponemos al dar. Dios no espera cosas extraordinarias.


Después que recibí el Premio Nobel, mucha gente vino y dio; alimentaron a los nuestros, trajeron ropas, hicieron cosas hermosas. Una tarde encontré a un mendigo en la calle, vino hacia mí y me dijo: “Madre Teresa, todos te están dando algo, yo también quiero darte algo, pero hoy, por todo el día sólo tengo dos moneditas y quiero darte eso”. No puedo contarles la alegría radiante de su rostro porque tomé esas dos moneditas sabiendo que si él no recibía hoy algo más, tendría que irse a dormir sin comer….pero sabiendo también que lo habría herido tanto si no las hubiera aceptado. No les puedo describir la alegría y la expresión de Paz y de Amor de su cara. Solo puedo decirles una cosa: Al aceptar las dos moneditas sentí que era mucho más grande que el Premio Nobel, porque él me dio todo lo que poseía y lo hizo con tanta ternura.

Esta es la Grandeza del Amor. Tratemos de encontrar ese Amor y ponerlo en acción.

Más adelante, en la Carta del Apóstol Santiago, en el verso 17, continúa: “la fe sin obras está muerta”. La gente, en tiempos de Jesús, y esto lo sabemos a partir de la respuesta de los discípulos[1], había “aislado” hasta “neutralizarlo” a Jesús bajo los títulos de Juan el Bautista, de Elías, de algún profeta, encerrándolo en las fronteras de “ser precursor”, de ser tan sólo un vaticinador. Pero, los que lo seguían, y lo veían actuar, podían reconocer en Él al Mesías. Como podemos leer en Mt. 11, 5 “…los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el Evangelio”, esto es lo que sus seguidores podían constatar porque era lo que oían y veían que Él obraba. Lo que podían atestiguar sus “oyentes” asiduos era cada “Éffeta” que Él había pronunciado; parecería que esta identificación mesiánica es producto de lo que acaban de presenciar, en la perícopa inmediatamente anterior, precisamente la que leíamos el Domingo XXIII, donde sanaba el sordo-tartamudo, la que los hizo exclamar: “¡Qué bien lo hace todo” Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.



Entre estos dos episodios, se interponen tres situaciones preparatorias: La segunda multiplicación del pan, la de los 7 panes; la petición –por parte de los fariseos, de una “señal del Cielo”, y, otro milagro usando saliva, milagro realizado en dos etapas[2], el ciego que –en primera instancia- ve lo que no es, la del ciego de Betsaida. Pero ¿se detendrá este “accionar” en estos milagros? No, Jesús llegará hasta el pináculo del Monte Calvario, y allí, como testimonio irrefutable, dejará hasta la Última Gota de su Preciosísima Sangre.

Para poner las cosas en su orden justo, Jesús hará este triple anuncio: la primera vez, la encontramos hoy en Mc 8, 31; luego, por segunda vez, en Mc 9,31 y, finalmente en Mc 10, 32 la tercera. La entrega, viniendo de Dios, no podía ser ni superficial, ni parcial, tenía que ser entrega Total. Jesús es el Verdadero-Rey, pero el Verdadero-Rey atraviesa una trayectoria de padecimiento, rechazo, entrega a la muerte; y luego, sólo entonces, ascenso al Trono-Real: la Resurrección. Verdaderamente Ungido Rey, Quien ha recibido todo Poder, en la tierra, en los Cielos y en el Abismo. ¡Rey de reyes, Señor de señores! Bienaventurado y Único Soberano.


Mesías más que Rey, es Ungido para portar la Presencia de Dios, es el que trae toda la Piedad Misericordiosa de Dios que ve a su pueblo esclavo y no lo soporta, que ve a su pueblo hambriento y los sacia de manjares, que ve a su hijo descalzo y la manda poner las sandalias, que ve a su hijo descarriado y le sale al encuentro, que no soporta verlo provocado de las algarrobas que comen los cerdos y lo llama con un grito del corazón, que atraviesa los espacios y las enormes distancias.

¿Cómo nos toca a nosotros, sus discípulos del siglo XXI, este discipulado? La fe es el alma, pero cómo se puede pretender el alma sin su corporeidad expresiva? No somos una dualidad, no somos cuerpo o alma; somos cuerpo y alma: «No somos pastores únicamente de almas. Somos pastores de hombres que tienen alma y cuerpo, con todo lo que ello supone. Además, estoy convencido de que actualmente el Señor exige de nosotros que vayamos más y más lejos»[3]

Si colocamos el estetoscopio en el costado de nuestra época y escuchamos el ronco estertor de nuestros tiempos, si auscultamos a nuestra Santa Iglesia hoy día en sus propios ministros y en nosotros sus “fieles” se percibe nítido el padecimiento, el rechazo y la entrega a muerte. Todo, producto de nuestro no poder elevarnos allende el pensamiento y las ambiciones meramente humanas.


Sólo Él puede alzarnos, sólo Él nos levanta: «Permanece en nosotros, Cristo Señor, por la fuerza de tu Espíritu, ora en nosotros, para que podamos comprender la plenitud de nuestra llamada, los peligros que nos amenazan, las acechanzas de Satanás sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre nuestro tiempo, y para que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad. Te lo pedimos, oh Padre, por medio de Cristo nuestro Señor. Amén»[4]

Aun va más lejos, siempre nos está convidando a remar mar adentro: «La situación de urgencia en la que Jesús coloca a los discípulos es una “prueba”: coloca a los discípulos ante su pobreza y los prepara a acoger la revelación de Jesús como Mesías que tiene piedad de su pueblo, celebra con su pueblo el convite de la alegría mesiánica, da milagrosamente el alimento al pueblo en el desierto.

También para nosotros la molestia, en la que nos coloca la urgencia de la misión, debe convertirse en una prueba que nos hace tomar conciencia de nuestras pobrezas humanas y nos abra la posibilidad del Evangelio. En efecto, los pasajes neotestamentarios sobre la misión o nos presentan solamente su urgencia, sino también su significado profundo de obediencia que se origina desde el interior del Evangelio… La situación de incomodidad puede llevar a la decisión de obediencia, a la decisión de cerrar los ojos y lanzarse.»[5]


«“Al hombre de cada siglo lo salva un grupo de hombres que se oponen a sus gustos.” Esta frase de Chesterton es una ley histórica que hoy tiene más sentido que nunca. Y que es más difícil, porque nunca fue tan fuerte la corriente que nos empuja a ser como los demás… Claro que ser fieles a nosotros mismos es algo que siempre se paga caro… Pero un hombre debería atreverse a ser diferente si eso es necesario para seguir siendo fiel a su alma… Es la sal la que da a los guisos su sabor. ¿Y para qué sirve la sal que se ha vuelto insípida, la sal que se ha “adaptado” y ya sabe como el resto de los alimentos?»[6] Es un reto: pararnos en la punta de nuestros pies para alcanzar a ver detrás de las tinieblas aparentes, la Luz de Cristo, el Resplandor del Resucitado.


[1] La palabra griega μαθητής señala al que realiza la esforzada labor requerida para poder “penetrar” un “saber” (de sabio, no de erudito); μαθ significa “aprender”; μαθημα “aplicación a un asunto”, “lo que se aprende”, “lo que se debe saber”, “el conocimiento imprescindible”.
[2] En la primera, el ciego no logra ver bien, ve hombres que “parecen árboles que caminan”, se requiere una segunda imposición de manos para que vea “perfectamente”.
[3] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal terrae Santander-España 1985 p. 111
[4] Martini, Carlo María. ITINERARIO ESPIRITUAL DEL CRISTIANO Ed. Paulinas Santafé de Bogotá D.C. 1992 p. 14
[5] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D. C. –Colombia 1995. P. 297
[6] Martín descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed. Sigueme, S.A. Salamanca-España, 2000 p. 93

sábado, 8 de septiembre de 2018

SANAR ES CREAR SALUD



Is. 35, 4-7; Sal 145, 7. 8-9. 9bc-10; Stg. 2, 1-5; Mc 7, 31-37.
SANAR TAMBIÉN ES RECREAR
Esta actitud de cercanía con un ser humano sufriente, que había perdido, o tal vez nunca había tenido la posibilidad de la comunicarse o escuchar a los demás, debió resultar sorprendente para los que acompañaban al Señor en su recorrido por territorios extranjeros.
Hermann Rodríguez, s.j.


Dios no ha cesado de crear, Dios crea siempre,
hoy por hoy sigue creando,
su creacionalidad no cesará jamás.

Dios creo al hombre; ahora, está creando al Hombre-Nuevo.
Con este Hombre-Nuevo se propone darse un pueblo.
¿En qué consiste el Hombre-Nuevo?
Es aquel que tiene entrañas de Misericordia.

Vivimos emparedados,
paredes por todos nuestros lados,
también por encima y por debajo, son muros de soledad
e incomunicación.
Religión es romper ese aislamiento,
es restituirnos  al interior del entramado social,
recuperar la unidad perdida,
sentir y experimentar hondamente la fraternidad.
Superar desconfianza y resquemores,
Tomarnos de la mano como verdaderos hermanos
-hijos del mismo Padre-
y caminar como pueblo de Dios,
como Cuerpo Místico.

Jesús, al sordomudo, se dirige de otra manera,
él está bloqueado, no puede oír a Dios,
si alguien tratara de predicárselo,
el mensaje de la Buena Noticia no le llegaría.
Nos hallamos frente a un “doble” o “triple” milagro
porque a este “hombre” lo aquejan dos males:
no puede oír y no puede hablar,
(quizás se pueda decir, y sea más exacto,
que no puede hablar porque no puede oír).
Jesús no se dirige a él con palabras,
puesto que no puede oír, le habla con signos.
Crea un conducto y un puente de contacto,
genera una nueva semiótica adecuada.


Jesús no es un taumaturgo exhibicionista,
ni espectáculo, ni farándula.
Por eso lo lleva a parte, al lado discreto,
lo llevó aparte, donde la sanación no fuera “show”.
Jesús introduce sus dedos en los oídos del sordo-tartamudo.
Son los dedos de Dios, los dedos que reparan, que sanan,
que crean de nuevo los oídos del enfermo, ya no tienen ningún daño,
ninguna imperfección, todos sus tejidos se re-ordenan.
Los de Jesús son dedos que abren paso al sonido,
a la palabra
                   y a la Palabra.

Son los dedos de Jesús que perforan tapones y rompen las “barreras” de incomunicación. Son los dedos que siguen creando porque Dios no detiene nunca su creacionalidad,
porque Dios siempre está creando y no cesa de mejorar, de perfeccionar, de sanar.
Dios está haciendo todos los días “avances”
hacía el cumplimiento del dictatum en cada uno de nosotros
y ese efecto se da en tanto, en cuanto nos abrimos a su aceptación.
Hay algo que la fe nos permite hacer:
creer y abrirnos.

El núcleo del mensaje: Necesitamos “abrirnos” y “ayudar a abrir”;
se requiere una dinámica de apertura,
apertura a la fe, apertura a Dios.
Esta apertura es “acogida” del mensaje,
“aceptación” de la “Noticia”.
Apertura que es un abrir nuestro propio corazón
para aceptar y re-conocer que Él, Jesús, es nuestro Sanador,
nuestro Salvador, nuestro Re-Creador.
Hay que darle “asilo” en nuestro pecho a la Palabra de Dios
para que Dios pueda plantar su “Tienda” en-medio-de-nosotros,
lo que significa morar en nosotros,
                                                       vivir en nuestro ser,
inhabitar nuestros pensamientos,
      nuestras palabras,
                                                                                   nuestras acciones.


Esta Liturgia de la Palabra –como siempre- nos comisiona,
constituye un envío, un sentido para nuestra vida,
que se hace sentido para los que la aceptan y reciban.
Nosotros estamos llamados a proponerlo:
Tenemos que colaborar, eso nos compete como cristianos:
el discipulado consiste en generar apertura
y frente a esa responsabilidad hemos de actuar creativamente:
la pregunta permanente que tenemos que hacernos es
¿cómo puedo lograr que la Palabra sea aceptada?,
¿cómo dar la “Buena Noticia” de manera que la gente que la recibe
capte las resonancias que esa noticia tendrá en sus vidas?,
¿cómo potenciar nuestro estilo noticioso
para que los destinatarios del Noticiero entiendan
que no es un Mensaje personalista, individualista
sino un Hecho que nos atañe como a pueblo,
como comunidad de Dios?


¿Cómo pronunciar más claro el Effatá?
¡Guardando siempre en nuestro pecho la consciencia
que Jesús significa “Dios salva”!